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Saúl Ibargoyen
Magdalena Ferreiro Giardina

Las fronteras y el mundo

Historia(s) de vida

1ª edición digital
México 2014

PALABRA VIRTUAL



Las fronteras y el mundo. Historia(s) de vida
1ª edición digital
©Derechos Reservados

Diseño de portada:
BLANCA MATEOS

Fotografía de portada:
RICARDO CASTRO OROZCO © México 2013

Maquetación y coordinación digital:
BLANCA MATEOS

Esta edición ha sido creada
para su publicación en PALABRA VIRTUAL
con la autorización y supervisión de los autores de la obra.


México, agosto 2014.

 


ÍNDICE

Caleidoscopio de imágenes (1930-1950)

Vocación y militancia (1950-1976)

Frontera desdibujada (1976-1984)

El desencanto (1984-1990)

Puente de palabras (1990-2012)

Nota el pie

Otra nota



                         CALEIDOSCOPIO DE IMÁGENES

Yo nací el 26 de marzo de 1930, a las tres de la tarde. Nací bajo el signo de Aries en la calle Chaná dieciocho veinticuatro. Esa era la casa de una gente amiga, parienta de mi mamá, aunque nosotros no vivíamos en Montevideo, la familia vivía cerca de una estación de ferrocarril, Manga, en esa época aquella zona era un suburbio de la ciudad, ahora ya forma parte de la misma. Ese nacimiento me lo han contado, por supuesto, claro que estuve presente pero no me di cuenta de lo que pasaba… Parece que como yo era muy cabezón, mi mamá tuvo dificultades en aliviarse, por lo tanto hubo que ayudarla, y una tía mía parece que le presionó mucho la panza y se dice que por eso es que nací poeta. Pero son solo leyendas familiares.

Los primeros recuerdos vienen de esos años de Manga. Allí había una casa quinta, un chalet muy a la francesa y un terreno muy grande, con árboles frutales, altos eucaliptos y perros; de ahí quizá venga mi afección por el mundo natural y por el color verde, que además es el color del Islam.

Esos años dejaron para mí muchas imágenes, que de alguna u otra manera buscaron como un camino, como una salida para ser representados a través del lenguaje poético. Esas imágenes siempre han estado conmigo, en el sentido de que aparecen constantemente, claro, siempre quedan con uno, escondidas como el dios de Nicolás de Cusa, pero están apareciendo de modo constante, ha sido así casi toda la vida. Es como una fijación respecto a mi casa primera, como la necesidad de afirmarse en lo que fue quizás el paraíso perdido. No es novedoso lo que planteo, pero lo digo como una actitud vital. Es decir, de alguna u otra manera yo continúo alimentándome de las naranjas que robaba de los árboles o de las uvas que hurtaba de los viñedos cercanos, porque ahí, en esa época por lo menos, había llegado gente sobre todo de Italia; plantaban sus pequeños viñedos, hacían su vino casero y hacían su pan. Había una familia vecina —pues los terrenos estaban pegados—… era una familia italiana, de apellido Camargo, esa familia era de origen campesino, no sé de qué parte de Italia, y trabajaban en la construcción los dos hijos y el hombre de la casa; la señora era ciega y sin embargo hacía el pan y no se quemaba las manos.

Ellos habían hecho un horno, y eso para mí fue muy sustancial, porque ahí fue donde tomé vino por primera vez, ¿qué tendría? unos tres años, recuerdo. Una vez me dieron un trozo muy grande de pan, hecho por ellos, calentito todavía del horno, le pusieron vino y azúcar y me lo dieron y eso para mí siempre fue como un acto iniciático. Creo que fue como una vinculación nueva con olores y sabores que si bien eran producidos por un acto cultural, como lo era hacer el pan y hacer el vino, estaban muy vinculados con la tierra. Yo creo que eso fue quizá la ocasión más importante que tuve para afirmarme y sentirme terrestre y terrícola, que son dos cosas distintas, obviamente. Yo comí aquel pan y casi lo bebí porque estaba empapado en vino, yo estaba debajo de una parra, había sol, entonces de esa manera me iba a vincular también con los otros elementos que siempre nos tocan, recordando a Empédocles —filósofo de la naturaleza, filósofo griego—, que hablaba de los cuatro elementos: el aire, la tierra, el agua y el fuego. ¿Dónde estaba el fuego? estaba en el sol de aquel día, ¿dónde estaba el aire? en las hojas verdes que se movían, ¿dónde estaba el agua?, era el vino, una especie de transustanciación; la tierra estaba también porque tenía que ver con el pan, porque de ahí viene el trigo, claro.

Eso fue un acto que uno lo puede interpretar en un sentido místico, pero aquel niño no sabía qué eran esas cosas, el niño que yo fui, sintió esa actitud y cuando el niño fue dejando de serlo, recién empezó a entender lo que había significado.CON SU HERMANA RUTH Y DOÑA PASCA, BARRIO MANGA, MONTEVIDEO,1934

Ahí vivíamos con la familia: mi padre, mi madre, mi hermana y unos tíos —porque a veces los problemas de la vida cotidiana material hacen que se junten las personas para sobrellevar mejor las dificultades— había también unos perros que cuidaban el terreno, cuidaban la casa, uno de ellos se llamaba Chaplin y le decíamos "Chaplín" y donde estábamos nosotros con mi hermana siempre estaba el perro.

Recuerdo que a veces pasaban los gitanos vendiendo sus ollas y utensilios de cobre. Los gitanos estaban satanizados, se decía que eran secuestradores de niños y gente de muy malos antecedentes. Todos son feos prejuicios que uno con el tiempo comienza a vencer. Más adelante aprendería que los gitanos fueron uno de los grupos perseguidos por el nazifascismo como seres inferiores. Pero para mí ese mundo de los gitanos que pasaban, era un mundo mágico como también de alguna manera era mágico contemplarlos, al igual que contemplar los pájaros, los gorriones, las golondrinas obviamente y los horneros que aquí no hay, en México no hay horneros, es una gran falta, una gran carencia para la pajarería mexicana. A mi padre le gustaba además tener pajaritos en sus jaulas, a mí nunca me gustó ver nada enjaulado. Eran esos pajaritos llamados mixtos, los infaltables gorriones, cardenales también había, así que toda esa pajarería sureña de alguna manera se fue incorporando con imágenes que no dejan de visitarme.

También recuerdo las reuniones que había con gente amiga y familiares. Grandes asados de carne roja… recuerdo una corvina asada, y como yo era chiquito, pues me pareció que era una especie de ballena o un tiburón soltando humo, una cosa enorme, pero solo era una corvina muy grande que se hizo asada a las brasas.

Son los olores y sabores que ya no te abandonan. Entonces, curiosamente, cuando huelo una naranja, me remito instantáneamente a esa época, mejor dicho: uno no vuelve al pasado, el pasado tampoco regresa, uno es ese pasado. O sea que el pasado no existe, lo que hay es un presente continuo dada mi concepción del tiempo. Yo no tengo un concepto lineal del tiempo, ni tampoco un concepto cíclico del tiempo, ni una espiral, ni un círculo, ni una esfera.

Luego, entre muchas cosas que recuerdo, están los días y las noches de lluvia. Particularmente, cuando aparecían los animales del agua o de la humedad, las ranas, había lagartijas también, muchas lagartijas. Cuando las veo aquí en México, obviamente las asocio con aquellas: es inevitable, es un fenómeno instantáneo. O el olor de los eucaliptos. Cuando paso por algún lugar aquí en México, donde hay eucaliptos, tomo algunas cápsulas, las huelo y me instalo otra vez en ese pasado tan real como imaginario.

Hablando de las ranas y los sapos, yo observaba cómo salían a cazar insectos; había unas ranitas verdes, casi transparentes, que se trepaban por los vidrios de la ventana, las veía de adentro de la casa o a veces afuera según la luz, entonces se quedaban ahí para cazar insectos. Recuerdo que veía los cuerpos transparentes, verdes, eran como de cristal, eran como animales mágicos, así me parece ¿no?

Una vez que yo estaba enfermo, me trajeron una coneja blanca de ojos rojos para que me acompañara; nos hicimos muy amigos con la coneja… Claro, los conejos son prácticamente mudos, no sé si pudimos hablar demasiado. Pero en un poema breve de un libro, creo que es "Bichario", en ese poema no sé por qué, apareció aquella coneja.

Recuerdo mucho también las horas en que —y esto me recuerda a Dante en "La Divina Comedia"—, la mosca cede el lugar al mosquito, al entrar el atardecer, y que luego yo aprendería años más tarde en Uzbekistán, donde también se define como "la hora en que no se distingue el hilo blanco del hilo negro".

Hubo también dos o tres situaciones que me marcaron mucho, que entraron profundamente en el inconsciente: el paso del Graf Zeppelin —luego me enteré que hizo historia—, aquel invento de Ferdinand Von Zeppelin, aquella especie de hazaña de la ingeniería alemana que luego fue abandonada. Bueno, yo lo vi pasar en un día de mucha luz, pasó aquello por el cielo, a una altura que obviamente yo no podía determinar, lo veía como del tamaño del mundo. El Graf Zeppelin sobrevuela Montevideo el 1 de julio de 1934Es como una comparación tardía, pero se veía como una especie de gran cigarro plateado que brillaba mucho, era como un brillo de plata blanca, un gran pez sin aletas ni cola, en él se mezclaba el amarillo violento del sol con aquel reflejo argentado, dos metales ricos, digamos, se mezclaban allí en una alta imagen. Para mí fue como un animal enorme que volaba en una libertad sin alas.

Luego, la otra situación también muy marcante fue cuando mi madre se lastimó un ojo con una rama, entonces conocí la furia de la sangre. Seguramente, ya había tenido otras experiencias con la sangre pero no las recuerdo, pero ahí sí recuerdo como que vi la sangre por primera vez. Aparentemente, era una herida muy seria pero se había lastimado nada más el párpado, entonces no hubo problemas desde ese punto de vista, pero la visión del ojo lleno de sangre fue muy impactante para mí, además era mi mamá. Quizá haya sido una especie de primer encuentro con la muerte, porque lastimar un ojo es apagar una luz y uno siempre asocia la muerte con la sombra; además, utilizamos los ojos para soñar también, son una máquina que ayuda a soñar.

Recuerdo también a mi padre, muy delgado en esa época, luchando con el motor de su Ford del año veinte y tantos, para tratar de que funcionara.

Mi padre venía de la burguesía rural. Era del departamento de Tacuarembó, donde nació Carlos Gardel, mi madre era originaria de Durazno. Él venía de aquellas familias de hacendados medios que habían decaído a causa de la crisis iniciada ya a finales del siglo diecinueve, la crisis de 1890 en adelante. La muerte de mi abuelo hizo que mi abuela —eran todos vascos, unos vascos así, tremendísimos—, no pudiera hacer frente a toda una situación en el campo que produjo la caída económica de la familia. La muerte de mi abuela fue una muerte absurda: ella tenía una especie de neumonía y para curarla, la envolvieron en sábanas empapadas en agua fría porque tenía una fiebre muy alta y con eso se incrementó, pero eso ya son temas que quizá revise en otro momento.

El hecho es que mi padre trató de sobrevivir al derrumbe económico. Hizo algunos estudios pero no pudo terminar, fundó una pequeña empresa que se llamaba "Indio" —yo conservo todavía un cliché en metal para imprimir el logotipo de la marca donde aparecía, claro, un indio… aunque en el país hace tiempo que no los hay, solo descendientes—. Lo que mi padre fabricaba eran como unas soluciones, o sea, insecticidas y veneno para repeler el ataque de los animales malignos sobre las cosechas. Eso fue un negocio que obviamente no daba mucho, tenía que ver en parte por el lugar, aunque ahí había muchas plantaciones, sobre todo se plantaban viñedos. Él tenía como un pequeño mercado de clientes, pero era insuficiente para cubrir gastos y dejar utilidades. Nuestra casa, ese chalet, fue prácticamente una de las últimas propiedades de la familia.

Es el derrumbe económico de una clase digamos de burguesía rural media muy vinculada con la cultura francesa y con los valores que se manejaban, sobre todo la música, ya clásica, ya popular, y la ópera. Mi casa siempre estuvo llena de música. Mi padre tocaba el piano y la guitarra, tocaba de oído. Mi madre tocaba la mandolina. Un tío mío, médico, era un fino guitarrista, un ejecutante clásico, pero nunca dio un concierto; el componía, yo lo escuché alguna vez, tocaba magníficamente. Mi hermana cantaba muy bien y el buen oído que uno tiene es en parte genético y en parte trabajado, aunque yo no toqué instrumentos, solo estudié guitarra un tiempo, y también alguno de mis hijos. Uno de ellos, el segundo, tenía un conjunto de rock, otros miembros de la familia tocaban bien algunos instrumentos, pero sin haber estudiado. En ese sentido, era tomar la música como una especie… no digo de divertimento, pero sí algo placentero, comunitario, identitario, no como una obligación social.

Toda esa etapa de la primera infancia sigue siendo decisiva, sigue siendo parte de mi formación.

Volviendo al Ford de mi padre, yo veía la lucha titánica de él para ponerlo en marcha, porque para mí todos los objetos eran como animales, el Graf Zeppelin era un animal, el coche de mi papá era un animal, un simple Ford del año quizá veintiocho, no sé de qué año era. Para hacerlo arrancar había que mover una palanca pesadísima. Mi padre era un hombre muy fuerte y a veces conseguía que funcionara.

Pero esos fueron los últimos retazos de una relativa situación material basada en la producción pecuaria en pequeña escala y en la acumulación lograda, que no fue mucha. Eso hizo que también yo estuviera, desde edad temprana, muy vinculado con el campo uruguayo, años después sería en Brasil.

Luego de ahí la familia pasó a vivir a la ciudad. Porque ir de estación Manga al Centro, como se le llamaba, era una verdadera hazaña. Mi madre trabajaba allá, era modista, ella trabajó años como modista y se jubiló como tal. Era muy buena, se especializaba en hacer vestidos de novia, tenía una gran creatividad para eso. Ella a veces tenía algunos clientes y se iba al Centro, en unos autobuses que demoraban varias eternidades. Salía de mañana y volvía de noche. Visto ahora, las distancias que no son tampoco cortas —se recorren en media hora digamos—, aquello era un viaje, no sé, de al menos dos horas… Una ciudad que tendría en esa época poco más de medio millón de habitantes.

La ciudad creció y aunque las distancias son escasas porque Montevideo es una ciudad engañosamente pequeña, ir al Centro era una aventura, se consideraba un acto casi heroico. O si no, se iba en tren, porque también estaba la estación de tren cerca de la casa. Estación de trenes de Manga (Montevideo)Ahí tomabas el tren y te bajabas en la estación Central. Ahora casi no se utiliza —sólo para exposiciones—, creo que hay algún tramo de tren todavía muy corto. Con la modernidad tardía, luego de la dictadura, eliminaron los trenes, con lo cual aislaron a numerosos pueblos del interior. Eso fue una especie de crimen histórico. Sé que ahora hay planes de rehabilitación del sistema.

Bueno, esas eran las maneras de movilizarse. Recuerdo que cerca de la casa también había una parada de autobuses y al lado una especie de almacén, restorán popular y bar. Estaba en una especie de límite entre lo que era el campo y la ciudad, entonces eso tenía características de pulpería, las viejas pulperías donde se vendía de todo y que eran un lugar de encuentro, ahí hasta te daban una comida; de pronto podías tomar un trago y hacías la compra; era un centro social y económico que se dio en el Cono Sur, no solamente en Uruguay, en Argentina también. En Honduras hay algo similar y con ese mismo nombre. El edificio mencionado aún permanece; la última vez que anduve por ahí todavía estaba. Ese viejo edificio era enorme, como el gran casco de una hacienda, luego se convirtió en eso que nosotros llamamos "almacén", dije que era un lugar de reunión, un lugar para hacer sociabilidad. La gente de la zona ahí se encontraba, se tomaba su trago de caña o de aguardiente, de grapa o de vino, se iban a hacer las compras y al mismo tiempo era una parada de camión.

Curiosamente, muchos años después, como treinta años más tarde, unas tías que vivían con nosotros, compraron una casita por ahí cerca, a donde fueron a vivir, como volviendo otra vez a los mismos lugares, a unas pocas cuadras de donde habíamos vivido, en el viejo chalet que todavía existe, el chalet permanece, ni sé cómo, aunque el terreno fue dividido. Yo estuve por ahí, claro que las imágenes nuevas no casaban con las anteriores, los grandes eucaliptos ya habían desaparecido, pero sigue siendo todavía una zona de características semirrurales, hay todavía terrenos grandes, no está todo edificado, quiero decir hay más casas. No se urbanizó totalmente, hay como una resistencia en todo lo que queda todavía, o sea, de los restos de la vida campesina que se niegan a desaparecer.

Para nosotros, "campesino" es una categoría que no usamos. En el Cono Sur hablamos de pequeños y/o medianos productores agrícolas. Yo hablo de campesinos por el origen de la gente que fue a ubicarse ahí, procedente de Italia y otros países.

Eso obviamente ha cambiado mucho, donde había una cancha de fútbol, se instaló una fábrica de artículos de material plástico, lo que contaminó la zona, las pocas aguas que hay. Esa fábrica no sé si está todavía, es decir, esa modernidad que unos llaman así —yo no la llamo de ese modo—, se expresa como una violación, esa fábrica de material plástico contamina algo más que el agua. Todo aquel primer paraíso que para mí era la zona alrededor de la casa, se mancha, se ensucia con la industrialización forzada, que no correspondía a ese lugar tampoco. Es una mugre que toca lo espiritual.

En los años cincuenta yo iba con frecuencia (volvía cada tanto, para recordar todavía), a veces a comprar vino, porque ya vimos que había gente que plantaba y hacía su vino; todavía a veces iba a recordar el primer vino aquel, bajo la parra, tomando los vinos más recientes.

Ya dije que luego de ahí nos fuimos a la ciudad —lo que era la ciudad—, que en ese momento tal vez tuviera seiscientos mil habitantes, ahora debe andar por el millón y medio, tal vez menos, casi la mitad de la población del país, que debe estar en los tres millones trescientos. Es un país cuya población no crece; tiene un crecimiento de primer mundo, siendo parte de los países que tratan de desarrollarse económica y socialmente.

El paso a la ciudad se dio en sucesivas etapas. Nos íbamos cambiando muy seguido de casa, no a apartamentos, sino a casas. En verdad, nunca vivimos en departamento. Primero estuvimos en varios sitios, luego fuimos a la que —en una de las últimas etapas—, creo que era la última propiedad que le quedaba a la familia de mi padre en la calle Juan Paullier, número trece dieciocho; un barrio cercano al Parque Rodó, un barrio de clase media intercalada con clase más pretenciosa, con algunas casas que todavía se conservan (casi incluso como inserciones de burguesía y de pequeña burguesía); esas casas muy buenas que hay en Montevideo, que es una ciudad donde hay construcciones realmente de primera calidad (en la Ciudad Vieja, en el Prado, en Carrasco, según donde la clase alta o la clase media para arriba se instalara, aparecían buenas construcciones, a veces la clase alta se cambiaba y eso quedaba ahí para otros usos, algunos sin nombre…). Las modernas edificaciones han generado cambios sustanciales en el paisaje urbano…

Esa casa de la calle Juan Paullier la recuerdo muy bien porque mi familia, para solventar la situación que estaba muy difícil, recurrió a la renta de habitaciones, como una pensión con comida o sin comida, entonces eso tuvo mucho que ver con mi propia vida, porque ¿dónde estaba la soledad? Por ejemplo, en otras casas como la de la calle Isla de Flores, la calle Maldonado, luego Juan Paullier, que fue la última casa donde hubo pensión, mi madre y mi tía cocinaban para los pensionistas, eran gente a veces del interior que iban a estudiar a Montevideo, o personas solas o de cierta edad; se precisaban casas muy grandes. Venían a ser las viejas casas de la burguesía pero, ¿dónde estaba la soledad? No había soledad, y yo que siempre fui un niño, más o menos aislado, no un autista, porque no era un autista, pero en general, me gustaba estar solo, como ahora, todavía tengo eso, no es un hábito, es una manera de ser, una necesidad de soledad, así como también tengo necesidad de compartir, es una especie de vaivén. Aquella era una soledad que estaba constantemente en peligro.

La soledad era algo cambiante, según las zonas donde nosotros nos cambiábamos —porque íbamos según el viento social—, a veces compartimos con familiares de ambos lados, así compartimos casa con las hermanas de mi padre, también con las hermanas de mi madre; éramos como tribus, reuniones de clanes que se formaban al amparo colectivo y luchando por la supervivencia más o menos decorosa. Porque había ciertos valores clasemedieros mezclados con el pasado de burguesía media rural, unido a cierto nivel de instrucción —aunque mi gente no había pasado por la universidad—, que necesitaban una determinada mas no exigente apariencia, como un modo de vida basado en una dignidad de clase ajena a lo material. También vivimos en la calle Gonzalo Ramírez. Esto lo doy sin un estricto orden cronológico porque van apareciendo las imágenes y se mezclan un poco según los barrios donde estábamos a medida que el niño en mí crecía.

Yo siempre fui a la escuela pública y a la secundaria también pública, a más de un poco de prepa en que llegué a dar dos exámenes solamente; hasta ahí llegó mi formación académica. Según los barrios eran también las experiencias sociales que aquel niño iba haciendo.

Ahora, como mi hermana era tres años mayor que yo, de alguna manera se convertía en el sustituto autoritario de la mamá. Mi mamá era una personalidad bastante fuerte, muy luchona, en la cual había como una contradicción, por un lado era el combate por derrotar las dificultades de cada día, y por el otro un cierto escepticismo, era como un vaivén. Yo no recuerdo haberla visto deprimida; desanimada posiblemente sí, por los problemas que había que enfrentar diariamente: ella trabajaba en la casa de sus clientes o trabajaba para una persona que tenía un taller de costura y que explotaba vilmente a sus empleadas, me acuerdo que les pegaba con un trapo mojado, ¡les pegaba! A mi mamá no. Nosotros íbamos con mi mamá porque no tenía con quien dejarnos ¿quién nos cuidaría? Ese aprendizaje de la explotación, el aprendizaje de la pobreza, forma parte también de mi cultura y todo ese abuso que se hace de los demás y que yo lo vi multiplicado, creo que tuvo mucho que ver con mi cultura política posterior hasta hoy. Como diría el viejo Carlitos Marx "yo estoy siempre del lado de la humanidad doliente".

Si altero el orden cronológico, podría hablar de la calle Isla de Flores. Ahí alquilábamos una casa, en ese tiempo era un barrio bastante bravo, la calle Isla de Flores, a partir de Ejido hacia el puerto, se llama Carlos Gardel ahora. Sobre esa calle hay un tango que canta Gardel y un poema que yo escribí. Ahí yo hice un aprendizaje no muy largo pero sí muy importante, porque en verdad me sentía exiliado. Cuando nos tuvimos que salir de Manga, del paraíso, y fuimos a la ciudad; creo que este fue el primer exilio.

En la calle Isla de Flores, nosotros —con relación a la mayor parte de la gente que vivía en esa cuadra y en otras—, éramos como una clase alta, sin embargo, socialmente integrábamos una capa media que apenas sobrevivía con cierta dignidad. En esa casa se rentaban habitaciones a los empleados del Banco República que habían venido del interior. Mi madre cocinaba para ellos y nosotros teníamos prácticamente una habitación, la cocina y un pequeño comedor, nada más. Es decir, siempre el problema del espacio, de la apretura. Además, salir a la calle era un riesgo, por todos los chavos —sobre todo los de la cuadra, porque los barrios se dividían por cuadras—, era una feudalización por decirlo así, pero no tipo Edad Media; una feudalización hecha por los sectores sociales bajos, digamos, de cada cuadra. Era una fragmentación que tenía obviamente un origen social. Había vecindarios también, que allá se llaman "conventillos" y los chavos jugaban al futbol en la banqueta, había árboles y la cancha era la calle y la banqueta, y la portería estaba entre el árbol y la pared, ese era el espacio.

Una vez, recuerdo que me concedieron la gracia de que jugara un poquito con ellos —porque yo no era de su mundo y obviamente me rechazaban—: un día no sé por qué me pusieron de portero, a todos los porteros les hacen goles, a mí me hicieron uno y ya me querían dar una tremenda golpiza, tuve que huir corriendo a mi casa, porque era así, un mundo muy salvaje, brutal.

También una vez que pasaba un heladero yo le compré un helado de a vintén —que era una moneda de un centésimo—, en ese momento, había un chavito, un poco mayor que yo que miraba los helados con una avidez tremenda, nunca he olvidado ese rostro. Yo le dije: "¿querés uno?", en un gesto totalmente inédito en esa zona y dijo que sí. Para el asombro del heladero, que no podía creer que un niño invitara a otro con un helado y se lo pagara, pues era algo insólito. Bueno, yo tenía dos vintenes y le pagué el helado. Lo hice en un gesto así, digamos natural, solidario. Y en otra oportunidad que hubo un problema conmigo y me quisieron agredir, el muchachito vino, se puso en mi defensa y dijo: "no lo toquen porque él me pagó un helado".

Aquellas vivencias de esa calle tuvieron que ver también con un incidente que pasó con mi mamá. Ella en algún momento había salido de o regresaba a la casa, no recuerdo; pasó un tipo en bicicleta y se metió con ella, no sé qué le dijo; en ese momento llegaba mi padre que traía puesto un sombrero de paja, un Panamá, mi padre llega, oye y le responde al tipo. Ahí nomás se agarraron, porque mi papá era un hombre muy pacífico, pero como todo vasco podía pasar súbitamente del pacifismo a la violencia —no con nosotros, porque nunca hubo violencia familiar, solo una vez que se enojó, dos veces que se enojó—; entonces le subió la vascada a la cabeza y se puso a los golpes con el tipo; el tipo se vio mal, tomó el inflador de la bicicleta y le dio un gran golpe a mi padre en la cabeza, pero él tenía su sombrero de paja que se deshizo y eso lo salvó. El tipo se subió a la bicicleta y desapareció, mi padre corría pero no lo alcanzó. Así fue una de las situaciones que recuerdo más.

Por otra parte, a veces íbamos al cine muy de vez en cuando; fuimos a ver una película que se llamaba "La maldición de la momia" o algo parecido. Esa película fue muy importante para mí, fíjate que pasados muchos, muchos años, se publica en Montevideo un libro mío que se llama "El escriba de pie", que ya había salido aquí en México, en el año dos mil dos, en cuya portada aparece una momia con la "ramh" o Llave de la Vida, la momia o la representación de alguna divinidad… ese es un libro que tiene que ver con un viaje a Egipto que realizamos en 1998…

Nada ocurre por casualidad, hay como un entretejido de cosas, quizás nos conduzcan a ciertos resultados de la vida, o frutos de la existencia, esto no quiere decir que haya un fatalismo, es una serie de factores que se van entretejiendo y de alguna manera vienen a darle un poco de coherencia a este mundo incoherente.

Esa película entonces, me dejó una marca muy profunda, en el sentido de que yo tenía muchas pesadillas —todavía las recuerdo—, porque para que la momia produjera su maldición le profanaban el ataúd, la momia en la película se desprendía de sus vendas y movía su brazo con una Llave de la Vida —que yo no sabía qué era en aquel tiempo y ahora sé que es un símbolo egipcio del cual tengo una copia—, con eso la momia enviaba su maldición y mataba a quienes profanaban su tumba. Obviamente, era una película en blanco y negro seguramente muy chafa, pero a mí me dejó una marca y creo que ahí empezó el viaje a Egipto que hice en aquel año.

Ese filme generó en mí una sensación de asfixia. Me quedó el terror de morir asfixiado, porque en la película momificaban una persona en vida, por eso viene la maldición de la momia; la envuelven en unas vendas y la meten viva en un cofre. Eso me ocasiona una opresión hasta ahora. Además, en una oportunidad había una muchacha que trabajaba en la casa para ayudar a mi mamá. Mi mamá no se daba abasto con su trabajo de modista y mi papá salía a trabajar. Afiche de la película La maldición de la momia Era una mulata bien movida, seguramente del interior, y a veces jugábamos con ella, hacíamos luchas con mi hermana y con ella, y en una oportunidad, la chava me plantó una almohada en la cara y no me soltaba, entonces yo sentí que me asfixiaba; recuerdo que mi hermana la tomó del pelo para sacármela de encima y no sé si me salvó la vida, pero el hecho es que me quedó esa sensación terrible de asfixia, que se une a las imágenes asfixiantes de la película.

Fueron sensaciones que de alguna manera dejan también sus señales en algún lugar del inconsciente. Es curioso, al inconsciente uno lo piensa como una zona de profundidad, pero es como si fuera una delgada membrana, porque todo sale tan instantáneamente, uno piensa que está en nuestro fondo, que envía señales ascendentes en busca de la superficie, yo pienso que es como una membrana que casi no tiene grosor.

Esas fueron algunas de las situaciones que ahí se dieron, en la recordada calle Isla de Flores.

Años más tarde, yo escribí un poema con el cual pasó una cosa muy especial: cuando ya estaba en México como asilado político, mi hija mayor Rosana, que vive en Montevideo, fue a un espectáculo musical de un grupo de jóvenes y ¿qué es lo que escucha? el poema Isla de Flores musicalizado, fue para ella algo tremendísimo. Nunca pudo conseguir el disco, se había grabado después con un conjunto que no me acuerdo como se llama, estamos hablando de los años setenta y siete, setenta y ocho. Así que la calle Isla de Flores tuvo una vigencia muy grande, aparte del tango cantado por Gardel.

Recuerdo también algunas anécdotas de esa época: había unos chavos muy malvados ahí —semi chavos más bien grandecitos—, que ponían en la banqueta un billete de a peso —que era una fortuna para el pobrerío— asegurado a un hilito que no se veía, entonces pasaba alguien, lo iba a tomar, daban un tirón y se lo sacaban de entre las manos, y si ese alguien protestaba, ahí nomás lo golpeaban.

Después había —así como en los pueblos, donde suele haber un loco por familia— en el vecindario, en la cuadra, un hombre de edad indefinida que siempre estaba vestido igual todo el año, tenía un pantalón, me acuerdo, que estaba todo en gris, con una mugre bastante avanzada —cada tanto parece que se bañaba—, un pantalón gris, digo, y unos zapatos así, sin calcetines, y arriba una especie de ¿cómo se llamaría acá? suéter, allá se llamaría pulóver… y con una cuchara en la mano, todo el año de ese modo, caminando despacio y moviendo su cuchara. Estaba siempre así, el tipo era como una especie de mascota, la mascota del vecindario.

Recuerdo también que en la casa de al lado, casi junto a la nuestra, había una residencia también grande, de otras épocas, ahí creo que vivían los dueños, quienes le habían rentado el sótano a un matrimonio húngaro que tenía dos hijos, una niña y un niño. Venían huyendo de la Europa Central, de todos los conflictos post y prebélicos. Mi hermana y yo nos hicimos un poco amigos de los niños que ya hablaban español chapurreado, los acompañábamos a la escuela. Venía una maestra y nos llevaba a todos, porque como íbamos al colegio, en ciertos lugares se metían con nosotros los que no iban y otros del vecindario que iban, entonces marchábamos en grupo, éramos como un rebaño con las túnicas blancas y las moñas azules que todavía se usan. Pienso en mi madre fregando aquella vestimenta escolar casi cada día y me cruje el estómago…

Esos húngaros eran exiliados también, estaban exiliados como otras gentes de Europa Central en todo el Cono Sur. Creo que trabajaban como artesanos, que fabricaban botas y zapatos, no recuerdo bien, se decía que los dueños de la casa eran sus patrones… Vivían en aquel sótano, los niños no podían salir a causa de la misma hostilidad que también nos afectaba, solo salían cuando iban a la escuela. Vivían ahí adentro, sí: era vivir asomando la cabeza. El único vínculo que tenían en el barrio éramos mi hermana y yo.

Después de ahí nos cambiamos a otra casa, que si no recuerdo mal fue en la calle Maldonado. Esa era una casa también grande, una pensión, había más gente también del interior, venían a trabajar o a estudiar; algunos vascos también iban ahí, algún pariente y ahí con nosotros también estaba mi tía Luz, que era mi madrina. Para mí esa casa y esa calle tienen una valoración especial, porque ahí descubrí algunas cosas: una de ellas a través de un suplemento del diario "El Plata", que publicaba cómics, aunque en esa época no les llamábamos así, y ahí en cuadritos estaba el Príncipe Valiente, todavía aparece en algún periódico como "Las Aventuras del Príncipe Valiente"; otra tira de cuadritos se llamaba "Historia de los Abencerrajes", una dinastía árabe en Andalucía.

Esa fue mi primera aproximación a un mundo que siempre me interesó, y hasta ahora, el mundo musulmán, quiero decir, los ámbitos de la cultura musulmana. Hubo anteriormente un libro que se llamaba "El Unicornio Azul y otros cuentos" que no sé quién nos había regalado —porque en mi casa había libros y música—, ése fue quizá una de mis primeras lecturas, más allá de los libros de texto, y eso me hizo entrar en un mundo que todavía me atrae, el de las culturas que para mí forman parte de las llamadas culturas madres. Finalmente, otro libro motivó la lectura de unos cuentos de Tolstoi. Toda esa acumulación me llevó, junto con unos incidentes que ocurrieron en esa calle —hubo una vez una balacera, una cosa así muy rara, porque era un barrio más tranquilo que el anterior; me llevó, decía, a escribir.

Estando yo en segundo año de primaria, escribí mis primeros cuentos, más allá de que esto lo haya dicho otras veces, fueron momentos importantes. No tengo más remedio que repetirlo. Uno se llamaba "El león ciego" que en verdad está muy inspirado en un cuento de Tolstoi y que tuvo que ver también con una visita que hice al zoológico, aunque el león del zoológico no estaba ciego, simplemente estaba viejo y apolillado. Luego, en razón de aquel incidente que hubo de la balacera, surgió otro cuento que se llamó "Un tiro en la calle Maldonado". Eran dos cuentos ilustrados por el autor; porque a mí me gustaba mucho dibujar, yo dibujaba, pintaba y escribía con la izquierda hasta que me obligaron a escribir con la derecha, no sé qué produjo en mi cerebro ese cambio forzado, será por eso que después me hice izquierdista ¡vaya a saber!

Claro que otro descubrimiento fue ver por primera vez lo que tenía una niña entre las piernas. Porque había una niña que vivía en la misma cuadra, que era compañera de escuela, una niña tremenda, yo no sé de dónde vendría eso, quizá de la propia vida familiar. Creo que la madre atendía un kiosco en la esquina o algo así. Entonces, ella nos daba instrucciones, daba los nombres de los objetos sexuales y del cuerpo —aunque después uno con el tiempo va a aprender que debe ser uno sujeto sexual, no objeto sexual—, le daba su nombre a las cosas íntimas, era muy imaginativa para eso, usaba un lenguaje metafórico, no muy agresivo que yo recuerde, pero todo eso me produjo un gran desasosiego, porque en mi casa nunca hubo mención a esas cosas.

Curiosamente, dentro del lenguaje metafórico que usaba esa niña, cuando se refería a su propio sexo lo llamaba "la paloma". Uno aprendió con el tiempo que es un animal muy lujurioso o por lo menos muy reproductivo, es muy agresivo y es caníbal, no sé cómo representa un símbolo de la paz... El comportamiento de las palomas, su vida colectiva y sus hábitos suelen ser muy agresivos, al menos es lo que he visto.

Luego de ahí fuimos a vivir a otro lugar, fuimos otra vez a otra casa, en el barrio de Pocitos. Un cambio de barrio muy importante, en la calle o avenida Gonzalo Pereyra esquina con Charrúa. Fue un lugar también de mezclas sociales, una frontera de capa media-media, digamos, con clases ya más bajas, por utilizar una expresión que no me gusta. En la esquina había una especie de restorán o cantina; se le habría de llamar cantina, un lugar de comidas populares que funcionaba también como bar, cuyos dueños eran un gallego y su esposa gallega. Tenían su hijito gallego, pequeño, movedizo, era terrible aquel niño. Él señor había peleado en el ejército franquista, pero se había escapado del servicio, se había ido, recuerdo que decía haber peleado en África, era curioso ¿no? Un inmigrante franquista, cuando la migración era un movimiento republicano. Estaba aún en los finales la llamada guerra civil en España, ¿cuál? Para mí ha sido la gran guerra española, porque eso fue mucho más que una guerra civil.

