☰ menú
 

Saúl Ibargoyen

 
 

AMOR DE TODOS





CUERPO DE PALO
Amor de todos


Saúl Ibargoyen es un poeta originario de Montevideo, Uruguay. Su experiencia escritural rebasa las fronteras de los géneros al publicar más de cincuenta títulos de poesía, cuento, novela, antologías, traducciones, ensayos, etcétera; una parte de ellos traducidos a casi 10 idiomas.
Mis recuerdos con el poeta se remontan a la segunda mitad de los años setenta. Tiempo aquel cuando nuestro país recibió a cientos, quizá miles de refugiados, hombres y mujeres, expulsados de sus países de origen por las dictaduras que empezaban en este tiempo en el Sur de América.
Llegaron con su carga de recuerdos y afectos ampliando el espectro literario y artístico de México.
Para entonces era yo una incipiente veinteañera que ingresaba a la búsqueda de otras latitudes, de otros saberes, otras sensaciones. Eran tiempos de ir y venir de innumerables revistas, plaquettes, libros, muchísimas cartas con destinos precisos que circulaban no sólo por el territorio mexicano, no, también cruzaban por océanos, ríos, cordilleras, culturas distintas, cielos, regiones, tierras inéditas donde la correspondencia editorial y epistolar eran las navegaciones nuestras, lejos estaba la internet muy tan común. En esos momentos la comunicación era directa, de frente; nos confrontaba la realidad y nuestros sueños al mismo tono nos cuestionaba conocer los abundantes testimonios del acoso militar y policiaco, los encarcelamientos, las torturas, los desaparecidos, los muertos. Sin embargo en el centro de todo ese estiércol represivo y brutal, el diálogo, el afecto, la creatividad, acrecentó la solidaridad con los exiliados, enriqueció nuestra sensibilidad y estimuló la conciencia de muchos de nosotros/as.
La llegada de extranjeros a escuelas, universidades, editoriales, periódicos, revistas y ciudades nos ofreció, no conformarnos con saber sólo de la obra de Borges, Neruda, Vallejo, Huidobro, Cortázar, García Márquez, Vargas Llosa o Lautréamont. No supimos más y mejor de Benedetti, Ernesto Cardenal, Roberto Arlt, Nélson Marra, Juan Cun-ha, Antonio Cisneros, Roque Daltos, Martos, Nicanor Parra, Ibargoyen, Bo-canera, Fayad Jamis, Selva Márquez, Ida Vitale, Gelman, Roberto Ibáñez, Cuadra, Sara de Ibáñez y tantos más que no asoman a mi memoria ahora.
En este contexto conocí a Saúl Ibargoyen junto al poeta argentino Jorge Alejandro Bocanera. Trabajaban en la revista Plural, misma que se convirtió en la casa de muchos de ellos, Ibargoyen significó la posibilidad de otros asomos; de indagar en otras experiencias al escucharlo contar con la carga del exilio, la situación social convulsa que vivía Uruguay. El poeta nos enteraba con fraternidad, abrió su agenda de amistades y las compartió con nosotros; Ibargoyen era un poeta, lo supe/lo supimos cuando nos leía poemas en voz alta en su oficina; lo supe/los supimos al conocer de sus libros; lo confirme cuando entregó a Xavier y a mí, ejemplares de Poemas a la extranjera; cuando nos obsequió Fronteras de Joaquim Coluna, un colectivo de cuentos. Leímos sus poemarios Nuevo octubre y Catálogo, editado aquí en Monterrey por Caligrama; al mismo tiempo nos enteramos de su pasión por la literatura brasileña, sus múltiples traducciones y supimos de otros títulos difíciles de obtener. Hay tanto que decir de Saúl Ibargoyen que mención aparte merecen sus antologías, importantes vehículos de difusión y promoción de la literatura latinoamericana y qué decir de su crítica.
Desde entonces recuerdo a Saúl como un poeta enamorado; un poeta que descubre en lo amoroso el hilo conductor de su poética. Amor de todos es una cadencia de versos, de 31 sonetos imperfectos que se disfrutan; más que hablar sobre ellos, hay que escucharlos, leerlos, o todo a un mismo tiempo para. encontrarnos con ellos, regodearnos con su aliento. El goce es placentero, suave bebida es el amor. ¿Cuál amor? El de todos/todas/ las/los que deseamos. Esta poesía de Ibargoyen es una voz que seduce y acecha, en ella develamos el disfrute amoroso, ese ejemplar deleite de existir ¿El desamor? Eso no importa, nunca es lamentable el abandono, aunque los amantes ya no estén. Sólo importa ofrecer, estar dispuestos/as.
El desamor en este libro es la reflexión, el hallazgo amoroso en el abandono. Los versos de Saúl Ibargoyen surgen, brotan como una espiral dirigida al infinito. Saúl no es un chiquillo, el otoño lo posee por completo aunque sus versos ponen al descubierto su permanente instinto de existir. Su deseo amoroso de ofrecer y recibir es una conversación plácida de los cuerpos, una interminable entrega al instante, un diálogo que espera. Amor de todos es un libro de poemas publicado por Editorial Praxis.

