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José Z. Tallet. Poesía y prosa    
    Editora del fonograma:    
    Palabra de esta América    
por José Zacarías Tallet    
Colaboración: Eduardo Ortiz Moreno    
Página web de Voces que dejan huellas    

    Este poema forma parte del acervo de la audiovideoteca
    de Palabra Virtual

Poema de la vida cotidiana


A Carlos Montenegro


Hazme el favor, recorre conmigo Montenegro
desde el andante quedo hasta el tonante allegro,
                           (¡que me gustan las rimas rebuscadas!)
toda la escala sórdida de las cotidianeces.
Pues tú, mejor que nadie, eres el compañero
idóneo de mi ruin dolor pasivo, ya
que la vida, penas te regaló con creces,
el haber de tus dichas muestra una cifra: cero;
y es vocablo mezquino para nombrarte, “hermano”.

Pon tu mano piadosa en mi mano, deja por hoy
tus dolorosas nimiedades,
y junto a mí, recorre compasivo
toda la gama insulsa de las vulgaridades.
Antes que nada una jaculatoria:

Gloria
al buen dios del trabajo, develador de ensueños
y bellas realidades ensoñadas,
que nos depara dueños,
obscuridad, nepente, luz, pan y frazadas.

Los números son bellos, tienen su poesía
y su filosofía;
es responsable de esto el divino Pitágoras
a quien, cuando pequeño,
debieron darle jugo de mandrágoras.
                           (¡Qué me gusta rimar por los cabellos!)

Comienza la semana laborante:
lunes por la mañana.
Después de 36 horas de asueto
penetro en la oficina:
“¡Hola, vate!” me saluda un compañero,
y a manejar en el papel, miles de pesos.

Otro colega se me acerca a poco
y en tono misterioso: “Yo le suplico
que me saque un verso,
pero no de ésos con una línea corta y otra larga,
sino de cuatro en cuatro iguales;
como los de los foros de la fama, los
poetas verdá, Juan de Dios Peza, Mata,
Flores y Plácido y Zenea, y los de las Arpas Cubanas;
y que hablen de amor y de la luna.”
Lo quiero pa´ mandárselo a una cajne,
que es un poco romántica.

Me llama el jefe, un asno con levita,
— alma de Shylock con dos dedos de bondades
“Mire, no sé, no entiendo este balance”,
dice, le grito, me contesta, al fin comprende,
o convencido de que no le engaño
se da por satisfecho.
                                    Visitantes
entran a verle, me presenta a ellos
y en tono protector hace mi elogio:
“Es escritor, poeta…”
Los extraños me miran y sonríen,
y su sonrisa se me se me antoja un comentario:
“Debe ser un comemierda”.
Y me sonrojo, balbuceo, niego...
¡Qué momento para quien es poeta vergonzante!
El amo:
“Siempre le estoy aconsejando
que no pierda su tiempo escribiendo versitos
que eso no da nada;
mucho más productivo
sería escribir libros de relajo”,
y suelta una estridente risotada
el muy cretino.

Otra vez entran dos muchachas.
Y aquí de los apuros
para, sacando el pecho y
teniéndome tieso,
de los viles fondillos esconder el remiendo.
¡Angustia de las sonrisas restringidas para ocultar
los dientes que nos faltan!
De nunca dar la espalda
para no proclamar a los cuatro vientos
el divorcio forzado del barbero.
Y así, semana tras semana.

¡Loor a las rondas de chinos
por nuestro incógnito prestigiadas!
Estériles amores de los sábados,
báquicos nirvanas de los últimos,
nepentes espaciados de las licencias,
vacaciones dolientes de las quintas,
lotería falaz de los garroteros,
sorpresa millonaria de los terminales,
¡gracias por la emoción efímera,
gracias por la amnesia momentánea!

¿Y así día tras día,
año tras año hasta la meta?
Sí, y si quieres entrar en el dinero,
tienes que ser un sinvergüenza.
Si no, te cae la mala,
ya los tuyos, si hay tuyos,
no les queda
ni siquiera para el entierro.
Y así acabó Tallet o acabó Montenegro.
Luego, conducirá los restos a su asilo
postrero el agorero carro municipal, según paso,
maquinalmente se alzará algún sombrero.
Después, reposo anónimo en la fosa común.

Ni la rotunda esquela que la mirada hiere,
ni una flor, ni un responso, ni un comento pueril
y la noticia sólo sabrá quien la leyere
en la Necrología del Registro Civil.

Y por último, al soplo inexorable
del libertario olvido,
desaparecerá sin rastro toda huella,
y “el vivo al pollo” que diría el jefe.

¿Para qué hacer versos?
¿Para qué hacer cuentos?
¿Para qué preocuparse de lo justo,
de lo bello, de lo bueno?
Vocablos casi siempre huecos.
Pretextos
para hacer el ridículo.
¡Qué me dejen tranquilo!
Yo ya domé con puño férreo todas mis ansias de infinito
y oculté en la niara de lo cotidiano el grano de ayer.
Que me dejen tenderme en un remanso muy mío,
una noche muy mía, muy larga y sin luna,
¡y contar las estrellas hasta el amanecer!


De: Poesía y prosa



JOSÉ ZACARÍAS TALLET






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