Ahí me encuentro otra vez con el exilio, simbolizado por esta gente, para mí, más que simbolizado, aquello era de nuevo un exilio real, se burlaban mucho de ellos porque eran gallegos. En esa esquina se juntaba mucha gente así, de capas medias para abajo, y obviamente hice amistad con el niño, uno siempre tiende a hacer amistades, quizá en ese caso estaba preparando la experiencia de mi futuro exilio.

De esa casa nos mudamos —porque vivíamos en la calle Charrúa casi esquina Pereyra—, por adentro, a Pereyra y Charrúa, ya que los fondos de las casas eran linderos. Hicimos una mudanza por adentro, nos cambiamos de casa y la gente del barrio no se dio cuenta, de repente nos vieron del otro lado. Ahí estuvimos también un tiempo, enfrente había una casa de citas, una "amueblada" muy famosa y muy concurrida. Los muchachos pasaban horas espiando para ver a las parejas que entraban de a pie o a las que entraban en coche. Eso también lo acerca a uno, quieras o no, al mundo del sexo, pero siempre vinculado a lo prohibido, a lo escondido, a lo sucio y eso ha sido lo malo.

También fue la época del deporte, del ingreso al fútbol, yo jugué fútbol mucho tiempo. El fútbol ha sido para Uruguay uno de los factores identitarios más fuertes junto con el tango, Gardel, el asado y el mate. Han sido factores de identidad muy fuertes porque a fin de cuentas todo el mundo toma mate, no solamente las clases sociales que lo aceptan sin distinción, sino que en países vecinos también. Yo tengo muchos amigos de la comunidad judía que también tomaban mate, les gustaba el fútbol y escuchaban a Gardel. Es decir, son elementos de la identidad nacional y más para un país como Uruguay, al que le ha costado tanto eso, sentirse un Estado-nación, un país, no un "paisito".

Fue la época del fútbol también y de los primeros trabajos, las primeras chambas que yo hacía, trabajos circunstanciales que te dejaban unas monedas si tú repartías periódicos o volantes de propaganda por debajo de las puertas, ya de un comercio o de un cine, ya de casas particulares que ofrecían comidas, etcétera.

Mi padre para esa época ya trabajaba en la policía, trabajó ahí hasta jubilarse, era un tiempo en el que la función policíaca tenía una especie de dignidad —aunque los salarios fueran bajos—, que después fue perdiendo. Mi padre trabajaba en las oficinas, pero tenía que usar uniforme y portar una espada, entonces en el barrio, cuando andaba por la calle y de uniforme, se producía un respeto tremendo hacia él, porque representaba el poder, y entonces ahí ya no tuve más problemas de ningún tipo, incluso mi padre se ponía el uniforme y me llevaba al Estadio Centenario a ver el fútbol, nos íbamos caminando, así yo iba con él y entraba gratis. Esa fue la época iniciática del fútbol para mí, todo eso que uno recoge como parte del imaginario colectivo; tiempos del fútbol heroico, ajeno al mercantilismo actual.

Cuando yo nací, Uruguay salió campeón del mundo cuatro meses después, fue el primer mundial que se jugó. Eso fue eco, digamos, del fútbol heroico que se jugó en los años veinticuatro y veintiocho, en los que Uruguay salió campeón olímpico cuando no había campeonato mundial, por lo tanto Uruguay es campeón mundial cuatro veces, quieras que no, es un hecho objetivo ¿no? Y luego el fútbol se dio como una confirmación de la identidad personal. Yo recuerdo cuando íbamos al fútbol. Recuerdo que de repente mi padre se ponía a gritar y me asombraba bastante, él era calmado, era un vasco tranquilo, civilizado, y ahí de pronto se ponía a gritar, era como abrir una válvula de escape, una descarga de quién sabe qué cosas.

El fútbol formó parte de mi cultura así como la música. A mi madre le gustaba mucho la ópera y la música llamada clásica, a mi padre también pero sobre todo la música popular relacionada con el tango y lo que se llamaba la música folklórica, que en verdad no era del todo folklórica, porque si se conoce al autor de una canción, ya deja de ser folklórica. El folklore lo hace el pueblo, es un resultado colectivo y anónimo.

Recuerdo también que había un pequeño jardín en esa casa de calle Charrúa; cierta vez yo escuchaba los maullidos de un gatito, entonces busqué en el lugar y era un gato el cual había tenido un accidente. Agonizó allí muchas horas. Sentía el maullido y yo trataba de darle un poco de leche y bueno, el gato se murió, y yo lo enterré en ese pequeño jardín que teníamos en el fondo. En ese espacio de tierra y verdes variados, como que reanudé mi contacto con el mundo de las plantas y los bichos, era tratar de recuperar el paraíso ya perdido hacía algunos años.

A mi padre siempre le gustó todo lo que fuera volátil, aunque las gallinas no vuelan sino que dan volidos, nada más que volidos; le gustaban mucho los pájaros y las gallinas, porque él también tenía ese recuerdo de su infancia en el campo, en la provincia. Éramos como dos desarraigados en realidad, entonces a los dos nos gustaba todo eso; apegados a esa inclinación, entonces un día se nos apareció un teru-teru, que en Brasil se llama "queruqueru". Acá no sé si hay, al menos no he visto a ese pájaro en el campo mexicano. A aquel bicho le habían cortado las plumas de un ala para que no pudiera volar, y vivía allí, entre las gallinas, pero las gallinas siempre lo agredían. Yo me encargaba de darle su comida y no comía mal ¿eh?, la verdad es que comía carne molida todos los días. Había que protegerlo de las gallinas para que no le quitaran su alimento y ese era mi trabajo.

Además, ahí empecé también con otras actividades estéticas. Comencé a hacer figuras de barro; quizá eso es lo que me ha vinculado también con la cultura sumeria, que es la cultura del barro, la escritura en las tablillas de barro, los objetos de barro, barro cocido o barro secado al sol. Yo hacía muchas figuras, hacía barcos de guerra, perros, elefantes… y los pintaba luego con acuarela y los ponía a secar al sol.

Era digamos una actividad distinta de trabajo con las manos, y siempre como buscando hacer cosas que no existían… claro, había antecedentes y eso siempre fue una tendencia, esa actividad manual que unas veces se olvida porque uno está dedicado a otras cosas. A mi me gusta pegar botones, lavar platos, eso es algo con las manos, será por eso que durante un tiempo, durante bastante tiempo más bien, jugué basketball, que en definitiva es una actividad manual. El andar botando la pelota, buscando encestar. La pelota como símbolo de protección, una esfera que tiene también otras simbolizaciones, estás manejando al mundo ¿no? Y descubres de pronto que hay ciertas formas que ya vienen incluidas en las manos, formas que tienen que ver con un contenido y con un continente, en la doble acepción. Por lo tanto, es algo vinculado también con lo materno, con el seno materno, con el vientre materno, esas son simbolizaciones que te acompañan y que en ciertos momentos regresan desde algún lugar desconocido.

Bueno, por ahí andábamos entonces y a veces yo me perdía tal si viajara. Había unos campos adonde se jugaba fútbol, y me iba por ahí a una vieja estación de trenes. Asimismo, había un cine bien de barrio, y ese cine fue importante porque en él vi las primeras películas mexicanas. Mi mamá era muy aficionada al cine mexicano, sobre todo a Jorge Negrete en las primeras épocas. Así como años más tarde con mi padre, yo iba a ver las primeras películas de Cantinflas. Había otro cine en el Boulevard España, y mi padre me acompañaba a ver aquellas películas de Cantinflas, mientras que con mi madre veíamos las de Jorge Negrete, y años después, con una tía de mi primera esposa, íbamos a una sala céntrica, porque a la tía Elvira le gustaba Aceves Mejía. Íbamos con frecuencia los tres a ver esas películas. Yo estaba como condenado al cine mexicano. Eso forma parte de mi cultura, una especie de ajiaco que a veces cuesta organizar… Y no soy una excepción.

De ahí, del barrio de Pocitos, nos cambiamos a la avenida Gonzalo Ramírez, por la zona del parque Rodó, cerca de la costa, fuimos a vivir con una hermana de mi mamá, mi tía Noema quien se murió hace bastante, a los ciento cuatro años. Fue la persona de mayor edad de la familia. Mi mamá murió de noventa y cinco. Ahí fuimos, estuvimos un tiempo que fue importante para mí, porque ahí empecé en serio con el basket, y empecé la secundaria; época de los primeros pantalones largos, heredados de un hermano de mi padre, el tío Rómulo, fallecido bastante joven. También heredé de él un diccionario enciclopédico abreviado, de donde mi permanente atracción por los diccionarios de lo que sea.

Allá no había jardín ni nada, era una casa en la avenida Gonzalo Ramírez, número dieciocho setenta, a la vuelta del Club Welcome, un club de basket que todavía está, aunque con instalaciones modernizadas. Entonces comencé a jugar basket, la cancha era de arenilla o tosca, al aire libre. Y se jugaba todo el año. Fue también la época del descubrimiento de la vida sexual, ya más en la práctica, un poco adelantado quizás, y luego las lecturas y el mundo de los años de secundaria que son saltos muy grandes. Pasé la primaria y tuve que repetir el sexto año porque no tenía edad para ingresar a secundaria, era muy joven, entonces me hicieron repetir un año estúpidamente, y yo lo hice con una güeva atroz. Fui a una escuela de varones. Además, era terrible porque el maestro tenía su anillito de la abeja —como se les da a los maestros en Uruguay—, que él utilizaba para pegar de revés a algún alumno, de repente. Se armaban tremendos líos, había acoso y mucha violencia. A veces el maestro se ponía a jugar al fútbol con nosotros y aprovechábamos para darle unas cuantas patadas, porque en el juego no se podía decir nada, era otro código.

La secundaria fue una vida de mucha actividad social, digamos. Uno empieza a salir más, empiezan algunas decepciones con amigos, que fueron muy fuertes y de las que tuve varias en la vida —quizá otros se han decepcionado de mí—, pero yo también sentía como que era de otro mundo, de otra dimensión; primero, porque usaba lentes y según el código del barrio el que usaba lentes era maricón. Entonces si yo iba a jugar al basketball seguro tenía que ir sin lentes. Recuerdo que una vez hubo un incidente con alguno de los muchachos más fuertes, los había de varias nacionalidades, siempre ese exilio ¿no?, y me quisieron lapidar; me pusieron contra una pared y me iban a matar a pedradas. Era un castigo bíblico, pero empezaron a discutir, que sí que no, y yo aproveché para zafarme y tuve chance de correr hasta la casa, y cuando cerré la puerta, que era una puerta estrecha y muy alta, sentí cómo golpeaban las primeras piedras. Creo que eso lo conté en otro lado pero así funciona el acto de recordar.

Era un barrio muy difícil. Luego de a poco me fui incorporando. Una vez me peleé con un chavo que era muy fuerte, un mulato macizo, con él jugábamos al fútbol casi todos los días, ahí los códigos eran tremendos, los códigos cambian en un instante, en el sentido de que se da alguna rivalidad que se resuelve instantáneamente por una solidaridad, entonces tú nunca sabes de qué lado estás. Ese sentido de tribu, no de clan, hace que adentro puede pasar cualquier cosa, y están también los caudillos, que siempre los hay. Entonces, recuerdo que una vez hubo una discusión con ese muchacho que era muy fornido, me quiso pegar y yo lo agarré del cuello, lo tomé y le hice una llave, lo inmovilicé, pero no podía soltarlo porque si lo soltaba me iba a dar una tremenda madriza. Ahí estaba todo el grupo —la barra como se dice—, rodeándonos, gritando y apostando por uno o por el otro. Se hizo muy intenso el griterío y como era temprano por la tarde y la gente aún dormía su siesta, salió un señor, me acuerdo que en pijama, y nos insultó, nos dijo de todo, nos amenazó con llamar a los polis; así fue que el grupo se espantó y corrió, lo que aproveché para soltar a mi enemigo. Todos salimos corriendo, y preferí irme a casa hasta que las cosas se alivianaran.

De ahí, de esa avenida Ramírez nos cambiamos a la calle Juan Paullier mil trescientos dieciocho, ahí también mi familia puso una pensión. Otra vez pensión, sería la última. Esa era la propiedad que restaba de los bienes familiares, era una casa muy grande. No hace mucho pasé por ahí. Cuando uno vuelve a ver las casas donde estuvo antes, lo que uno trata en ese momento es de recuperar las imágenes, pero como siempre, esas imágenes no van a ser como una alucinación, o sea, no se percibe una realidad distorsionada sino que esas imágenes vienen de adentro de uno. Una nueva mirada estimula la aparición del imaginario que se forjó en esos lugares.

Por ejemplo, yo paseaba a veces por la banqueta acompañado de una tortuga grande, de esas de tierra. La llevaba asegurada con una correa ligera y ella caminaba muy a gusto, una tortuga urbana… También recuerdo otras cosas, es decir, el predio, el edificio tenía en un costado lo que serían los sótanos de la gran casa, había un sótano adelante y otro detrás en un nivel todavía más bajo. En ese sombrío espacio había como tres o cuatro habitaciones a la manera de apartamentos mínimos, adonde vivía gente de muy mala situación económica, obviamente yo tenía amistad con esas personas, siempre tuve acercamiento y simpatía con y por los pobres del mundo.

Recuerdo que uno de los miembros de aquella familia estaba permanentemente en silla de ruedas; yo era en la práctica la única persona del barrio que tenía contacto con ellos. Y esto se puede contradecir —a más de otras cosas que yo he visto en Uruguay—, con aquella imagen de que mi país de origen es o era la "Suiza de América". Eso no es así. En el campo existían los llamados "pueblos de ratas"… pero es otro tema.

Finalmente, ahí también desde el punto de vista sentimental, tuve en esa época como dos novias. Una de ellas vivía enfrente, novias de edades como la mía. Una era hija de una señora viuda, con otros hijos, y que vivía casi frente a mi casa. Empezamos a tener una vinculación sentimental, que se cruzaba a la vez con otra relación. Pero eran cosas así, quince, dieciséis años, no era nada grave. Recuerdo que después de terminada esa relación, pues quise colarme por la ventana de su recámara que daba a la calle y uno de sus hermanitos le avisó a la mamá, yo fui en una oportunidad a una esquina donde estaban varios muchachotes que eran de otro barrio. Entre ellos se hallaba el nuevo novio de ella, la Carmencita, que era un tipo como de unos veinte años, un poco más bajo que yo pero muy fortachón. Él empezó a provocarme —yo ya tenía pantalón largo para esa época—, no sé qué me dijo y yo, como un caballero, comencé a quitarme el saco para poder pelear, entonces el tipejo aprovechó que algunos me agarraron para que no peleara. Quedé casi inmovilizado. El tipo estaba fumando y me clavó el cigarrillo en el labio, yo le pegué un madrazo así nomás en pleno rostro, y no sé bien que pasó, pues ya todos intervenían. ¿Entonces qué?, nos preguntamos, y decidimos arreglar las cuentas en un sitio aparte. Yo estaba con el labio quemado y el estaba ofendido por el madrazo. Bueno, fuimos caminando y ahí caminando las cosas se enfriaron y no pasó nada. Ahora, nunca supe por qué no pasó nada, pero eso no dejó una huella demasiado grande en mi existencia, salvo el rostro de Carmencita que cada tanto, vuelve en los sueños como el cometa Halley. Mi madre me preguntó luego que tenía en la boca, le dije que era un fuego del estómago…

Aparte de eso, también por esas épocas cuando yo iba a casa donde vivían mis tías paternas (nosotros vivíamos en la calle Gonzalo Ramírez), en una oportunidad fui a trabajar en una juguetería. Esos trabajos ocasionales de fin de año en que solicitan gente joven que ayude. Yo repartía propaganda, después cuidaba que no se robaran los juguetes y todas esas cosas. Luego de una semana o algo así de trabajar con otro chavo del barrio, fuimos a cobrar y entonces el dueño, creo que era polaco, de religión judía —la gente todavía se confunde judío con israelí o hebreo—, nos pagó una miseria. Cuando nos entrega unas miserables monedas —porque además alguien de la tienda me había denunciado diciéndole al dueño que yo no había repartido todos los volantes— pues me enojé de endeveras El otro muchacho las agarró. Yo recibí las monedas de mano del dueño y se las tiré a los pies, lo insulté, le dije de todo. Eso, visto con los años ¿cómo se podría interpretar? Tal vez como un temprano sentido de justicia social, de que la injusticia asoma en cualquier sitio.

Pero eso no quiere decir que porque aquel hombre fuera polaco y judío, yo tuviera algo contra los judíos o contra la gente de esas creencias. He tenido y tengo amigos, muy amigos, de ascendencia judía, y aquí mismo en México he frecuentado a muy buenas personas de la llamada "Comunidad Judía". Pero fue algo que recuerdo siempre y lo recuerdo con alegría, lo recuerdo como una reacción justa. Entonces el muchacho empezó a juntar las monedas y le dije: "¡No juntes eso, que se lo metan en el culo!".

Ahora voy a hacer un retroceso, como de unos cinco años y que tiene que ver con un hecho importante, cuando en 1939, creo que en diciembre, llega el acorazado de bolsillo alemán Graf Spee a Montevideo. Iba a entrar en la bahía, estaba muy averiado, prácticamente derrotado. El capitán tenía que ver qué pasaba con sus muertos, con sus heridos, y luego tratar de recuperar la nave de alguna manera, muchas averías, poco combustible, todo eso. El barco entra en la bahía y luego tiene que salir porque era muy grande y porque hubo presiones diplomáticas, porque Uruguay no estaba en guerra, entró en guerra después, curiosamente creo que se vería obligado año más tarde a corregir esta situación, cuando había pasado ya el conflicto de la Segunda Guerra Mundial. Se habían olvidado que el Uruguay estaba en guerra todavía con la Alemania de Hitler… Hubo que anular una declaración conjunta, imaginemos un acuerdo comercial con un país ¡con el cual estábamos en guerra! Es una anécdota, es simplemente lo que sucede a veces con los países digamos marginales, ancilares, como diría Alejo Carpentier.

El hecho es que el Graf Spee sale de la bahía y el capitán decide hundirlo para no entregarlo a los barcos ingleses. 19:52 del 17 de diciembre de 1939. Se produce la detonación que acaba con el crucero Admiral Graf SpeeEl capitán luego se va a Buenos Aires y ahí se suicida. La nave fue incendiada y estuvo ardiendo durante unos cuantos días, estaba más o menos en el canal que conduce a la entrada del puerto, creo, a la altura de la playa Ramírez.

Eso para mí tiene un gran significado. Desde esa playa vi por primera vez, cuando era más chico, lo que pensé que era el mar. Pero era el río de la Plata. Nunca lo había visto. Yo había llegado de estación Manga. Eso ahora es parte de la ciudad, pero en aquel tiempo era como vivir en medio de la nada. Las ocasiones de ver el río, al que uno llamaba "el mar" y al que todavía llamamos así, eran muy escasas. Por lo tanto, es en ese lugar donde tuve la certeza irrevocable de haber visto el mar por vez primera.

Es ahí donde va a aparecer el gran incendio del Graf Spee, con todas las explosiones y el humo. Estuvo así unos cuantos días, hay muchas fotos sobre eso, finalmente, era un gran espectáculo para la población, porque estaba todo el mundo ahí, había un montonal de gente siempre. Esas imágenes, obviamente, las tengo muy marcadas. Pasábamos horas contemplando aquel desastre. Un tiempo después —porque ahí quedó la chatarra del barco—, se dijo que el gobierno uruguayo se lo vendió a los ingleses, pero no sé si fue realmente así. Pero quedó esa figura metálica ennegrecida por el humo, durante mucho tiempo. Era de las naves de guerra más veloces y más poderosas de esa época, era lo que se llamó un "acorazado de bolsillo", había tres nada más de ese tipo. Se consideró eso un gran triunfo de la armada inglesa, que había lanzado tres barcos contra aquel acorazado.

Curiosamente, diez años más tarde, durante un verano estaba yo lagarteando al sol en la playa de Atlántida, cerca de Montevideo, y se me acerca un hombre relativamente joven, quizá tuviera cuarenta años. Era alto, rubio y hablaba con un acento marcadamente alemán. Comenzamos a platicar y ahí salió toda su ideología nazi acerca de la consideración de las razas inferiores, de la mujer como un objeto servil y sexual y todo lo demás. Resulta que era un ex combatiente del Graf Spee que estaba viviendo en esa pequeña ciudad-balneario. Se había quedado ahí, como otros marineros en Buenos Aires. Incluso en un lugar de Atlántida todavía hay un mirador, se suponía sin fundamento que construido por alemanes y colaboradores. Tiene cabeza de águila y desde ahí se puede ver el pasaje de los barcos por el canal de entrada. Estamos hablando de una distancia de unos cuarenta y tantos kilómetros de Montevideo.

Yo siempre asocié esas dos cosas: el hundimiento del barco, por orden de su capitán, y este marinero que aparece de pronto, que había sido miembro de esa tripulación, y luego me encuentro con la cabeza del águila, de la cual se observaba la entrada de los barcos en el río. Eso siempre me impactó bastante, en parte porque Atlántida era, ya lo dije, una pequeñísima ciudad y aunque ahora lo es, ha llegado a ser ciudad-balneario muy tranquila, muy apacible, con una rambla en la cual había edificios con cierto toque casi aristocrático —aunque lo no fuera—, y en ese lugar justamente se suponía la existencia de un pequeño nicho nazi. Una cosa bastante extraña. Lo que muestra entre otras cosas, que aun en los países como el nuestro, siendo limitado en población y de superficie poco relevante, aunque mayor que muchos de Latinoamérica y el Caribe, aparezca siempre tanta diversidad. Una de las características de toda mi infancia, fue el encuentro con la diversidad. Al contrario de lo que siempre ha propuesto el discurso oficial, de que somos un país homogéneo y blanco, algunos libros dicen que hasta católico, monolingüe y fundamentalmente europeo. Vaya, cuando se dice europeo habrá que ver qué es lo que significa, hay muchas Europas, hay Europa primermundista, tercermundista, quintomundista, y hay fronteras todavía cambiantes, migraciones, conflictos, etcétera.

Pero volviendo a la playa Ramírez, ahí también hay otros indicadores que son importantes para mí hasta ahora, ahí está el Parque Hotel donde murió Amado Nervo cuando era embajador de México en Uruguay. Ahí también han puesto hace un tiempo, una estatua de Ilemanyá, que es un orixá, una divinidad llevada por los esclavos negros a América y que es la Diosa de las Aguas. Yo estoy de alguna manera muy vinculado, no a esa creencia, sino a esa modalidad cultural, porque la conecto mucho con la poesía, entonces para mí, en ese lugar se juntan muchas cosas. A tal punto de que estoy haciendo las disposiciones necesarias para que cuando yo fallezca mis cenizas sean arrojadas en la playa Ramírez. Una playa que además tenía sus aguas muy contaminadas porque ahí desembocaban muchas excreciones de la ciudad, aunque ahora parece que ya no.

Además, ahí mismo, en el año treinta y seis, al cumplirse un año de la muerte de Carlos Gardel, se le hizo un homenaje. Yo estaba con mi madre y mi hermana, había un montón de gente porque iban a hacer piruetas con un avión, un avión de dos plazas y un solo motor. Sus dos pilotos eran argentinos. Entonces, mirábamos como el avión evolucionaba, hacía piruetas y vueltas en el aire, a baja altura, y en el momento en el que el avión hace un looping, es decir, que realiza una caída libre para levantarse casi tocando el agua, los pilotos no pueden hacer la maniobra… recuerdo que mi madre gritaba "¡se cae, se cae!" Yo miré y vi cuando el avión caía al agua. No hubo el fuego ni las explosiones que hay en las películas, pero el avión se clavó así de punta y se hundió lentamente. Así falleció uno de los pilotos, recuerdo que cuando sacan al otro en un bote a remo —el que murió no pudo desatarse, estaba asegurado en el asiento—, el sobreviviente, desesperado, gritaba "¡salven a Bertola, salven a Bertola!" que era el apellido de su compañero.

Eso para mí fue muy impactante, porque en el momento ese, tan trágico, el sobreviviente en lo primero que pensó fue en el compañero, más allá de las circunstancias, y porque además se estaba recordando a Gardel, que se había muerto también en un accidente de aviación. Ese accidente fue por fuego y este fue por agua, lo cual nos llevaría a un texto de Eliot en la "Tierra Baldía", que se llama 'Muerte por agua'.

Quería volver un poco a esto, porque además en ese lugar sobre la rambla yo jugaba mucho al fútbol, también jugábamos una especie de hockey criollo, pero no como el que se juega sobre hielo o sobre pasto. Lo jugábamos en una pista de patinaje, fabricábamos nuestros propios palos y hasta conseguíamos pelotas pequeñas, pesadas, que alguien confeccionaba o robaba. Eran partidos conflictivos, muchos golpes, mucha agresividad. Ese lugar para mí siempre ha tenido una atracción especial, es alimento para mi propia memoria, quiero decir, no solo porque por ahí anduve durante años. Cuando nosotros en la secundaria hacíamos "la rabona" o sea, "irse de pinta" como se dice en México, íbamos a parar al parque cercano con alguna novia, por allí salíamos a pasear también cuando éramos un poco más grandecitos. Yo quería volver a esa parte, porque siempre para mí ha tenido significaciones que se han ido entretejiendo, y que quizá con el tiempo puedan conformar un núcleo fuerte de la personalidad que quizá no esté todavía estructurado, pero estoy hablando casi como psicoanalista…

Bueno, volviendo entonces a partir de los trece o catorce años, cuando pasó ese incidente en la juguetería, está también el ingreso al tercer año de secundaria. Ahí uno empieza a fumar y todas esas cosas, además que te pones los pantalones largos, que a mí me los pusieron tardíamente, porque no había plata para comprármelos. Entonces, cuando fallece un tío mío, hermano de mi padre, el ingeniero Rómulo, un hombre muy inteligente que había hecho un trabajo sobre Einstein y la teoría de la relatividad, que después parece que se lo robaron… entonces aparece mi primer pantalón largo. Tío Rómulo era muy tímido o reservado, nunca dio a conocer sus investigaciones en la física y las matemáticas. Él falleció relativamente joven, como todos los hermanos de mi padre, menos mi tía Luz. Gracias a esa muerte, heredé sus trajes, tres o cuatro. Por eso es que podía ir a la secundaria, en tercer año. Eso fue importante en la familia, pues durante muchos años hubo reciclajes varios. Un sobretodo de mi papá se convertía luego en un abrigo de mi mamá, y después se transformaba en una chamarra para mí. Mi mamá era modista y cosía muy bien, entonces siempre se estaba reciclando ropa, porque la necesidad tiene muchas caras y te obliga a eso que se llaman estrategias de supervivencia.

Después de los quince años apareció también la primera novia relativamente formal, con la cual sucedieron cosas muy chistosas, sobre todo cuando ella, una chava de piel sutilmente amulatada, me regaló una cadena que dijo que era de oro, entonces mi madre me preguntó "¿por qué todas tus camisas tienen el cuello manchado de verde?" Claro, resultó que no era de oro. Sin embargo, yo siempre hasta recuerdo su nombre —que no lo voy a decir por discreción—. Su carácter era poderoso, para un chavo tímido y algo retraído como yo, resultaba demasiado pasional. Luego, esos quince años también significaron mucho, más allá del lugar donde vivíamos, pues siempre andábamos cambiándonos de casa, tuvo que ver mucho también con el deporte. Yo practicaba mucho el fútbol que, como dicen, es una especie de honda marca nacional, en Brasil es una religión, en Uruguay es una pasión y en México es un entusiasmo. Comencé a jugar mucho básquet, ya lo dije, era bueno para eso, hasta tengo dos dedos quebrados, jugué durante bastantes años, esos son elementos que van afirmando la personalidad, y sobre todo que te van incluyendo en actividades de carácter colectivo, como que te van sacando de esos narcisismos primeros de la infancia, entonces ya son actividades compartidas, y van apareciendo también esbozos de solidaridad, de compañerismo. También hay muchas broncas, sobre todo en el deporte de contacto, donde además hay una descarga de muchas cosas que a veces son ajenas al deporte. Pero uno como que se va endureciendo con eso, a fuerza de golpes quizás, de recibirlos y de darlos, y esa actividad, sobre todo con el básquet, creo que mi última actividad oficial en el básquet —fue en la frontera—, yo tenía unos 34 años, y en el último partido que jugué, que fue un partido amistoso en México, cuando el exilio, tenía 54, era demasiado viejo, ganamos y marqué diez puntos pese a la miopía. Toda esa actividad me ayudó mucho en muchas cosas, incluso en el conocimiento de la gente y del deporte también.

En verdad, siempre he tenido una tendencia a fundar cosas, por eso es que mi primer libro de cuentos se llama "Fronteras de Joaquín Coluna". Joaquín significa "el que funda o el que inicia algo", y Coluna quiere decir "columna" en portugués. Tal vez sea como una especie de imagen de mí mismo en ese sentido, siempre me da por empezar algo. Así, he fundado equipos de fútbol, de básquetbol, revistas literarias, cooperativas de libros, círculos políticos… siempre hay como esa tendencia, por un lado, a iniciar algo, y por otro lado, a buscar el origen de las cosas, esto ha sido permanente. Y en contradicción con mi timidez y mi proclividad maniaco-depresiva.

Cuando era niño yo juntaba muchos bichos, tenía esa manía. En el mosquitero, durante el verano, sobre todo cuando íbamos a la pequeña ciudad de Colonia do Sacramento a pasar las vacaciones con mi hermana —porque ahí comíamos más—, en la casa de mi tía más vieja, Noema… en el mosquitero, decía, armaba un pequeño zoológico. Esa tía en cierto sentido fue como una especie de segunda mamá o más bien un refuerzo de la imagen materna. En esas épocas felices del verano, había que poner mosquitero, entonces lo llenaba de babosas, mariposas, langostas, escarabajos, y yo convivía con ellos. Pero hablando de los orígenes, por ejemplo, yo cazaba un moscón —esas moscas grandes, pesadas, zumbadoras— y lo abría para ver qué tenía adentro. Pero no para torturarlo, sino para ver qué había ahí, solo. Aparecían larvas y aparecían cosas orgánicas. Pero no lo hacía por maldad, era una especie de curiosidad científica, al punto de que ese interés por el mundo de las otras especies todavía se mantiene ahora. No con esas prácticas deleznables de asesinar moscones, sino mirando ciertos programas en la televisión, porque los hay muy buenos. Entre leer un buen libro y ver un programa de esos, prefiero ver los bichos, los bichos antes que todo.

Eso se va a manifestar en mi poesía, en un libro titulado "Bichario", que es un bestiario, un conjunto de textos breves dedicado a las otras especies, esta actitud es como una constante de la personalidad, pero que indica también la apetencia por el origen de las cosas, de los seres y también el intento de buscar el propio origen en medio de todos esos orígenes. Porque cuando se habla sobre el origen de la escritura, la escritura ha tenido varios orígenes, no tuvo uno solo, y eso mismo quizá pueda ser aplicado a otras cosas. Esa apetencia que empezó siendo yo tan niño, todavía se mantiene y quizás con la misma intensidad, con la misma pasión, yo creo que uno debe tener pasión por las cosas, incluso hasta para pensar, lo que aparentemente es una contradicción.

Bueno, de los 15 en adelante y hasta que terminé la secundaria —que la acabé yendo a cursos nocturnos, porque había empezado a trabajar un poco aquí o allá, por eso fui al liceo nocturno, para acabar cuarto año— seguí con mis estudios algo irregulares. Curiosamente, a mí siempre me gustó mucho la historia, creo que es lo que más me gusta leer. Sin embargo, había reprobado en tercer año de Historia. Di el examen como dos veces, y en cuarto año también, sin embargo, me gustaba mucho esa asignatura, era muy curioso. Luego de ahí pasé a la prepa, pero una prepa que fue tardía, porque yo comencé a trabajar a los dieciséis años de planta en un banco, que es un trabajo generalmente horroroso, rutinario, uno aprende a ver el dinero como mercancía, más allá de compartir experiencias laborales colectivas. Trabajé muchos años para el capitalismo, porque había que sustentar y apoyar a mi familia. Mientras tanto mi hermana se recibe de maestra normal y luego se especializa en Jardín Infantil, hasta que se jubiló, mucho después.

Era una etapa de la sociedad uruguaya en la que se buscaba la estabilidad. Una estabilidad clasemediera con pretensiones de pequeña burguesía y a veces más arriba. El sueño de la casita en la playa todos lo tenían. Era una época de ciertas bondades económicas, particularmente después de la Segunda Guerra, ya que el Uruguay exportaba pero no compraba, entonces se dio una acumulación de capital que pudo ubicarse en un cierto desarrollo industrial, eso benefició fundamentalmente a las capas medias y a algunos sectores de la clase obrera especializada. Además, había ciertas facilidades por algunas leyes, que venían quizá de la época batllista, del inicio del siglo pasado —no la del Batlle del 2000, que es un canalla, en verdad. Dígase lo que se diga el gobierno de José Batlle y Ordóñez impulsó una propuesta de carácter socialdemócrata, y en cierto sentido había avanzado en aquella época con respecto a otros países. Aunque a mí no me gusta hacer las comparaciones, pero de todas maneras esa estabilidad económica clasemediera originó varias posibilidades. Por ejemplo, bastante gente podía comprar terrenos en cuotas y edificar su casa bajo el llamado Plan Económico, así mucha gente hizo su casa.

Esas casas han ido heredándose y eso le dio un cierto sostén a la llamada clase media, la clase media alta se ubica de otro modo, porque a veces cuando se habla de clase media… creo que se utilizan términos no totalmente ajustados. Hay clase media baja, clase media media, clase media alta, la clase media se define por el lugar que ocupa en la sociedad, en la producción y por sus ingresos, y tiene como una característica en todas partes: el querer subir, querer alejarse del proletariado, de los trabajadores y de los campesinos, quiere ir pa'rriba y trata de copiar siempre los gestos de los sectores que están más altos que ella; de ahí vienen muchas de sus frustraciones, porque en Uruguay las capas medias que lograron un cierto nivel de vida desde el punto de vista material, no lo lograron desde un punto de vista de cultura profunda y de consumo más calificado, quedaron en un volido, no en un vuelo. Hoy, el consumismo aliena a esas capas sociales.

Yo vengo de ahí en alguna medida, más que por el lado de mi padre, de ascendencia vasca vinculada al campo, mi padre viene de la burguesía rural, digamos. Sí, por el lado de mi madre, de las capas medias de provincia. Mi padre de Tacuarembó y mi madre de Durazno, ciudad esta que fue la primera capital del país con el gobierno de Fructuoso Rivera. Esos sectores lograron no solamente comer bastante carne, sino un cierto nivel de instrucción que todavía se mantiene de alguna manera, más allá de los cambios registrados en el país. Las crisis, las dictaduras de 1933 y de 1973, los movimientos sociales, políticos y sindicales, determinadas transformaciones en la enseñanza, adecuándola a la llamada "globalización", y otros desastres y rezagos mezclados con avances. Pero sobre todo, una orientación cultural de contenido humanista, dirigida a la filosofía, las artes, la literatura, mucho más que a la tecnología y la ciencia. Todo eso dio entonces como resultado un cierto bienestar, por lo menos un aparente equilibrio social, que se va a romper en las dos oportunidades que señalé: en 1933, cuando yo tenía tres años, y en 1973, con cuatro décadas más.

De la primera dictadura, guardo los recuerdos de lo que se comentaba en la casa, sobre todo cuando vienen las elecciones posteriores, cuando llega el gobierno del presidente Alfredo Baldomir. Los miembros de la familia de mi madre eran todos colorados, no batllistas; digamos que, dentro del Partido Colorado eran la derecha, eran la parte conservadora, hasta hoy. El batllismo de don José Batlle y Ordóñez era la parte socialdemócrata, para decirlo de una manera genérica. Incluso había en el Partido Colorado sectores fascistas, como los que estaban nucleados en el periódico "El Diario". Del lado de mi padre eran todos blancos, del sector democrático. Yo con el tiempo fui socialista y comunista, es decir, eso era muy característico de las familias uruguayas: había un bipartidismo en la política y un bipartidismo en el deporte también: Nacional y Peñarol, Blancos y Colorados, hasta una especie de bipartidismo en los partidos burgueses, mal llamados "tradicionales"… Esos son mitos reales, que aún operan en el imaginario social, aunque esos partidos son ahora la oposición.