(MARÍA BELMONTE, “Amor de todos”, El financiero, 10 de noviembre de 1997)



HIJO DE CUERVO
Amor de todos


Quiero, antes que nada, reflexionar un poco acerca del título del poemario: Amor de todos. Al comienzo del libro hay una advertencia con respecto a su cursilería y a su posible asosiación con nombres de telenovela. Amor de todos, dice el autor, es eco de una vieja consigna de Lautréamont: "El amor debe ser hecho con las palabras de todos".
Pues bien, pecaré de ingenuidad por tratar de ser sagaz y hablaré de lo que es evidente para quien ya ha leído el libro. Confío en que serán los menos. Parece urdirse desde la explicación sobre el título, que a manera de brevísima introducción precede a los poemas, hasta el último verso, una especie de sutilísimo y aparentemente inofensivo complot. Aparentemente, porque ningún acto poético es inofensivo. El complot del que hablo nos mezcla a todos (a todos, sí, en promiscua reunión) y nos hace reconocernos autores y objetos (no víctimas, espero) del amor de todos.
No pretendo discutir con Saúl la autoría del libro, y decir que el libro es de todos y todos somos Saúl. Pero esta es, sin duda, una dulce tentación que todos hemos experimentado. Derrumbar las barreras que nos separan y, al menos durante un vertiginoso instante, reconocernos en los demás como en una cadena infinita de espejos. Sin esta tentación o esta intuición de que quien te habita en el fondo no es, en definitiva, más que mi propio y subterráneo inquilino, nunca se habría podido decir: "nada humano me es ajeno". No podrían corear ahora mismo millones de españoles: "todos somos Miguel Ángel".
Sí, sin esta capacidad afortunada de meternos en los zapatos y el pellejo de los otros, la poesía sería imposible. La poesía y, por supuesto, el amor. El poeta, tal es su tarea inmemorial, canta para la tribu con las voces de la tribu. Pero esta es una verdad escurridiza, es una de esas verdades que destellan como el reflejo del sol en un coche que pasa a toda velocidad. A penas caemos en la cuenta la luz ya no está ahí. No es mi amor, ni es el tuyo. Es el amor de este poeta y su musa malherida que ya no está. Es, por tanto, el amor solitario de este poeta. Pero, ¿no es el poeta también, dentro de sus versos, al igual que la musa y todos nosotros, no es él tamben una ilusión atrapada entre palabras? No estamos pues, en el libro, ninguno ; ni la musa, ni el poeta. La carroza vuelve a convertirse en calabaza, la poesía no transformará jamás al mundo, y ¿qué hay entonces en un libro, qué hay en este libro?
Mi tarea es, precisamente, hablar de eso. Y puedo decir que si en el libro no hay poeta, ni musa, ni todos nosotros, hay palabras. Y más que eso: hay versos como láminas de espejo aguda y cuidadosamente colocados para transportarnos dentro a todos. Y para llevar dentro al universo entero. El universo, que para Saúl Ibargoyen es mucho más que una tela cuajada de estrellitas; el universo que es una larguísima escala que Saúl recorre con una agilidad asombrosa, desde el cometa hasta la mosca; desde la galaxia hasta el cepillo de dientes. Maravilloso arte y sabio complot el de disponer los espejos para que todo esté ahí y para que las indiferentes y geométricas rutas de los astros se estremezcan también con el dolor que deja un amante cuando se va. ¿No lo dijo hace milenios Pitágoras: "un mismo ritmo mueve las almas y las estrellas"?
Parecería, por lo que acabo de decir, que Amor de todos es una maravillosa maraña cósmica bastante complicada y hasta peligrosa. Lo de peligrosa no lo discutiría, más adelante veremos por qué. Lo de maraña complicada, sí. El alcance de este pequeño librito, así como lo ven, digamos, su rango, es muy amplio. Esa es una característica de la poesía de Saúl en general; no ignorar nada por muy grande o muy pequeño, por elevado o insignificante, por espiritual o por obsceno. No ignorar nada, ni siquiera por cursi. No ignorar a la mosca que se detiene a defecar sobre el papel mientras escribe. No ignorar tus ojos cuando examinan la escritura. Pero bien, pero digamos que al margen de ese virtuosismo de Saúl Ibargoyen, Amor de todos tiene una insistente simetría. Simetría, para empezar, en el corte de los poemas. En todos (hasta el número treinta y uno donde un intrigante verso, de manera por demás sugerente, se desliza después de caído el telón del último terceto) en todos hay dos cuartetos y dos tercetos. Una forma de soneto, pues, persiste detrás de un verso por demás libre.
La simetría formal alcanza su punto más alto en el poema X, un poema que puede dividirse en mitades perfectas si se le deja escurrir una gota por la mitad de la página. Mitades son también, o algunos eso suponen, los amantes. Este es, antes que nada, un libro de poemas de amor. Este es, por tanto, un libro de poemas de odio. Libro de luz y sombras (¿por qué si el autor puede ser cursi, no serlo yo también?) Libro donde la ausencia gana la partida, pero sólo gracias a la presencia de aquélla que persiste en el cepillo de dientes que abandonó en la casa. Amor de todos es un libro con un enorme sentido del equilibrio, un libro tenso de principio a fin entre los inevitables contrarios que se alzan donde dos se quieren.
Para ilustrar un poco lo que digo, veamos el comienzo del poema que partiría una gota de agua -cito-:

