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palabra virtual

La flor de lis    
    Editora del fonograma:    
    El cuenco de plata    
por Marosa Di Giorgio    
Página web de El Cuenco de Plata    

    Este poema forma parte del acervo de la audiovideoteca
    de Palabra Virtual

Cuando nació, apareció el lobo...


Cuando nació, apareció el lobo. Domingo al mediodía, luz brillante, y la madre vio a través de los vidrios, el hocico picudo, y en la pelambre, las espinas de escarcha, y clamoreó; más, le dieron una pócima que la adormecía alegremente.  

El lobo asistió al bautismo y a la comunión; el bautismo, con faldones; la comunión con vestido rosa. El lobo no se veía, solo asomaban sus orejas puntiagudas entre las cosas.  

La persiguió a la escuela, oculto por rosales y repollos; la espiaba en las fiestas de exámenes, cuando ella tembló un poco.  

Divisó al primer novio, y al segundo, y al tercero, que sólo la miraron tras  la  reja. Ella  con el organdí ilusorio, que usaban entonces las niñas de jardines. Y las perlas, en la cabeza, en el escote, en el ruedo, perlas pesadas y esplendorosas (era lo único que  sostenía el  vestido). Al moverse, perdía algunas de esas perlas. Pero los novios desaparecieron sin que nadie supiese por qué.  

Las  amigas se casaban; unas tras otras, fue a grandes fiestas; asistió al nacimiento de los hijos de cada una.  

Y los años pasaron y volaron, y ella en su extrañeza. Un día se volvió y dijo a alguien: —Es  el  lobo. Aunque en verdad ella nunca había visto un lobo.  

Hasta que llegó una noche extraordinaria, por las camelias y las estrellas. Llegó una  noche extraordinaria.  

Detrás de la reja apareció el lobo; pero apareció como novio, como un hombre habló en voz baja y convincente. Le dijo: —Ven. Ella obedeció; se le cayó una perla. Salió. Él dijo: —¿Acá? Pero, atravesaron camelias  y rosales, todo negro por la oscuridad, hasta  un hueco que parecía cavado especialmente. Ella se arrodilló; él se arrodilló. Estiró su  grande lengua y la lamió. Le dijo: —¿Cómo quieres?  

Ella no respondía. Era una reina. Sólo la sonrisa leve que había visto a las amigas en las bodas.  

Él le sacó una mano, y la otra mano, un  pie, el  otro pie, la contempló un instante así. Luego le sacó la cabeza; los ojos (puso uno a cada lado); le sacó las costillas y todo.  

Pero, por sobre todo, devoró la sangre, con rapidez, maestría y gran virilidad.



MAROSA DI GIORGIO






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