Se ha comentado mucho sobre la democracia uruguaya, ha sido también un país muy idealizado en todas aquellas épocas, según lo que uno escuchaba de niño, lo que se leía en los textos de enseñanza y en la prensa, el nuestro era un país ideal, el Uruguay era una maravilla… pocos negros y sin indios. Yo recuerdo un libro, se me va el nombre del autor, creo que Salaberry, titulado "Uruguay, tibia Arcadia", una nueva versión del paraíso. Ni hablar de lo que se planteaba en el discurso oficial, el orgullo de la orientalidad, el orgullo de ser un país blanco, supuestamente católico (aunque un Estado laico), donde anidaba una gran democracia, una gran libertad… Eso es una imagen exagerada, equivocada, que fue transmitida de generación en generación. Aun hoy se habla de un "país de primera"... Nosotros estábamos en otros márgenes, en las capas medias para abajo, pues cuando yo nací la familia de mi padre ya estaba próxima a la pobreza, habían perdido los campos con la crisis de entreguerras. Entonces, lo que la familia conserva, no es una serie de valores materiales, pues solo quedaron dos casas hipotecadas, que luego también se perdieron. El patrimonio familiar, es decir, lo que recibimos sí como herencia, fueron valores culturales que tenían que ver con la literatura, con la música, con la cultura francesa, y que se manifestaba en objetos simbólicos: había buenos libros, había buenas alfombras persas, había música, había guitarras españolas, había muebles de roble, los cubiertos no eran de plata pero sí de óptima calidad. Entonces, esos valores, que tenían también un fondo aristocrático vascuense, porque algo de eso también había y además certificado por los dos escudos que eran y son emblema familiar; dichos valores, decía, se agregan luego a la situación de clase media que luego nosotros sostuvimos a fuerza de trabajo, mi madre como modista que después se jubila, mi padre, que había estudiado algo de Economía, trabajó en el Ministerio del Interior, en una Comisaría y en Jefatura de Policía (donde yo después iba a estar preso, años más tarde); en la Jefatura de Policía de Montevideo que era y es casi un fuerte, un tremendo edificio construido por 1940, en pleno centro de la ciudad. Ahí trabajó mi padre hasta jubilarse, lo antes que pudo. Es decir, entonces había ingresos de los cuatro miembros de la familia, y por eso nos pudimos aguantar con un cierto decoro. Además, en la familia siempre se comió carne, eso es un dato interesante porque faltaron muchas cosas, en muchos momentos, pero siempre hubo comida, y eso es una coyuntura sustancial, no es una anécdota. Comer proteínas, nada menos: eso permite que un niño tenga más neuronas, cosas así, y que por lo menos haya fuerza para ir a trabajar, que no ande uno arrastrándose ahí como una víbora, o como una cucaracha pisoteada o sombrerada. Y eso fue esencial, tomar leche, comer pan con manteca, churrasco o bistec grueso, papas fritas y huevo frito, eso era lo que se comía normalmente, y yo siempre lo he señalado, porque si uno tiene neuronas es por que desciende de los comedores de carne, de los que comían cadáveres de animales, la ingesta de carne para la especie humana fue un cambio enorme. Yo mantengo ese hábito de comer carne casi todos los días, hasta cuando tengo malestar estomacal: ingiero un bistec o un bife o un churrasco y ya eso cura todo. Somos hijos de las vacas, hijos de la carne… roja.

Además, eso permitió también que hubiera tantos jugadores de fútbol, desde el llamado fútbol heroico, y no es broma. Futbolista Romántico: Montevideo. 1947Esos jugadores tomaban leche o comían carne, comían ravioles los fines de semana, y eso es obvio que da otra potencialidad, otra contextura, más allá de los problemas que puede producir en mucha gente, cuando se consume sobre todo con mucha grasa, no olvidemos una de las consignas de las guerras internas entre los Blancos y los Colorados, de los Blancos era la divisa: "aire libre y carne gorda".

En fin, después de los quince, fue la época de los amoríos, del deporte, el cigarrillo y el alcohol. Ahí yo empecé a ser alcohólico, eran modalidades del alcoholismo, que fueron cambiando, no es que yo me emborrachara diariamente, era un muchachito que trabajaba, pero así como recuerdo la primera vez que tomé vino, rememoro la primera vez que probé un whisky, yo tenía como doce años. En realidad, siempre vivíamos en pensiones, nos juntamos primero para poner una pensión con las dos hermanas de mi padre, se rentaba una casa grande, o se apelaba a la última propiedad familiar. Nos acomodábamos en algunos cuartos y lo demás se lo entregábamos a los pensionistas. Mi madre y mi tía Luz cocinaban para los pensionistas. Entonces, era como vivir en una plaza pública, siempre había gente, ibas al baño y estaba ocupado… una cosa tremenda, así pasamos, es decir, la vida privada no existía. Durante algún tiempo tuve que ocupar el ático como recámara… Yo era un muchachito o un niño, según las épocas, me metía debajo de la mesa del comedor donde había una mesa de roble y una alfombra persa —gastada pero era una alfombra persa—, y ahí leía "El Quijote", tenía unos diez o doce años, aquello era como una especie de refugio, un símbolo también del vientre materno. Otras veces lo he comentado.

Luego vino la época de comenzar a salir —no me daban llave para que no llegara muy de noche, pero empecé a llegar muy noche a propósito, y entonces me entregaron una copia de la llave. Regresaba algo pasado de tragos pero tenía buen hígado. Obviamente, ya había dejado de estudiar. Siempre leía más o menos, fui y soy lector, pero no fanático, la vida distrae mucho… A veces escribía algo pero no existía todavía una vocación confirmada. Llegó también un periodo de enfermedades. Una pleuresía mal curada que con el tiempo dio origen a la tuberculosis, porque el dictamen médico confundió la pleuresía con una infección en la garganta, que también me afectaba, y me dieron penicilina para la garganta, se cortó la pleuresía pero quedó agazapada, latente.

Luego empecé mi vida loca de salir de noche, los tragos, las pachangas; además del deporte y el trabajo, me puse a estudiar de nuevo. A los veinte años quise volver otra vez al estudio y me metí en la preparatoria nocturna, di dos exámenes y ahí se acabó mi carrera académica. Fueron de Historia Natural —porque los bichos siempre me gustaron— e Inglés. Después me enfermé y se acabó el estudio para mí de esa manera. Recuerdo que me había aprendido de memoria la clasificación taxonómica de los insectos. Uno se pregunta ¿para qué lo hice? Sin embargo, eso me volvió a meter en el mundo de las otras especies, que siempre me había atraído tanto. Así llegué a esta etapa de la tuberculosis. Pero un año antes, cuando yo tenía diecinueve, salí por primera vez del país. Fui a Buenos Aires, me acuerdo que mi padre tuvo que ir a firmar al consulado argentino, porque se consideraba que yo era menor de edad y no podía viajar con solo diecinueve años.

En Buenos Aires estuve una semana. Además de que fue la primera salida del país, resultó un encuentro con un mundo parecido pero muy distinto al mismo tiempo, porque aquella era una ciudad de verdad. Comparada con Buenos Aires, Montevideo es mucho más pequeña, siempre me llamó la atención que ellos fueran "los porteños" y no nosotros. Primero, porque también somos un puerto y un puerto en realidad mucho mejor que el otro, en realidad somos "porteños" de los dos lados. Luego se conformó esa relación que he tenido con Buenos Aires, de idas y venidas. Un poco como una relación de amor-odio, es la que he tenido con esa "cosmópolis", según Darío. En parte quizá por la cercanía, por las interpretaciones de una historia común, por el excesivo nacionalismo argentino, por la áspera relación de nuestro héroe José Artigas con la oligarquía bonaerense, ¡quién sabe!

Eso fue y es un antagonismo que, en definitiva, resulta falso, porque eso es una tontería, aunque de un trasfondo ideológico derivado de relaciones desiguales, o al revés. De todo lo que se ha dicho sobre los "porteños" y sobre Buenos Aires—, concluyo que los "porteños" de Montevideo somos "porteños de Buenos Aires fracasados", porque hay en el imaginario de nuestra sociedad una tendencia como de frustración, de no poder lograr aquello que los más poderosos han obtenido, siempre se está deseando lo que no se pudo ser o hacer. Uno de mis psicoanalistas favoritos, el ya fallecido Walter Laborde, me decía que "Uruguay es como el país del no se puede", como que cuando uno intenta innovar, experimentar, realizar algo distinto, alguien te va a decir que no, o te va a poner un ligero obstáculo, o si no, te ningunea. Si tú vas a cruzar la calle: "¡cuidado con los coches!". Si compras un numero de lotería: "¡para qué, no vas a sacar nada!" Si dices de ir al fútbol: "¡pero van a perder!" Es una característica. Hay como una negación implícita en casi todas las cosas. El porqué no sé, pero ni siquiera se disimula demasiado. En otros lados, aún sabiendo que no se va a poder, se dice "bueno, vamos a ver cómo le hacemos", pero allá no. Por qué en vez de decir que no, no decimos: "¡ah! vamos a ver, hay que buscarle el modo", aunque sepas que las cosas pueden ser un desastre ¿no? Los otros te están diciendo que no, pero antes. Es la negación constante: "¡niño, no te toques el pito!" Pero si el niño está feliz con su pito ¿quién le dice que no se lo toque? Y tantas otras cosas, hay como una especie de negación previa, pero bueno, eso es tema de los psicólogos sociales. Simplemente, es lo que uno más o menos ha logrado percibir, sobre todo a la distancia. Otro reflejo es el uso del diminutivo como freno de un experimento o de un resultado, en fin…

Ese viaje a Buenos Aires sí fue para mí de mucha importancia, y luego del año en cama por la tuberculosis y los problemas sentimentales que se originaron por la separación de aquella muchacha, una novia que tenía, volví a la vida llamada normal. Fue un periodo duro, difícil, con una historia amorosa que no trataré aquí. Como las leyes sociales en el Uruguay, en alguna medida, tendían a proteger bastante al trabajador, el Banco Comercial me pagó el sueldo todo el año, no porque le gustara, pues los bancos ya sabemos lo que son. Es que la Ley lo obligaba y eso permitió la atención médica que me dieron, en un hospital que ahora ya no existe, ahora están en su lugar los grandes shopping, es el shopping ubicado en la avenida Rivera con la vieja avenida Larrañaga, el hospital era el Fermín Ferreira, el de los tuberculosos. Ferreira fue un médico de origen brasileño, considerado el fundador de la medicina nacional en el siglo XIX... No me internaron pero yo iba a hacerme los exámenes, unos exámenes tremendos. Me metían tubos por todos lados, te miraban los pulmones a través de ellos; te hacían una endoscopía pulmonar, los bronquios crujían, y los tubajes para hacer el cultivo también, pero siempre estuve en mi casa, en cama. Ahí fue que empecé a leer de una manera más constante, porque no había televisión, escuchaba la radio y después a escribir, de una manera ya más permanente, no los cuentos como cuando estaba en la primaria, sino unos poemas sobre los sueños, según mi mamá —no hay constancia escrita—. A los diecisiete, como en la canción, mucho de uno mismo dependía de los estados hormonales, si uno se enamoraba, entonces escribía algún poema, pero durante la interminable enfermedad comencé de una manera más constante a escribir, hasta ahora y según la necesidad. Entonces reunía las condiciones que los prejuicios románticos marcan para los poetas: que estén tuberculosos, que les pasen cosas terribles, que emborrachen o endroguen y que se pongan a escribir sobre su tragedia personal.

Pero yo no creía demasiado en eso, y luego de que me recuperé, que volví otra vez a trabajar y a hacer una vida más o menos normal, regresé al deporte, a jugar mi deporte favorito que es el básquet después del fútbol, hice algún viaje, salí, fui a Paraguay, a Chile, a Buenos Aires, anduve por la provincia, más o menos como que el mundo comenzaba a abrirse de alguna manera. Fue también por ese tiempo la primera vez que voté, pasados los veinte años, y lo hice por el Partido Nacional, por un sector progresista de esa fuerza política, que después iba a aliarse con los comunistas en el Frente Izquierda de Liberación Nacional, o sea, el FIDEL, y que, no sé si casualidad o no —porque yo no creo que la casualidad exista—, tenía como principal dirigente al cirujano que me había operado de hernia inguinal cuando yo tenía diez años. Era el doctor José María Penco, una personalidad en la política y en la medicina, un profesional muy importante, había unos tremendos médicos en los hospitales de salud pública, los mejores médicos, así como en la enseñanza pública estaban los mejores maestros. Eso ha ido cambiando, pero curiosamente pasó eso ese hecho quirúrgico, lo recuerdo muy bien, porque cuando se acabó la anestesia, me cosieron igual, sin notarlo, yo no dije nada y me preguntaba el doctor Penco si dolía. "No, doctor", me estaban cosiendo la panza, y cuando cerraron la herida, preguntó: "¿y qué tal?", y dije "doctor, se había acabado la anestesia, ¿no?" le dije yo "¿y por qué no me dijiste nada?", y contesté "¿para qué?". Él se enojó: "nadie tiene que sufrir", respondí: "ta´bien, pero no sé por qué me callé. Entonces me preguntó: "¿y vos qué sos, políticamente". Dije, ronco: "¡ah! Yo soy democrático". Y respondió, creo que sonriendo: "yo también". Fue al primer candidato que yo voté, aunque no a la presidencia, estaba en una lista para diputado. Después fue aliado del Partido Comunista, en los años setenta, son cosas que suceden. Además, soy amigo de un sobrino suyo, un crítico y escritor destacado, miembro de la Academia de Letras, Wilfredo Penco. Son simples asuntos que van sucediendo, de alguna manera uno trata de explicarse cómo es que se van enganchando, pero para qué buscar explicaciones, son simplemente eventos que operan en la enigmática trama de la realidad.

Pero también hubo otro hecho; señalo esto de la intervención quirúrgica porque iba a pasar luego, como a los diecisiete, un ataque de apendicitis, sorpresivo, me operaron de urgencia también; siempre me pasaron cosas con la salud, me caía o me rompía algo, y hubo otras operaciones que me hicieron después, no por tumores o cosas malignas. Eso lo señalo porque tuvo mucho que ver con la propia relación con el cuerpo, la relación con el cuerpo a través del dolor.

Curiosamente, a medida que fueron pasando los años, esa relación con el cuerpo se hizo más razonable porque mi mamá decía que yo "tenía hormigas en el culo", porque era muy activo, muy dinámico y, claro, un poco atropellado y volvía a caer o tropezare o me pasaban otras cosas. Era quizá por una especie de vitalidad que creo tenía dos vertientes, la vertiente materna de un vitalismo constante, no desordenado, de hacer cosas necesarias todo el tiempo, hasta tocar la mandolina. Mi padre más bien respiraba en otra dimensión del tiempo, era vasco después de todo, de ascendencia vasca por todos lados, y había en él una lentitud y una resistencia que funcionaban en un tiempo distinto del de mi madre, y también un cierto ensimismamiento. Creo que esa combinación, a parte de que uno hereda como una conducta observada en el afuera, en el entorno, no es obviamente solo un problema genético, viene de lo que uno percibe en y de los otros, sobre todo de los seres más cercanos. Entonces, yo era un poco esa combinación pero más alocado, como que me faltaba espacio, necesitaba espacio, y será por eso que jugaba al fútbol y al básquet o que me salía a caminar por ahí, siempre fui bastante caminador. Ahora, cuando uno busca y se mueve en tales o cuales espacios, aunque sean espacios pequeños, quizá uno esté buscando algo, y no estoy hablando de estados de ansiedad, sino de estados normales, aunque nadie sabe qué es la normalidad… como siempre estoy buscando algo será por eso que uno es poeta, que tiene que estar buscando lo que hay no solo adentro de las palabras, sino debajo de ellas, qué hay en la ausencia de las palabras, cuando la multiplicidad de combinaciones verbales es inmedible —porque también hay una multiplicidad de ausencias, porque la ausencia de la palabra no significa silencio, significa más bien la posibilidad de otra palabra.

Un tiempo trabajé en la Editorial Independencia, yo tengo un libro de esa editorial, estamos hablando como de los cuarenta y tantos, conservo uno que publicaron y que, curiosamente, utilizo en mis cursos actuales, o sea, "21 sonetos de Shakespeare" en edición bilingüe, en rústica, era una editorial pequeña, no trabajé mucho tiempo, pues tenía que hacer cosas que no me ayudaban a cultivarme. 21 Sonetos de William Shakespeare. Traducción directa al castellano de Eduardo Dieste. Editorial: Independencia, Buenos Aires, 1944La editorial era propiedad del hermano de un escritor uruguayo muy reconocido, el cuentista Juan José Morosoli, uno de los clásicos de la literatura uruguaya. El hermano era persona culta, no sé que fin llevó su esfuerzo editorial. Teníamos que hacer paquetes con los libros y llevarlos a donde fuera, en tranvía o en autobús, pero mi primer trabajo en la mañana era limpiar el baño y barrer, a mí esas cosas no me disgustaban, siempre las he hecho, por ejemplo, cuando estuve preso en el 76 lavaba 36 letrinas dos veces por día... Durante un tiempo pude ver lo que era el movimiento de los libros, cómo era el proceso, claro que dentro de una tecnología tradicional, atrasada con respecto a lo que ahora se hace, pero el caso es que ese libro todavía existe, había sido publicado antes que entrara a trabajar ahí. Esa mezcla de trabajo, estudios y otras experiencias, como que fueron ayudándome, ubicándome un poco en aquel mundo que, por un lado, tenía sus posibilidades, y por otro era muy complejo, muy difícil, porque la propia vida de la familia debía adecuarse a la situación de la sociedad. Mi hermana se había recibido de maestra, trabajaba en una primaria, mi madre estaba jubilada, mi papá también, éramos una perfecta familia uruguaya de clase media-media. Además, había en mí esa tendencia al caos, expresada en cierto desorden liberador, y aquello de las novias, pese a mi timidez congénita. Agreguemos aquellos problemas de salud, perdón que me reitere, el estar un año en cama, por pleuresía mal curada… en fin, que toda esa etapa de movimiento a veces vacío, de actividad variada, de trabajo, de alcoholismo, originó la tuberculosis pero también otras lecturas y el regreso a escribir. El médico de la familia me dijo que en principio serían solo tres meses de cama, aquello me pareció un horror.

Yo estaba muy alterado y me dijo: "mira, que te voy a mandar al psicólogo", al psicólogo fui pero mucho después; estaba como condenado a combatir al maniaco depresivo que soy. Pero, y me gusta repetirlo, eso me permitió leer y leer, no había televisión, leía y escuchaba música todo el tiempo. Reinicié la escritura cuando había dejado de ejercerla hacía ya tiempo. Fue en apariencia un retroceso pero justamente ahí surgió la chance de un camino. Como una puerta abriéndose en la oscuridad. Empecé a escribir de una forma más consecuente, porque antes lo hacía de modo esporádico. Claro que leía, siempre leía algo, y toda esa experiencia de la cama, de la quietud a fuerza, del sufrimiento, sin duda acentuó algunos aspectos de la personalidad, el de irse hacia dentro, que es propio de los vascos, como una especie de ensimismamiento genético. Lo vi en mi familia.

Y luego la extroversión, son como dos estados opuestos y complementarios, yo era así desde que me recuerdo como persona, y sigo en eso, será de por vida… En la familia de mi padre, era así, de hablar poco, como un autodiálogo, y tú no sabes si están ahí o volando en otra parte. Que no es lo mismo que el ensimismamiento de un indígena mexicano, sobre todo cuando está en un ámbito de gente blanca, por lo menos es lo que he percibido, hay un retraimiento, y esa manera de saludar de mano, el campesino apenas si roza tus dedos.

Entonces, en aquel año fue dándose esta especie de reclusión doble, y luego el ensimismamiento creativo… finalmente, salí de todo eso y volví otra vez a trabajar en el banco, pero ya con la previsión de estudiar o trabajar, ni modo… había que trabajar. Pero de todas maneras el mundo libresco se abrió mucho más, algunos amigos me enviaban libros, estaba la pequeña biblioteca familiar. Para escribir usaba cuadernos escolares, lo hacía a lápiz, y en general en estado mórbido o de ensoñación romántica. Una buena parte de esa producción y esa experiencia de vida fue a parar a mi primer y horroroso libro que publiqué audazmente en 1954, cuando ya volvía al deporte, retomando ciertas tendencias pachangosas pero con más calma. Fue muy importante ese periodo en cuanto formación, porque casi en los mismos días que publiqué el primer libro, me afilié al Partido Socialista. Fue otro momento de decisión, un compromiso más concreto con la realidad social y con uno mismo como escritor, porque socializas lo que has hecho. Claro, yo era muy ignorante, muchísimo más que ahora, leía mucho, ya lo dije, unos amigos me descubrieron a Marx, a Lenin, a los clásicos nacionales, a César Vallejo, Neruda, Lorca y otros. Pero, al cabo de cientos y miles de páginas, me siento tan ignorante como el día en que choqué con la primera luz del mundo: 26 de marzo de 1930, miércoles, tres de la tarde. Para festejar el primer libro, hice un viaje a Chile, que recuerdo como de verdaderas "tempestades alcohólicas". En la fiesta de la vendimia, en un gran local, habían instalado una fuente de vino tinto: uno se mareaba solo de acercarse un poco…

Tuve mucha participación política, desde esa época hasta el año 1990, no paré ni con la literatura, ni con la poesía, ni con la actividad política y sindical. En ese lapso vino mi primer matrimonio, los hijos, la vida de la frontera, que fue muy importante en la conformación de la propia identidad, desde el punto de vista de carácter más racional, más ubicado en tu mundo, no en el mundo porque es muy pretencioso decirlo, es en el mundo parcializado adonde respiras y que siempre yo sentía demasiado pequeño, a veces hasta la asfixia.

En verdad, más allá de las cosas que uno podía experimentar en la adolescencia, yo dramatizaba mucho mis estados hormonales, digo dramatizaba en la angustia, como le pasa a muchos niños. Sentía como que todos los lugares adonde había estado, la sensación de pequeñez histórica me acompañaba. Todo parecía chico, aunque visto a distancia, en lo interno se abrían otras dimensiones que no podía captar.

Y como en mi familia un hermano de mi padre había ido de joven a Estados Unidos a trabajar en la YMICA, y luego a Francia cuando la primera guerra mundial, eso me intrigó desde niño. Tío Samuel se casó allá con una francesa, fundó una familia, por eso tengo seis sobrinos, hijos de dos de sus tres hijas. Ahí yo veía un espacio abierto dentro de la leyenda familiar, a más de que un pariente de mi madre había sido diplomático. Entonces el niño que era yo se dijo "el mundo existe mucho más allá". La única vez que había salido del país fue con ocasión de la ida a la cercana Buenos Aires, a los 19 años, creo que ya lo dije. En aquel tiempo hasta los 21 necesitabas permiso del padre para salir del país. Ah, luego del viaje a Chile visité Paraguay, una experiencia próxima al tercer mundo, en Asunción, en aquel 1953, solo había energía eléctrica en el centro de la ciudad, a las 9 de la noche el resto era sombra.

Pero volviendo sobre la historia, en el año 1933 se produce el golpe de Estado que provocó el presidente, el doctor Gabriel Terra. Después vendría el segundo golpe de Estado, en 1949; fueron dos golpes distintos, el del 33 tiene que ver con la serie de sucesos que se dieron en América Latina como un rebote del crack del 29 en Wall Street. Ahí tenemos lo que pasó en Argentina, Bolivia, Brasil, toda esa cadena de golpes y contragolpes que aparentemente se acabó en los 80, pero las amenazas no se diluyen totalmente.

Recuerdo otra vez que en la familia del lado de mi madre eran todos del Partido Colorado, claro que el Partido Colorado tenía una tendencia de derecha y otra digamos socialdemócrata, establecida por José Batlle y Ordóñez, hay una dinastía de presidentes con ese nombre. Aquel golpe del 33 se da de una manera muy particular, se da con la policía, el ejército no interviene, se queda en los cuarteles. Y en el cuartel de bomberos de Montevideo, es de anotar que esa dictadura no tuvo la ferocidad obviamente de la del 73, pero también se denunciaron muchos maltratos y torturas, en particular se reprimió a la izquierda, ya existía el Partido Comunista que fue fundado en 1920, el Partido Socialista era anterior, de 1908 creo, el primer diputado socialista fue el doctor Emilio Frugoni en 1913. Lo digo también como reflejo de lo que pasaba en familia, en la leyenda familiar, porque todo esto está en los libros de historia, la historiografía en Uruguay es muy abundante, propio de "la ciudad letrada", al decir de Ángel Rama. Ya desde niño fui testigo de que se discutía se discutía mucho de política, en la casa, en la calle, en los bares, es uno de los temas favoritos de la cultura uruguaya, además del fútbol. Hasta aparece en las creaciones individuales del canto popular y de los conjuntos de carnaval…

Entonces, esa oralidad en el tratamiento de la política, que es constante en otros lugares, creo que muestra, por un lado, una democratización de las relaciones humanas, un multidiálogo social, y por otro lado, una preocupación por el flujo de la sociedad, qué camino lleva. Más allá incluso de las banderas políticas, y sobre todo a partir de los años 50. En estas discusiones, me atrevía participar sin saber mucho de nada, en ellas entraban también mis tías: Noema que murió de 104 y Zoraida que falleció casi a los 90. Eran coloradas hasta la médula, entonces yo de chiquito escuchaba hablar a ciertos personajes de la política pero no entendía mucho, hablaban del presidente Alfredo Baldomir, que además de militar era arquitecto, y que viene a sustituir al doctor Terra en el golpe de Estado del 42, llamado "el golpe bueno", donde hay una reconstitución de las instituciones. Mis tías y mi madre apoyaban a Baldomir, mientras que mi padre se opuso a ambos golpes…

Pero yo no entendía esas cosas, estamos hablando de los años 38 al 42, porque para mí el golpe de estado no existió, fue solo una verbalización colectiva. El verdadero golpe vendrá mucho después, en el tiempo histórico y en el personal, con sus antecedentes de crisis y autoritarismo. Hablo del golpe neo fascista de 1973, veías cómo las familias se deshacían, hubo niños que se dieron cuenta de lo que pasaba pero no en sentido político, como yo en la infancia, sino en un sentido de amenaza, de agresión, de riesgo real, de que entraran los milicos represores a su casa, que se llevaran al papá o a la mamá, que los golpeaban, que robaban lo que podían, hasta la comida del refrigerador. Esos niños, ahora adultos, quedaron marcados por esa situación, en una especie de tortura permanente, como los infantes violados por los sacerdotes católicos.

Pero de esto que yo digo me voy a enterar después, en un ámbito en el que siempre se discutían esas cosas, con los amigos de mi padre, cuando había reuniones y siempre se hablaba de política, inevitablemente; si bien eso aún no significaba para mí una tentación ideológica, porque además estaba como entre dos fuegos, el sector democrático del Partido Nacional de la familia, que era el de mi padre, y la derecha del Partido Colorado de mi mamá… yo estaba en el medio, por eso con el tiempo me hice socialista y luego me hice comunista para solucionar el problema, porque ni una cosa ni la otra. Tesis, antítesis y síntesis, así nomás.

Y ya que hablamos de política, la hermana mayor de mi padre una vez me llevó a lo que eran los clubes político, que eran toda una institución, digamos que eran las sedes de base que tenían los partidos burgueses, sobre todo el Partido Colorado de orientación batllista. Claro que por otro lado los partidos de izquierda tenían también su estructura, mi tía me llevaba ahí para colaborar, mucha gente iba a esos clubes a ver si después le daban algún cargo; porque como en otros lados la burocracia se nutre de ese negocio. No era el caso de la izquierda clásica, menos desarrollada en esa época. Habría que comparar con lo que uno ve actualmente en México y en Estados Unidos… la lucha por los cargos. En aquel tiempo, creo que ahora menos, iban a trabajar a algún club político del Partido Colorado o del Partido Nacional para que luego, no sé cuánto tiempo, a cualquiera de esa gente le digan "mirá, fulanito de tal, nos apoyaste, y bien recomendado por el dirigente mengano, durante tanto tiempo, vamos a darte un cargo en la burocracia", un cargo así, aunque de poco sueldo, era esencial, porque entrabas en la burocracia y ganabas seguridad, ya que después de ingresado, no te podían correr, sólo el Senado podía expulsar a un burócrata por cargos muy graves. Así que el que entraba en la burocracia ahí se quedaba, y para seguir haciendo política partidaria.

Es una medida también de la sensación como de cierto conformismo de la llamada mesocracia, de quedarse ahí, clientelismo, pues, lo que asegura que en el aparato del Estado predomine la burguesía. Y los dos partidos políticos mayoritarios, los partidos burgueses que mal se les llama tradicionales, aprovecharon muy bien de todo eso, fueron creando una burocracia ya sea con el Partido Colorado, que estuvo en el poder durante décadas o con el reparto de poder que había entre los dos partidos, el famoso "tres y dos", todos los cargos eran tres para los colorados y dos para los blancos.

Y cuando viene el gobierno colegiado también en los años cincuenta, cuando se cambió del régimen presidencial al régimen colegiado, el reparto quedó firme. Dije que mi tía Luz me llevó a un club de esos dentro del Partido Nacional, sector democrático llamado los "blancos independientes", porque no habían apoyado el golpe de estado del año treinta y tres, era un sector minoritario pero de muchos principios, gente honesta, el golpe de estado del año 33 fue apoyado por el sector del Partido Nacional que lideraba Luis Alberto de Herrera —que resultó ser abuelo del que luego fuera presidente del Uruguay, un político nefasto, borracho y admirador de Franco: hablo de Luis Alberto Lacalle, que fue el segundo mandatario después de la dictadura del año 1973 a 1985.

Pasado cierto tiempo, había en lo social algo que no me convencía mucho, que no me satisfacía, no se hablaba de programas ni de proyecto de país, se hablaba de los asuntos inmediatos: qué pasa con la participación de la gente, qué pasa con este pueblo. Revisando los valores de la nacionalidad impuestos por la clase dominante, qué hacemos con los pobres, con los muchos problemas que siempre hubo, como en toda nación. El gobierno y las clases por él representadas van tejiendo una imagen idealizada: "como el Uruguay no hay", "como México no hay dos", "Brasil o maior do mundo"… Se banaliza el contenido de la sociedad profunda, cual si todos fuéramos iguales, pero ya sabemos "que algunos son más iguales que otros"… Entonces, así se va forjando una ideología, con base en valores nacionales estrechos. Además, cuando la Segunda Guerra Mundial fueron muy claras algunas posturas. Estaba el sector del Partido Nacional, el de Luis Alberto de Herrera, recuerdo su frase famosa que era: "allá ellos, los amarillos y los rubios del norte", algo así, no me acuerdo exactamente, pero era una posición que estaba contra Estados Unidos por ser ultranacionalista y también contra el imperio de Japón, y se oponía obviamente a la Unión Soviética y el socialismo. Su nacionalismo estrecho era, en definitiva, un acercamiento al fascismo. La idealizada democracia uruguaya llevaba en su interior estos "huevos de serpiente".

Cuando se establecen relaciones con la Unión Soviética el primer embajador fue aquel primer diputado socialista, Emilio Frugoni, ensayista y poeta. Él escribió un libro muy interesante que se llama "La esfinge roja", resultado de su misión diplomática y su visión del proceso soviético. Ya en lo personal, volviendo a eso de que estaba, desde niño, en medio de todo aquel discutidero, o cuando ya trabajaba, metido en las discusiones en el ámbito laboral (ser funcionario en un banco privado durante más de veinte años, casi treinta, es algo que desgasta espiritualmente), pero en ese ámbito había otras cosas. Así, pude ver cómo el gremio bancario —los trabajadores bancarios, que en otra época eran trabajadores privilegiados, eran obreros de cuello blanco, con salarios buenos con relación a la mayoría, con sus prestaciones, etcétera—; pude ver, decía, cómo ese gremio luego se iría proletarizando ideológicamente. No solo porque fuera perdiendo privilegios, sino porque la ideología del conjunto de los trabajadores bancarios, ya sea de la banca estatal o la privada, fue cambiando hacia una orientación democrática, progresista y de izquierda. Y eso se ve confirmado cuando por los años sesenta se forma la Central Única de Trabajadores. la CNT, que todavía existe como PIT-CNT, y que ha sido fundamental en todo este proceso que se ha dado en el país, la lucha sindical con sus fines sociales más amplios, la lucha contra la dictadura… Pero ya que estamos en el ámbito laboral, fue importante para mí, porque uno podía "teorizar" sobre la explotación de los trabajadores, a nosotros nos consideraban, dije, obreros de cuello blanco pero cuánto trabajábamos en los años 40, 50 y 60: prácticamente, todo el día, no nos pagaban horas extras, horarios de lunes a sábado, el pago de las horas extras fue un logro bastante posterior. Y todo eso te da una conciencia de clase muy clara, esa es la realidad. Y dentro del ámbito ideológico de la familia, las pugnas políticas, porque sus integrantes nacían colorados y blancos y se morían colorados y blancos. Como en mi familia no hubo influencia religiosa, mi mamá era cristiana y rechazaba a la Iglesia, de mi padre nunca supe lo que pensaba sobre el tema, era vasco no católico, dicho laicismo favoreció nuestra educación. Dentro de la familia de mi padre había muchísimos católicos pero católicos firmes, y muchos del Partido Nacional, los que vivían en provincia, que eran pequeños hacendados o profesionistas, en verdad, si bien tuve trato con varios de ellos nunca discutía de política y menos de religión, habrían sido polémicas muy difíciles y tal vez inútiles.

Entonces, poco a poco se va dando un corrimiento en lo personal, una "fuga hacia el rojo" —para usar un concepto de la astrofísica—, fuera de toda influencia de los partidos llamados tradicionales. Debo señalar además la presencia de muy buenos amigos que tuve en aquella época, que de algún modo fueron mis maestros, y que los voy a nombrar: uno de ellos, bastante más grande que yo, se llamaba Rivera Travieso Arena, el papá le puso de nombre Rivera porque era del Partido Colorado, y por Fructuoso Rivera, el primer presidente del Uruguay. Pero mi amigo, persona de extraordinaria cultura humanística, era socialista, y militaba en esa causa. Luego, otro amigo que en las cuestiones políticas no se metía mucho, era una persona de gran espiritualidad, muy culto también, con el cual aprendí muchas cosas, se llamaba Carlos Marquillo, y también otros amigos que fueron importantes, en cuanto a la formación cultural y política. A uno de ellos, Jorge Pignataro, lo veía en mis viajes a Montevideo de estos años, era de los pocos amigos de "la guardia vieja" que me quedaban; falleció con más de 80 años; estuvo muy bien hasta el final; crítico de teatro, periodista, trabajaba mucho y ordenadamente; nos conocimos allá por el año 47. El fue también importante, sin duda, igual que otro compañero de trabajo, también mayor que yo, se llamaba Néstor Scavino, con el cual jugaba mucho al ajedrez, él estaba en una postura de izquierda independiente. Fueron todos muy relevantes para mí, quizás ellos no lo sepan, pero yo quiero decirlo.