          Verso sobre verso en estos pliegos escribo
          tanto los placeres tuyos como mi regocijo,
          tanto tu admiración como mi deslumbramiento
          tanto tu decepción como mi rencor de tango, (...)

La simetría de los versos es sombra de una simetría más de fondo, que la mayor parte de las veces aparece de una forma más sutil, como en el poema XII. Allí encontramos una larga contraposición de elementos, una contraposición que dice mucho de las ideas del autor acerca del amor y del mundo. "Oscuros materiales" se contraponen consigo mismos, al arder, cuando son "luz y fuego". Un "sólido planeta" está contraposición con los "átomos estériles" en los que se transforma, al dispersarse. Y en los dos tercetos, (cito):

          así como las galaxias inmedibles se apartan
          gastando sus poderes en razón de la nada,
          porque su condición es huir hacia el origen;

          de ese modo tu seguro corazón de hoy
          podrá transformar su materia de rencores
          en la energía de amor que el amor necesita.

De manera que, sin riesgo de ponernos demasiado cósmicos (o poniéndonos, quizá), podríamos afirmar que algo hay de ying y yang en la arquetípica mente de este poeta; que algo hay en estos versos que intenta unir a los contrarios y hacer que fluya la energía estancada; que el complot que era juego de espejos que a todos nos involucra, puede verse también a otro nivel, como conjuro que al descubrirla, participa en la mecánica del universo. Es mi convicción personal, y la comparto, que en nuestros días siguen siendo los poetas los curanderos y magos de la tribu.
La simetría, en el poema XV, se dibuja en cuadros negros y blancos y hace un tablero de ajedrez sobre el cual el poeta (ahora rey) continúa su discurrir con la amada, esta vez en (cito), "un encuentro sin sudores y sin sangre". La simetría está marcada por la línea que separa los perfiles del poeta y de su musa, y por la difícil línea que separa el mundo real del ficticio. Esta línea es la superficie del papel, que sólo una mosca perturba, en el poema, XXII, (cito):

          Una mosca me distrae de mis versos, pues defeca
          levemente en el mero centro del papel donde escribo
          que la edad de ese mismo insecto es la edad
          de la galaxia que se expande en dirección de tu vejez.

