☰ menú
 
palabra virtual

La voz de William Ospina    
    Editora del fonograma:    
    H.J.C.K.    
por William Ospina    
Colaboración: Álvaro Castaño Castillo, fundador y director de la emisora HJCK    

    Este poema forma parte del acervo de la audiovideoteca
    de Palabra Virtual

Notre Dame de París


A Mario Flórez


Siempre llegué al amor por caminos de engaño.
Antes de verte, indemne, frente a mí, en los declives
de un verano imborrable, piedra sagrada, fuiste
un vago sueño de arcos y de luz insinuándose
por el cielo inventivo de mi infancia, y al verte
real como mis manos, calladamente cierta,
tu corteza prehistórica se burló de mis sueños:
no eras el sol de piedra que flotaba en la mente.

Dormía allí una roca. La alzaron siglo a siglo
dolorosas estirpes de polvo. Vi en la noche
las puertas asimétricas, las toscas torres truncas,
los flancos floreciendo de demonios sardónicos.
Sólo vi tu apariencia de navío infernal,
tu alto cuerpo amasado por el miedo, y sentí
que efundiendo la lumbre de la superstición
todo lo contagiabas de pavor medieval
como un grito en la música apacible.

No todo en mis alarmas era error, pero luego,
frecuentando tus nichos, tu esplendor, fui entendiendo
que la belleza llega con máscaras atroces,
que a su primer encuentro lo sagrado horroriza.
Sé que da miedo hallar, hecho ya, lo imposible,
que antes de ser pensado, el mismo cielo espanta.

Así como a los mundos que sin saberlo giran
hechizando la noche con sus brasas perfectas,
vi el vuelo de tus bóvedas, la ebria piedra sin peso
flotando sobre el río de la plegaria humana.
Vi los arcos quebrados, las remotas ventanas,
las altas escaleras cuyo rumbo es enigma,
los cristales que quiebran y disgregan la luz.
Lento husmea el sabueso de la mente en las causas,
tras cada ojiva advierte la previa idea, el acto,
y percibe en las cóncavas, exquisitas alturas,
la labor de una sabia multitud invisible.
Veo en un brusco instante hormiguear los siglos:
la piedra rigurosa
se ordena, fiel al sueño de afanosas estirpes,
cruzan picas, plomadas, martillos, sogas, ángeles,
en el aire alabean ecuaciones y andamios
y fe y miedo trenzados alzan la roca mística.

Y una paz misteriosa nos da el saber que el templo
ascendió de las frentes y las manos del hombre,
por la noche el viento, cayendo hacia los astros.
Que algo divino ardía como fiebre en la sangre,
algo que no sabemos y que no preguntamos,
porque el misterio debe durar en el misterio
y es bello para el hombre que algo perdure oculto.

Así aprendí a querer tu compleja estructura,
allí estaba, envolviéndome,
tu cielo acastillado donde aletea la música,
los colores mordidos por la húmeda tiniebla,
la meditada oblicua de la luz en las criptas,
los sepulcros que agrava un lóbrego latín.
Allí estabas, dibujo fiel de la mente gótica,
retrato de una edad hecha de ley y de abismo,
batalla contra el caos perpetuada en la piedra.
Y te amé en esas tardes sin comprenderte, y fuiste
el sitio señalado para el éxtasis
cuando un aciago amor socavaba mi alma.

Ahora, lejos, Basílica, te recuerdo, orgulloso
de haber amado en ti todo lo que perdura.
En la memoria avanzo de nuevo por tu calma,
se ennoblece otra vez mi conciencia en tu música,
algo anterior a mí tiembla en mí contemplándote.
Morosamente busco lo que conozco y amo,
y no sé, al celebrarte,
qué celebro en secreto, más antiguo y más íntimo;
qué obstinado edificio de la mente o la sangre,
como el rostro anterior que un nuevo rostro evoca,
traza con sus hipérboles la memoria inexacta.



De:  La luna del dragón



WILLIAM OSPINA






regresar