Y también hablando de esas épocas y volviendo un poquito atrás, se había confirmado la influencia que tuvieron los maestros, en la primaria y en la secundaria; particularmente esas maestras a la uruguaya, que cada una asumía su profesión y su vocación como si fuera una misionera, era un apostolado prácticamente, una dedicación asombrosa, dentro de una cierta línea autoritaria, su manera de hablar, su porte en general; maestras que influyeron mucho y que me ayudaron a escribir sin faltas de ortografía, fueron fundamentales, yo me acuerdo mucho de tres, lástima que una de ellas me obligó a dejar de escribir con la izquierda, como ya lo dije, pero era la metodología de la época. En secundaria había unos profesores que me dieron lecciones que fueron más allá de la mera enseñanza, lecciones de ética; un profesor francés con su esposa, daban clases juntos, habían tenido un gran papel durante la ocupación en Francia por los alemanes. Habían llegado no hacía mucho a Uruguay y daban clases en tercero de secundaria. En una oportunidad, pusieron por sorpresa un ejercicio escrito en clase, a mí me gustaba el francés pero no estudiaba mucho, entonces tuve que copiarle a otro compañero y fue así que me pescaron. Me retiraron el escrito y no dijeron nada, pero al terminar la clase yo salía muy apenado, el profesor se acercó y me dijo, apoyado por su esposa: "como tú puedes ser un buen estudiante, te vamos a dar chance para que hagas el escrito la próxima clase, pero debes estudiar". Esa fue una breve y profunda lección de ética. La profesora se quedó a vivir en Uruguay después de la guerra, algunos años más tarde, por los sesenta, escribió un trabajo sobre los tres poetas que Uruguay le dio a la literatura francesa y que yo conservo. Se llamaba Margarita Duprés, en las clases la acompañaba una ayudante muy bonita, todo el mundo quería sentarse adelante para verle las piernas… Recuerdo otro profesor, este de idioma español, que un día me llama y me dice "cómo puede ser que tengas una nota tan baja si eres inteligente, ¿por qué no estudias?, te doy chance para levantar la nota. Si no, voy a tener que reprobarte". Eso fue en segundo de secundaria, yo me sentí muy avergonzado y me puse a estudiar, antes las notas eran un sistema de una sutileza extraordinaria, había: deficiente, deficiente regular, regular deficiente, regular, regular bueno, bueno regular, bueno, bueno muy bueno, muy bueno bueno, muy bueno, muy bueno sobresaliente, sobresaliente muy bueno y sobresaliente… O sea, había trece matices pero para pasar el mínimo era tener bueno regular; y yo estaba en regular deficiente, pero en pocas semanas pasé a bueno muy bueno. Cuando yo esperaba una calificación así, el profesor me puso bueno regular, entonces me dijo "esto por no haber trabajado antes, aunque vas a pasar, te felicito porque al final trabajaste bien", me afligí un poco porque no me puso bueno muy bueno, y esa fue también una lección de no olvidar.

Y como no creo en la casualidad y el mundo es muy azaroso, yo siempre fracasaba en historia y en matemáticas, lo curioso es que me gusta mucho la historia, pero era por el profesor, un abogado de clase media alta, con su aspecto aristocrático y soberbio. Y que fumaba cigarrillos de marca y se vestía todo de marca, no era como los que saben estimularte y guiarte para estudiar, por eso simplemente no estudiaba. Curiosamente, luego de reprobar con él el primer examen, cuando me presenté al segundo y definitivo, avisan que el abogado no asistiría a tomar el examen, entonces lo suplanta una profesora joven, simpática y guapa, ella me preguntó justamente sobre los pocos temas que yo sabía, y así salvé la prueba.

Ya en la preparatoria, algunos años después, tenía como 20 años, deseaba terminar los estudios a ese nivel, pues nunca la había hecho porque trabajaba en el Banco, no tenía tiempo real, fue una época de mucha movilidad. Me acuerdo que en mi casa no me daban la llave, para que no regresara tarde, pero yo volvía cada vez más tarde hasta que al final me dieron la llave, ¿ya lo dije, no? Ahí empezaron las salidas y el consumo de alcoholes baratos, luego esa tendencia iría perfeccionándose con el tiempo. Yo iba a los cursos nocturnos, fue una época muy dura y la pagué con mi salud, porque trabajaba de las ocho a.m., no había horario fijo, salía de ahí y me iba a la clase, comía poco, regresaba para poder estudiar, o sea, dormía unas cuatro horas más o menos; además, iba a los bailes, jugaba básquet y fútbol los domingos, era toda una mezcla bastante inocente si uno observa ciertos hábitos sociales de ahora.

En una oportunidad en que había salvado inglés y tenía que dar Historia Natural, me había preparado bien, seriamente, hasta había aprendido de memoria la clasificación taxonómica de los insectos, cuando vamos a dar el examen y estaba esperando mi turno, contemplé el bolillero sobre el escritorio de los examinadores. Tú sacabas una bolilla y debías escribir algo de acuerdo con el número de la bolilla, cada tema un número, para luego disertar ampliando el tema, luego te hacían otras preguntas. Estaba por pasar al bolillero, cuando vi que un compañero había dejado unas anotaciones sobre la banca que ocupábamos, yo estaba ahí como distraídamente y de pronto miro y me doy cuenta de que eran apuntes referidos a la bolilla 23, sobre un tema poco relevante que no recordaba, por lo que leí de apuro las notas, entonces me llaman al frente, hago dar vueltas la esfera de alambre y saco la bolilla 23… Por eso creo en el azar, no hay casualidades o todo es muy azaroso, acababa de leer eso, diserté y chau, había salvado la materia, si no perdía, porque era el único tema que no había estudiado. Después vendría la tuberculosis, vendrían otros tiempos: ahí se acabó mi carrera académica.

El presunto azar… eso le pasa tal vez a toda la gente pero a veces no nos damos cuenta o no le damos tanta relevancia, me han pasado cosas que casi no puedo creer, a eso se le llama, por comodidad, coincidencia.



                         VOCACIÓN Y MILITANCIA

En el cincuenta y cuatro yo me afilio al Partido Socialista y duré ahí varios años, luego me voy porque no encontraba una respuesta a mi preocupación política, además de que ya empezaban a sentirse los efectos de la crisis, de que se acababa la época de bonanza, que clásicamente se define como la situación del país luego de la Segunda Guerra Mundial y de la Guerra de Corea. En esas épocas Uruguay fue un país fundamentalmente exportador, sobre todo de materias primas, aunque ya se había conformado una industria que trabajaba mayoritariamente para el consumo interno. El ochenta por ciento más o menos era para el consumo interno, las exportaciones de materias primas, como dirían los economistas, se componían nada más que de elementos del Sector Primario, no del Sector Terciario, digamos; ya comenzaba a sentirse eso antes del reacomodo de la llamada Guerra Fría, entonces todavía quedaba un optimismo suficiente en la sociedad, un optimismo que había crecido considerando el campeonato del Mundo del año cincuenta, el "maracanazo", que se supone también muy importante. Lo expresaba una canción: "Uruguayos campeones de América y del mundo"…

Me acuerdo que yo estaba en la rambla o costanera o malecón jugando al fútbol y esperando que pasara la caravana de los campeones del mundo. Titular del diario uruguayo La Tribuna Popular del día 19 de julio de 1950 Pasaron en dos o tres autobuses, la gente iba atrás como loca, en coche, en motos, en bicicleta, y nosotros saludándolos y gritando hasta la ronquera, los recibimos jugando un partido; yo recuerdo todo aquello como una verdadera fiesta nacional, hasta recuerdo muy bien cuando se jugó el partido final, estábamos en un bar —claro, no había televisión, se escuchaba el partido—, sobre la avenida 18 de Julio, en la zona del barrio del Cordón, éramos un grupo, algunos nos conocíamos y otros no. Y en medio de toda aquella especie de mística nos metimos en el bar, a tomar cerveza, lo que fuera, a escuchar el partido, no había nadie en la calle, nadie. Recuerdo que iba ganando Brasil y había que tomar algo para consolarse, luego empata Uruguay y no sé qué pasó, como una explosión colectiva, y cuando hace el segundo gol Uruguay, el que más se emociona es el dueño del bar… que era un gallego, es decir, no era uruguayo, pero empezó a gritar y a delirar, él era más uruguayo que nosotros, hasta tuvo un desmayo, al recuperarse dijo: "la casa paga, carajo". Esto demuestra un poco también cómo era y es la sociedad uruguaya, esa compenetración multinacional, aunque haya discriminación en algunos aspectos. Además de que era muy clásico que un gallego tuviera un bar, un "boliche" como se dice todavía.

Todo eso fue muy emocionante. El año cincuenta tuvo entonces sus particularidades. Esa afirmación, ese optimismo histórico comenzaron a decaer, porque Uruguay ya en año 1954 va a salir cuarto en el mundial de Suiza, y ahí comenzará una declinación, con algunos altibajos hasta los años setenta, en que sale cuarto en el campeonato que se hizo aquí en México, mientras tanto ganaba o perdía alguna Copa América que antes se llamaba Campeonato Sudamericano, porque reunía solo a los equipos de Sudamérica, en fin. Eso tiene que ver con el fútbol como reflejo de agudos problemas sociales y políticos.

Verborrea nada más, si las palabras no significan otra cosa, entonces mejor ni hablar, es como el discurso político de algún presidente que dice: "estamos trabajando, estamos construyendo". Si eso no sirve para algo en la vida, para qué sirven las palabras, yo estoy en conflicto permanente con las palabras, porque uno nunca dice exactamente lo que quiere decir, un tipo nunca escribe lo que quiere escribir. Pongamos que me venga a la cabeza, como suele pasar, una imagen de tiempos personales históricamente lejanos, cómo voy a representar con palabras lo que es una imagen que viene de la contemplación o viene del tacto o viene del oído, viene del olfato, cómo lo puedo "convertir" en palabras; eso no se puede, porque hay gente que cree que se convierte en palabras, pero no se convierte en palabras, las palabras representan las cosas, no son las cosas, entonces en esa representación, siempre va a haber deficiencias, se pierde en lo vivido, se gana en lo escrito.

(PAUSA: Ah, ¿quién ladra? Es Tábata, ese es nombre de bruja, y como dijo el veterinario: "ella no sabe que es una Rothweiler, si no, nos come a todos". Perra fuerte y dócil, no está enterada de su poderío, afortunadamente.)

Bueno, entonces, ¿en qué andábamos? El cincuenta y cuatro, además es el año de mi primer libro, publiqué un libro que debí haber escrito en los años 50 al 52, más o menos. Se fue formando sin un propósito, porque no estaba pensado como un libro, como algo unitario según sucede con los autores cuando se hacen un poquito más expertos, cuando tienen menos limitaciones. Y fueron acumulándose los textos, escribí no sé… doscientos, trescientos poemas, muchos, de una preselección hecha con ayuda de amigos, quedaron ciento cuarenta.

Yo tenía un amigo, del cual ya hablé, que fue importante en mi formación literaria y cultural, incluso política; su nombre: Rivera Travieso. Le pusieron Rivera porque el papá era colorado, el caudillo Rivera fue primer presidente de Uruguay. Mi amigo era un hombre inteligentísimo, de una cultura fantástica, que nunca terminó su carrera de abogado, porque él siempre quería saber más. No podía estudiar solo para los exámenes, si daba un examen de sociología por ejemplo, tenía que ver todo lo que había sobre el tema, entonces acumulaba conocimientos que iban más allá del examen. Estudiaba para aprender. Yo también aprendí mucho de él, un gran amigo, pero hace años que no lo veo, bastante mayor que yo. (NOTA: el hablante se enteró de la muerte de su amigo unos años después.)

A él y otros amigos les llevaba los poemas, Travieso me presentó con el poeta Roberto Ibáñez, muy relevante, esposo de Sara de Ibáñez una gran poeta uruguaya también. Mis poemas eran de esa escritura que se da en estados de ensoñación, en estados que no son exactamente vigilia y que no son exactamente sueño, un estado intermedio, estado neblinoso, penumbroso, aun mórbido, que está muy asociado con el espíritu romántico… Me considero romántico o lírico materialista y místico, sin Dios. Esos estados, pues, me conducían a la escritura, sobre todo cuando en esa vaguedad del aire que produce la indefinición, tú no estás ni dormido ni despierto, estás en el medio, que es donde yo ando casi siempre ¿no? y lo disimulo con bastante eficacia. Por eso mi psicoanalista Walter Laborde, ya fallecido, me decía que soy un fronterizo.

Esa época, justamente, fue la que me permitió liberar los resortes y comenzar en verdad la escritura. Les llevaba a aquel amigo algunos poemas y dije que a otros amigos también, no muchos textos a cada uno, y finalmente se fue conformando un libro. Yo tenía otros amigos, que eran compañeros de trabajo en el banco, gente de ideas de izquierda, socialistas y los que se llamaban de "la tercera posición", es decir, ni con el imperialismo soviético ni con el imperialismo yanqui… había comunistas, anarquistas, en fin, yo mantenía muchos vínculos con todo el mundo, entonces a las lecturas relacionadas con la narrativa, la poesía, el teatro, el ensayo, añadía temas que tienen que ver con las cuestiones sociales y políticas, aparte la historia, que siempre me interesó. Mientras, trabajaba en la depuración de tanto verso, de aquella acumulación de textos quedó un primer resultado de 140 poemas.

Finalmente, quedaron ochenta y dos, que se publican en el primer y horroroso libro llamado "El pájaro en el pantano", un título bastante exótico, porque en el Uruguay no hay pantanos, hay bañados, el pantanal en Brasil y las ciénagas en Cuba, pero el título se me ocurrió por una imagen que yo había tomado de un texto de un escritor chino, de cuyo nombre no me acuerdo, que hablaba justamente de unas grullas volando sobre un pantano. Permaneció, más que la memoria del texto, la imagen que yo inventé a propósito de lo que había leído, nunca había visto una grulla, salvo en aquella película soviética que se llamaba precisamente "Vuelan las grullas", un filme en blanco y negro que tiene que ver con la guerra, y de lo mejor que se ha hecho en el buen cine ruso de aquel tiempo. Se fijó la imagen y vaya a saber por qué yo la apliqué al título, luego estuve tratando de auto-psicoanalizarme para ver qué significación le podía dar yo a ese título, entonces dije: en un acto de soberbia, el pájaro soy yo, que ando volando por ahí, sobre todo un rebaño de gente que está metida en un pantano, y el único que puede andar ahí libre en el aire, soy yo… Una interpretación un poco capciosa, sesgada o tal vez interesada, pero eso fue lo que se me ocurrió.

Ese libro lo pagué con un crédito que me hizo un compañero del banco que era prestamista, no solamente trabajaba en el banco, sino que además prestaba plata, no era un interés muy grande, pero igual era dinero que se lo fui pagando en cuotas y con eso cubrí la edición del libro, unos trescientos pesos y poco, todavía conservo un ejemplar, otro lo guarda mi hija mayor. Es un libro que hasta yo mismo ayudé a imprimir, iba a la imprenta todos los días y ayudaba a colocar las hojas en la impresora plana, la composición era de tipos móviles, en plomo, no era composición en offset, ni como hoy con la computadora. Me gusta recordar que yo mismo hacía las correcciones y ayudaba a colocar las hojas para que se imprimiera el libro, de ahí creo que surgió lo que es un hondo interés por la producción editorial, a la cual me he dedicado durante mucho tiempo. Hasta ahora me atrae el olor de la tinta, el movimiento de las máquinas y toda esa transformación que se va dando, del pensamiento secreto a la oralidad y al negro sobre blanco. No es fácil vincular procesos tan diversos, porque tú ves impreso lo que "creaste" de acuerdo con una instancia específica, o sea, lo que escribiste en cierto momento, en un cierto estado de ánimo, bajo la presión de ciertas imágenes originadas por un sonido, un ruido, algo que se mueve, y todo eso queda fijo en el papel. Agrego que desatar la escritura, el acto de escribir, es externar los efectos de la memoria, es memorizar con palabras lo que otros no memorizan de esa manera, eso es todo.

Y bueno, con ese estado de ánimo, de situación, ver luego que van apareciendo las hojas impresas… eso siempre me ha causado un poco de perturbación, que no podría explicar claramente, porque eso que ves impreso, no es lo que tú hiciste, tampoco representa estrictamente lo que estabas experimentando en el momento creativo, es como un avatar… Por eso es asombroso que la poesía exista, porque tal vez lo que llamamos poesía es aquello que no se llega a escribir totalmente, pero esas cosas uno las va aprendiendo después de a poquito, con el transcurso de los años y los libros. Aunque le verdad poética es como el objeto del deseo: inalcanzable.

Entonces hubo una acumulación muy sui géneris; no era un libro unitario como sucedió con libros posteriores, que ya venían de una idea general; es lo que yo llamaría un estado psíquico de maduración indeterminada. Puede llevar un año, dos, tres; va originando la escritura de ese libro, tanto del punto de vista temático, como de lo que se llama de estilo, de redacción, de utilización de cierto imaginario, de ciertos procedimientos retóricos, porque la poesía es arte y artesanía pero en aquel caso no, se fueron acumulando los poemas en los cuales yo me he reconocido parcialmente, porque la lejanía en el tiempo de la poesía es una lejanía distinta. Ver un poema que escribiste hace treinta o cuarenta años no es lo mismo que ver una fotografía de cuando eras adolescente, eso es un tiempo distinto como que esa palabra encierra todavía los momentos en que tu escribías, yo en la foto veo que soy otra persona, en la palabra sigo pensando que esa es la palabra que yo escribí, es un matiz no soslayable.

Entonces, ese libro sale, yo mismo lo vendía para poder pagar las cuotas del préstamo, y bueno, lo vendí bastante bien; lo compraban por simpatía —"ah, un joven poeta" decían—, El pájaro en el pantano. Ed. del autor, Montevideo, 1954recuerdo que se lo mandé a Juan Cunha, ese gran poeta que murió en el año ochenta y cinco, notable dominador del verso. Era de la generación de Juan Carlos Onetti; cuando Juan Cunha con un amigo pone una imprenta, allí imprimen la primera novela de Onetti, "El pozo", que llevaba en la portada un dibujo falso de Picasso, lo firmaba Picasso, de seguro que este nunca se enteró.

Juan Cunha recibió mi libro, yo a él no lo conocía, fue a través de un librero que tenía una librería que se llamaba Arca —ahí se instalaría la Editorial Arca años más tarde—. Este hombre, de apellido González, era un librero digamos clásico, de los que uno conocía en aquellas épocas, que sabía de libros porque no solamente era un librero, también era un lector. En el pequeño local de la calle Colonia, con él siempre se reunía gente, iban escritores, mucho más grandes que yo, también a veces iba Juan Cunha y otro escritor que se llamaba L. S. Garini —en verdad, era su nombre de autor, como un seudónimo—, con el cual yo hice amistad posteriormente. Este señor fue el que me dio la indicación para que le hiciera llegar el libro a Juan Cunha, y años más tarde, hablando con Juan, con el cual forjamos muy buena amistad, me dijo —porque siempre nos tratamos de "usted"—: "su primer libro era un mal libro, pero ahí había un poeta". Me acuerdo que me dijo eso, años después, cuando yo había progresado en la escritura y conocía mejor el oficio y el artificio, no se lo dijo al poeta primerizo y vacilante, al que podría haber desalentado. Juan Cunha era un caballero hasta en esos detalles. Ah, una vez me comentó que para él la poesía de Octavio Paz "era agua destilada"…

Cuando yo estuve en Chile, en ese mismo año en que publiqué el libro inicial, con un amigo nos pasamos ocho días tomando todo el vino posible, fui una tarde a la casa de Neruda, en Santiago; llevaba un ejemplar de mi libro, casi temblando toco a la puerta y salen dos señores con un perro, eran los cuidadores de la casa en la avenida Lynch. Creo que la casa se llamaba "La Chascona", era una de las casas famosas de Neruda, creo que era esa, pregunté: "—¿Está el señor Neruda?"—, "No, no está, salió de viaje". Me atendieron muy bien, entonces dije "¡Ah! ¡qué lástima! Porque yo venía a traerle un libro, acabo de publicarlo… en Uruguay y quería dejárselo". Estaba fresquito el libro, a las tres semanas de haber salido, en el mes de marzo, mes de mi cumpleaños número veinticuatro. "¡Ah, claro, sí! Déjelo nomás que nosotros se lo entregamos", "Bueno, muy bien, muchas gracias". Y ¿por qué se lo llevé? Porque Neruda había dicho una vez que a él le gustaban los libros malos.

Bueno, a Neruda lo vi dos veces, no mucho después, cuando fue a Montevideo a dar un par de recitales, pero nunca hable con él, no sé, creo que era siempre la figura, estaba siempre rodeado de fanáticos… nunca me gustó andar, como dicen, "haciéndole la corte" a los grandes escritores, porque aunque sean grandes y hasta modestos y sencillos como José Saramago, de pronto uno como que los está incomodando, está todo el mundo siempre arriba de ellos... para que se les pegue algo, digo. Y también en parte por timidez. Siempre he sido tímido, de niño ni siquiera atendía el teléfono porque me daba la impresión de que me estaban viendo del otro lado, y mi madre me decía "¡Atendé el teléfono!", entonces con muchos resquemores, atendía. Ahora no, claro, pues el teléfono es como una especie de presencia sonora propia de la modernidad, algo como otra persona más que, sin embargo, pierde bastante su lugar ante la computadora, o se combina con ella.

Y ese libro fue, digamos, el primer gran paso, porque yo no había publicado nada. Nunca supe lo que opinó Neruda, luego de dos años nunca le pregunté, por supuesto, aunque era más accesible de lo que uno pensaba, tenía una cara que parecía como de tótem, o de ídolo, no se le movía nada, pero era una persona muy receptiva, no se le iba detalle. Yo fui amigo de amigos de él, pero la ocasión que tuve de hablar con él no la aproveché y bueno, así pasó. Estaba con su esposa, con Matilde, vivió con ella hasta que se murió, ese encuentro fue en el Teatro Solís en 1956, el año en que yo me casé, mi primer matrimonio. Recuerdo que un amigo mío que ya murió, un destacado narrador, Alfredo Gravina, me contaba que justamente cuando Neruda visitaba la pequeña ciudad de Atlántida, cerca de la capital, en una ocasión en que iban caminando Neruda y él, el poeta se paraba a cada momento para recoger objetos: un caracol, una planta, una piedrita, una flor caída, y preguntaba "¿Y esto como se llama?". Y juntaba y conservaba todas esas cosas. Eso fue algo que yo llegué a leer en el esbozo biográfico que Gravina escribió sobre Neruda. Este era un recolector, siempre reunía cosas muy diversas, porque eso formaba parte de su proyecto poético, él era como una especie de gran inventariante del mundo. Creo que esa cualidad, así expansiva y no solamente en el papel, sino en general, hace mucho bien, tanto para darse chance en la propia escritura, como para acentuar la relación con el afuera de uno mismo, vínculo que implique conocimiento y compromiso vital. Neruda había bautizado a Atlántida como Datitla, era como Adán, poniéndole nombre a todo.

Porque hay alguien que rebusca en las cosas, en el suelo, ¿por qué?, pues… busca los orígenes de lo que hablamos antes, busca el origen propio, busca respuestas a preguntas que uno todavía no se ha hecho, porque a veces nosotros estamos respondiendo lo que aún no hemos preguntado, nos adelantamos a la pregunta que sigue, y por eso es que no encontramos la respuesta. Quizá con esto de la poesía suceda algo similar, por lo menos como poeta consciente que soy a veces, creo que uno siempre está preguntándose, pero a veces respondemos adelantándonos a las preguntas... Y si hubiéramos sopesado la estructura de las preguntas, la finalidad de las preguntas, el contenido de las preguntas, se habría producido una perturbación inédita, tal vez por eso las respuestas no llegan casi nunca, por eso quizás la poesía se parezca a la muerte.

Sin embargo, de esa primera obra recuerdo alguna anécdota sobre el tema. Un compañero de trabajo del banco, que había leído el libro, me dijo, muy a la uruguaya: "¿Qué me hiciste?". "¿Yo? Yo no te hice nada", "Sí, porque me iba a ir de pachanga, de farra con unos amigos pero me puse a leer tu libro y me amargué tanto que no pude salir de casa", dije: "Bueno, es un problema de tu sensibilidad". Porque en ese libro aparecen ciertos asuntos o temas de años anteriores, que tienen que ver con la soledad, con la muerte, con los sentimientos amorosos. Son concepciones que no solamente vienen de la literatura, porque como dice el maestro Jorge Luis Borges: a veces no es el poeta el que escribe, es la época que escribe por él. ¿Por qué nosotros ahora, nos metemos a hablar de la violencia? Porque es la época violenta que escribe por nosotros, o que nos transforma en sus voceros. Como tantas otras temáticas, digamos, que tienen relación con los sucesos que se dan en la vida cotidiana y que hacen que uno escriba sobre eso. Pero en realidad, quien escribe o parece escribir es la sociedad, no uno, y en mi caso toda aquella experiencia de dolor, de enfermedad y de muerte acechante, estaba ya experimentada real y simbólicamente en mí. Además, presentida, era como un adelanto, quizá más bien esto último.

Quizá porque una vez yo presencié un accidente en la calle, a un hombre canoso le pasaron por arriba, le pisó la cabeza la rueda de un coche, el cerebro saltó como una gran gota de sangre oscura, el hombre quedó derrumbado en el asfalto. También como presentimiento con respecto al dolor —estoy hablando de las intervenciones quirúrgicas—, que quieras que no, son agresiones que te ocasionan dolor. Y asimismo lo que yo vi cuando estaba en el Hospital Maciel. Fue terrible, tenía como dieciséis, diecisiete años, estaba mirando un partido de básquet, me empujaron y caí hacia atrás, me enganché el antebrazo en una rama rota de un árbol y me seccioné una o dos venas, empecé a sangrar brutalmente y de ahí al hospital, de urgencia. Demoraron mucho en atenderme, perdí muchísima sangre; además, viajé en tranvía, solo, al hospital, dejé el asiento y el piso llenos de sangre. Había tranvías en aquel tiempo, que eran más bien lentos… Lo que yo vi esa noche, las personas accidentadas o golpeadas o asesinadas, los cadáveres sobre las mesas de operaciones, la prostituta de rostro deshecho, todo lo que vi, un montón de imágenes que aún conservo muy nítidamente. O las otras cosas que uno contempla: el intento de violación de un niño por varios muchachos, asuntos de ese tipo ¿no? Era el fruto social de los barrios duros adonde yo vivía, creo que eso también depende, obviamente, de los niveles de sensibilidad: por una parte, uno es vulnerable a todo eso, y por otra parte, la misma vulnerabilidad es la que genera anticuerpos que ayudan a defenderte.

Y entonces, a aquel amigo del banco, seguramente tocado por esas temáticas del sufrimiento y de la muerte, algo le pasó que no se fue de pachanga, se quedó en su casa. Y me pasó también otro suceso, pero eso es de otro tipo: me invita una señora para hacerme una especie de entrevista, por qué no sé, ni quién le había dicho que un joven poeta había publicado su primer libro, la primera pregunta fue: "¿Usté, como hace para escribir?", y yo contesté: "Pues, me siento a la mesa, tomo unas hojas sueltas o un cuaderno, una pluma o lápiz y escribo, normalmente escribo sentado".

Pero no pasó mayor cosa con ese libro, luego vendría el segundo, que terminé y publiqué, pagando la edición, por supuesto, en 1956, año de mi primer casamiento. Y de mi primera conferencia, en una pequeña ciudad en el departamento de Colonia, que se llama Rosario. Primera conferencia en Rosario, Colonia, Uruguay, 1956.El hermano de un amigo mío y compañero de trabajo, era pintor e hizo una exposición, es una ciudad pequeña, parecía lejos de todo, hacía un frío terrible, pues era invierno, yo debía dar una charla sobre las artes plásticas y no sé qué más. En aquellos tiempos tomaba clases de pintura con el suegro de Mario Benedetti, el profesor López (quien murió poco después, ese mismo año, en un viaje a España), pues tenía mucho interés en las artes plásticas, no es que yo quisiera ser pintor, porque no sirvo para eso, realmente quería aprender algo para vincularlo luego con mi interés mayor que era la poesía —así como también estudié guitarra, a los dieciocho años.

Es decir, se iban conjuntando diversos elementos que luego de alguna manera iban a continuar entretejidos en el tiempo. Recuerdo también que cuando se acabó mi conferencia, que había llevado escrita (lo que nunca más hice), se sirvió un buen vino para combatir el frío… Creo que todavía tengo una foto de ese evento. El efecto calórico del vino fue breve, el frío se volvió terrible, no había manera de enfrentarlo con los trajes de la época, y cuando se acabó el evento, infrecuente en esa ciudad, fuimos a pie hasta la terminal pero el último autobús a Montevideo ya había salido. Tuve que dormir en lo que era la agencia, no era la terminal porque en verdad no la había, solo un lugar donde paraban los autobuses, y pegada a él una pequeña oficina. Ahí tuve que dormir como hasta las seis de la mañana, con un frío espantoso, tirado en un largo banco de madera semejante a piedra. Entonces me di cuenta que esas cosas iban a suceder casi siempre en el futuro, y así ha pasado, sobre todo con quienes estamos trabajando libre y desinteresadamente en distintas disciplinas culturales y aun políticas. O sea, fuera del canon, eso ha sido hasta ahora, las anécdotas son tan incontables como las dificultades, por eso mismo es que seguimos en esta dura y hermosa tarea de nunca acabar. Como diría Lenin: "fieles hasta el final".

Por ejemplo: rememoro un espectáculo que hicimos con unos amigos, unos cuantos años después, de música y poesía, estábamos actuando —porque unos cantaban, otros tocaban la guitarra y yo leía poemas—, ante un público de barrio, al aire libre, yo estaba sentado leyendo, llegó un perro y orinó las patas de la silla, cerca de mis pies, el perro se iba y volvía a pasar, también había otros perros y niños que gritaban, y nosotros haciendo nuestro espectáculo. Y hasta ahora también, de otras formas, con alegría participativa y en todas partes, la causa de dicha actitud, a más de la conciencia social, puede ser porque en la personalidad hay tal vez como una especie de núcleos —hablo a título personal ¿no?—, que operan en la vida de uno y esos núcleos no van a cambiar, ni van a desaparecer, van a continuar prefigurando algo como un destino, más allá de la actividad que se cumpla. O sea, la tendencia va a ser la misma, el trabajo "en mí", el trabajo ya sea cultural, ya sea político, debe hacerse desde abajo, donde está lo humano, no desde arriba, porque la cultura desde arriba no ve a la gente de abajo, trata de verse a sí misma, y en ese sentido de cómo generar cultura, creo que con todo y dificultades, nuestro camino es el adecuado, más allá de que debemos asumir sus consecuencias posteriores, negativas o positivas.

Aquí comienza otro tema que es el de la diferenciación. Por qué uno es considerado diferente de los demás, por qué dicen: "este tipo es distinto, esta tipa es distinta, este niño es distinto, esta dama es distinta"… ¿por qué?, ¿quién o quienes gestan esa diferenciación? Lo voy a resumir y luego lo desarrollamos más adelante: porque es a partir de la publicación de este libro donde se va a asentar lo que ya venía de años anteriores. Nosotros, por ejemplo, vivíamos en lo que se llama un barrio bajo de Montevideo, en la calle Isla de Flores de la cual ya hemos hablado, ¿nosotros de dónde veníamos? Mi papá de la mediana burguesía rural, mi mamá de una capa media provinciana con determinados niveles de cultura, de formación, de sensibilidad, pero en general éramos ajenos a aquel barrio, entonces nosotros éramos un objeto extraño ahí. Luego, uno se va convirtiendo en un sujeto extraño dentro de la propia familia, hasta en lo político, porque por un lado mi padre era blanco, mi madre colorada, mi hermana sin partido, y uno sale socialista y después comunista, que era mucho peor, a más de aceptado como poeta, atendido cuando tuberculoso y reprobado por borracho. Y las diferencias que va a haber luego en el habla, no porque hablara de tú, a veces se hablaba de tú, generalmente he hablado de vos, pero yo siempre escribí de tú en la poesía, la narrativa es otra cosa porque es el habla de cada personaje, y si un personaje tiene que hablar de vos, habla de vos, y si de tú, habla de tú, y si de usté, habla de usté. Pero en la poesía nunca usé el voseo, salvo mínimas excepciones, como lo usan muchos poetas uruguayos —Benedetti entre ellos—, siempre usé el tuteo, porque el tú señala una cierta autonomía con relación al habla cotidiana.

Y por otro lado ese gusto del "tú", como que apela a los valores culturales heredados de mi familia vasca, entonces hay dos cosas en esa diferenciación social de que hablaba, y que se va a hacer también notoria, porque yo usaba lentes, comencé a usarlos cuando entré en sexto año de primaria, cuando me hicieron repetir porque no tenía edad para ingresar a secundaria, ahí demoraron mi formación académica, debí repetir sexto año porque era demasiado joven para la secundaria. En la escuela se descubre mi miopía y como empecé a llevar lentes, ya lo dije, para muchos muchachos de barrio, que era un barrio también muy popular, yo era un maricón, porque según ellos todos los que usaban lentes eran putos, entonces yo tenía que andar sin lentes, solo los usaba en las clases, pues el maestro me obligaba. En ese tiempo vivíamos en una casa grande, ya lo comenté, con la familia de mi tía mayor, para así compartir los gastos, esa casa todavía existe, la gente del barrio vivía quién sabe cómo, entonces daba la impresión de que uno era la burguesía del barrio, claro que no era cierto, estábamos ahí por necesidad, pero ahí estaba la diferenciación, la discriminación. Generalmente yo tenía amistad con los judíos, con los muchachos de ascendencia judía que también eran diferenciados o discriminados, simplemente porque eran judíos, les llamaban de "rusos", para aquel barrio de ignorantes y/o desinformados todos los judíos eran rusos, así como los libaneses eran turcos. A los árabes de cualquier procedencia les llamaban "turcos", con la gente de la frontera con Brasil había diferenciación, los "bayanos", más que nada por el modo de hablar, influido por el portugués, y también con gente de otros sitios del interior, los "canarios". Eso, en lo personal, se fue acentuado luego aun en la familia, por determinados problemas, matrimonios no aceptados, que tenían también que ver con el parentesco, de niño yo oía: "¿Cómo que fulanita se va a casar con fulanito, que además son medio parientes?". No, había diferenciaciones y fueron muy fuertes, luego la diferenciación que hace la propia dictadura entre los buenos y los malos, y si uno quedaba etiquetado como malo, era subversivo, por lo tanto te castigaban. Y las propias diferencias que había también en el ámbito donde yo actuaba, que eran el sindical y el movimiento cultural, aun dentro del propio Partido Comunista, que era donde militaba también, casi siempre hubo alguna diferenciación, para mí sobre todo en dos ocasiones decisivas: cuando vivía en la frontera, finales de los 60, y luego en Montevideo, años de la crisis del partido, en 1989 y 1990. Y si hablamos del exilio, que duró para nosotros de junio de 1976 a octubre de 1984, yo era parte de los que volvían, no de los que se habían quedado, y más allá de que se hizo toda una política del reencuentro, a más de la pretendida reconversión del partido —es decir, una reunificación entre quienes habían estado en la clandestinidad, los que salían de la cárcel y los que regresábamos—, la diferenciación siempre estuvo, me atrevo a decir que hasta ahora. ¿Por qué no existe el voto en el exterior para los que estamos fuera del país, unos 600 mil? ¡Qué país el mal llamado "paisito"! Interior versus capital; gobierno progresista versus derecha; residentes versus los de afuera… La nación uruguaya está asentada en unos veinte países, otra cosa es el Estado-nación.

Eso es un tema muy delicado de tratamiento, este de la diferenciación, porque conlleva múltiples motivaciones personales, en el sentido de que al hablar de esto puedo hacer una memorización tal vez demasiado subjetiva de innumerables coyunturas que se dieron desde la infancia hasta ahora. Uno siempre ha sido visto, por parte al menos de la famosa Otredad, como el "diferente", "el pelo en la sopa", entonces, cuando yo me voy a vivir a la frontera —en los años 60 viví en Brasil y en Uruguay, de los dos lados, ahí también soy un tipo distinto, soy un sapo de otro pozo… del lado brasileño y del lado uruguayo, por tanto ¿en qué se convierte uno? En un fronterizo. Y eso es lo que yo soy: un fronterizo, habitante de fronteras que se mueven.