En algún lugar de este texto llamé a la protagonista de este pomario: "musa malherida", este es, por supuesto, un término mío, no del poeta, y es, de hecho, impreciso. El libro está, como dijimos, construido sobre opuestos. De manera que éste es, también, un libro de odio y un libro de desamor. Los opuestos son necesarios para crear un ciclo de vida. Pues bien, la presencia femenina en Amor de todos no es la amada perdida y perfecta de otros poetas. Tampoco es la zorra villana. Es una mujer abierta a fondo (también literalmente)por el ojo escrutador del poeta. El arte de la poesía se convierte en el difícil arte de amar a un ser real y multi-dimensional. Lo dice el poeta con estas palabras en el poema XVI, (cito):

          Tampoco lo sabe el sudor tenaz de mi mano diestra,
          que al mezclarse con tanta tinta fatigada,
          adelgaza los trazos con que todavía pretendo
          alcanzar de ti la brillantez de tus imperfecciones.

La musa malherida a la que me refiero es un ser que no pierde su carácter etéreo, su idolatrada persistencia propia de los "tú" que son el interlocutor del diálogo incansable de la poesía amorosa, pero que deja huellas no sólo espirituales, sino también perfectamente corporales en la jaula de espejos. Cito, del poema XVII:

          Porque hay todavía en tus peines abandonados
          un reseco revoltijo de pelos y de escamas;
          y en pisos y alfombras y tapetes y sábanas
          las blancas moléculas perfumadas que trajo tu pie (...)

El poeta hace una obsesión de su amor. Esa frontera, de cualquier modo, nunca ha estado muy bien definida. Hace de la obsesión un lente que acerca a sus ojos los astros y los microbios, que atraviesa las paredes y la piel, y así, en el poema XXIV , mira también lo que no ha visto, lo que supone, y explora otra dimensión más de las múltiples de la ausente:

          Jamás nunca entré mi nariz en las espumas
          de tus rosados pulmones, que tantos cigarrillos
          y tanto esmog tiznaran con su pútrido hollín,
          ni tampoco entré debajo de la caspa de tus uñas,

          ni me hundí en los ardidos aceites de tu estómago
          que subían a veces a tu paladar mientras comías,
          ni calculé los decibeles de tu levísimo roncar, etc.

Esta muchacha que deja marcas por toda la casa, que deforma el cepillo de dientes y se come al poeta-cocinero en cuerpo y alma (es decir, palabras) es un personaje, qué diré, más que realista. Es un espejo puesto ahí, apuntando hacia quién sabe qué ángulo, en el que cualquiera puede, por truco o accidente, verse de pronto. O ver al otro, al imperfecto o la imperfecta que con sus defectos, y no con sus virtudes, mejora el amor, nuestro amor.
Pero, no se malentienda, no es defecto deformar el cepillo de dientes, ni dejar un revoltillo de pelos en los peines abandonados, ni fumar, ni eructar; eso nos pasa a todos. El defecto de esta musa malherida es un miedo profundo, es una enorme incapacidad para sufrir (para hacer justicia, debo agregar también: eso nos pasa a todos). Y ni hablar, hay que decirlo también aunque esto no es (¿o sí?) una terapia grupal: quien no sabe sufrir no sabe vivir.
El poeta cirquero, el rey de ajedrez, el trabajador paciente que busca dar brillo a los defectos de la amada, asume también la tarea de sufrir el dolor que ella no es capaz de sentir. "Tu odio acabará", dice, al final del poema XVII, "¿qué harás con tu miedo y tu poco dolor?" Y al final del poema XIX: "Porque el desamor que en contra de ti ahora utilizas/ es un grito que encontrarás en la soñante boca/ cuando necesites usar al fin tus propias lágrimas"
No trata ni por asomo de ser didáctica la poesía de Saúl Ibargoyen, de eso estoy segura. Y sin embargo, a veces me encuentro subrayando sus versos y poniéndoles dirección y remitente, dirección que a veces es la mía. Y a veces siento que son lección. "Lección de amor te di, hombre de Apolo", dice un verso de Lorca. Lección de amor, me atrevo a decirlo, es este libro.
La superficie de las palabras de Saúl Ibargoyen es una mar sobre el que pueden abrirse rosas, bocas o clítoris; cazuelas con restos de arroz y de cilantro, reptiles y cometas, ojos y culos. Nada de lo humano me es ajeno. Y más aún: nada me es ajeno. Agradezco a Saúl la oportunidad de confirmarlo y de andar en sus zapatos los pasajes familiares y los extraños del Amor de todos. Las palabras en algo modifican la urdidumbre al final de nuestras orejas, si no los caminos de las estrellas. "(...) Ah, muchacha" dice Saúl, al final del poema XXV, "que tus oídos escuchen/ antes de mañana el último amor de estas finales palabras". Muchas Gracias.

