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Poema del infiel

Edén es un paso apetecible de las horas,
cólera a la pereza primera de vivir.
Peinabas crin de espejo y yo tengo blancas manos
que, es cierto, reflejan la miseria y al tiempo
aventuran cosechas de estirpe entusiasta.


Pero no hay Paraíso sin desahucio ni culpa.


Por tu gracia he perdido la prisa, porque existes
te amo desde el principio lúbrica en mi error.
Mi potente, genético y canalla te cubre
de cielos de distancia y úlceras que sorprenden
al orden natural de la dicha. Tú lo sabes.
Así que nadie quiebre su huevo costumbrista.
El hombre, tal cual suda y se avergüenza, destroza
su hilo. Yo me marcho tras aquello que brilla
sin talento, la forma sólo forma crecida
al tacto torpe.                                            Escucha:

Me persiguen los patios de butacas, me llenan
la cara de los rostros que no tengo y no hay tierra,
vegetal ni horizonte dispuesto a acogerme
¡cómo hacerlo, si he olvidado toda desnudez!

Te pierdo. Te pierdo y es hoy cuando lo digo, hoy
que en enlace floreces, te empeñas, sin dudar,
en mis caderas, hoy; que me amas y te basta
—aún me queda la certeza, tesoro de un muerto—
porque sé que has venido, sin saberlo, de parte
de mi vida, sin saberlo, la bestia, la bufa,
a decirme:

mi marcha desatará la pena
por todo lo perdido, desterrará tu cuerpo
al río de voz continua
que ni ampara cobardes, ni mece flojos sueños.





De: Altar de los días parados


JULIETA VALERO




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