Yo no creo en las casualidades, simplemente hay cosas que nos las podemos explicar y decimos que es la casualidad, la coincidencia, tengo toda una "teoría" sobre eso, que parece disparatada pero que no lo es tanto, es como cuando tú piensas en Pedrito, y Pedrito, al que hace dos años que no ves, de repente aparece o se comunica por teléfono, ese evento se llama sincronía. Y frases que dijiste y que luego escuchas de personas que no conoces. O el lugar que tampoco conocías y al que llegas sabiendo cómo es… no sé, hay una explicación para eso, pero hay otras cosas que suceden también de una manera bastante sorprendente y que le pasan a muchas personas, pero no se dan cuenta o simplemente las dejan correr. A mi me han pasado algunos sucesos muy impresionantes. Voy a contar sólo uno: estaba terminando de preparar un libro, que lo había dedicado a varias amigas, un poema por cabeza, me quedaban varios por dedicar, pues me los habían pedido alumnas y amigas, "ay dedícame uno", claro que sí, los dedico a seis o siete, bueno los tengo que dedicar a todas —hace ya unos años de esto—, entonces, al final me quedaba uno sin dedicatoria, nada más. "¿A quién se lo puedo dedicar?", pensé, y de pronto me acordé de una amiga mía, hija de un poeta guatemalteco muy amigo, "¡Ah! ¡Fulana!" Estaba la hoja con el poema colocada en la vieja Olivetti, la ajusto un poco y empiezo a escribir el nombre de Gloriana, de pronto suena el teléfono y era ella. Le dije: "¡Ah, qué bueno que hablaste, porque ahora te estaba dedicando un poema!" Y ella que es de hablar muy chistoso, muy libre, me responde: "No, no te creo, ¡no mames!" Le dije: "Bueno, justo en este momento, es una lástima que vos no lo puedas ver." Agregué: "¿Cómo conseguiste mi número?", porque hacía como dos años que no sabía nada de ella, "Pos, me lo dio una alumna tuya, ahora tengo un curso y ahí va ella." Pero mi amiga nunca lo creyó, musa de poca fe.

Así como te digo, hay otras cosas que me han pasado. Una teoría mía, para resumir rapidito es: que si se entiende o se acepta que el universo está originado en un punto teórico, cuando se produce el Big Bang, según la aceptada y comprobada teoría del Big Bang, en ese punto de unos dos o tres milímetros, digamos, estaba ya el espacio, pero no había tiempo, pues el tiempo nace del movimiento, por eso se puede medir. Es decir, todo estaba ahí en estado de latencia, en ese punto teórico, entonces quiere decir que primero fue el espacio y después el tiempo. El tiempo se origina con la gran explosión. El tiempo nace después, ese fragmento temporal es inmedible, y como el tiempo está atado al espacio y el espacio está atado al tiempo en la medida que se va originando el universo y por expansión las galaxias, las estrellas, las partículas, los gases, etcétera, se asientan las cuatro fuerzas principales que hay: la fuerza débil, la fuerza fuerte, el electromagnetismo y la fuerza de gravedad… la única que puede con todo es la fuerza de gravedad, nada está libre de ella (tal vez a escala subatómica no sea así), entonces como hay grandes masas de materia en el espacio, eso produce atracción, atrae al espacio y el espacio es atraído, y el tiempo también, entonces el tiempo nunca es similar y el tiempo puede ser curvo, porque está agarrado al espacio, o puede ser quién sabe qué… el asunto es que según la cantidad de materia que origina la fuerza de gravedad, al atraerse los objetos celestes, algo pasa con el tiempo, o sea que el tiempo no corre igual en todas partes, porque si acá hay una gran cantidad de galaxias que ejercen atracción, el tiempo se curva de cierta manera y en otro lado de otra, porque hay menos fuerza de gravedad. Aparte, el Universo se expande, eso termina de generar un desfase entre el espacio y el tiempo. Ese efecto es lo que da origen, en mi opinión, a todos esos sucesos azarosos, a esas "coincidencias". Porque hay cosas que tú las ves pero no las estás viendo en realidad, las estás recordando: están como colgadas de la tela de la realidad. Entonces, esa es mi teoría. Ni hablar de la materia y la energía oscuras… Y así pasó. ¿Puedo contar la última nada más?

En Montevideo, después del exilio, yo estaba en el estudio de mi casa esperando a un amigo, entonces él llega al frente de la casa, a través de la ventana, desde mi sitio lo veo pasar, porque se veía la calle. Había un pequeño jardín que él debía atravesar, veo muy bien que entra en el jardín, entonces me paro para abrir la puerta, abro y ¡no había nadie! No tenía un lugar donde esconderse, otro amigo que estaba junto a mí también lo vio pasar por el jardín. Cierro la puerta, me voy a sentar y golpean: era él. Quiere decir que nosotros lo vimos antes de que él llegara. Eso fue así. Y han pasado muchos eventos similares, aun mínimos, como abrir el diccionario al tanteo para que aparezca la palabra que buscas… Es un problema entre el espacio y el tiempo, hay momentos en que así suceden esas cosas... Tal vez el dios Azar sepa el motivo.

En otras culturas, fíjate en los quechuas y los aymaras del altiplano en Sudamérica: para ellos ¿el futuro dónde está? En la nuca, hacia atrás, porque no lo hemos visto, y el pasado frente a los ojos, hacia delante, porque ya lo vimos, es al revés para nosotros, atados a una supuesta línea del tiempo. Por ejemplo, nosotros decimos, "Fulanito tiene todo el futuro por delante", ellos lo piensan exactamente al revés. Y tienen razón.

Bueno, vuelvo al año de la tuberculosis, fue el año del campeonato del mundo, es el período digamos del año en cama, de situaciones sentimentales complicadas —porque yo tenía una novia con la cual después nos reencontramos—, pero es una historia aparte.

Ese periodo es importante en la medida en que se confirma la escritura, se convierte en vocación, o pasa a ser una vocación lo que antes era un interés o simplemente un gusto, un entusiasmo. La vocación es innata, va unida a la pasión, sin pasión y sin paciencia, no hay vocación. Yo pienso que difícilmente podemos hacer algo realmente productivo y fuerte si no ponemos pasión. En tal sentido es que se fue confirmando la escritura, a medida en que yo retornaba digamos a la vida normal, la del trabajo —porque había que trabajar—, lentamente esta vez, y también a salir un poco de pachanga, y asimismo, un despacioso regreso al deporte, siempre atractivo para mí como componente de la cultura popular, no dejó de atraerme hasta ahora, aunque se exprese solo con un poco de gimnasia casera y el sucedáneo de los partidos por televisión… a veces.

El hecho entonces es que se ampliaron las lecturas, tuve algunos amigos que me ayudaron mucho en eso, ya mencioné a uno de ellos, Rivera Travieso Arena, sabía mucha historia y muy metido en la poesía pero con una orientación que se aferraba mucho a los cánones tradicionales y a los clásicos. Por un lado, a mí me ayudó mucho y por el otro, pudo haberme encerrado en una concepción limitada de lo que yo entendía —o suponía que entendía— como poesía. Él me dijo que la poesía era más creatividad personal que género literario. Fue una ayuda enorme para mí durante muchos años y un gran amigo además. Él me conectó una vez con el poeta, profesor y ensayista Roberto Ibáñez, que en aquel tiempo era catedrático de la Facultad de Humanidades. Me llevó con él en el entendido —quiero decir—, de que yo podía significar una especie de promesa para la poesía uruguaya siendo tan joven. El profesor Roberto Ibáñez —que también tenía lo suyo—, me atendió muy bien. Además, era una persona de orientación socialista, había sido diputado por ese partido, un orador brillante, y mi amigo también era socialista. Por ese lado y por influencia de otros amigos también vinculados al trabajo en el banco, que tenían ciertas orientaciones de izquierda, fui tomando esa dirección ideológica. Entonces, gracias a todo eso, al mismo tiempo que se afirmaba la vocación poética y literaria, se iba conformado una postura política de izquierda que en mí se hizo más radical, pues yo después me haría comunista. Hasta ahora soy marxista leninista, reingresado al Partido Comunista de Uruguay luego de renunciar cuando la crisis, pero mi pensamiento es libre, decía el fallecido dirigente Rodney Arismendi que debíamos "pensar con cabeza propia", lo cual no es una contradicción si se aplica la dialéctica, "que es necesaria" según escribió el poeta Alberto Mediza.

Es decir, hubo un cambio importante en muchos aspectos que tienen que ver con la cultura, la ideología, la praxis revolucionaria, la literatura, la posición frente a la realidad cotidiana. Como yo seguí siempre vinculado a actividades colectivas, sindicales, políticas, deportivas, culturales, tampoco hubo contradicción. En cuanto a deporte solitario, digamos, jugaba al ajedrez ya de tiempo atrás, mi padre me había enseñado con base en un libro de aperturas, de Lasker. Yo no era bueno pero me gustaba mucho ese juego, para ordenar un poco la cabeza, es una mezcla de arte con ciencia, por eso es más que un juego, sin llegar a ser una ciencia. Ahora, por ejemplo, en los campeones del mundo disputan partidas con las computadoras y a veces gana la computadora y a veces empatan, hacen tablas… En fin, esos años fueron de una gran remoción en muchos aspectos, y luego también algún vínculo sentimental muy fuerte que luego se iba a disolver, pero que tuvo mucha resonancia. En cuanto a las características de ese vínculo, digo que me señalaba prematuramente un camino que por suerte abandoné, o sea, el casamiento a una edad veinteañera, entonces eso pasó, con aquella muchacha tan compleja como hermosa, iba a reencontrarme más tarde. Sucedió algo que me gustaría relatar aquí, porque tiene que ver con esos estados de ensoñación que son propios de la poesía.

Es decir: me había casado por primera vez y ya era papá, y en un regreso en tren de la frontera, una de las veces iniciales que fui al límite norte del lado de Brasil, adonde se juntan dos ciudades, Rivera y Livramento; en ese regreso, decía, de pronto y sin que nada lo anunciara, "como un relámpago en un cielo despejado", apareció en la noche, en el tren-dormitorio, la viva memoria de la imagen de aquella muchacha, una representación casi onírica que no me dejó en todo el viaje, quiero decir que no dormí nada. Era un viaje largo y con el traqueteo del tren además, una línea férrea que ya hace años no está, que la acabaron los gobiernos neoliberales. Era un tren muy tradicional que todavía conservaba ciertos aspectos de las empresas inglesas que lo habían establecido primariamente. Además, eran trenes de contrabandistas, había personas ciegas que trabajaban en eso, muchas parejas pasaban ahí la primera noche de bodas… En fin, era muy movido aquello, me resultaba imposible dormir. Volvía de la frontera y aquella imagen estuvo allí dando vueltas durante horas, una imagen de rostro cambiante, de cabello broncíneo, de piel como un oro apagado… Una imagen intocable, una ensoñación que traía verdadero sufrimiento; sin embargo, al amanecer la imagen desapareció prácticamente de la memoria, tal vez un bloqueo, aunque vuelve como vuelven tantas cosas, el inconsciente trabaja a su manera y uno no lo puede modificar, solo dialogar con él. A su modo trabaja, fue como si aquello hubiera significado quemar la última leña de esa fogata que se extinguió sola, en un tren nocturno.

Ya con la confirmación de la vocación, vino también el primer matrimonio el cual iba a originar tres hijos, en este orden: Sidhartha, Jean Paul y Rosana; que ahora a su vez, tienen hijos. Cuando nació Sidhartha yo tenía veintisiete años. Él ahora vive cerca de Miami. Con Rosana, Jean-Paul y Sidhartha, hijos, y Jesús, criado en parte con ellos, Rivera, Uruguay (frontera con Brasil). circa 1968El nombre se lo puse por dos razones: una por el libro de Herman Hesse "Sidartha", y la otra por el Buda, Sidhartha Gautama, el Iluminado, porque siempre tuve una cierta tendencia al estudio de las religiones, sobre todo el budismo, aunque yo no sea budista ni soy experto ni nada, se me hace un sistema ideológico y filosófico muy complejo, con muchas variantes pero además tiene la característica de ser una religión atea, porque no se plantea el problema de Dios , se plantea el problema de romper el Samsara o sea el ciclo de nacimiento, sufrimiento, renacimiento o muerte como renacimiento. Renacer porque se cree en la reencarnación en función del karma, es decir, de la cantidad de experiencias vividas, para llegar al nirvana, con lo cual se anula el dolor y se llega a la perfección, por lo que cualquiera puede ser Buda, pero no cualquiera puede ser Mahoma, no cualquiera puede ser Jesucristo, ni cualquiera puede ser Moisés o Zaratustra. Entonces hay una gran diferenciación con las otras grandes religiones del libro, con los otros sistemas, por eso le pusimos Sidhartha. El nombre de Jean-Paul fue simplemente porque me gustaba, un poco porque en la familia siempre hubo una tradición volcada hacia la cultura francesa —tradicionalmente era así—, alguien decía que era por Jean-Paul Sartre, pero no, simplemente fue porque nos gustaba ese nombre. Y Rosana porque también nos agradaba el nombre, una Rosana pero sin equis, sabemos que Roxana fue la esposa bactriana de Alejandro Magno.

Y en el año 1956 —que fue el de mi casamiento—, publiqué mi segundo libro, que era un poco mejor que el primero, tuvo también una cierta resonancia en algunos lados, porque la actividad periodística era más restringida que ahora, y ciertos medios estaban copados por grupos o simplemente no importaba mucho la literatura nacional, en fin. Pero logré un espacio a través de la revista "Deslinde", que había fundado el librero valenciano de nombre Benito Milla. En esa revista se publicaron comentarios serios sobre mi libro, que hizo el poeta Emilio Úcar, fallecido hace mucho, entonces comencé a no ser un poeta solitario, y a involucrarme con personajes que estaban ligados al medio literario. Más allá de una vieja amistad con Mario Benedetti, pues mi mamá tenía un cierto parentesco con su suegra, a la que visitábamos a veces, por lo que inicié una relación, que sería muy extensa, con el primer escritor que conocí, mis vínculos literarios eran nulos. Mario me mostraba su biblioteca, y tuvo muchas, ordenada de un modo tan cuidadoso como eficaz. En verdad, nunca pude lograr algo parecido, limpiar libro por libro, revista por revista, no solo me produce alergia, sino que me recuerda todo lo que no he leído.

Años más tarde, pues, le llevé un libro para que lo mirara. Fue mi segundo libro —como hacen ahora los alumnos conmigo ¿no?, seguir un poco la tradición—, para que me diera opinión, a ver qué le parecía y refrendar esa amistad que tuvimos siempre. En el semanario "Marcha" y en "La Mañana" publicó notas críticas sobre algunos libros posteriores, "El otoño de piedra" y "Límite". Luego, claro, llegó la época de los exilios, cada cual por su lado, vino el momento de los rencuentros, nos veíamos muy poco por razones de distancia física, pero siempre tuvimos una buena relación, incluso en la política. Por ejemplo, la época del Frente Amplio en los años setenta… El joven poeta que era yo, para citar parcialmente a Roque Dalton, empezaba a filtrarse en ciertos espacios de la cultura y la literatura, dado que yo no tenía formación académica, apenas había dado un par de exámenes preparatorios cuando me enfermé, ya lo dije… Bueno, sucedía que otros escritores mezclaban la actividad académica con la literaria y periodística, es algo común, el caso mío era distinto, yo venía de otro pozo, un sapo de otro pozo como se dice allá.

Pero a partir de mi vinculación con la revista "Deslinde", que además publicaba libros con su sello, hubo un cambio de posible apertura, porque la librería de Benito Milla se convierte también en casa editora: la editorial Alfa, y me correspondió a mí vincular a Mario Benedetti con el editor. Éste me dijo "Usted que lo conoce, por favor, dígale que queremos publicarle algo". Por lo tanto, hablé con Mario, y a causa de ese nexo fue que salió la primera edición de "Montevideanos", un libro de cuentos que alcanzara gran difusión. Le llevé a Mario un primer ejemplar al departamento que ocupaba en la avenida 18 de julio. La edición tenía muchas erratas y hubo que componerla toda de nuevo, Benedetti no perdonaba las erratas, era un profesional en serio para todo. Me acuerdo que para el año 1958, a través de una conexión que hice con un editor argentino en Buenos Aires, cuyo nombre ahora no recupero, mandé un libro de Benedetti, "Poemas de la oficina" que él había publicado ya por 1956. El editor argentino se lo publicó —fue la primera publicación de Benedetti fuera del Uruguay— y ahí se acabó la editorial, Ñandú se llamaba, ya no publicó más nada, parece que quebró, nunca supe qué pasó.

Pero eran momentos en que había pocas editoriales y muy mala distribución, tampoco los medios se ocupaban del autor nacional. Además, presentaciones de libros prácticamente no se hacían, existían sí peñas literarias, lecturas entre grupos, etcétera, pero el que introdujo nuevos y refrescantes criterios, que aún perduran de alguna manera, que eran novedades en nuestro medio, fue Benito Milla, editor valenciano del que hablé, él organizaba conferencias de prensa, colaboraba en ciertos diarios y lanzaba sus colecciones. Con él mantuve una buena relación, hasta incluso después del golpe de Estado, porque él se fue a Venezuela a fundar la Editorial Monte Ávila. Esta empresa estatal equivale al Fondo de Cultura Económica en México. Milla fue condecorado por el gobierno venezolano. Hizo un gran trabajo, sin abandonar el origen de todo que había sido la librería y editorial Alfa. Él fue el que lanzó a Benedetti y también a otros escritores de distintas generaciones, relanzó a Onetti, así como a varios autores de la llamada "Generación del 45" o "Generación Crítica". Hizo una colección de poesía, la cual inició con un libro de Benedetti, el número dos fue mi libro "Ciudad", luego otros autores más fueron agregándose a esa colección. En verdad que este hombre hizo un gran trabajo, le discutieron mucho por sus posturas cercanas a un sector del Partido Colorado y por cierto anticomunismo, y por otro lado llegó a sugerirse que tenía alguna vinculación con agencias gringas, él estaba vinculado a los españoles del exilio en Uruguay y en Europa, también a una revista de dudoso financiamiento que salía en París —era la época de la llamada Guerra Fría—. Una vez el mismo Benito Milla me dijo que era muy anticomunista, su origen ideológico era el anarquismo, creo que fue anarquista hasta que murió —no hace tantos años— en Barcelona, cuando pudo volver a España. Él me dijo una vez, en medio de la lucha ideológica de la Guerra Fría y derivados, que frente a la figura de Pablo Neruda —que era el poeta por antonomasia y destacado comunista—, había que levantar a otra figura, es decir, levantar a Octavio Paz, este colaboraba en su revista "Deslinde", no era casualidad.

A Octavio Paz, cuando estaba de embajador en la India, yo le mandé un libro mío por sugerencia de Milla. Paz, en una carta a Benito Milla —que este me mostró—, decía que había recibido "el hermoso libro de poemas" de fulanito de tal… que era yo.

Es decir, yo empezaba como a meterme en el ámbito literario y mediático, eso costó mucho trabajo, pues por un lado no había muchas publicaciones, las revistas en Uruguay siempre fueron escasas y de vida breve. Curiosamente, como que la página literaria en los periódicos sustituía a las revistas literarias. Estaba el semanario "Marcha" —muy importante hasta su desaparición con la dictadura—, ahora "Brecha" es de alguna manera su continuación, hubo algunas revistas que iban y venían: "Cuadernos Uruguayos", "Clinamen" —de corta duración—, y otras. No existían muchos espacios en verdad. Creo que tampoco hoy sobran.

Ahora bien, en 1958 había publicado mi tercer libro, que fue muy bien recibido, bajo el sello Deslinde, antes que apareciera el sello Alfa como editorial. Con ese libro, "El otoño de piedra", gané el primer premio que tuve en mi vida y que fue el Municipal de Montevideo, poesía édita. Había cinco jurados, veredicto: tres a dos. Ese año Alfredo Zitarrosa ganó el mismo premio en poesía inédita con un libro que se editaría muchísimo después, ya muerto el autor. Se sospecha todavía que Zitarrosa se gastó toda la plata del premio en vino… tinto. Se titulaba ese libro "Sonríe muerte". Unos poquitos años después, creo que tres años, en la revista "Aquí Poesía", que había sido fundada por un poeta amigo, el poeta comunista Rúben Yacovski, se publicaron algunos poemas de ese libro de Zitarrosa, quien entre sus obsesiones —que no eran pocas—, tenía la de la muerte.

Ese también fue un tiempo de amistad con otra gente más vinculada con la música, con la literatura y un poco con el periodismo. Entonces los vínculos se fueron abriendo y expandiendo. A medida que se abrían los vínculos literarios y culturales, aparecieron muchos espacios para la actividad política. Hice amistad con escritores del Partido Comunista, participé en actividades culturales del mismo partido, que era el único que las hacía sin sello comunista. Ahí inicié mi gran amistad con Alfredo Gravina, un escritor dentro de una línea realista, novelista, cuentista, también ha escrito teatro, periodismo y poesía, un amigo hasta el hueso, un escritor que ojalá lo vuelvan a reconocer, o sea, fuera del ámbito ideologizado por la política, él ya se murió, en verdad, lo tienen olvidado. La memoria social es prejuiciosa y muy frágil.

Yo estuve por publicar un libro suyo que quedó inédito, "La oreja de José"; volví a México en el noventa y después no sé que pasó con ese libro. No hubo un acuerdo con los hijos, no sé que pasó. Un libro de cuentos muy bueno que a mi me hubiera gustado publicar, espero que no se haya perdido. Gravina fue Premio Casa de las Américas en el año setenta y cuatro, el año que yo estuve de jurado en poesía, la primera vez que estuve en Cuba. Como se ve, hice un salto temporal inevitable...

Y luego, gracias al dinero de aquel premio municipal, publiqué otros libros —los tirajes eran cortos, trescientos ejemplares dada la pequeñez del mercado —una palabra horrible para aplicarla con relación a la poesía—. Vemos que hoy mismo, con relación a un aumento de posibles lectores, los tirajes no han cambiado mucho. Estamos ya en 1959, año de la muerte de mi padre.

Esa obviamente es una fecha que marca un antes y un después. Porque como dijo algún psicoanalista, soy una persona de duelos largos, de lutos largos y ese luto me duró muchos, muchos años. Porque en toda relación difícil como es con los padres y las madres, los padres y las madres saben que son relaciones igualmente difíciles, quedan muchos silencios, muchas oscuridades, muchos huecos, donde uno a veces mete el pie. Todas esas carencias, esas cosas que no se hablaron, lo que no se vivió, lo que no se entendió, las contradicciones, las llamadas diferencias generacionales —que ahora tienen otros contenidos, los de la posmodernidad para ciertas culturas—, incluso la ideología política; todo eso origina culpas reales o falsas, que son iguales, que tienen el mismo peso en la conciencia y en el inconsciente… Debemos agregar que mi padre murió en mis brazos.

Recuerdo que me llaman por teléfono, me hablan a mi casa y me dicen que mi padre no se sentía bien, yo vivía bastante cerca de su casa, tenía yo dos hijos, eran chiquitos, fui a ver qué pasaba, mi madre y mi hermana dijeron que se había sentido mal, que había tenido como una especie de gripa. Él nunca estaba enfermo, era un hombre muy sano, pero tenía problemas, como palpitaciones y dificultades para respirar, entonces consultamos con el médico familiar, nos dijo que podía ser un preinfarto, había que llevarlo a un hospital. Lo metimos en un taxi y en el camino ya estaba como que se quería ir, llegamos al Hospital de Clínicas, un hospital que estaba en decadencia, ahora creo que ha mejorado, que depende de la Universidad de la República. Ahí llegamos con mi hermana y mi madre, el núcleo familiar completo, fuimos a Urgencias, eso era en la noche, no demasiado tarde, luego de varias horas en que trataron de salvar a mi padre, Leandro, nos dicen los médicos "se nos va" y se nos fue, él se murió en mis brazos y hasta ultimo momento tuvo mucha lucidez, porque yo no sé cómo aguantó ese preinfarto y enseguida el colapso masivo al miocardio, cómo lo aguantó tanto rato, los médicos estaban asombrados porque eso suele provocar la muerte instantáneamente. Luego, al otro día, tuve que ir a la morgue, a reconocer el cadáver, fui con una tía, Zobeía, hermana de mi madre (ella estaba casada con un gringo muy buena onda que había sido mi profesor de inglés, un gringo místico; pero eso es otra historia, es que uno siempre se va explayando, es de no acabar…).

Esa muerte fue un golpe tremendísimo en todos los aspectos, que originó después cierto desasosiego en la familia… Después se casa mi hermana con un guitarrista muy bueno, profesor y concertista, Carlos Pedemonte. Ellos ya murieron; mi hermana falleció en el 2000 y él había fallecido un tiempo antes. Toda esa etapa con respecto a ellos dos, es un cúmulo de tristeza.

De ahí, pasamos a un periodo en que la relación familiar se hizo muy difícil. Nunca he podido explicarme del todo qué pasó. Aparecieron enconos, rechazos, celos, algo que se gestaba incluso en la cabeza de mi hermana, que años más tarde se pudo más o menos esclarecer, y que originó una separación con respecto a ella. Ya venía esa relación como agrietándose un poco, pero la muerte de mi padre fue como un detonador, eso generó obviamente situaciones muy desagradables en sí mismas, no sé hasta dónde es bueno recordarlas o verbalizarlas. Eso marcó como un cisma en la familia; luego la relación con mi madre se fue como más o menos digamos reconstituyendo, pero con mi hermana no, llegamos a situaciones de trato formal, y para dejar este capítulo digamos cerrado, agregaríamos que cuando yo estuve preso, en el año 1976, mi hermana Ruth fue a verme a la jefatura de policía, que era también una cárcel, y allí conoció recién a mi hija mayor… ¡que tenía quince años! Cuando me soltaron, yo sabía que nos iban a ir a buscar de nuevo, y antes de refugiarme en la Embajada mexicana fui a hablar con mi hermana y mi cuñado. Con él me llevé muy bien, siempre muy bien, un estupendo guitarrista, un desperdicio, pues no logró que se reconociera su talento… yo tengo algunas grabaciones suyas, y algunas composiciones, piezas breves, pues él también componía. En fin, fui a explicarles mi decisión de asilarme… y el que lloró fue él.

También fui a decirle eso a un amigo mío paraguayo, Alejandro Hamed, que en aquel tiempo estaba trabajando en la embajada de Egipto, pues él conocía todos los complejos trámites del destierro, el asilo y todo eso, fui a ver qué me podía aconsejar —un amigo al que yo quiero muchísimo, él vivía entre Asunción y Montevideo, cada tanto nos vemos. Me explicó cómo era todo, y como casi no había tiempo, era importante que alguien quedara sabiendo de eso, dónde íbamos a parar nosotros, yo estaba con mi segunda esposa. Al día siguiente, creo, ya nos metimos en la Embajada mexicana, previo paso por el consulado. Pero esa actitud indiferente, casi estatuaria, de mi hermana ya señalaba algo, que estallaría años más tarde.

Cuando estábamos ya asilados en México, en el segundo año del exilio, mi hermana se fue con su esposo a vivir a Italia, fueron a trabajar, a buscar mejores posibilidades, a vivir de la guitarra, ofrecer conciertos y dar clases. Se fueron con unos amigos uruguayos, cerca de Savona, a una pequeña ciudad en la montaña que se llama Cairo Montenote. Mi madre estuvo allá un tiempo, y yo fui desde acá, desde México, al cabo de complicados trámites, porque como no tenía pasaporte, había que pedir permiso, sacar papeles en Gobernación. La embajada de Italia no me quería dar la visa, que se consiguió por ciertas influencias, otro problema fue que tuve que pagar el boleto, pero un amigo mío, Hugo García Robles, que estaba en Caracas trabajando justamente en la Editorial Monte Avila con el editor Benito Milla (porque todo se va como entretejiendo), me había dado unas traducciones para hacer, una novela de un escritor brasileño, una obra de Graciliano Ramos que se llama "San Bernardo". Pues, hice la traducción, entonces me mandaron el cheque y pagué con eso el boleto. El dios Azar metió la mano, como ha pasado otras veces. Y me fui a ver a mi madre, Con la madre, Cairo-Montenotte, Italiaun viaje de un día exactamente, con aviones, autobuses, trenes nocturnos, en invierno. Yo había estado en Italia un par de veces, pero de todas maneras este era un viaje especial, había mandado un telegrama a mi hermana avisándole que llegaba, cuando arribé a las 12 de la noche en punto, en taxi desde Savona hasta ese pueblito, subimos a la zona montañosa, fuimos platicando con el hombre del taxi, utilicé mi escaso italiano, nos entendimos en lo esencial. Me dejó a la puerta de la casa de mi hermana, me abrazó y se fue. Eran las 12 en punto, oscura medianoche, un día exacto hice de viaje, porque había salido de México veinticuatro horas antes, haciendo el cálculo por la diferencia horaria, veinticuatro horas justas. Golpeo la puerta, —hacía un frío espantoso, como cinco grados bajo cero—, sale mi cuñado, me ve y se pone a llorar —porque era un hombre muy emotivo—; mi hermana, como sorprendida de verme, a mi mamá casi le da un infarto. Sucedió que yo había adelantado la llegada por medio de un telegrama, pero mi hermana, que recibió el aviso, no fue a buscarlo al telégrafo que quedaba a una cuadra… Entonces claro, si ella sabía que era mi mensaje, ¿por qué no lo recogió, por qué no le dijo a mi madre ni a mi cuñado? En aquella cabeza se mezclaban muchos eventos, reales o imaginarios.

Pero vamos a dar un salto hacia atrás. Supongo que tiene que ver con la asociación de cosas vistas así, como si uno fuera otro: vienen mi primer libro, mi primer matrimonio, luego el segundo libro, el primer hijo; las conexiones con el ámbito literario y con el político-sindical se profundizan, se van entretejiendo, antes del primer libro el segundo viaje, este a Paraguay, y con el tercer viaje al exterior, a Chile, ya lo comenté. O sea, ahí empecé a entender o a comprender algo sobre América Latina. Porque quieras que no, aunque a Uruguay uno le veía muchos defectos, era un país siempre idealizado a través de lo que se llama la ideología predominante. La enseñanza, las tradiciones verbales de la propia familia, el discurso oficial que mucha gente lo internaliza y después lo traslada, y las salidas iniciales a Buenos Aires —que en verdad habrían sido dos o tres—, pero Buenos Aires es una gran ciudad y lo que menos pensaba uno es que se encontraba en América Latina. (Agrego que Buenos Aires es identificada por muchos argentinos con la totalidad del país, para ellos la Argentina es Buenos Aires.) En fin, a Asunción del Paraguay —una ciudad donde a las 9 de la noche en ciertas zonas no había luz eléctrica, en los años 50—, fuimos con un amigo, fueron once días tomando caña Aristócrata —que es muy buena caña—, ya el alcoholismo empezaba a insinuarse con más evidencia —y es otro de los temas fuertes. Estábamos en un hotel que volví a ver años más tarde, clausurado. El hotel Colonial, un edificio muy viejo en el centro de Asunción, y como resultaba todo muy barato, entonces nos alojamos en ese hotel. Comíamos mucho, bebíamos cantidad, andábamos de pachanga, porque además coincidió que la novia de este amigo era hija de paraguayos. En el momento que yo lo invito a ir a Paraguay, el me dice: "¡Ah, qué bueno! Porque yo tengo que ir a ver a mi novia". Entonces, así son las cosas, pasamos once días exactamente. Cuando bajé del avión al regreso traía varias botellas colgando de los hombros, gracias a unas correas que permitían cargarlas así. Me dijeron que parecía un árbol de Navidad.

En ese viaje tuvimos la oportunidad de hacernos amigos de los boleadores, de los boleros que les llaman, lustrabotas, que estaban siempre a la puerta del hotel buscando clientes o la caza de alguna moneda. También estaba un muchachito acompañando a su hermana, una chava que vendía artesanías locales y tejidos finísimos hechos a mano, llamados "aopoí". Hicimos buena relación con todos ellos, un día los invitamos a comer al hotel. Tremendo lío, eran como ocho o diez muchachitos, ah, también habíamos hecho amistad con otro uruguayo que andaba por ahí. Los meseros no nos querían servir. Yo hablé con el dueño del hotel, era un gallego poco flexible, y le dije "Señor, esto se paga, en este momento no son los muchachos que andan limpiando zapatos, son los clientes", y como había dinero de por medio, pues tuvieron que hacerlo. Esa fue una de las grandes satisfacciones que tuve en la vida. Después de esa comida que fue histórica, nos hicimos más amigos con los muchachos. De poca repercusión social, tal vez, pero sucedió. Habíamos ganado una pequeña batalla contra la discriminación racial y de clase.

Una mañana tempranísimo (habíamos estado de beberaje y yo tenía una cruda horrible), me despiertan los muchachos, querían ir a jugar al fútbol. Me levanté heroicamente y fuimos a jugar en un terreno en las afueras de Asunción. Era obviamente una ciudad más chica que ahora, estamos hablando de hace más de cincuenta años. Entonces fuimos a disputar un partido en verdad inédito. Por el camino compré la pelota. El equipo recuerdo que se llamaba "Rancho club" —hasta eso me acuerdo ¿por qué?—, se jugaba solo con un pantaloncito y descalzos, para distinguir a un equipo de otro, los jugadores contrarios llevaban unos pañuelos blancos en el pescuezo. En cierto momento del partido, pararon porque había un calorón tremendo, me preguntaron si quería tomar agua. Ellos bebían el agua de un arroyito que corría a un costado de la cancha, usaban una lata para alzar un agua turbia. Obviamente, les dije que no.

Es decir, el llamado "tercer mundo" está en todos lados. En el mercado central de Asunción, para ver la carne, tenías que apartar las moscas. Era la otra América Latina, no era Montevideo, ni era Buenos Aires, de acuerdo con las concepciones que tenía uno metidas en la cabeza. Muchas cosas han cambiado, sí, pero en muchos sitios de Nuestra América, la pobreza y el atraso histórico florecen. Después, cuando ya nos retirábamos, creo que ganamos tres a uno, yo había metido un gol y todo, noté que los muchachos estaban hablando entre ellos, agitadamente, por supuesto que en guaraní. Les pregunté "Bueno, ¿qué están discutiendo ahí, qué pasa?" Ninguno me quería decir, hasta que uno me aclara: "Lo que pasa es que como no queremos que te salga tan cara la pelota, vamos a ver quién puede poner algún dinero". Casi lloro, en verdad. Esas son cosas que no puedo olvidar, una lección que no está en los programas escolares... Les dije "No se preocupen, yo les regalo la pelota". En otro viaje que hice a Paraguay me encontré con algunos de ellos. Claro, ya habían crecido, habían dado su estirón, y más de uno se acordaba bien de todas aquellas cosas.

Ese fue mi primer encuentro con América Latina, la otra. Pero hubo otro después. Cuando se publica mi primer libro me fui a Chile y al año siguiente a Asunción y a las cataratas de Iguazú, del lado brasileño, en lo que ahora es una pequeña ciudad un poco más organizada, Foz do Iguazú, del lado brasileño, donde había una miseria espantosa. Es decir, era un encuentro otra vez con América Latina, pero distinto. De regreso a Asunción, me metí en una pensión de menos de una estrella, cerca del centro. Me había pescado una infección intestinal terrible en el hotel de Iguazú, por lo que decidí descansar un par de días en ese lugar, cuando me sentí un mejor, salí a caminar, no había nadie en la calle, no había coches, no había autobuses, no había nada. Era 1° de mayo, y cuando llego a la catedral, en pleno centro, veo a unos soldados que con unos cubos estaban echando agua para barrer banqueta. Estaban sacando la sangre, estaban limpiando la sangre de la banqueta, porque hubo una acción represiva contra una manifestación o una reunión de trabajadores, la reprimieron a balazos. Tengo las imágenes muy claras, al lado de la catedral estaban barriendo y echando los cubos de agua, y entonces corrían la sangre, la basura y el agua a las alcantarillas, como dijo Nicolás Guillén: "Todo mezclado".

Yo había estado en Iguazú, ahí conocí a una joven paraguaya que pasaba la luna de miel con su marido brasileño, en el mismo hotel tercermundista adonde me alojaba. Cuando debí regresar a Asunción, a causa de la infección intestinal por comida en mal estado, ella me entregó una carta para su hermano: la dirección era un cuartel. Ahí operaban la policía política y el ejército, me hacen pasar, era todo un ambiente muy raro, sombrío, en el portón de entrada me atendieron unos soldados, dije que quería hablar con el teniente o capitán fulano, no sé qué era, paso, me hacen esperar, yo sentía como gritos, maullidos, lamentos —estaban torturando y cada tanto se oía eso—, ahí torturaban, eran matarifes, carniceros, bestias pardas. El tipo apareció en mangas de camisa, sudando, dije que venía de parte de su hermana a entregar una carta, me agradeció y me invitó a tomar un café. Le dije que no, le hubiera vomitado el café encima, sin duda.