(PILAR CABRERA, 14 de julio de 1997)



Expresa Saúl Ibargoyen de éste, su más reciente libro:
En Amor de todos "hago un homenaje a muchas amigas, reconozco a la mujer"


Saúl Ibargoyen (Uruguay, 1930) se define como un poeta doméstico y no domesticado, que ve en la poesía una forma de explicarse la vida diaria. La noche de ayer, Ibargoyen presentó su más reciente libro, Amor de todos, cuyo título "se parece al de una telenovela, pero el maestro Pablo Neruda ya nos enseño que quien huye de lo cursi puede congelarse en sangre y en tinta", agrega en esta entrevista suya con CRÓNICA.
Bajo el sello de Praxis, Amor de todos reúne 31 sonetos "imperfectos" que, en realidad, hacen un sólo poema, y en los cuales, afirma el escritor, "soslayo la rima coasonante y la métrica, que no es nada nuevo, y hago un homenaje a muchas amigas, además de un reconocimiento a lo que la mujer en general ha significado para mí”.
Ibargoyen radica en México desde hace varios años y ha dedicado gran parte de su vida al periodismo cultural y a la coordinación de talleres literarios, además de atender sus actividades dentro del programa Tierra Adentro y como asesor del Grupo Editorial Eón, que publica la Revista de Literatura Mexicana Contemporánea.
Su obra poética y narrativa abarca unos 50 títulos, editados en México, Cuba, Portugal, Uruguay, Paraguay y Venezuela, países por los que ha viajado en cumplimiento de actividades culturales.
En alusión a Amor de todos explica: "El Conde de Lautréamont decía que la poesía debe ser hecha por todos, y yo pienso que el amor también debe ser hecho con las palabras de todos. En este caso, veo a este libro como un resultado genérico, más allá de que el amor está condicionado históricamente, aparte de su carácter genético y poético”.

— ¿Cuál fue el proceso creativo de Amor de todos?

— En el tiempo fue rápido, pero se dio un proceso creativo particular, porque creo que mi forma de escritura se ha hecho más discursiva, a veces hasta más explícita y menos metafórica, más allá de las experiencia que provocaron el libro que fueron obviamente experiencias de pérdida.

— ¿Qué lugar ha ocupado el lenguaje, que en muchos de los poemas es atrevido, soez?

— El hecho de una pérdida conlleva un desarrollo interior de adquisiciones, porque el que pierde gana. La experiencia en sí tenía sus particularidades, pero quise destacarlas más con una forma de expresión específica, con una voluntad de estilo.
“La convivencia diaria —añade Ibargoyen— construye y destruye, luego así todas esas experiencias se fueron integrando, naturalmente, a la vida poética. Esto me llevó a enfocar de un modo definitivo que la vinculación de la poesía con la vida de todos los días me hace un poeta doméstico, que no domesticado.

— Dentro de sus más de 50 libros ¿en que lugar se sitúa Amor de todos?

— Representa la conclusión de una etapa. Una amiga me dijo que este libro era como un tango, porque vivir en estado de tango es como vivir con un pie en el pasado, y yo pienso que vivir con los dos pies en el presente. Comprendí entonces que (Amor de todos) iba a ser el último tango en México, porque no se trata de estar siempre entre la queja y el lamento. Más allá del dolor uno debe levantar la alegría de haber amado y de saber que de ese tipo de experiencias cotidianas uno se hace como persona y va construyendo su propia utopía. Como diría alguien: “la poesía soy yo”, y la poesía para mí es una forma de plantearme la existencia diaria.

