LUISA FUTORANSKY | |
¿Dónde guardarán el alma los algarrobos, los pinos o los alerces? ¿Dónde sufrirán a Dios? ¿En qué lugar alguno de triste corazón buscará el suicidio? ¿Cómo vivirán las estaciones, la enfermedad, el amor, la locura, ... | |
Ljubljana tiene un río. Más bien modesto si lo comparo con las desembocaduras del Yangtsé o el Río de la Plata pero para río que no es de desierto y se seca todo el año menos tres días en que arrasa todo porque la arena le resbala por el lomo, está normal. Es río para coronarlo de puentes ... | |
A estos hombres los transformé en versitos y los confiné en libros y revistas porque, con los tiempos que corren, no es cosa de andar encima procurándoles bellotas ni margaritas, para los días de guardar. En cuanto al Ulises, ése, de Ítaca, díganle que de áspides, sapos y mastodontes ... | |
Batallas sangrientas, perdidas de antemano por cada una de mis muelas y mis dientes un mapa con banderilleo de privaciones y cercenamiento cuyas trazas se pierden en las mismas, reiteradas escaleras que conducen a idénticos tronos de aprensión, oprobio y pánico Carradas ... | |
Escribir con la paciencia de un entomólogo, la displicencia de un dandy y la febrilidad del buscador de oro. El poema, la más frágil transparencia nupcial. | |
Las rosas de Jerusalén son complicadas Los peregrinos desesperan El camino de las rosas de la verdad es absoluto. Y me duele/s tanto. | |
las plantas como las palabras crecen en forma inesperada por tanto hay que modelarlas de acuerdo a su naturaleza sin desdeñar el azar yuxtaponer sin empastar, dice mostrando las palmas llagadas de otros brotes, otras podas tras los rigores del invierno, la gracia la rosa de Jericó ... | |
Con una ristra de ajíes en el muro se puede atravesar el invierno. Hacer como que no existen los estragos del dinero, las arrugas ni la fatiga de vivir. Con ella se pueden machacar derrotas. Y sentarse con aparente indiferencia en un banquito, la puerta entreabierta, ... | |
deshice casas perdí bibliotecas me fui con lo puesto en una valija dos valijas tres indivisible la trinidad es lágrimas patitas para qué te quiero las actrices pobres y viejas terminan sus días emparedadas tomando mate en un asilo temible la Casa del teatro ¿Acaso no matan a los ... | |
Están los corazones inteligentes, los corazones ordinarios, los groseros, mezquinos, de pocas luces, híbridos, hediondos, con sarro. Los corazones arvejitas, los corazones hígado de pato. Los que se hacen la mosquita muerta, duermen la siesta, te observan de reojo ... | |
partir una sombra un vaso florecer con el soplo y la corriente en lejanos manicomios los ausentes pierden derecho a la palabra | |
un timbrazo anónimo imperioso miserable en la madrugada me tropieza de renovados temores y temblores insomnio sin paz del solo y sin embargo qué hermosas las ciudades cuando despiertan ingobernables lagañosas adormiladas negociando borrando latrocinios los grados todos del gris ... | |
me he besado con poetas, pintores, cineastas empleadas, jew princesses, rateros, hippies ingenieros, tenores, guerrilleros en mi boca todos los caminos de la vida es tiempo/ de ocuparme de mis pies De: El diván de la puerta dorada | |
Soy de otra parte, otro cuerpo, otro golfo para que me entiendan para que no me entiendan demasiado por atajos y digresiones escribo. A mano limpia. A campo traviesa. Vivo por circunloquios, espirales, pidiendo disculpas, permiso. Demasiado. Tropiezo, desentono, me repito, ... | |
El país no existe. Después de quince años la calle natal había cambiado de nombre y las casas no sólo eran otras sino que ni siquiera conservaban sus números catastrales. Sólo la ajada fotografía de mamá con trenzas y el abuelo a su lado, existe. Mamá no peina trenzas ... | |
Lo más atroz de la infancia es la sumisión. Casi al filo de lo irreparable. |