Fue una época de mucha represión en Paraguay, la dictadura había empezado en el año 1947, en realidad, fue una serie de dictaduras que van a acabar después con Stroessner. Una represión brutal, aparecían los cuerpos flotando en el río. Una de las maniobras que les obligaban a hacer a los soldados era, vestidos con una short nada más, correr bajo el sol en medio de aquellos calorones tremendos, correr, correr, descalzos correr, correr, y después de dar no sé cuántas vueltas al cuartel, treparse por las paredes, los muros, las rejas… Era terrible, uno veía que caían desmayados, eran campesinos sin tierra, casi todos. Hubo en esos días un desfile militar al que asistí por curiosidad, los soldados eran mestizos, más que indígenas, lo que hay en Paraguay es un gran mestizaje desde la Colonia, por supuesto que hay varias etnias, pero observé que los oficiales eran blancos. Prácticamente todos. Esto lo anoto porque tiene que ver con esa nueva visión del mundo latinoamericano que se me había estado presentando. Ese viaje, tan tropezado, fue una de las experiencias más fuertes. A todo esto me he referido en otros sitios.

Añado que salía a caminar sin rumbo, por los barrios marginales. Atrás del Palacio Presidencial había unas viviendas precarias, los niños vivían entre los puercos. Allá se veía algún capibara o carpincho, que es el roedor más grande que existe, lo tenían atado a un poste, como a un perro. Eso produce una visón nueva de las cosas, no es que en Uruguay no existieran la pobreza y el abandono, sí existían, tanto que en los años cuarenta 40 y 50 había poblados que se llamaban "pueblos de ratas", no sé si aún existen, posiblemente sí. Se formaban con la gente que era expulsada de los campos, entonces se metían ahí entre las haciendas, se conformaban lugares como fuentes de mano de obra barata, al servicio de las propias haciendas, eran trabajadores ocasionales, zafrales, de temporada digamos. En el campo siempre hubo una gran pobreza, espero que ahora no. El plato principal que he visto —y alguna vez tuve que comerlo en algunas salidas al interior—, era fideo hervido con pedazos de papa, cuando había, y pedazos de grasa de oveja que se derretían cuando hervía el agua. Eso era un plato denominado guiso carretero. Es decir, uno empezaba a darse cuenta con el tiempo de que también Uruguay formaba parte de América Latina. ¡Qué bueno!

En ese sentido, en la frontera por ejemplo, cuando llegaba el verano —incluso en la época en que yo estaba viviendo allá, por los años sesenta—, morían muchísimos niños de la llamada diarrea infantil, las condiciones de higiene eran terribles, en muchos sitios no había agua corriente ni potable. Un médico amigo, de pensamiento socialcristiano, que trabajaba de ambos lados de la frontera, en Rivera y en Livramento, me mostró una vez cierta cantidad de expedientes. Cada expediente correspondía a un niño que ya se había muerto o se estaba por morir. Me dijo con angustia: "¿Ves esto? Es pura caca".

Y siguiendo el relato en aquellos pagos, digo que el encuentro fronterizo fuerte se va a registrar al comienzo de los sesenta. Los primeros encuentros fueron sobre finales de los cincuenta. Luego nos vamos a vivir a la frontera, ya cuando había nacido mi hija Rosana, por los años sesenta y tantos. Aquello fue una inmersión en un mundo que apenas había empezado a conocer. Era un mundo nuevo, por lo tanto una vida nueva y nueva concepción de las cosas, de las cuestiones culturales, de las relaciones entre la gente. Era una posibilidad de embarcarse también en una cultura distinta que es la cultura fronteriza, que implica obviamente un modo de hablar, una conducta, un tiempo distinto, porque ahí todo era (¿es?) más lento. Eso fue otro de los grandes cambios, de los antes y los después.

Mientras tanto, yo había publicado algún otro libro, incluso salió una pequeña plaqueta en Portugal, una edición bastante modesta, en una colección que sacaban en Lisboa. Siguieron luego otros libros y ya cuando estaba viviendo en la frontera, me dieron un premio por parte del Ministerio de Instrucción Pública, ahora es el Ministerio de Educación y Cultura. Fui a Montevideo a cobrarlo y doné el importe a la Biblioteca del Instituto de Enseñanza Secundaria donde yo había empezado a dar clase, nombrado por el profesor Roberto Ibáñez. Esa incursión en la enseñanza se debe simplemente a que no había profesores. Por ejemplo, un profesor que hubiera hecho sus cursos en el Instituto de Profesores Artigas (IPA), que es donde se preparan los profesores para los ciclos de secundaria y todo lo demás, era muy difícil que fuera a vivir a la frontera, por los cambios que significaba, por el sueldo y las condiciones laborales. Algunos sí se iban, cuando empezaban su carrera, para hacer experiencia, para tener un cierto puntaje, pero difícilmente se quedaban toda la vida, algunos sí, pero la mayor parte pasaba por ahí como por cualquier otra localidad del interior del país.

Un día, unos amigos me dijeron que hacían falta profesores, se hicieron todos los trámites y quien me designa va a ser justamente Roberto Ibáñez, porque ya me conocía. Él era Inspector de Literatura. En el Instituto de Secundaria de Rivera di clases cuatro años, en horario vespertino y nocturno, desde 1965 hasta 1968, al mismo tiempo trabajaba en el banco, jugaba en el equipo de básquet que habíamos fundado con compañeros de otros bancos, participaba en el periodismo local, publiqué más libros, me movía mucho en ambos lados de la frontera, iba seguido al campo porque mi primera esposa había heredado una hacienda en Brasil —que luego fue expropiada—, era como de 2,500 hectáreas. Y como ahí estaban también su padrastro y otros parientes y hermanos, todos hacendados, salíamos con mucha frecuencia al campo, a la vida rural de esa época, lo cual me permitió ver otras cosas, tratar con gente difícil, ir a cobrar las rentas, arreglar los contratos para los plantíos de arroz. Todavía se conserva cierta metodología medieval, es lo que se llama el "cultivo a porcentaje", o sea el dueño del campo pone la tierra y el agua para el arroz —porque sin agua no se puede—, y el plantador planta, recoge para sí un porcentaje de lo que sembró, que puede ser un 25%. Eso implica, dada la dureza de la vida fronteriza, tener siempre una actitud de desconfianza; salvo que la gente se conozca muy bien, es decir, el plantador va a tratar de decirte: la cosecha es menor y el dueño del campo va a decir que es mayor; entonces eso origina muchos conflictos. No sé ahora, quizá no haya cambiado demasiado. Eso me permitió moverme en un ámbito totalmente distinto, es decir, por un lado era bancario, basquebolista, poeta y periodista, estaba en el sindicato de profesores y en el de bancarios, hacía huelga, a más de simpatizante del socialismo; y por otro lado era visto como un latifundista.

Y eso era una mezcla muy grande, o sea, que la diferenciación con respecto a los demás era mucho mayor. Pero desde el punto de vista poético hay un cambio muy fuerte en cuanto a buscar otras maneras de escritura. Yo estaba como encerrado, sentía mucho también que a medida que pasaba el tiempo, me iba insertando en espacios sociales muy diversos, pero por otra parte había un rechazo brutal. Había sectores que te hacían una guerra terrible, siendo que era y es un lugar muy pequeño, porque entre las dos ciudades: Rivera y Santana do Livramento habrá ciento cincuenta mil habitantes algo así, ciento sesenta mil, quizá más. Aunque en ciertas épocas del año había más movimiento, mucha gente en tránsito porque del lado de Brasil compraban mucho, entraban en Uruguay a comprar, sobre todo en invierno, ropa de abrigo, entonces las tiendas del lado del Uruguay florecían y se marchitaban las del otro lado. Esto tenía mucho que ver también con las diferencias cambiarias: si todo estaba barato en Brasil, todos compraban en Brasil, porque en ese sentido el contrabando no existía, tú podías pedir por teléfono a un supermercado brasileño y te mandaban las cosas al lado uruguayo. Así, enviaban a un muchacho con su bicicleta, cruzaba la línea y te llevaba a la casa el mandado. Se supone que eso teóricamente es contrabando pero se hacía normalmente, eso era normal, ahí se contrabandeaba todo: madera, licor, azúcar, arroz, papas, lo que sea, según como estuviera la fluctuación cambiaria. Y ganado, por supuesto, puesto que es una frontera muy vulnerable.

Hay una anécdota muy interesante que se llamó "la manifestación de las escobas", esa yo lo ví con estos ojos que se va a comer el fuego. Llevan preso a un fabricante de escobas del lado uruguayo, porque lo acusan de contrabandear la madera que utilizaba para fabricar las escobas que vendía de los dos lados; además, era un poco como una especie de caudillo político menor, creo que del Partido Colorado. Bueno, resulta que lo meten preso por contrabandista, y sucede que los obreros —era una fábrica pequeña, una fábrica tercermundista—, están en desacuerdo porque se quedaban sin trabajo. Entonces, frente a la delegación de policía que está frente a la Iglesia y al Banco de la República —o sea, que están tres poderes simbólicos ahí, en la plaza, en el zócalo—, todos los obreros se manifestaron levantando escobas y pidiendo la libertad del contrabandista que era su patrón, y como éste era amigo del jefe de policía, sale al balcón a saludar a sus trabajadores: No estaba preso realmente, ni siquiera en una celda por sus influencias políticas, lo tenían ahí, lo investigaban. Él sale a saludar así, de brazos en alto, como si fuera un líder, y todo el mundo gritando que lo soltaran… y lo soltaron. Siguió contrabandeando madera, siguió fabricando escobas y siguió vendiéndolas de los dos lados de la línea fronteriza.

Esos hechos son, si se quiere hasta pintorescos, y como esos hay un montón resueltos como anécdotas que el traslado social va modificando. Una característica de la frontera es que en algunos momentos tú no sabes de qué lado estás. Si por ejemplo: mataban a alguien de un lado y lo pasaban para el otro, era otro país, otras leyes. A veces quedaban con la cabeza de un lado y los pies del otro. Había un antro que estaba en la misma línea, la línea fronteriza teóricamente pasaba por la mitad, o sea que tú estabas sentado a una mesa y la línea pasaba por ahí: por ejemplo, un parroquiano estaba en Brasil y otro en Uruguay… pero a la misma mesa. Una vez ahí mataron a alguien y lo pasaban para un lado y lo pasaban para el otro, y al final se iba desangrando, sí, porque era un lío, si es de este lado —porque era en el mismo local, grande, de tabla y ladrillo,—, pero el tipo en un lado tenía un sobrenombre y en el otro lado tenía otro… Así sucedía con cierta frecuencia, es más, en una oportunidad —digamos, unos cuantos años antes de que yo llegara por ahí—, y me lo contó el médico que atendió a los heridos, unos militantes comunistas de Brasil cruzan corriendo la línea —porque ahí se puede cruzar la línea y nadie te pide documentos—, y cuando cruzan, los soldados brasileños les disparan, para que cayeran del lado uruguayo, algunos cayeron ahí, alguno murió, a otros los recogió este médico que me lo contó, él fue quien los atendió, los curó y todo lo demás. Entonces, eso sucedía a menudo en ciertas épocas, después como que se fue civilizando un poco la frontera, entró la época de los free shop que fueron tiendas que florecieron, en torno a esto hubo un "boom", hasta hoy, en el lado uruguayo. Se vendían artículos importados solo a los brasileños que llegaban de todas partes o a los uruguayos que tenían documentación brasileña, pero no a los "indígenas" locales sin ese recurso.

Eso fue una experiencia radical para mí y también para uno de mis hijos. No es casual que mi segundo hijo esté viviendo allá, en Livramento. El se volvió cuando acabó su carrera de médico veterinario. Se fue para allá, a trabajar el campo de la madre, un campo luego expropiado. Ahora continúa sus actividades agropecuarias. Cuando nosotros regresamos a Montevideo por razones de divorcio, creo que este hijo mío estaba tan a gusto en la frontera que regresó, era para él, tal vez, como un segundo paraíso, el primero fue parte de la infancia en la frontera, y con los años se le planteó interiormente la necesidad de volver y volvió, por eso tengo dos nietas brasileñas.

Esa experiencia fronteriza para mí fue muy radical en otros aspectos. Ahí yo me afilié al Partido Comunista, que funcionaba con dificultades en una zona social muy cerrada ideológicamente, una zona dura, bronca, con un nivel cultural genéricamente bajo, con la prepotencia de los caudillos políticos de provincia que hay en muchas partes, el peso del latifundio y no pocos prejuicios largamente acumulados. Recuerdo que en una oportunidad, me invitaron al club de la clase alta —porque cada ciudad tiene su club—, a una charla sobre poesía. Había gente rica en el escaso público, era del Rotary Club. Me invitó un notario que era cliente del banco. Yo dí mi charla, algo no les gustó y nunca más me invitaron. Nunca más.

En otra oportunidad, me acuerdo que cuando llegué a la frontera fui a vivir a Livramento, a casa de familiares de mi esposa, allí vivía el militar casado con una prima de ella. A las pocas semanas se registra el golpe de Estado en Brasil, pasamos días complejos, pues yo vivía bajo dictadura pero al trabajar en Rivera, cruzaba la línea diariamente y entraba en la democracia… Pero de a poco la represión se hizo muy pesada en Uruguay, con el gobierno de Pacheco Areco, un presidente sumamente autoritario, inflexible, esa actitud ayudó a preparar de alguna manera la dictadura que comenzara en 1973, con apoyo explícito de Estados Unidos.

Ahorita recuerdo que, ya radicado en la frontera, hubo un acto cultural del lado de Brasil, en Livramento, sucede que se había publicado un libro conjunto entre poetas de ambas ciudades, en portugués y en español. A mi me invitaron a participar. Había unas personas muy extrañas reunidas allí, fuimos entonces a la presentación del libro que se iba a hacer en una especie de academia de letras que funcionaba en Livramento, una academia digamos de pacotilla, en verdad casi inexistente, formada por militares retirados, por sacerdotes, algún profesor, algún doctor. En Brasil estaba la dictadura, entonces nos llevaron a lo que había sido el ayuntamiento, a una casa hermosísima que todavía está allá, una residencia de finales del siglo XIX, donde había sesionado, en la época de la democracia, aquella institución legislativa local, con sus diputados, etcétera. Pero ahí ya no funcionaba nada, era como un adorno, porque el presidente del ayuntamiento, luego del golpe de Estado, era un coronel nombrado a dedo, típico fascista con sus lentes negros, era parecido a Pinochet… Yo tenía que hablar por los escritores del lado de Uruguay, de Rivera mejor dicho; entonces cada académico ocupó un asiento, eran unos sillones enormes, tremendo barroco era aquello; había hasta cronistas de los periódicos fronterizos. Entonces, habla el amigo brasileño que había organizado todo, después tenía que hablar yo. Estaba parado al lado del coronel, pero antes de eso me había dicho una amiga, era militante de la izquierda, después estuvo presa por guerrillera tupamara, o por idiota política, no sé, pero estuvo presa, ella me dijo: "Te quiero ver lo izquierdista que sos ahora, junto a estos milicos", era la provocación de una tipa de mierda. Yo, en contra de mi costumbre, llevé mis palabras escritas, dado que era una situación delicada. Dije lo que tenía que decir sobre la libertad de creación, citando dos veces a Marx sin nombrarlo. El coronel, que estaba a mi lado —yo lo miraba más o menos de reojo para observar su reacción—, tenía una cara bastante inexpresiva, pero de pronto, al pescar una cita de Marx, hizo un gesto de ligera molestia, y cuando iba a hablar, porque era él quien debía cerrar el acto, de alguna manera me contestó indirectamente, un metalenguaje entre él y yo, entonces lo que hice, en acabando los aplausos, fue salir bien de rápido, y como tenía coche en esa época, me subí al volkwagen y crucé la frontera que estaba a pocas cuadras.

Se sintió mucho la represión en esos años. Es más, a mí me habían ofrecido un programa cultural cuando empezó la televisión privada del lado de Uruguay y dije que sí. Era media hora semanal, no daba para más pero necesitaban a alguien que supiera hablar un correcto español uruguayo. Se trabajaba con la cámara fija, ya que había una sola, y el camarógrafo la dejaba y se iba a tomar algo, cada tanto echaba una mirada y así hasta el final del programa. La publicidad era escasa, antes y después de cada programación, por lo tanto esta nunca se cortaba. Como no había casi eventos culturales que comunicar, tenía que conseguir novedades y sacar de la manga temas de controversia, religiosos por ejemplo, con sacerdotes católicos, luteranos y personas ateas; eso gustaba mucho por el discutidero y porque los invitados eran conocidos en la zona. Había, pues, limitaciones serias, aunque el programa se mantuvo bastante tiempo.

Una vez llega uno de los directivos del Canal 10, y me dice "Quiero que veas esto", mostrándome un mensaje de la Presidencia de la República, advirtiendo a los medios que había temas "inconvenientes" que no debían ser abordados, etcétera. Lamentablemente, no pude hacerme de una copia porque la hubiera guardado como documento histórico, pero era una dura advertencia.

Incluso, a un relevante líder del Partido Colorado, que llegó a presidente del país en el dos mil, le hicieron una entrevista en aquel canal con las preguntas todas acomodadas, solo tratar ciertos temas, eso me lo contó quien lo entrevistara, un locutor amigo mío. Los programas que pude organizar, vinculados con la cultura, parecían más inocentes, pero siempre trataba de darles un sentido democrático, popular, cuestionador, crítico. Era un momento difícil, y más en aquella sociedad fronteriza plena de desconfianza y bajo nivel educativo... de ambos lados de la línea.

Una ocasión invité al cantante Daniel Viglietti, que andaba por allá, también hice otros programas con lo que había, ya sucesos de algún interés, ya asuntos que nadie atendía relacionados con el trabajo artesanal. Y hasta inventaba algo, por lo que en una zona tan restringida, bien pronto me volví bastante popular. Además, el canal llegaba a determinada distancia fuera de ambas ciudades, entraba bastante en provincia, si hasta en la calle me saludaban o me veían como bicho raro, o sea, los medios se vuelven un tema y uno es solo una persona… En cierta ocasión, como ya adelantara, invité a un sacerdote luterano, portorriqueño, que era amigo mío, muy progresista y hasta de izquierda, también a un sacerdote católico bastante progresista y a un dirigente intermedio del Partido Colorado, a hablar sobre temas de religión, entonces se armó un lío televisivo tremendísimo, ambos sacerdotes tuvieron problemas con sus respectivas iglesias, tiempo después el sacerdote católico estuvo preso por motivos políticos, pues le inventaron unos nexos con la guerrilla surgida en los años sesenta. Lo maltrataron mucho, supe que había estado de plantón con los brazos estirados y una Biblia en cada mano, eso agota a la persona hasta caerse.

Las dictaduras tuvieron diferencias, hablo de las del Cono Sur, aunque la finalidad era la misma en todas partes: aplicar el llamado Plan Cóndor, que fue inventado por los gringos para detener el movimiento popular y frenar o destruir a la izquierda. Claro que había ciertas condiciones internas para que eso se produjera: ante la crisis económico-financiera y las carencias sociales, se da el crecimiento de la derecha y de la ideología fascista junto con el fracaso de la democracia burguesa.

Más allá de las diferencias y de las condiciones internas de cada país, todas propendían a un objetivo único que era el que Estados Unidos había marcado para toda esta zona de América Latina: contención de los movimientos populares y de los partidos de izquierda, mediatizar o neutralizar el movimiento sindical, y entrar también en otros planos como la enseñanza, la cultura y los "mass media". Esto último significaría nada menos que someter ideológicamente a la sociedad, dado que en ese campo es donde más se expresan las cuestiones ideológicas, o sea, las representaciones del mundo y del lugar que cada ser humano ocupa en él, como ser histórico y actuante. Nada de esto es nuevo, pero habíamos señalado que en cierto sentido la dictadura que se da en Uruguay es la culminación de un proceso —con determinadas condiciones internas que ya venían gestándose de años atrás—, es decir, la amenaza de golpe del año 1964 a consecuencia en parte del golpe de Estado en Brasil, que había sido el 31 de marzo de ese año.

En ese momento, como dije antes, estaba viviendo del lado brasileño de la frontera en la casa de unos familiares indirectos. El dueño de casa era un oficial del ejército brasileño, fascistoide y golpista, desde luego tuvimos tremendísimas discusiones, pero me sirvió por lo menos para entender un poco como funcionaban las cabezas de ciertos sectores del ejército. Una mentalidad fascista que sostenía que el presidente de Brasil era comunista, es decir, a Joao Goulart, más conocido por Jango Goulart, le dan el golpe cuando él estaba viajando por Asia, no me acuerdo bien, creo que estaba en China.

Goulart no era precisamente un hombre de izquierda, incluso era propietario de haciendas, con muy buena posición económica, hasta tenía campo en Brasil, y en Uruguay también, adonde después estuvo exiliado, pertenecía a los sectores nacionalistas y democrático-burgueses de ese país. De comunista no tenía nada, esa era un poco la mentalidad que se percibía en la frontera, es decir, todos aquellos que estaban en contra de la dictadura eran comunistas, eso fue en 1964, incluso hubo un amago de golpe de Estado en Uruguay para esas épocas. Creo que se reunieron los altos mandos del ejército para votar si daban el golpe o no daban el golpe. La mayoría dijo que no y no hubo golpe, mientras tanto se había gestado una importante huelga general que también influyó mucho en esa decisión.

Pero volviendo a Uruguay, dijimos que hubo una dictadura que se da desde la presidencia de la República, el partido gobernante era el Partido Colorado, pero el presidente no era de esa procedencia, venía del Partido Nacional; el golpe se da con las fuerzas militares en su conjunto y los sectores que se han llamado oligárquicos, que en definitiva gestaron también el golpe, el cual además contó obviamente con la incitación y el apoyo del Departamento de Estado, amparándose también en lo que había sucedido en Brasil y lo que iba a suceder casi enseguida en Chile, con diferencia de unos pocos meses entre el golpe en Uruguay el de Chile, y en Argentina contra Isabel Perón, a más de la situación dictatorial de Paraguay: la apertura general de los 80 no aseguraría ningún desarrollo democrático firme.

La dictadura en Uruguay empieza por disolver las cámaras legislativas, por la prohibición de todos los partidos de izquierda, en particular todas las fuerzas que estaban reunidas en el Frente Amplio. A los partidos burgueses se les prohíbe funcionar, pero no se los invalida. Hay una serie de decretos, no solamente de disolución de esos partidos de izquierda, sino también los que tienen que ver con el movimiento sindical, luego será el ataque contra la enseñanza y la cultura. La represión fue selectiva, despiadada, feroz.

En lo que tiene que ver con la experiencia personal, cuando se da el golpe yo estaba en Europa, era mi segundo viaje al "viejo mundo", me acuerdo que estábamos en Budapest, Hungría, cuando se nos comunica esa noticia, la información era muy confusa, así que continuamos el viaje a Italia. Ahí hablamos con un uruguayo —de cuyo nombre no quiero acordarme—, el cual nos dio alguna información con respecto al golpe, la gente detenida, la tortura, nos dio una visión muy desastrosa de la situación, un poco agrandada quizá por la dificultad de información y por la distancia que agranda los problemas o los deforma. De todas maneras, esa persona se mostró bastante afligida por lo que pasaba, sin embargo, como un año después del regreso, lo vimos aparecer en una foto en sección sociales del periódico "El País", en la que aparecía tomando un whisky con alguna gente vinculada con el golpe de Estado, pero eso es normal, así pasa. Nosotros lo llamamos los "cambios de camiseta", en un sentido o en otro, y que van desde adoptar posturas contrarias a las anteriores o simplemente ponerse la camiseta blanca de la neutralidad, que a veces significa también una forma de complicidad. Pondría el ejemplo del poeta uruguayo Enrique Fierro y su esposa, Ida Vitale. Ellos estaban en México en los 70, muy vinculados a la revista "Vuelta", al igual que al presunto escritor Danubio Torres Fierro, íntimo de Octavio Paz. Me encontré un día por Insurgentes Sur con Enrique y le reproché su participación en las fiestas que daba la embajada de Uruguay, o sea, la embajada de la dictadura, justo él que había sido miembro del Partido Comunista. Él se había adelantado a mi reproche, muy nervioso y balbuceante, para alegar: "Ya sé lo que me vas a decir", me despedí con un severo insulto. Lo increíble es que fueron una vez, él e Ida Vitale, al hotel adonde nos había alojado Gobernación, allí casi todos éramos exiliados uruguayos, algunos brasileños también estaban ahí. O sea, ¡fueron a saludarnos y a lamentar la situación en Uruguay! Un pie en cada lado, así cualquiera se queda rengo… Años después, por intervención de amigos comunes, y tal vez por debilidad mía ante la debilidad humana, tuvimos una especie de reconciliación, pero de amistad, nada.

El regreso nuestro de Europa fue en barco, menos de dos meses luego del golpe, a la llegada a Montevideo —había viajado con mi segunda esposa—, estaban en el puerto varios amigos y familiares esperándonos, había muchos soldados y policías para atender a los que llegaban, estábamos bastante tensos, pues éramos militantes comunistas pero en verdad no ocurrió nada, pasamos por una especie de Migración militar, atención correcta, sin diálogo casi, no hubo ningún problema.

Luego comenzó una etapa de la vida que fue muy difícil, duraría más o menos tres años, porque el golpe fue en junio, y en junio, tres años después salimos para acá, a México como asilados políticos, tres años casi justos. La vida en esas condiciones fue obviamente muy áspera y muy compleja, porque la reacción ciudadana frente a un hecho tan brutal como lo era una dictadura, con tanta gente detenida —había pasado la guerrilla de los Tupamaros, ya había sido liquidada—, se puede decir que los Tupamaros murieron como organización guerrillera, entre agosto y noviembre de 1972, pero a consecuencia de eso y como se había denunciado oportunamente en la Cámara de Diputados, se había ya establecido una rutina que era la tortura y diversas formas de represión, al no haber garantías individuales de ningún tipo. No existía el "habeas corpus" ni nada que se le parezca, lo que sucedía era que cualquier ciudadano estaba sometido a una detención, a un vejamen, a una tortura o a un asesinato. Eso se agregaría a los procedimientos más depurados del aparato represivo del Estado a partir del golpe. Pero nosotros teníamos que llevar la vida, y hablo de nosotros en plural, pero hablando de mí mismo, un poco a la conosureña, que utiliza el plural "nosotros" para hablar en singular, se dice "uno" en lugar de decir "yo", como para eludir el uso de la primera persona del singular; como el tango "Uno" de Discépolo y Mores.

A consecuencia de la represión, la vida se hizo más dura, sobre todo si tomamos en cuenta que estábamos en una situación absolutamente nueva, por más que en algunas instancias se había ya planteado la posibilidad de un golpe, pero hasta que no se produce el hecho, hasta que la realidad no muestra las cosas como los golpistas plantearon, todo lo imaginado no servía para nada. Y yo digo lo imaginado, porque está lo que se había hecho en verdad de tiempo atrás, sobre todo en ciertas organizaciones políticas, como el Partido Comunista. Se había organizado una serie de actitudes preventivas, casas de seguridad, aparato armado defensivo, organización preclandestina, huelga general, etcétera, es decir, cómo se iba a reaccionar de inmediato en caso de un golpe. Pero la reacción primera, si bien en cierto sentido, o desde el punto de vista de la izquierda en general, fue una postura bastante adecuada ideológicamente a lo que sucedía, o sea, caracterizar el contenido del golpe de Estado, en otros aspectos era muy complicado. Había que pasar inmediatamente a la clandestinidad a una cantidad de personas, o sea, a los militantes profesionales, yo no lo era, solo era un militante normal del partido en el campo de la cultura, no tenía mucho que ver, en principio, con otras zonas del partido. Más allá de que era un partido numéricamente pequeño, tenía gran influencia en ciertas capas de la sociedad, además de haber sido uno de los gestores, si no el más relevante, de la unidad política lograda con el Frente Amplio, también de la unidad sindical y con bastante presencia en la cultura. Pero había en esa formación de izquierda debilidades en organización y finanzas, y en cuanto a la formación de un aparato armado de carácter defensivo. Ese aparato fue descubierto, por filtraciones, entre 1975 y 1976, los años de represión más agudizada y con métodos actualizados en investigación y tortura.

El hecho es que las acciones preventivas que se habían tomado, estaban destinadas en primer lugar a que el partido no se desorganizara, a mantener una estructura aún en condiciones de clandestinidad, y eso fue lo que se consiguió durante el lapso que duró la dictadura, claro que mucha gente fue detenida o retenida, mucha gente fue presa y torturada, hubo asesinados, desaparecidos… pero parte de la estructura del partido se mantuvo, el costo humano obviamente fue tremendo, hasta hoy mismo queda mucho por resolver, la justicia es lenta y a veces llega tarde... El partido hasta ahora no ha realizado una síntesis de todo ese proceso. También originó la dictadura mucha dispersión en los núcleos de familia que estaban vinculados con la actividad política, de pronto desaparece el cabeza de familia o la mamá va presa, entonces todo eso se desorganiza… En general, salvo en ciertos núcleos de la militancia partidaria más organizada, la tendencia fue que hubiera debilidades, dispersiones por falta de información y contactos clandestinos, y sobre todo porque la tortura introdujo el elemento del miedo como un factor psicológico que incluso generaba situaciones de auto represión, aun para el ciudadano común. Tener miedo de hablar, de salir a la calle, incluso en gente que no tenía nada que ver con las cuestiones políticas, simplemente ciudadanos de esos que votaban cada tantos años y nada más. Hubo momentos en que como todo tipo de reunión estaba prohibida, si tú querías por ejemplo festejar un cumpleaños, tenías que pedir permiso a la policía, se decía en broma que estaban prohibidas las reuniones de más de una persona, esto como una broma de feo sabor; dos personas juntas ya eran una multitud.

Y fueron esos primeros años que luego, con distintas variantes, se mantuvieron hasta comienzo de los ochenta, pero en esa época nosotros estábamos acá y la experiencia obviamente no la pudimos hacer, salvo lo que compartimos con la información recibida posteriormente de la gente que iba llegando a México, o la que veíamos en otros lados, porque se produjo una diáspora. La diáspora en verdad había empezado antes, recuerdo las colas de gente que había para sacar el pasaporte, para irse del país; hubo que habilitar algunos locales del Estadio Centenario para poder atender a los cientos y cientos de personas que solicitaban su pasaporte para irse, aun en medio de la dictadura el control fue muy grande, en parte porque los servicios de inteligencia estaban filtrados por la CIA, que tenía su oficina en la Jefatura de Policía de Montevideo. Estamos hablando de finales de los sesenta, antes del golpe, cuando estaba el gobierno autoritario y corrupto —por más que fuera elegido democráticamente— de Pacheco Areco, este había entrado como vicepresidente, pero al morir el presidente, el general Álvaro Gestido, él queda en su lugar. Esa fue la época del autoritarismo más fuerte que hubo, que preparó, ya dijimos, el terreno a la dictadura, luego vendrían las elecciones de 1971, con Bordaberry, que sería el presidente golpista, además de cercano al Opus Dei.

Es un autogolpe, digamos, sobre el cual se ha hablado últimamente, se ha escrito cantidad de libros y se han publicado muchas notas, incluso hay un libro donde Bordaberry trata de alguna manera de justificar por qué hizo lo que hizo. Era persona católica de ultraderecha, como hay muchas en el Partido Nacional, sobre todo. El diagnóstico de todo lo que resultó el golpe después, ha sido abundantemente documentado, se ha hablado y aún se habla de eso, quizá porque toda historia es siempre un tiempo presente… pero la experiencia interna de haber estado ahí, es otro asunto: uno también pasa a ser Historia. Nosotros decíamos que si no se hubieran dado ciertas condiciones de adentro del país, en sectores políticos, sociales, financieros, castrenses, policiacos, si no hubiera una proclividad al golpe, el golpe no se daría, al menos de ese modo, no solamente porque los gringos lo querían… Es decir, hubo siempre en la sociedad uruguaya un sector conservador, incluso fascista, la gente que estaba vinculada con el periódico "El Diario", sector colorado marcadamente de derecha, que incluso en la época de la guerra habían hecho sus elogios al fascismo. De la nada, nada sale: había un antecedente que ha sido estudiado por periodistas y politólogos. Veamos ahora como se manejaba la propaganda oficial de esos años: primero, el anticomunismo, que venía ya antes de la Guerra Fría y que presionó ideológicamente sobre todo a las capas medias, había un anticomunismo de derecha, un anticomunismo conservador pero también un anticomunismo de izquierda… Eso demoró que se congregaran en algún momento las fuerzas de izquierda fundamentales en el Frente Amplio. Segundo, la presión ideológica constante, el terrorismo ideológico que se hizo durante muchísimo tiempo, con apoyo de agencias estadounidenses, y ayudó a preparar también el campo para el golpe de estado; el solo hecho de atemorizar o neutralizar a mucha gente, de dejarla ahí sin ánimo de participar, implicaba una especie de ventaja para el intento golpista. Si no se puede dominar se neutraliza, se mediatiza, y eso es lo que consiguieron durante mucho tiempo, esa es la realidad, pero siempre en la sociedad uruguaya hubo un trasfondo de experiencia democrática y de afán de libertad que en definitiva ayudó a que la dictadura cayera, luego de casi doce años.

Pero más allá de esto, la experiencia que yo realizara cotidianamente durante tres años, ni hablemos de otros militantes durante todo el proceso fascista, incluso como militantes clandestinos, aparece en la vieja lucha de la memoria contra el olvido histórico. Resulta a veces invisible en la sociedad actual, a uno le cuesta hacerla coincidir con la parte de la documentación reunida y del estudio posterior que se hizo a partir del fenómeno, porque uno veía pocas cosas en verdad, en parte por el aislamiento, en parte por el miedo, porque si tú te encontrabas con alguien y sabía que eras comunista, ni siquiera te saludaba. Esa es la verdad, así como a mucha gente que se suponía que era del Frente Amplio o todavía tupamara, le daban la espalda; o te saludaban muy a la pasada, de lejos, y mirado para otro lado. Sobre todo ese miedo que había en las capas medias, que son las más vulnerables. Pero uno tenía que acostumbrarse a todo, eso lo digo porque recuerdo una carta de un tío mío, Samuel, hermano de mi padre, que murió en Francia donde había vivido muchos años entre las dos guerras mundiales, recuerdo una carta donde decía: "Por acá han caído unas bombitas, pero uno se acostumbra a todo". Yo creo que en verdad uno se acostumbra. Siempre nosotros recordábamos la lectura de un libro de Julius Fucik, un periodista checo, creo del Partido Comunista, que murió torturado por los nazis, es un libro muy famoso, habría que reeditarlo muchas veces, que se llama "Al pie del patíbulo", en él hay una frase que yo incluso la tomé como acápite de un libro publicado en Montevideo, bajo la dictadura, las palabras eran: "Y el hombre ¿qué hace en medio de este terror? Vive." Así era, haciendo por un lado la militancia y por otro lado la vida normal, si es que se puede hacer vida normal bajo una dictadura, las extrañas formas de encontrarse y desencontrarse, todo era como una especie de película… pero tú estabas ahí, al borde de que te agarraran en cualquier momento, y a veces uno pensaba: bueno, qué estoy haciendo aquí, pero, probablemente lo que uno haga, aunque sea mínimo, puede significar algo valioso para la democracia uruguaya y la libertad en general. Esto es válido para cualquier situación similar en cualquier sitio.

La justicia militar inventaba diversas figuras jurídicas, a tal punto de que te podían condenar por convicción aunque no te probaran nada, te condenaban porque el fiscal o el juez estaba convencido de que eras un subversivo, un apátrida. No te prueban nada pero te condenan, porque el señor ese estaba convencido de que eras culpable. O sea, ellos no tenían que probar tu culpabilidad sino que vos tenías que probar tu inocencia. Era una justicia totalmente desvirtuada. Obviamente, inventaron ciertas figuras, como "asociación para delinquir": por el solo hecho de llevar unos volantes que dijeran "Abajo la dictadura", aunque no tuviera ningún sello partidario, eso podía significar dos años de cárcel, tortura previa, o de dos a seis años, hubo condenas muy largas, exageradamente largas, pero siempre te torturaban bajo distintos métodos, físicos, psicológicos, torturaban y luego te enjuiciaban.

Ahora bien, en medio de todo eso, una de las cosas que uno tenía que hacer era coadyuvar a la protección de ciertos cuadros principales del partido, digamos, cuadros de dirección. Se había formado todo un aparato que yo nunca conocí totalmente, porque no me correspondía: era mejor saber lo justo, nada más, y dar protección a esos directivos en determinadas casas, es decir, tenerlos ahí el tiempo que había que tenerlos sin que los vecinos se enteraran, alimentarlos y ocuparse de ellos, además de estar en contacto con la gente del aparato, que era la que los protegía y los movía de un lado a otro.