(SANDRA LICONA, “Expresa Saúl Ibargoyen de éste, su más reciente libro: En Amor de todos "hago un homenaje a muchas amigas, reconozco a la mujer", Cultura, La crónica de hoy, 15 de julio de 1997)



EL CUERPO: METÁFORA Y POÉTICA
AMOR DE TODOS de Saúl Ibargoyen


La noche del 14 de julio se celebra en Japón la noche de la linternas, en Occidente es una noche en donde la línea entre el mundo de la vida y la muerte es sumamente delgada, por lo tanto se recuerdan a las diosas de los infiernos: Kali, Perséfone, Hécate. He de hacer una pausa para hablar de Hécate y de Perséfone, la primera es la diosa que se encuentra asociada al inframundo y a lo oculto. Ella representa el ciclo femenino de la vida, pleno de sabiduría y de poder místico.
Perséfone: es la hija de Démeter y Zeus, es raptada por Hades, cuando es una doncella o Koré luego se vuelve una diosa del inframundo, ella también representa un ciclo, en la vida femenina y en la tierra: oscuridad y desolación frente a la alegría y al calor.
Este ciclo representado por Hécate y por Perséfone es una de las tantas formas de ver el desarollo del cuerpo, los ciclos que atraviesa todo proceso natural. ¡Noche ideal para recordar a estas diosas y para re-significar el cuerpo en los versos de AMOR DE TODOS.!
Estos versos ordenados bajo el título de AMOR DE TODOS presentan al cuerpo como una metáfora y son al mismo tiempo su propia poética.
El cuerpo es el actor central en la vida del rito, es tanto testigo del mundo como un órgano que lo experimenta, la poesía como vocera del rito, lo canta como: figura, espacio, objeto de deseo y autoreferencialidad.

          "Y así transcurren día con día estas escrituras,
          nombrándose a sí mismas para poder cantar" XIII

Merlau Ponty dice que los movimientos del cuerpo dan existencia a lo que las visiones profanas creen invisible, el rito aparece entonces como el significante que le da vida a lo que en apariencia está oculto, a lo que es impensable en lo "real".
El cuerpo es la metáfora del amor, el amor como el rito, del que no escapamos, al que jamás podemos tampoco poseer del todo.
La diferencia entre la metáfora y la metonimia radica en su capacidad de relación: en la metonimia se designa una cosa por otra en su relación de sucesión o dependencia. En la metáfora se expresa una cosa con el nombre de otra cuando existe una relación de semejanza.
El cuerpo es el nombre que aparece por semejanza al amor y a la estructura del poema: palabras, adjetivos, versos por brazos, piernas, ingles, pechos. De tinta por sudor.

          "En estas escrituras habrás de encontrar
          los vocablos no dichos, los silencios rechazados,
          los ácidos suspiros, los golpes fecales,
          las alucinaciones del odio, las babas del rencor." VII

Para Jacques Lacan la metáfora se da cuando los significantes se desplazan y se sustituye una relación significado/significante por otro significante para dar lugar a una nueva significación, mas no a un único significado. El síntoma es una metáfora.
(En la metonimia hay una resistencia a la significación, su fórmula es "el deseo es una metonimia".La metonimia aparece siempre desde el sin-sentido( tomo una taza)se sutituye el contenedor(continente) por el contenido, existe una contigüidad entre los dos significantes pero a la lógica podría resultarle un sin sentido.)
El cuerpo es el significante que se desplaza para hablar del amor, el amor de todos, cualquier amor o ningún amor.
El rastro de lo que no está pero nos interpela, nos reconoce y nos habla a la cara, quién puede sentirse ajeno a :

          "Ahora que no me amas, debo amarme a mí mismo;
          levantar en mi corazón las ausencias del tuyo;
          besar en mis labios tu saliva evaporándose;
          repetirme mis nombres con tu voz que no está" (VIII)

El cuerpo que ya no está pero deja su "no-ser-ya" en este cuerpo, en el mío, en el de todos. Mi cuerpo es el instrumento para que en esa ausencia que ha dejado el otro sea, sin ser. El cuerpo se vuelve la metáfora del otro, está en lugar del otro en una relación de semejanza.
Todo lo que somos es cuerpo, somos animales frágiles que vamos a perecer, el cuerpo es la metáfora de lo que vamos a ser, de lo que no vamos a ser:

          "Y cada momento lucha con el que fue. Y pelea también
          con el instante que habrá de venir en ágil cadena
          que envuelva las ajadas túnicas y las capas de seda
          que a su vez encierran un cuerpo que nunca estuvo aquí" (V)

Los treinta un poemas, son las múltiples visiones del hierofante que preside el rito, que es cuerpo testigo de otros cuerpos que aparecen en lugar de otros cuerpos:

Puede ser el cuerpo de esa niña Perséfone
          "corno unos ojos de niña sin tus lágrimas” XXVI
o
          “en los sueños de una niña que no quiere dormir"
o
          "hay una muchacha que quizás olvide o lea palabras como éstas" XXXI