Nosotros vivíamos en ese momento en un apartamento a dos cuadras del Hospital Militar, así que estábamos rodeados de soldados y de policías, entonces estábamos paradójicamente protegidos, aunque los milicos no lo sabían… De pronto, uno de los principales dirigentes del Partido Comunista entraba y salía de mi casa a dos cuadras del hospital, estaba arreglado de una manera muy extraña, pero que yo casi lo reconocí cuando fue la primera vez, tenía dientes postizos, gorra y pelo largo, blanco, usaba bastón y cojeaba bastante, a él detuvieron después, creo que a finales del 75, era el ingeniero José Luis Massera, igual pasó con otros dirigentes, entonces había que reconstruir otra vez todo el aparato para atender a los restantes. Es decir, había como dos o tres direcciones partidarias, que si caía una, la siguiente la sustituía. Eso fue, quizá, lo que permitió que el partido subsistiera, que aguantara todo aparte de las pérdidas que hubo, incluyendo vidas y desapariciones. Nos llegaban noticias, que eran siempre filtradas, sobre la muerte de un compañero, como el que mataron en Buenos Aires, Daniel, hablo de gente conocida en vivo y en directo. Otro ejemplo: una dirigente de la Juventud Comunista, Nybia, a la que aplicaron el "submarino seco" y se asfixió, se murió de un paro cardíaco, eso nos dijeron. Te ponían una bolsa de plástico para cubrirte la cabeza, hasta todo lo que aguantaras, luego te la aflojaban para que respiraras un poquito y ver si ibas a decir algo, y si no decías nada, otra vez. Ella no resistió y se murió, era muy joven, tenía veintipocos años, fueron muchos crímenes como ese que cometieron los fascistas.

Hace un tiempo estuve en Montevideo y fui al Parque "Carlos Vaz Ferreira", que está ubicado en una de las laderas del Cerro de Montevideo, allí se levantó el Memorial de los Desaparecidos. 2009. En el Memorial de los Desaparecidos donde se homenajea a los detenidos desaparecidos durante la última dictadura militar (1973 - 1985).Puedes leer los nombres de los desaparecidos, y no están todos, si tú pasas por un pasillo al aire libre, entre las dos largas paredes de grueso cristal, adonde están esos nombres. De ellos sólo apareció uno.

Yo empecé a buscar los nombres de mis amigos, compañeros, camaradas, y allí están como resumen de una época trágica, en la que tanta gente patriótica, democrática, libertaria, revolucionaria, entregó lo más preciado que tenemos, la misma vida. Ese Memorial es una manifestación de lo que todavía en el pueblo de Uruguay no se ha borrado, que es la memoria de toda esa infamia. Por más que hubo una "operación olvido" a partir del primer gobierno después de la dictadura, el primer gobierno de Sanguinetti, luego el de Lacalle, el segundo de Sanguinetti y por último el de Jorge Batlle, esa operación continúa de otro modo, si hasta muchos ciudadanos progresistas también quieren olvidar, bloquear algo que duele… Todos esos gobiernos democrático-burgueses, no solo en Uruguay, han tratado de borrar todo eso, en algún momento tuvieron que hacer alguna concesión, pero en verdad ninguno de ellos ha encarado este asunto de una manera decisiva y en favor simplemente de la justicia, de los derechos humanos. Porque no se trata de banderías políticas, es la complicidad que suele haber entre las clases dirigentes y las distintas formas de poder, y esa complicidad se ha visto claramente expresada: pues, por un lado tenemos lo que la dictadura deshizo, lo que la dictadura desarticuló con todos sus crímenes, tanto que muchas de esas cosas no tienen arreglo, porque a los muertos no los vamos a resucitar, ni mucha gente volverá al país, ni el daño cultural e ideológico será eliminado fácilmente, aunque se recupere en parte la economía con gobiernos progresistas, palabra esta muy elástica… ¿Y la gente que estuvo presa, que se murió apenas al salir de la cárcel, que se murió de cáncer, que se murió de problemas cardíacos? ¿Y la gente que marchó al exilio? Y por un lado, ¡cómo se quiso tapar todo!, como dijeron algunos dirigentes de la derecha: "Aquí no ha pasado nada", en una actitud que más que una especie de cobardía política, es simplemente una expresión canallesca de su propia clase social, porque estos presidentes pertenecen a las clases dominantes, enfrentadas siempre a los movimientos populares, a la izquierda, a la democracia real, etcétera. No es un problema solamente de que fuera gente cobarde como un ex presidente de Chile, no, son cómplices como lo fueron los presidentes dictatoriales o neoliberales de Argentina, es una complicidad de clase, no es un atributo, o mejor dicho, una debilidad de carácter de un presidente, corresponde a intereses de clase y actúan así en función de esos intereses, lo que todavía es mucho más condenable. Y no olvidemos el apoyo de la jerarquía católica a algunas dictaduras latinoamericanas… El manejo de la religión, como un "mass media", pasa a ser un asunto de clase.

Pero la vida en aquel entonces, es decir, la misma vida cotidiana era muy difícil. Aparte de todos los problemas materiales y de subsistencia, yo sobreviví porque tenía una jubilación bancaria, además, trabajaba en el periódico del partido, "El Popular", en la sección cultural, hasta que lo clausuraron. Estando en Europa incluso mandé algunos artículos que se publicaron, porque el periódico no figuraba como propiedad del partido, era su vocero, no era propiedad del partido, por eso lo aguantaron un poco más, hasta que finalmente lo clausuraron en noviembre de 1973. Quienes trabajábamos ahí habíamos hecho una serie de gestiones para sacar un periódico que sería de los trabajadores, pero apenas salió un tiempo y después ya lo clausuraron del todo, no se podía hablar de política ni decir nada contrario al régimen, recuerdo que, cuando el golpe en Chile, en septiembre de ese año, todavía salía el diario, y como dio información sobre la asonada fascista de Pinochet, creo que eso fue lo que apresuró su desaparición completa.

Estos ejemplos los pongo para que se vea cómo fue actuando la dictadura, porque podía haber cortado el periódico desde su inicio, o la revista "Estudios", que era la publicación teórica del partido y que aún sigue saliendo, pero no lo hizo. Cada paso represivo era bien medido. El golpe en Chile, obviamente fortaleció a la dictadura uruguaya; la muerte de Salvador Allende fue un golpe moral y anímico terrible para todo el movimiento democrático del continente. Yo recuerdo que se le hizo un homenaje clandestino a Allende, de la siguiente manera: en Montevideo hay una calle que se llama Santiago de Chile, el Partido Comunista logró que varios militantes pegaran un letrero con el nombre de "Salvador Allende", sobre cada placa que designaba la calle. Al otro día estaba cambiado el nombre de la calle, alcancé a ver eso antes que los soldados retiraran los letreros. Eso lo hicieron seguramente en la noche, recordemos que bajo plena dictadura. Era un pequeño homenaje, así se ligaban muchas cosas: el que estaba poniendo una placa improvisada arriesgaba la vida, Allende la entregó en su enfrentamiento con el fascismo. Añado que este y otros temas testimoniales aparecen en mi libro "Sangre en el Sur. El fascismo es uno solo", editado en 2007.

Otro ejemplo es lo que hacíamos los días Primero de Mayo. Allá siempre, en esa fecha, se desplegaron enormes manifestaciones de trabajadores de todos los gremios. Que yo recuerde, en dos oportunidades llegamos a hacer manifestaciones restringidas, a causa de la prohibición decretada. Una de ellas se hizo en un barrio alejado del Centro que se llama La Unión, de pronto empezó a llegar gente de todos lados y nadie sabía cómo porque no había ninguna posibilidad de una convocatoria. Se hizo por "Radio Bemba", de boca a oreja, y de pronto, había un montonal de gente que simplemente caminaba por la banqueta, no andaba en el medio de la calle, caminaba nada más, no decía nada, no había letreros ni nada, pero era Primero de Mayo. Al rato empiezan a aparecer los vehículos militares, los helicópteros y nos aguantamos ahí todo lo que se pudo. No sé si alguien gritó "¡Abajo la dictadura!" o algo. Lo que simplemente era una respuesta relativamente masiva, una marcha casi silenciosa, resultaba una provocación que a la dictadura no le gustó nada. Supongo que estaban muy furiosos. Entonces, cuando llegaron los vehículos, era la señal de que ya había que irse, cada uno debía tener una justificación en caso de que lo agarraran y a algunos los agarraron, "¿Qué está haciendo usté aquí?" Un Primero de mayo en Uruguay significa que no hay actividad alguna, la indispensable, los comercios están cerrados, sin transporte público, etcétera. "Coincidió" que todos habíamos salido a pasear por un lugar alejado del centro. Si hubiéramos estado en una de las ramblas de la Playa Pocitos en un día de verano se hubiera justificado, pues la gente va a tomar sol y aire. Pero ahí ¿qué ibas a decir? Yo tenía mi coartada pronta porque por ahí estaba internada mi tía Luz, que falleciera estando yo aquí en México. Estaba ubicada en un hospedaje para ancianos, era muy viejita y yo la iba a ver a veces, así que podía ir a verla y lo podía probar además, aportando datos precisos, "Allá está mi tía", calle y número de puerta… ¡y sí! Tú tienes que pensar en todo: con cuántas llaves ibas a salir, qué papeles tenías encima, si revisaste los bolsillos para confirmar que no llevabas nada comprometedor. En esa oportunidad, estábamos reunidos con tres o cuatro cerca de una esquina, platicando, alguno fumaba distraídamente, estábamos ahí, tal vez cinco, no me acuerdo, llegó un vehículo, lo seguía otro vehículo a poca distancia, iban soldados en el primero y policías en el segundo, y arriba los helicópteros. Detenidos durante las redadasEra como una encerrona. Entonces miramos buscando una salida y vemos que salía una callecita, corta y estrecha, no la habíamos visto al llegar a ese punto, entonces nos metimos en esa callecita, o sea, salimos al tiro de la avenida 8 de Octubre, porque lo que iban a hacer los milicos era juntar los vehículos para cerrar un espacio de media cuadra sobre la avenida y hacer una pequeña redada, a algunos muchachos ya los estaban esculcando y golpeando, lo normal en aquellas bestias. De seguro nos ubicaron desde arriba pero les interesaban los sitios con más gente.

En otra ocasión, en pleno centro de Montevideo, en la Plaza de la Libertad o Plaza Cagancha como se le llama, una noche en que había cierto movimiento, de pronto una cantidad de gente se lanzó a la calle yo estaba ahí; se gritaron consignas, se soltaron volantes: "Abajo la dictadura", "Libertad o muerte", "Basta de tortura", enseguida se disolvió todo y no pudieron detener a nadie porque fue un evento sorpresivo y bien organizado. Eran pequeñas manifestaciones, obviamente, pero que a la gente opositora le levantaban mucho el ánimo. En otra oportunidad también se les ocurrió tirar unas bombas molotov, botellas de gasolina y con una mecha para que al romperse el vidrio se derramara el combustible y se incendiara. Yo no estaba de acuerdo con eso pero igual fui, mi tarea consistía en examinar la zona junto con dos compañeros y avisar el momento de la acción. Es decir, eran otros, los más fuertes, los que arrojaban las bombas molotov en los cruces de calles y al atardecer, eso provocaba problemas de tránsito vehicular. También se arrojaban volantes, como afirmar un señalamiento de que había formas de resistencia. Porque la resistencia escondida no se ve, tiene niveles más profundos, ni siquiera la veían ellos.

Una vez me dieron una cantidad de volantes para repartir, me dieron como un kilo, no sé cuánto era, y yo me subí a un autobús e iba pensando qué hacía con eso. También había pegotines en muchos lugares; de pronto aparecían en el asiento de un autobús, aparecían consignas contra la dictadura, con la figura o la foto de algún dirigente preso "Libertad para fulano". Es decir, había muchas maneras de resistir, esa era una visible. Mucha gente veía eso y aunque no decían nada, se sabía que estaba pasando algo, porque fue un enfrentamiento brutal, una guerra contra el pueblo, era terrible.

Una de las maneras que teníamos de enterarnos de algo era escuchar la Radio Moscú, en onda corta porque había un programa especial dedicado a Uruguay, ¡teníamos que escuchar Radio Moscú para saber algunas cosas que pasaban en el propio país! En medio de todo aquello publiqué un libro que se llama "Patria perdida", creo que lo dije, donde aparecen algunos poemas, aparte del que lleva el título que ya estaba escrito unos años antes… unos poemas digamos, nos sé cómo llamarlos, con directa intención ideológica, contestatarios, no sé cómo, pero eran temas bastante duros en lo que tiene que ver con aquella situación. Ese libro lo comentó una escritora amiga, Clara Silva —que ya falleció—, destacada poeta y novelista, digamos como de la generación de Juan Carlos Onetti, ella lo comentó en el periódico "El País", un periódico que había apoyado a la dictadura desde el inicio y que apoya todo lo que huela a derecha en el mundo…. Clara Silva escribió su artículo de una manera tan hábil que no se podía objetar nada, porque ella dejó de lado los poemas duros y tomó otras temas, es decir, que eso parecía un punto de vista ingenuo pero no lo era. Primero, que ella tuvo la suficiente fuerza de espíritu como para hacerlo, porque estaba en contra de la dictadura, era católica o más bien socialcristiana, esposa de Alberto Zum Felde, un ensayista y crítico fundamental en nuestra cultura; ellos fallecieron al poco tiempo de estar nosotros aquí en México. Clara hasta logró que saliera la portada del libro a colores, hizo eso por mí, por sus principios, es de esas cosas que no se pueden olvidar. Que tu dios te guarde, cara amiga.

Nosotros, en el partido, también quisimos sacar una revista, de título "Palabra". Juntamos un dinero entre gente conocida que daba su aporte según las posibilidades: eran actos de total confianza ética e ideológica Hicimos las gestiones ante el Ministerio de Educación y Cultura. El ministro era un coronel —no recuerdo su nombre—, aparecía como director de la revista un escritor muy amigo nuestro, que ya ha fallecido, Leónidas Spatakis, y otras personas de diversas tendencias; había algunos comunistas, gente incluso independiente, y católicos como el doctor Tomás Brena, un ex diputado por la Unión Cívica. En fin, armamos un revista con un contenido cultural y literario abierto, democrático, ajeno al sectarimo, en él la política no existía, por obvias razones de censura.

Presentamos todo, el Ministerio nos dio la autorización, luego metimos todo en una imprenta para empezar a imprimir la revista, pero sucedió que como las imprentas tenían la obligación de comunicar a la policía sobre los trabajos que se estaban haciendo, además de que la revista como tal debía indicar dónde se iba a imprimir, la policía fue con los impresores y retiró las pruebas. No retiraron los originales, sí las pruebas de imprenta, o sea, las galeras, para examinarlas y ver qué era lo que decíamos ahí. Sucede después que citan al director, me acuerdo que fue antes a mi casa a ver qué hacíamos, le sugerí que dijera la simple verdad, ellos siempre creían lo que necesitaban creer… que no iba a pasar nada, porque si te querían agarrar iban a tu casa a buscarte… Además, le dije que teníamos la autorización del Ministerio, lo que supondría un enfrentamiento entre el ministro coronel y la policía. Aunque esas contradicciones ocurrían, sobre todo cuando estaban torturando a alguien, y se le moría a la policía o se le moría al ejército. Surgían las culpas mutuas… En fin, el director fue a la jefatura de policía, declaró y no pasó nada, le dijeron: "Bueno sí, tienen el permiso, pero de todas maneras esta revista no se va a publicar. A usté lo están usando los comunistas, señor, le hacen poner la cara. No deje que lo quemen. Nosotros no tenemos nada contra el contenido, en verdad no podemos tocar ni una coma, está bien hecha, dentro del reglamento, pero hay personas ahí que no nos gustan así que la revista no sale". Y no salió.

Un compañero la tuvo ahí guardada durante mucho tiempo, es decir, los materiales, yo incluso había pensado, cuando volvimos a Uruguay, en hacer una edición, aunque fuera una, pero no había dinero y no la pudimos hacer… No sé qué pasó con eso, estaba todo el material ahí guardado, todos los textos, creo que aun las galeras, y no se pudo hacer, tal vez hubo descuido también de parte de alguna gente porque con un poquito de dinero hubiéramos podido publicar la revista que no salió durante la dictadura, hubiera sido un buen testimonio, sobre todo por los nombres que aparecían ahí: estaba Manuel Espínola Gómez, un gran artista plástico que murió hace años, estaba Juan Carlos Macedo un destacado poeta, estaba Tomás Brena, estaba Clara Silva en fin, había gente de muy diversa procedencia ideológica y política. Era una manera, un intento de romper el cerco represivo. Además, teníamos que solventarlo nosotros, no es que viniera el clandestino Partido Comunista o quien fuera a darnos un dinero, no, lo teníamos que resolver nosotros; y lo resolvimos hasta que la policía dijo que no, en contradicción con el Ministerio.

De todos modos, nosotros tratábamos de llevar algunas actividades, sobre todo en locales no contaminados políticamente, como la Alianza Francesa, ahí se publicaba una revista literaria, llamada "Maldoror", por el famoso libro del Conde de Lautréamont. En esa revista publicábamos algunas cosas. Me acuerdo que hice una nota crítica sobre un libro de Eduardo Milán, poeta uruguayo que está aquí hace años. Eran lugares donde había alguna actividad, entonces nosotros nos podíamos mezclar en una especie de ocasionales ferias de libros, debíamos aprovechar esas circunstancias, no organizadas por nosotros, los que actuábamos en la clandestinidad. Y así apareciendo a la luz pública, un doble juego... Pero ahí también la policía metía sus agentes, disfrazados de estudiantes, mirando a ver quiénes estaban y quiénes no estaban, hasta se dijo de alguien que había trabajado para la policía, eso nunca se comprobó. Además, nosotros hacíamos cursos, estábamos en el sector partidario referido a educación política, o educación a secas. Dábamos cursos de teoría marxista en los sindicatos, particularmente con referencia a América Latina. Por ejemplo, en la central de Correos, en la Ciudad vieja. Los compañeros que laboraban ahí nos avisaban, por medio de un enlace de nombre "Pérez", que estaba todo preparado para iniciar un breve curso, y entonces íbamos nosotros a la central, claro que no llevábamos nada, algún dinerito para el autobús, la cédula de identidad que era obligatoria —porque si no tenías encima ese documento, te detenían e investigaban—, y a veces la llave de tu casa, eso era todo el equipaje: "ligeros como los hijos de la mar", según Machado. Esto se hacía mientras algún sindicato todavía funcionaba en lo interno, como el sindicato bancario, a ese nunca lo cerraron, es decir, al hermoso local de la Asociación de Empleados Bancarios del Uruguay (AEBU) nunca lo cerraron, incluso más, ahí iban miembros de la Marina, los temibles fusileros navales, a utilizar la alberca y otras instalaciones deportivas.

Y bueno, ahí también hacíamos cursos clandestinos, era como una especie de charla, nada de notas ni papelitos, de boca a oreja. Lo hicimos en AEBU, en el sindicato de los portuarios y en varios lugares, en verdad, todo nos parecía legal o ilegal a un mismo tiempo, nos movíamos casi en la superficie, rozando uniformes y expuestos al Ojo del Gran Hermano. Todas esas acciones, en su aparente pequeñez, servían de alguna u otra manera para mantener, por un lado, la estructura de la resistencia, y por otro, el ánimo de nuestra gente, que eso era fundamental. Incluso cuando el golpe de Estado en Chile, hice dos viajes al interior, fui a la ciudad de Salto y a la ciudad de Paysandú, que están bastante lejos de Montevideo. Porque hubo dos protestas por el golpe de Estado en Chile en ambas ciudades, actos públicos imposibles en Montevideo, en una ocasión en un teatro grande lleno de gente. Yo di un par de charlas sobre Pablo Neruda, fallecido en pleno golpe, hubo discreta oratoria local y espectáculos musicales. Ese fue nuestro homenaje al pueblo de Chile, con el cual nos hermanábamos en el dolor y en la lucha por la democracia. En Paysandú me encontré con un compañero del partido, con el cual habíamos viajado al Chile de Allende, acompañando a una delegación de estudiantes de la Facultad de Humanidades, en apoyo al gobierno del primer presidente socialista después de Fidel Castro.

Como esas actividades, también se hicieron muchas otras, pero más allá de las dificultades que había de comunicación y de relaciones, lo que debíamos evitar era el aislamiento, eso era lo principal, no aislarse. Por eso, la vida cotidiana debía de alguna manera seguir su curso. Yo iba a ver a mis hijos, iba a ver a mi mamá, era un ciudadano normal, un jubilado bancario que, además, era una figura pública, pues ya hacía unos años que editaba mis libros y hacía periodismo. Por otro lado, estaba la actividad escondida, era una especie como de esquizofrenia pero yo tenía la nítida conciencia de haberme convertido en un ser histórico, porque aunque lo que tú hicieras fuera poco o de muy escasa resonancia, sabías que por otro lado esas acciones tuyas, aún mínimas, se entremezclaban con las de muchos otros que tú no conocías o que nunca llegarías a conocer, y que de algún modo también podían ser significativas en cuanto a modificar la historia del país. Y si tú ayudas a modificar la historia de un país en sentido avanzado, puedes modificar la historia de otros, de alguna manera, como viene pasando en el continente a partir de la Revolución Cubana y su resonancia que no cesa.

Ese es un punto esencial para comprender la historia de nuestra América hasta estos días, la propia revolución, más allá de sus defectos y sus errores, no solamente revolucionó la situación interna sino que revolucionó la situación externa. ¿Cómo se capta eso? ¿Cómo tú sientes que en verdad participas, como un ser histórico, en algo? Pues cuando esa participación tuya se entrelaza con la de muchos otros, aunque tu no sepas quiénes son ni cómo se llaman, insisto... Esa sensación de participar en un gran movimiento colectivo… es decir, eres una gota de agua pero te estás moviendo con la totalidad del río, para hablar metafóricamente… claro, que el río tiene aguas limpias, aguas cálidas o aguas sucias; incluso yo creo que en el cuerpo de agua de un río hay zonas hasta inmóviles, que igual se las lleva el total de la correntada.

Ahora, recapitulando un poco: habíamos hablado del primer matrimonio, tenemos que hablar de una cierta frustración, de no estar ubicado totalmente en un cierto rumbo, en algún lugar aunque uno estuviera a gusto… hay como una mezcla de espacios sociales que puede ser tridimensional, en verdad creo que hasta ahora no he logrado conformarme completamente, resumirlo de algún modo, quizá este sea un deseo irrealizable.

Pero dentro de lo que fue el primer matrimonio, del cual tuve tres hijos, quizá la experiencia más importante fue la paternidad, eso siempre te sorprende, cuando tú ves al primer hijo estás buscando en él tu propia continuidad, como un excedente de permanencia futura. Va siendo como una extensión tuya, pero al mismo tiempo independiente. Además, al no haber escuela para padres, las generaciones como que van repitiendo los errores y los aciertos, que son de la sociedad reflejados en la familia, y uno va cambiando el error, ajustando el acierto, y mete la pata de una u otra manera, porque junto a tendencias muy abiertas, genéricamente liberales o democráticas, hay prejuicios medievales, a veces uno piensa que vivimos una Alta Edad Media con computadoras… En fin, esa experiencia de la paternidad te da una cierta esperanza en la trascendencia, se supone que los hijos van a trascenderte y superar la mera circunstancia histórica.

A consecuencia de mi primer casamiento, paso a formar parte de la burguesía rural fronteriza, dado que mi primera esposa había heredado una hacienda en Brasil, eso me llevó a la frontera, eso fue un parteaguas en la propia vida… Yo era, curiosamente, una persona de izquierda, formando parte de la burguesía rural pero sin dejar de trabajar en el banco y dando clases en secundaria y preparatoria… Estaba montado en esa frontera con un pie en la clase media-media, un pie en la clase alta, un pie en el proletariado por mi ideología, pero después de todo, tres puntos forman un plano y en ese plano social me movía. Eso fue muy importante dado que con la práctica adquirí el portuñol, una mezcla sin gramática de portugués y español. Si bien conocía bastante el portugués por mis lecturas, la práctica social exigía el aprendizaje del portuñol, eso va a originar una tendencia que para mí es esencial en cuanto una propuesta de escritura nueva en mí, lo que implica otro modo de pensar y sentir la realidad.

Luego, la propia participación social y política en la frontera que era un sitio muy particular, ya lo mencioné, un ambiente hostil, donde la primera preocupación del día era saber a cuánto estaba el cambio, dado que se manejan las monedas de los dos lados, era como preguntar si llueve o si hay sol, y había muchas maneras de designar la moneda, a la moneda brasileña le decían moneda papel o papel… Era un ambiente vinculado con el comercio, el latifundio, la agricultura, había escasas industrias, quizá la principal industria fuera el contrabando. Es decir, modos de producción envejecidos, escaso desarrollo cultural, pobreza de ambos lados. Y mucha vigilancia social, la noticia como simple chisme.

Pero fue muy relevante para mí, porque el trabajar otra lengua desde el punto de vista literario, junto con las experiencias sociales, distintas de las que había tenido en Montevideo, resultaba una especie de encuentro con el Tercer Mundo, era otro tipo de pobreza, de carencias varias… Y también un mundo semimágico, los cultos de origen afro, el culto Umbanda, en verdad, una religión nacida mucho más al norte, en 1908, o sea, todo un mundo que he vinculado con la poesía y la narrativa, al cual sigo recurriendo, pues está internalizado. Se completaba la información sobre la Umbanda con discos, libros baratos en ediciones modestas, que se publican en Brasil, en ellos había cánticos, leyendas, mitos y obvias referencias a los orixás, esas divinidades que llegaron de África a Brasil y al ámbito caribeño. El culto Umbanda acepta siete orixás y el Candomblé se apoya en 16 divinidades, y como allá se dice, dentro de la gente que asume esa creencia, que es mayor de lo que parece, la religión Umbanda no niega que un adepto participe de otra religión, uno puede ser cristiano y umbandista. Yo como poeta digo que soy de Yiemanjá, que es la diosa de las aguas.

Pero lo veo en un sentido simbólico, poético, es la diosa de todas las aguas y su día es el 2 de febrero, que coincide con la Candelaria, vemos que se da un sincretismo religioso. Una aproximación a esas creencias me provoca distensiones psíquicas que operan a favor de la creatividad, algo similar a la lectura de la Biblia o del Corán.

He hecho algunas investigaciones, no con la agudeza de los antropólogos sino por interés cultural, cada vez que voy a la frontera trato de conectarme con alguien que esté metido en esas cosas. Hay muchas artesanías alusivas, hay un comercio con eso, existe la adoración de las imágenes… claro, cuando los fieles están aparentemente contemplando una imagen de Ogún, el dios de la guerra o de la caza que vino del África negra con sus diversos atributos, en verdad la imagen real es la de San Jorge, pero el creyente está viendo a Ogún. Es decir, San Jorge, que mata al "dragao da maldade", llega a ser una especie de personificación o avatar de una divinidad africana. Todo ese ámbito lo trasladé a mi concepción de la narrativa, apoyada en la oralidad, en el habla fronteriza, en un diferente idioma español…

Eso fue fundamental para la propia personalidad, pero la situación social y política se fue agudizando en los años sesenta: la guerrilla tupamara, el gobierno que se vuelve más autoritario, la muerte del presidente y su remplazo por otro más duro, lo que podemos calificar como de periodo pre-dictatorial. Eso coincide también con problemas familiares, la ruptura de pareja, aunque en buenos términos, me voy a Montevideo, estaba vigilado por la policía, si a veces colocaban a un agente en la esquina de mi casa, las 24 horas. Además, amenazado en lo directo y presionado políticamente por ser del Partido Comunista. Recuerdo ahora que estuve afiliado al Partido Socialista entre 1954 y 1960, en la frontera ingresé al Partido Comunista en 1968, el año que mataron a los estudiantes en Tlatelolco, asunto del que nos enteramos bastante después, y asimismo fue el año del movimiento estudiantil en Francia, etcétera. Hubo muchas limitaciones en la comunicación, en cierto aspecto, estábamos aislados del mundo. Represión en las calles durante la dictadura militar (1973 - 1985).En Uruguay fueron asesinados los primeros estudiantes por la represión policiaca. Recuerdo también que en esos días yo estaba dando clase en preparatoria, cuando llegó al Instituto de Enseñanza de Rivera el inspector de literatura Roberto Ibáñez, poeta y ensayista destacado, al que ya mencioné. Como en ese momento la directora del Instituto —tremenda fascista— había ordenado un ensayo de la banda estudiantil, Ibáñez la encaró para decirle que suspendiera "aquella fanfarria, pues habían sido asesinados tres estudiantes en Montevideo". La directora y la banda enmudecieron, esto como muestra de la situación del país expresada en un rincón de la frontera.

La ruptura del matrimonio luego culmina en divorcio, aunque siempre estuve contactado con la mamá de mis hijos mayores, pero de todos modos es un mundo que se cae. Ese vínculo lo mantenemos hasta ahora. Hemos tenido una relación que a mucha gente le haría conflicto, mas es una relación muy fraternal, muy profunda; ya tenemos varios nietos, pero eso nos demuestra que el amor tiene muchas caras, el rostro de la amistad, el rostro de la solidaridad, el rostro erótico, el rostro filial, el rostro amical, tiene muchos, pero eso solo se aprende en la práctica, aunque uno puede leer a Erich Fromm y otro autores, consultar a un psiquiatra, pero es la práctica lo que define estos asuntos. Quieras que no, de vez en cuando el sentimiento de culpa aún mete la cola…

Ya de vuelta en Montevideo, durante la pre-dictadura, surgió otra relación y se dio otro matrimonio. Luego hubo un viaje a Europa, que hice cuando logré jubilarme del banco por enfermedad —las leyes en ese sentido protegen bastante al trabajador— y con un dinero que me pagó el banco para que me retirara, entonces estuve papaloteando unos cuatro meses por varios países, era el viaje que uno había esperado durante mucho tiempo, incluso desde muchacho. En el año 1973 hago el segundo viaje por un gesto generoso de mi primera esposa, dado que a ella le había dejado la casa que habíamos comprado, en verdad, la había comprado yo, la vendió y me dio unos dineros con los cuales me fui de nuevo a Europa, ya con mi segunda esposa, Lil. El dios Azar, otra vez, decidió mis asuntos.

Estando allá, en Hungría, nos enteramos del golpe de Estado del 27 de junio de 1973, la verdad que uno no sabía qué hacer, pero debíamos terminar el viaje dado que teníamos ya los boletos comprados, viajamos en barco, y había que tomar el barco de regreso en Nápoles… no me acuerdo de la fecha, era el verano europeo. Entonces, aconsejados por un miembro del Partido Comunista húngaro, pasamos a Italia, donde nos encontramos con un conocido, gente que habíamos visto en Francia, creo, y ahí nos estuvieron diciendo lo que pasaba en Uruguay. No sabíamos bien qué hacer, había que regresar, porque no teníamos ninguna chance de quedarnos pero tampoco estábamos bajo sospecha… como éramos militantes del Partido Comunista pensamos que podía pasar algo, eso era durísimo, entonces subimos al barco y ahí nos aguantamos. En ese viaje, a la ida a Europa, habíamos dejamos en París a un amigo que nos acompañó por Portugal, España y Francia, Hugo Giovanetti, un caro amigo de muchísimos años, escritor, poeta y guitarrista, el se quedaría por dos años, viviendo como cantor pasaplatos. Nosotros regresamos dispuestos a ver qué pasaba, el barco llega al puerto de Montevideo, allí estaban esperándonos familiares y algún amigo, pero primero subieron policías y soldados, trabajaban en conjunto. Antes que bajáramos, subieron al barco, como siempre a revisar todo y a pedir documentos, pero no nos hicieron ninguna observación, bajamos y nos fuimos a la casa, que era un departamento prestado. Creo esto ya lo conté, tal vez porque hay algo en el inconsciente que nos empuja a las reiteraciones.

Salgo un poco del tema para rememorar que en aquellos tiempos revueltos, había hecho periodismo también, había empezado en el año 1964, luego trabajé en el suplemento cultural del diario "El Popular", vocero del Partido Comunista, ahí no cobraba, lo hacía por militancia política, al periódico lo habían clausurado parcialmente luego del golpe, después se hizo otro, porque la dictadura empezó a apretar mucho y ordenadamente. Primero, ya lo dije, disuelven el Parlamento, el golpe lo da el Presidente con el Ejército y el apoyo de la oligarquía, se decreta la ilegalidad de los partidos de izquierda, se prohíbe el funcionamiento de los otros partidos, Partido Colorado, Partido Nacional y el partido que representaba a un sector católico conservador, esos no estaba ilegales, simplemente se prohibía su funcionamiento. Luego la dictadura empezó a golpear otros sectores, dado que los tupamaros habían sido derrotados entre agosto y noviembre de 1972, ahí se acabó la guerrilla.

La dictadura operó como por niveles, nivel institucional, político, sindical, y finalmente cultura y educación, eso demoró como casi tres años, en 1975 y 1976 se registró la mayor dureza. Recordé antes que en septiembre del 1973 se da el golpe en Chile. Eso es lo que provocó en noviembre la clausura final de "El Popular", porque estaba dando información de lo que pasaba en Chile, el golpe de Uruguay ocurrió tres meses antes.

Si bien habían publicado en ese diario un par de artículos que enviara desde Europa, mi labor periodística terminó. Y luego como miembro del Partido Comunista, comenzamos el trabajo en la clandestinidad, o sea, formando parte de la estructura invisible del Partido. Había que proteger a los cuadros principales, conservar firme a la Dirección, al Comité Central, más allá de cómo funcionaban en medio de tanta represión. Había más de una Dirección. Entonces no solamente eran momentos de prácticas políticas, de actividad clandestina, pues el que era descubierto llevando mensajes o volantes, era pasible de penas entre 2 y 6 años de cárcel, por el delito de "asociación para delinquir"... sí, ya lo mencioné. Además, había una vigilancia total en ciudades pequeñas y en pueblos de provincia, la seguridad y la inteligencia trabajaban mucho, hubo casos de filtración en el Partido Comunista, como el relacionado con su aparato armado, la tortura hizo mucho daño, sin duda.

Ahora qué pasa con la tortura, actualmente practicada en unos 50 países, pues que puede acabar con determinados tipos de resistencia, pero con el movimiento de masas es otra cosa, no puedes torturar a medio pueblo, aunque lo puedes torturar a través del terrorismo ideológico, por ejemplo, por medio de la televisión, la radio, la prensa oficialista. En aquellas épocas, en la tele pasaban información pero primero ponían una marcha militar, luego la foto de la gente que iba cayendo presa, vista como delincuentes, aunque no siempre esa era información real. Por ejemplo, un amigo y compañero del partido estaba viendo la tele y ve que aparece su foto en la pantalla, como si estuviera detenido. Y entonces se dio cuenta que sí lo estaban buscando con nombre y apellido, por lo que se escondió hasta que pudo salir del país. Uno veía en esos programas diarios los rostros con las marcas de los golpes, o sea, de los detenidos que eran torturados, para aterrorizar a la gente, porque el miedo contrae, paraliza. Sí, para aterrorizar, sobre todo a sectores de capas medias, a la gente de más edad, como pasó con mi madre… yo discutía con ella, pero el miedo es contagioso, opera en el cerebro reptílico y vence al cortex, se deja de pensar, hay como un colapso del pensamiento, las personas se aíslan o solo platican con los de su confianza. En toda esa gente, la acción social desaparece.

En cuanto al movimiento organizado y a ciertas expresiones políticas como el Partido Comunista o el Partido por la Voluntad del Pueblo, no las acabaron, hubo tortura bestializada, hubo desaparecidos y muertos pero tampoco acabaron con la Central de Trabajadores. Eran operativos de represión de tono quirúrgico, selectivo, en otros lugares como en Argentina, donde el movimiento popular y de resistencia no estaba unificado y por la misma tradición dictatorial, se aplicó el terror masivo, fue otra manera de aplicar la represión, era por cantidad más que por calidad, en Buenos Aires los vehículos militares salían a cazar gente, tenían que llenar un determinada cuota, fuera quien fuera cada detenido. Tengo una amiga argentina que estuvo presa en un sitio terrible, la soltaron a saber por qué, salvándose de ser uno de los treinta mil desaparecidos.