Bien podría ser el cuerpo de Hades, el raptor:
          “mi boca tiene sed de tu sustancia:
          solo, pues, con mi amor, y en soledad conmigo" I
o
          "y la edad otoñal es rechazada por la fugaz juventud
          y una orgullosa opinión quiere alejarte de mis versos" IX

Para hablar sólo de la metáfora de un cuerpo que bien puede ser otro, para hablar del amor de uno o del amor de todos.
Resignificar el mundo a través de los versos, que son versos metafórica y literalmente, que se desconstruyen en la lectura y se construyen, en donde la tinta y el sudor son lo mismo, son el poeta que se deshace y se rehace en cada palabra, que deja en la superficie de un verso, en la superficie de una piel que está y no está.
Al interior del poemario observamos que los mismos significantes se desplazan para dar lugar a la metáfora del cuerpo y del amor; y son las partes que dan cuenta de la construcción del mismo poemario, el desplazamiento es construcción y desconstrucción:

          "porque un verso borra así a otro verso,
          y el amor borra al amor, lo ataca, lo destruye." X

          "Mis versos combaten así contra sí mismos" VI

El lector debe rastrear en las huellas que dejan los significantes para intentar una re-construcción, el comienzo de la autoreferencialidad, de la poética, en las palabras que son significantes vacíos: "de amar de tu ausencia tu aroma en los espejos" I
La transformación del lenguaje, de la lengua de todos que no necesita los mismos significantes para ser comprendida, la que tiene que ver más con nuestra naturaleza, con los ritos que sólo puede experimentar el cuerpo ¿Quién conoce la lengua de las piedras? ¿Quién la del viento? ¿Qué importan los pájaros? siempre vuelven y los peces siempre beben y los hombres recomponen su patria de palabras. El ciclo siempre se continúa, nadie para el fluir de los significantes porque no es posible frenar.
La metáfora es claramente la sustitución de los significantes, significantes que tocan al cuerpo pero inmediatamente lo abandonan para ser componentes del poema. Todos coincidimos en este desplazamiento, en estos nombres que sustituyen al amor y al cuerpo de todos, a las palabras que son de todos y de nadie.
El ciclo que nunca acaba, el significante que se desplaza infinitamente, es el que "comienza y termina, que acaba y que empieza" XXXI

(CLAUDIA SAN ROMÁN)



CRÓNICA DE UN RETORNO

Vuelve el poeta, como en el 79 lo reciben los mismos amigos ¿los mismos? digamos, los de entonces, porque sus rostros se notan mas maduros y contradiciendo a Gardel nos dicen que dieciocho anos son algo., que un soplo arrasador no los puede desaparecer como si fueran cifra escrita con polvo de gis.
1979. En ese año el poeta Saúl caminó por nuestras calles. A la mejor su aliento y el de las palomas de la plaza Hidalgo bebieron el mismo aire; a la mejor él y yo sin conocernos cruzamos Padre Mier apurados porque un Ruta 31 no hizo caso al semáforo. Saúl estuvo aquí y como señal de su presencia quedó un cuaderno de cantos y elegías publicado por el grupo Caligrama. En ese entonces estaba la plaza Zaragoza, una lluvia anaranjada caía infectando las casas de la colonia Obrera, los industriales de Monterrey con todo y su audacia zorruna aun no encontraban la estrategia para controlar el poder publico, los priístas lo impedían depredando en sus dominios -cómo les repugnaba esa chusma a su lado —en las fiestas del casino, como si fueran tenis de cartero, dejaban sobre la mesa sin probar los melitsànes popoutsàkia y se marchaban cuando la esposa de algún ex gobernador empezaba a presimir de un abolengo otorgado por un cura de Ciudad del Maíz.
En aquel tiempo Teresa Meléndez escribía sobre la cuestión chicana en la revista Plural, María Belmonte tenía dos nombres, y yo, con cartas tupidas de elogios a los editores conseguía publicar mis miniocurrencias en la revista El Cuento. Miguel Huezo Mixco como Ginsberg pensaba que las ciudades son una basura, aunque el salvadoreño usó la idea para iniciar un poema y el norteamericano para vivir de ella por un buen tiempo. Por esa época Saúl trabajaba en un paisaje lírico hecho de cenizas de almacenes arrasados por estíos estelares, y en ese domingo, en el que supongo escuchaba algún tango, Colita su perro, era la figura relevante y sin recurrir a artificios surrealistas, entre confusas espirales, lo hizo respirar como un hombre y así selló su obra magistral mente. En esa tarde sus zapatos parecían un par de gazapos asustados, no querían salir de abajo de la cama, aún estaban resentidos de un mal sueño y temían que de nuevo en otra pesadilla su dueño se descalzara y los dejara solos para escapar de sus perseguidores.
Pero eso fue ayer y es tiempo de cerrar el telón de las fábulas. Hoy desde el Manolín mientras bebo café rodeado de ancianos parlachines imagino que a esta hora Saúl se prepara para presentar su mas reciente poemario -se afeitó y esta a punto de preguntar si puede ir a pie al lugar del evento; si acaso recorre la cortina, al mirar a la calle -conociendo su gusto por la literatura brasileña y los edificios cercanos al hotel donde lo hospedan, va a sentir que se encuentra en el Recife de Joaquín Cardozo, que as janelas son bocas desdentadas que cantan a la mudez imbécil de los espacios inmóviles; o tal vez el paisaje no le resulta tan patético y a la manera de Ledo Ivo en París, colocando el mercado Colón en lugar de la Eiffel, piensa en la posibilidad de crear un poema que titulara —Un Uruguayo en Monterrey.
Hoy cumple un año más de muerto mi amigo Everardo Zavala y como quedé de ir a brindar con él en La Cabaña me es imposible asistir a la presentación, pido disculpas por no ofrecer destalles del evento pero para que esta crónica no los defraude voy a terminarla con un breve comentario del libro que ha hecho que el poeta Saúl nos visite de nuevo.
AMOR DE TODOS, así se titula el libro, es una gavilla de 31 sonetos dedicados a 31 mujeres. Las severas reglas de la versificación impuesta por la academia no fueron acatadas por el autor y no dudo que si se lo propone con todo y estrambote hubiera conseguido complacer a los custodias de la fosilización, pero como se trataba de ofrendas amorosas existía el riesgo de congelar el canto si lo sujetaba a medidas precisas y Saúl no quería entregar cubos de hielo en las manos que antes le ofrecieron caricias; su intención más clara, creo yo, después de leer Amor de Todos era que la tinta y la sangre fluyeran mancomunadas bajo el estremecimiento de la sombra de Eros, y uno de sus propósitos mas firmes fue sin duda el de plasmar el testimonio de quien sabe que la intensidad del amor es independiente de la corta o larga duración del tiempo en que se amó.
Estos cantos con dedicatoria aunque están confeccionados con un esquema occidental por su contenido fraternizan más con la poesía arábiga que se llama Gazal; cuando uno recorre las paginas de Amor de Todos de inmediato revive el hedonismo fomentado por Hafiz y vuelve a Reafirmarse su declaración de que el recuerdo del amor es la resonancia mSs querida para el corazón, así suceda en Montevideo, Shiraz, Chilangotlán o Monterrey.
Las provocadoras de Amor de Todos, junto con otras 27, se llaman Julieta, Beatriz, Isolda y Elena, pero no son las de Romeo, Dante, Tristán y Héctor, son amigas que un tiempo compartieron afectos con Saúl, pero más que eso son la media naranja necesaria para que produjera esos frutos perdurables, esos versos que brotan entre espejos impregnados por fragancias bestiales y sartenes con restos de ajo chamuscado; entre la incapacidad de explicar por que el hambre y la soledad se parecen, y moscas que defecan en el papel donde el poeta dice a una de ellas que sus años estaban di senados por la intocable luz de los cometas.
Ovidio, en uno de los epígrafes que abren Amor de todos dice que el único bien que posee para regalar son sus palabras; Saúl, siguiendo los pasos del autor de La Metamorfosis ha obsequiado sonetos a sus amigas, espero que el poeta siga frecuentando mujeres sensibles, porque sería lamentable que féminas calculadoras desdeñaran su laúd hedonista, porque los que esperamos nuevos trabajos de él, si va a regalar joyas en lugar de palabras, de nada nos serviría mirar cómo destellan los rubíes en los orejas sordas a las sílabas que avivan el fervor del espíritu.

(GUILLERMO MELENDEZ, 7 de noviembre de 1997)






 

regresar