Esta política del terror ideológico funcionó e hizo un daño terrible; sin embargo, las fuerzas sociales y políticas se iban recomponiendo de a poco en la clandestinidad, muy lentamente, su hazaña política estuvo en haber quitado base social a la dictadura, y desde el comienzo, con la huelga general de los trabajadores cuando el golpe. Fue una dictadura que duró once años y cacho, pero aquel ámbito de balaceras, de colocación de bombas de plástico en atentados contra dirigentes de la izquierda, o cuando la campaña del Frente Amplio en las elecciones de 1971, empezó antes con esas y otras formas de terrorismo, hubo algún muerto, cuando se suponía que eran elecciones democráticas. La izquierda unida —en cuanto coalición y movimiento— se presentó como una opción para quebrar el bipartidismo. A pesar de todo el ambiente de terror logró sacar un 18% de votos, eso fue menos de dos años antes del golpe de Estado, sacó un porcentaje importante a pesar de todo, más que nada en Montevideo y a pesar de la represión social y la tortura, que ya había empezado tiempo atrás. Luego vendría el golpe, habría cientos de presos, miles de exiliados, pero el Frente Amplio era una fuerza que ya estaba realmente arraigada en el pueblo uruguayo, y esa fuerza se ha sostenido hasta hoy, vencida la dictadura y pasados los gobiernos neoliberales, aunque percibo que se ha debilitado ideológicamente.

Regresando a otros temas, yo decía que no solamente estaba la práctica política, la clandestinidad, porque al mismo tiempo había que hacer vida pública, nosotros vivíamos a dos cuadras del Hospital Militar, y toda esa práctica que uno la llevaba hasta con alegría, no era para sentirse un héroe ni nada similar, no éramos tan pocos, se contaba con la tradición democrática y de lucha popular de nuestra gente, por eso debíamos vernos históricamente, proyectarnos en los tres tiempos de la Historia, aunque todo pasado es siempre presente. No sabíamos cuándo iba a acabar y eso fue conformando una especie de actitud espiritual nueva, como que uno se expande, como que eres más de lo que eres, por eso yo seguí escribiendo, incluso publiqué aquel libro durante la dictadura, en él incluí un poema dedicado a Carlos Marx.

Uno pensaba también que los milicos eran ignorantes, que los preparados éramos nosotros, claro que no era así, ellos tenían un departamento donde leían lo que se publicaba, no sé si todo lo que aparecía, tenían un control, hasta cierto punto, de lo que se iba publicando, quisimos sacar aquella revista y no se pudo, ya lo dije, habían examinado los contenidos y dijeron que eran impecables pero los autores no merecían confianza, por eso la revista no salió. Y luego vino la detención, además en ese tiempo tenía que ver a mi mamá, que vivía sola, visitaba a mis hijos, llevaba una vida familiar digamos que normal, y tratando siempre de regresar a la casa por caminos distintos, cuidar la rutina, porque si tú haces siempre lo mismo y un día lo cambias, puede avivar la atención, como que algo anda mal, toda una serie de sutilezas, con aumento de la paranoia, después no sé para que te sirven, pero en ese momento eran importantes. Todavía a uno le queda el hábito de andar por la calle, o en autobús o en metro, como el Buda de mil ojos que vi en un templo en la República de Corea.

Luego vino la detención, solo dos o tres meses, finalmente fuimos a parar como asilados a la Embajada de México. Durante la detención, nos metieron a cuatro en el mismo expediente. Como nosotros éramos públicos militantes de la cultura y nunca nos pudieron probar nada, no nos trataron tan mal. Curiosamente, uno de los detenidos era del Comité Central del partido y nunca se enteraron, a más de que los cuatro formábamos la Comisión de Cultura del partido, que funcionaba obviamente en la clandestinidad. Eso lo cuento en un libro de testimonio. Hubo gestiones para que nos liberaran, o al menos para que nos trataran no del todo mal. En verdad, nunca supe bien qué pasó con eso, creo que intervino un coronel retirado, conocido de mi madre, para que me devolvieran los lentes, pues estuve todo ese tiempo sin poder usarlos. El hecho es que nos soltaron, luego de unos días me avisaron que debía meterme en la Embajada Mexicana, bueno, no exactamente, sino en el Consulado; mi primera esposa me mandó la máquina de escribir, una Olivetti del año setenta, comprada en Italia (aún la conservo como documento histórico), a más de ropa y unos dólares. Fue todo lo que traje a México en junio de 1976.

Lo que deseo agregar, para dar un poco más de coherencia al relato, es cómo se van rompiendo vínculos y al mismo tiempo se van generando otros más, pues con mi primer matrimonio paso a integrar la burguesía rural de la frontera, hay una ruptura parcial de vínculos con las capas medias, digo parcial porque no se rompe del todo, ya que uno recibe y traslada sus valores. Al ingresar al Partido Comunista, rompo ideológicamente con la burguesía rural, más allá de las características particulares de ese vínculo. Más tarde, cuando estuve detenido, el hecho de que de entrada te venden los ojos, se rompe el vínculo, o sea, el hecho que te cubran los ojos o te pongan una cachucha mugrosa en la cabeza, eso te separa de la realidad, pues te hacen girar, dar vueltas, te mareas y no sabes donde estás, es algo mucho más que simbólico. Luego, al meterte en la embajada, cuando aparentemente recuperas el vínculo, porque tienes una libertad relativa, ya eres una persona distinta, pero otra vez se rompe el vínculo con el afuera, de otro modo: te asilaste porque no te quedaba de otra, había amenazas de muerte. Y al salir hacia México, se rompe el vínculo con la situación de la embajada… En función de todas esas fracturas, llegas acá y debes construir una vida nueva, debes comenzar también a establecer relaciones nuevas que llevan su tiempo, años diría, y luego, cuando puedes volver a Uruguay, al cabo de la experiencia del exilio, estás rompiendo o apartándote de los vínculos que habías establecido en México. Uno pensaba que, de alguna manera, iba a restablecer las relaciones que había tenido allá, y al cabo de cinco años y algo, a finales del 90, vuelvo a México, o sea, otra ruptura y a establecer nuevos vínculos o restablecer los anteriores.



                         FRONTERA DESDIBUJADA

Esos tiempos de la actividad clandestina fueron de muchas angustias y tensiones, mezcladas con la alegría de añadir una mínima participación histórica contra la dictadura; hasta que llegó el momento de la detención, que fue el resultado de alguien que nos delató, fue el esposo de una prima de mi segunda esposa, que trabajaba en la policía. Nos conocíamos de tiempo, era gente también de la frontera. Parece que alguien fue detenido y tenía una lista de nombres, una lista que después se supo correspondía a una serie de personas vinculadas con la actividad cultural, no con la política. Había gente del teatro, escritores, plásticos, se supone que esa lista había sido utilizada para algún tipo de proyecto cultural que tenía que ver con el Partido, pero era ajena a lo que tenía que ver con ese momento. Pero ahí estaba mi nombre, y en una dependencia policial donde se encontraba el sujeto que nos iba a delatar, estaban leyendo la lista que llevaba con él, a saber por qué, el miembro del partido que habían apresado cuando la represión se hizo más fuerte. Entonces, supe tiempo después, alguien empieza a leer los nombres de la lista, y el medio pariente fronterizo, que llegaba en ese momento al local, escuchó mi nombre y dijo "¡Ah, yo lo conozco!", para enseguida dar la dirección de los padres de mi esposa, donde nosotros íbamos a pasar ahí algún fin de semana, íbamos a comer o nos quedábamos a dormir, en fin. Allá estábamos un día de verano, a la hora de la comida creo, cuando llegó un vehículo policial y de ahí nos llevaron.

Los detalles de la delación, dije, los conocimos después, cuando supimos cómo había sido todo. Yo recién llegaba a la casa de mis suegros, venía de de visitar a mi tía Luz, esa fue la ultima vez que la vi, pues ella murió en el año 1979, yo volvería en el 84.

Nos detuvieron y enseguida nos taparon los ojos. Te ponen una cachucha, una venda, una camisa, hasta un suéter, lo que tengan a la mano, es decir, se trata siempre de aislarte. Recuerdo que en ese momento, aquellos agentes de traje y corbata procedieron de manera correcta, y yo tuve tiempo hasta de ir al baño. Pero era más bien para pensar. Me miré al espejo y dije: "No te preocupes, Saulito, que de esta vas a salir". Luego nos llevaron, a mi esposa Lil y a mí, primeramente al apartamento adonde vivíamos. Empezaron a esculcar con cuidado la biblioteca, se llevaron unos trescientos libros. Luego nos condujeron a una dependencia policiaca, mi esposa estuvo retenida un día y medio, no recuerdo bien, luego la soltaron. Si bien ella era miembro de las Juventudes Comunistas, el objetivo era yo, sin duda.

Cuando me empezaron a tomar la declaración final, después de los primeros interrogatorios, me di cuenta de que en verdad no tenían nada, nada concreto de qué acusarme, salvo que yo era miembro del Partido Comunista. Muy curioso, porque no apareció aquel asunto de la revista, donde yo figuraba como colaborador e integrante del consejo editorial, no apareció nada que tuviera que ver con el aparato clandestino del partido, ni el tema de las armas. Todo había sido así solo porque estaba mi nombre en aquella lista, pero no apareció nada de nada, ni la información de la jefatura de policía de Rivera. Es una cosa increíble, porque se supone que la embajada gringa les pasaría información, entonces por cualquier manifiesto contra los Estados Unidos que uno hubiera firmado, por ejemplo, ya te fichaban, y yo había firmado cantidad. Ni siquiera apareció mi relación con el "El Popular", no tenían datos sobre eso… Se supone que iban a buscar por ese lado, sin embargo, no, buscaron por el lado de la famosa lista, interpretando aquello de acuerdo con su esquema. Según me enteré luego, porque yo nunca ví la lista, estaban mencionados los escritores por un lado, los músicos por otro, los teatristas más allá, etcétera, o sea, separados por actividad, entonces, ellos pensaron —utilizando su rígido esquema policíaco-castrense—, que cada grupo correspondía a una especie de columna armada, como una brigada o destacamento militar, lo pensaban en esos términos, y ese fue el nudo más difícil de desatar: solo lo pensaban por el lado de la lucha armada.

Si bien sobre esto ya he dejado testimonio, reitero que como día y medio (¿o dos o tres?) después de los interrogatorios y el tratamiento, los plantones y todo lo demás, uno entiende, y el miedo existe, que era un poco la puesta a prueba de cómo uno puede reaccionar en situaciones que no son extremas, pero que pueden volverse extremas en cualquier instante. Había caído también gente de la Camerata Punta del Este, alguno de ellos, y un directivo del Teatro El Galpón, éramos cuatro, lo dije ya, en el mismo expediente, del que nunca vi la carátula. Si bien los cuatro conformábamos la clandestina Comisión de Cultura del partido, eso ni siquiera lo mencionaron, después de semanas vino el momento de hacer la declaración.

Por otra parte, mi mamá se había movido con algún coronel conocido. Mi mamá era hija de un coronel, era pensionista de la Caja Militar. En mi familia hubo siempre algunos uniformes, claro que eso no contaba para nada, incluso el Jefe de la Marina, que falleció hace ya tiempo, era pariente bastante directo nuestro por el lado de mi padre. Lo que sucedió fue que por alguna razón me pasaron a declarar bastante rápido, porque a veces te podían tener ahí mucho tiempo, y según como se procese ese diálogo horroroso que hay con los interrogadores, porque está el policía malo, está el policía bueno, está el que te pega, está el que le dice al otro "No, no le pegues", uno puede hasta fingir problemas cardíacos, puede hacer cualquier cosa para evitar un daño, pero claro, ellos tienen mucha experiencia en esos menesteres de torturería, como yo le llamo. Los asesores gringos son buenos instructores, y los israelíes también. Ah, en un cuento que escribí en el exilio, a propósito de estas cosas, uno de los personajes es el "mester de torturería", en vez de ser el mester de cleresía o el mester de juglaría. La imaginación se nutre de estas desgracias humanas… En la declaración que hice, me mantuve siempre en que había estado trabajando en cuestiones culturales y periodísticas, que era miembro del Partido Comunista, que había ingresado cuando el partido estaba en la legalidad. Yo les dije que si el partido era ilegal, entonces prácticamente no tenía más militantes, o sea, al estar disuelto por decreto, por lo tanto los militantes tampoco existían, no existían tampoco los simples afiliados. Para atenuar la declaración, algo irritante, igual yo reconocía que era miembro del Partido Comunista, desde agosto de 1968. Me mantuve en la declaración, después me hicieron otra para ver si había algún cambio pero sostuve lo mismo, es decir, había que manejar mínimo de ideas y de datos, porque uno tiene que acomodar la cabeza, hablar lo justo, medir las sílabas y aun los gestos, porque no somos héroes; de pronto te cuelgan de una oreja y uno cambia su manera de pensar. Pero la clave, insisto, es operar con pocas ideas, con mínimos detalles, y lo demás hay que borrarlo, dejarlo afuera, hasta la propia existencia se reduce. Me mantuve en eso, entonces, quizá porque no nos dieron tanta importancia o porque en ese momento la presión iba más bien sobre las formas organizativas, ya sea de la cultura o del movimiento sindical, ellos querían saber de organizaciones, núcleos, grupos, no gente aislada, y sobre todo, algo de información sobre el aparato armado del partido. Pero yo ahí quedé como un tipo aislado, la gente de El Galpón tuvo más problemas, porque ellos estaban en una institución que en el mes de mayo de 1976, en decreto firmado por el presidente golpista Bordaberry, también sería disuelta. Ellos atacaban lo institucional, lo organizativo, más que a personas aisladas, salvo en ciertos niveles de dirección clandestina. No lo hacían al barrer, como la escoba fascista en Argentina. Entonces quedé como un intelectual aislado, creo que eso favoreció que el trámite "judicial" posterior fuera más rápido. La buena suerte o el azar a veces funcionan.

Del primer lugar de detención pasamos a otros, eso desorienta al detenido y a los familiares que deben ubicarlos. En la Jefatura de Policía nos ficharon para Interpol. Yo en aquel tiempo usaba una pequeña piocha y un discreto bigote, tuve que rasurarme sin jabón y sin agua; me dieron una maquinilla de esas de hojas gillette oxidadas, me ponía saliva en la cara, no pude quitarme el bigote, solo me quité la piocha, ponía más saliva y me la iba quitando así, porque había que sacarse la foto sin barba subversiva, se permitía usar bigote pero que fuera fino y sin caídas en las puntas. Todo eso estaba muy reglamentado.

Entonces nos metieron en la Jefatura de Policía. Nos sacaron del local donde estuvimos primero, una casa en la calle Maldonado, nos sacaron para la Jefatura pero hay unas anécdotas que habría que recordar, una de ellas era que se escapó un detenido (que luego se asiló en México, aquí falleció hace unos años), él era del Partido Comunista, se escapó aprovechando un cambio de guardia. Me acuerdo que cuando yo pasaba al baño, lo veía haciendo plantón, de cara a la pared, ahí te dejan días y días parado, algunos se desmayan, yo lo veía ahí, de largo plantón, estatua viva que a veces temblaba. Y un día, en un cambio de guardia, él como que resucita y se escapa al ático o altillo, que le llaman, abre la estrecha ventana y se tira para abajo, cae en un terreno baldío, se escapa pues, y luego se mete en la Embajada mexicana. Se armó un lío terrible cuando se descubre que el tipo no estaba; ahí pudo haber represalias contra los demás presos, seguramente sancionaron a algún agente. Recuerdo que cuando estaba en el consulado mexicano, ya asilado, vino el embajador y me dijo que si yo conocía a tal y tal, si conocía tal historia, y me mostró los documentos de esa persona. Dije que dije sí, había estado en aquel lugar y sabía que se había escapado, fue por eso que le permitieron ingresar como asilado político, pero ¿y otros?

Una vez que estaba solo, a mí me dejaban solo en lo que había sido el comedor de la amplia casa donde estaba instalada aquella repartición policiaca, ¡que funcionaba clandestinamente!, la gente del barrio sospechaba pero no sabía bien lo que pasaba, porque ahí torturaban, metían la picana eléctrica, aplicaban golpizas y el "submarino seco" con bolsa de plástico y el submarino en aguas servidas y los rutinarios plantones, creo que era el Departamento 6 de la policía. Yo tenía que dormir sobre un escritorio metálico pequeñito, al cual me trepaba para taparme con una cobija, dormía en posición fetal, del otro lado de la habitación había una silla solitaria, ahí sentaban a alguien y lo golpeaban, para que yo lo viera también. No me movía de ahí, caminaba un poquito y siempre cerca del escritorio, porque era mi cama y estaba cerca de una puerta— ventana que daba a un patio, en el patio había una cantidad de gente tirada en el piso de baldosas, dije que era verano además, el patio con una claraboya, calor en el día, frío en la noche, eso pasaba con aquellos techos corredizos de grueso vidrio, no sé cómo les llaman acá. En una oportunidad, en medio del patio, un policía tomó un libro mío, de los requisados, empezó a leer mis versos, burlándose, y entonces yo me dije "¡Qué bueno que tengo lectores hasta aquí!" Después me dieron un libro a leer que había sido de mi propia biblioteca. Eso lo describí en algún libro o pienso hacerlo, ya ni sé. Los tiempos se mezclan y a veces la memoria se escapa de uno mismo… A veces veíamos pasar al experto de la picana eléctrica que pasaba por ahí, son esas caras que uno no olvida, iba con su maleta y sus instrumentos como un médico a su consultorio.

Ahí estábamos, pues, y un día, de pronto, como suelen hacer siempre, a la hora peor, en la madrugada, te sacan de apuro y te llevan para otro lado, era lo que yo llamo la "hora del lobo" por la película de Bergman, la hora en que los niños nacen y los viejos mueren, a esa hora en que uno está en lo profundo del sueño, ahí te despiertan de golpe y eso produce un shock tremendo. Te gritan: "Bueno, juntá las cosas, que nos vamos", porque algo teníamos, platos y cuchara de plástico, pues a través de mi familia me hacían llegar comida, creo que se turnaban para cocinar, y como era alimento sabroso, carne roja sobre todo y pastas, algo se quedaba para los polis, una especie de diezmo… De ahí fuimos a la Jefatura de Policía, donde me sacaron la foto para Interpol, éramos trece en un sitio que ni siquiera era una celda. Porque eran dos o tres habitaciones pequeñas que las usaban para otras cosas, pero como estaba todo repleto, había presos cantidad, entonces habían habilitado esos espacios como celdas, no había baño, había un cubo o balde para las necesidades colectivas. En ese lugar nos mezclaron, había un preso común, un delincuente económico, ¡qué personaje!, siempre quejándose y fumando, se llamaba… ¡México!, no recuerdo el apellido, su nombre era como un adelanto de exilio, ¿casualidad o asuntos del dios Azar?… Había asimismo varios tupamaros en tránsito hacia otra prisión, llevaban tres o cuatro años de presos, con uno de ellos me encontré años después, ya sin dictadura, me contó que cuando lo soltaron se fue asilado a Suecia, a recuperarse, y que había regresado a Uruguay porque no podía vivir fuera del mal llamado "paisito", había cambiado ideológicamente, apoyaba al Frente Amplio.

Aquella etapa de la jefatura fue de una gran promiscuidad, por lo tanto había que tener también un gran equilibrio; sin embargo, entre los presos experimentados y la gente civilizada que éramos. podíamos más o menos llevar bien los días, no me acuerdo cuánto tiempo estuvimos. La Jefatura de Policía es en verdad una gran fortaleza, un gran edificio, en pleno centro de la ciudad; tiene una enorme cantidad de espacios para distintos usos, es laberíntica, hay celdas para aislar, hay celdas para todo tipo, están las oficinas, había una agencia de la CIA, tal vez agentes brasileños. Teníamos horarios para ir al baño, una o dos veces al día. No podías salir a caminar por algún patio, como vemos en las películas, estaba todo rigurosamente regimentado, a veces, cuando de pronto la puerta quedaba ligeramente abierta —eso, para los detenidos y los que además tenemos claustrofobia— era un gran alivio ver la puerta entreabierta, aunque fuera un centímetro, pero si un policía o un guardia veía que estaba así, la cerraba. O sea, nuestro espacio no se ventilaba nunca.

De la jefatura nos trasladaron al llamado Cilindro, un estadio de basketball adonde se había jugado el mundial del 66. Se permitían visitas regulares, nos llevaban comida, hasta podíamos hacer asado, entonces invitábamos a los guardias, que eran soldados, por lo que se estableció un cierto diálogo con ellos, que no eran los otros, no eran los torturadores, milicos rasos nomás, muchachos sin fábricas ni escuelas, muchos del interior, estos estaban ahí pero podían haber estado en cualquier otro lado. Dije que se estableció una cierta comunicación, incluso había un capitán que estaba a cargo de los detenidos, que éramos ya unos cuántos. Se nos permitía realizar ejercicio y podíamos jugar básquetbol y voleibol, también la alimentación cambió, se conformó un ambiente distinto, más distensionado. Ese capitán era una persona civilizada, no recuerdo su nombre, merece ser mencionado aquí, él no estaba de acuerdo con la dictadura; supimos que por unos problemas de salud o quizá por otros, no había podido hacer una mejor carrera, pero era un hombre civilizado con el cual se podía hablar de más de un tema, no era un torturador ni mucho menos.

Ese era un lugar de tránsito, porque ahí llegaba gente que venía presa de otros lados, otros iban a recuperarse un poco y a otros los llevaban para torturarlos, como pasó con algún compañero, un dirigente bancario que yo conocía, y que hace poco publicó un buen libro sobre sus experiencias políticas… Un día lo fueron a buscar de otra dependencia y se lo llevaron, porque había varios cuerpos o sectores: estaban el ejército de tierra, la policía, la guardia republicana, la marina, la aviación, los parapoliciales, y a veces entre ellos había conflictos con relación a los detenidos. Porque qué hacían si "este que es mío" pasaba a otra dependencia y moría en un interrogatorio, ¿quién era responsable? Porque cada preso era propiedad del oficial a cargo de un determinado grupo, insisto, eras propiedad del oficial, él decía "a este no lo toquen porque es mío", por lo tanto, uno se siente como una cosa ¿no? Te cosifican… Al compañero que mencionaba se lo llevaron y volvió unos días después, lo trajeron y estaba muy mal, lo habían colgado de los brazos, le hicieron de todo, lo acostaron en un catre, entonces había que atenderlo, hacerle masajes, yo lo encontré años más tarde, se había recuperado bastante, creo que estaba jubilado, había engordado algo, luego publicó un par de libros sobre cuestiones políticas y con referencia al Partido Comunista. Su nombre: Aníbal Toledo, para mí, un héroe popular silencioso.

Entre las tareas que yo tenía, una era lavar las letrinas. Había muchas letrinas, eran veinticuatro, no sé, a mí me parecían como mil… allí donde todo el mundo hacía sus cosas, defecaba, orinaba, vomitaba, se masturbaba, era un cochinero terrible, mi tarea era lavarlas y desinfectarlas dos veces por día, de mañana y de tardecita.

Me acuerdo que fue a verme mi madre con mi tía Noema, mi tía vieja que era mayor que mi mamá. Cuando volví del exilio estaban las dos también, esperándome, esas señoras eran invencibles, aunque de ideas muy conservadoras. Mi tía murió de 104 años estando yo acá, en mi segunda etapa mexicana.

Y de pronto una mañana, los de la policía van a buscarnos, "junten las cosas y vámonos, hijos de puta". No sabíamos a dónde, el hecho es que nos van a buscar a los cuatro, a los cuatro mosqueteros. Y nos llevan a un juzgado militar que estaba casi enfrente de donde yo vivía, como que el círculo se cerraba, y entonces vino un funcionario y nos leyó el veredicto del juez militar. El juez no apareció nunca, y yo le digo en broma al funcionario "tanta vuelta que dimos y yo vivo ahí enfrente". No le gustó nada mi sentido del humor, pero eso no lo voy a perder nunca. Cuando leen la sentencia, el veredicto decía que nos soltaban pero quedábamos en una especie de suspenso, de libertad vigilada. Mientras esperábamos —me acuerdo que era en un patio al aire libre, todavía seguía el verano, había una cantidad de gente esperando la sentencia que les podía tocar, o sea, cualquier cosa siempre arbitraria, a nosotros nos fue muy bien, ni sé por qué fue así. Yo estuve sentado junto a un muchacho a quien habían golpeado mucho, me dijo algo mientras esperábamos, me dijo su nombre y me pasó un número telefónico, en caso de me soltaran, para que avisara a su familia, porque lo habían desaparecido hacía no sé cuánto tiempo y nadie sabía dónde estaba, creo que era de la Juventud Comunista, le dije "dame el número y a ver cómo le hacemos". Porque no se podía anotar nada, había que memorizar, pero tengo buena memoria así que no hubo problema, y enseguida que nos soltaron, hablé por teléfono y dejé dicho que estaba en tal lado, que se le vio tal día en tal lugar, pero no sabía lo que le había pasado, si le habían dado condena o qué, yo no sabía nada de eso, entonces le di la noticia a la persona que me atendió que era la mamá, "oiga, pero quién habla", "no se preocupe usté, esta información que yo le doy, es información fidedigna, fulano de tal fue visto por última vez en tal lugar". Bueno, ahí tenían por lo menos una información para buscar, porque la gente andaba por todos lados buscando a los familiares, iban a la Jefatura, a los cuarteles, a los juzgados, a todas partes, otra forma de tortura, pues: jugar con las angustias de tantísimas personas.

Bueno, de ahí los cuatro a la calle, una extraña libertad: ¡qué taxi nos iba a parar a nosotros!, unos tipos que andaban por ahí, con la pinta que teníamos, para decir la verdad, con una colchoneta arrollada a los pies para no cargarla todo el tiempo, el olor que tienen los presos, el olor del humo de los asados, el olor del confinamiento, bueno, hasta que al final un taxi se detuvo. Porque en la familia nadie sabía nada, porque del juzgado nos habían llevado a otro lugar, a buscar las cosas, creo nos llevaron después a donde habíamos estado detenidos primero, nos hicieron otro plantoncito, otro buen rato de plantón para que no olvidáramos, y luego sí salimos a la calle, era de mañana o era de tarde, no me acuerdo y entonces ¡qué taxi iba a parar!, quién nos iba a llevar, nos miraban como a bichos sucios. Tampoco podías comprometer a nadie, entonces había que buscar un taxi, bueno, finalmente nos hizo el viaje un taxista buena onda, nos hacía preguntas como en broma ¿no?, que si habíamos estado de vacaciones o algo así.

Unos días después me llama por teléfono un dirigente del partido y me dice que tengo que asilarme en la Embajada mexicana, que era el único lugar en donde estaban recibiendo gente; mientras tanto se escaparon cuatro de donde habíamos estado nosotros, del famoso Cilindro, uno de ellos está en México todavía; se escaparon, para eso organizaron un partido de básquetbol y en medio del ruido, pudieron limar unas delgadas rejas que había en un portón, que no eran rejas para prisión, eran rejas de seguridad, de las que puede tener un edificio normal. Se escaparon cuatro; dos fueron a parar a Venezuela, uno fue recibido por la Embajada venezolana bajo presión de los mismos funcionarios, porque el embajador no quería, y otro se metió en el consulado de México, adonde habíamos entrado nosotros, se metió ahí, y en el momento en que se abre el elevador y él se va a introducir en las oficinas, aparece la policía y lo detienen, pero surge un secretario de la Embajada, lo agarra, se lo saca de las manos a los agentes y lo zambulle en la oficina, que era territorio jurisdiccional mexicano. Así lo salvó, porque como él se había escapado, si lo agarraban de seguro lo iban a hacer pedacitos. Él sigue acá con su esposa, tienen su hija mexicana, que es licenciada en administración. Por otra parte, nos hemos encontrado varias veces aquí y en Montevideo, en nuestros viajes de fin de año.

Bien, ahora pasamos a la etapa de la Embajada mexicana, primero fue en el consulado, pero un par de días antes de meternos ahí, estuve con mi hijo mayor (que en esos momentos era un chavo de menos de veinte), en una breve reunión en un café y bar, adonde me dan las instrucciones de cómo tenía que hacer para meterme en el consulado mexicano. Mi hijo fue una especie de testigo, pues yo no debía conectarme con mi familia, incluso debía asilarme esa misma noche, según orden del partido trasladada por el compañero con el que nos entrevistamos. Nos dijo que ya había asilados en México, desde el año anterior, eran al menos dos, y otros también en el consulado, por lo que este se hallaba muy vigilado por la policía. Al otro día fuimos con mi segunda esposa, acompañados por un hermano suyo y su cuñada, para que nos vieran entrar, subimos al piso correspondiente del edificio que aún está en el zócalo, o sea, la Plaza Independencia sobre la calle Juncal. Entramos y solicitamos hablar con determinado funcionario, según los datos que teníamos, debíamos hablar con esa persona, ya enterada de nuestro posible arribo. Nos hizo pasar a su oficina, ahí estuvimos un rato con él, un hombre joven, instruido y muy receptivo, hubo un interrogatorio de por qué estábamos ahí y todo lo demás, finalmente nos atendió el embajador, que siempre será una figura muy recordada por todo el exilio uruguayo aquí y en Uruguay. Se llamaba Vicente Muniz Arroyo, ya fallecido, le gustaba mucho vivir en Uruguay, incluso después de la dictadura él volvió, no a la embajada sino a la ALALC o la ALADI, no recuerdo, una de esas organizaciones internacionales que tienen que ver con el comercio, etcétera. Fue una gran persona que nos ayudó muchísimo, digamos que actuó más allá de sus funciones burocráticas, para ubicarse en la mera solidaridad humana, que es lo que más vale.

Esa etapa de nuestro asilo en la Embajada mexicana duró como tres meses, había mucha gente en tales momentos, creo que más de cien entre mayores y niños, algunos de los cuales aún residen en México. Impresión-pantalla tomada de la página web de la Embajada de México en Uruguay
(http://embamex.sre.gob.mx/uruguay/)
La mayoría volvió a Uruguay luego del exilio, que llegó a casi nueve años. La estancia en la Embajada se prolongó porque el gobierno uruguayo no nos reconocía dentro del estatuto de asilados políticos, decía que éramos delincuentes.

Ahora, como un agregado, me pregunto: todo esto, ¿qué tenía que ver con la cuestiones literarias? En Venezuela se había publicado un libro mío en el año 75, es decir, un año antes de la salida nuestra para acá como asilados políticos, ese libro lo publicó el editor Benito Milla, que había fundado la editorial Alfa en Montevideo. Yo le había mandado a Venezuela ese libro, un libro de cuentos, y él lo publica en un gesto solidario, porque ya habían cerrado la programación del año, pues era el director fundador del sello Monte Ávila, que es una especie de Fondo de Cultura Económica venezolano. El libro llega a Uruguay a inicios de 1976, pero el distribuidor lo destruye, pues en ese momento yo estaba preso, lo hace de puro miedo, nomás. Pero al poco tiempo de estar asilado aquí, en la ciudad de México, en una librería del centro histórico, El Sótano, me encuentro con mi libro que ya había visto sí en Montevideo, porque había recibido un paquete con tres o cuatro ejemplares, un envío que por cierto me llegó abierto, porque allí se controlaba todo el correo, habían abierto el paquete y me lo entregaron así, conocía mi libro por eso, luego llego acá y el dios Azar me reunió con él de esa manera. .

Una anécdota para mostrar cómo estaba la situación —porque había un severo control de la correspondencia—, me llegaban paquetes pero abiertos totalmente, no quedaba nada más que el papelito con el nombre, la dirección y un cordel para sostener el contenido. Quería contar esta anécdota porque significaba también algo de cómo estaban pasando las cosas con respecto a la censura y a la autocensura. ¿Por qué el distribuidor destruye el libro? Yo no estaba prohibido como autor, estaba prohibido como persona, que es peor ¿no?

El ingreso a la Embajada de México en Uruguay tuvo lugar bajo la dictadura en medio de una represión muy fuerte contra el Partido Comunista, el cual aún integro, una represión muy dura que en particular se centró sobre la postura que tenía la inteligencia del aparato represivo del Estado. Esa idea estaba basada en que el Partido Comunista de Uruguay disponía de un importante aparato armado y se buscó por ahí, pero al mismo tiempo se atacó a un cierto sector de la cultura en la cual el partido tenía bastante presencia, incluso una clara política cultural, que luego, vuelta la democracia, se perdió. Sobre todo en lo que tenía que ver con instituciones y ahí estaba la Institución Teatral El Galpón, entre otras. Dicha institución teatral, de indudable prestigio, había sido fundada el 2 de septiembre de 1949, como parte del movimiento teatral independiente de notable relevancia en el país. Y como institución tenía la posibilidad de llegar a un amplio público, y comunicar así determinadas posturas estéticas e ideológicas, aunque no era una institución que perteneciera a ningún partido de izquierda, si bien en ella participaban no pocos miembros del Partido Comunista. Por eso la dictadura entendía que formaba parte de la estructura del partido. Los militares fascistas resucitaban la famosa frase de la época de Franco: "Cuando oigo la palabra cultura, echo mano al revólver."

Ahora, con respecto al aparato armado, del que hablé antes, sí lo hubo pero de carácter defensivo, la concepción del partido sobre la lucha política y social era otra, era la concepción que tenía que ver con la organización del pueblo unido, ya sea en formaciones políticas, culturales, sindicales, los tres círculos de la táctica y la estrategia, pero no con la lucha armada. En cierto momento la dictadura quiso vincular al Partido Comunista con la guerrilla, que además había sido derrotada. La guerrilla tupamara había sido vencida y disuelta en el año 1972, pero a partir del golpe de junio de 1973, se trató de vincularla con el partido, hasta se inventó un neologismo absurdo: tupacomunistas; además de la contracción "tupas", se hablaba de subversivos, apátridas, etcétera, un neolenguaje, para recordar a Orwell, que penetró bastante en ciertos sectores de la sociedad. Era una propaganda permanente, aplastante, por radio, prensa escrita y televisión. En fin, lo cierto es que el aparato armado del partido fue ubicado y desarticulado, por filtración de algún elemento policiaco, más que por traición o delación. Lo más probable es que aún queden remanentes en algunos sitios, ya que no siempre hubo relación entre quienes conservaban las armas, más aún, esas personas, según los esquemas organizativos, no debían conocerse entre sí.

Vuelvo al asunto del asilo. Este había empezado empezado por el año 1975, llegamos creo que en marzo al consulado mexicano, nos recibieron en circunstancias muy particulares, porque el edificio estaba en la Plaza Independencia, muy vigilado por policías y militares. Ya nos habían instruido sobre lo que debíamos hacer. Yo no me asilé la misma noche que me habían indicado, sino al día siguiente, ya lo dije, porque tenía que explicarle eso a la familia de mi primer matrimonio e ir a despedirme de mi madre. Fue un riesgo, me podían haber pescado esa misma noche, incluso lo consulté con un amigo muy cercano que trabajaba en la Embajada de Egipto, quien conocía mucho lo que tenía que ver con la Ley del Asilo, Uruguay había firmado la Convención del Asilo que había tenido lugar en Venezuela en el año 1954, ese amigo me dijo cuál era el procedimiento, porque lo del Partido Comunista fue una orden: "te metes hoy o te metes hoy". Efectivamente, supimos tiempo después de estar asilados, que los milicos fueron por nosotros, a las casas de los cuatro del mismo expediente. De la mía se habían llevado unos trescientos libros y revistas, en verdad, de todo, pues entraban y te robaban ropa, dinero, objetos de algún valor, hasta la comida del refrigerador... Y con muchos de esos libros se hizo una gran venta a las papeleras, a las fábricas de papel que había allá, no recuerdo sus nombres, para la fabricación de papel higiénico, por eso llegó a decirse en broma que fue "la época de las nalgas ilustradas".

Ya anoté que la estadía en la Embajada duró como tres meses. Después de la recepción en el consulado, pasamos a la casa del Embajador, ubicada en el barrio de Carrasco, que es una zona bastante nice, capas medias altas para arriba. A esa residencia llegamos una noche, nos llevó el propio Embajador. Siguió entrando gente, en cierto momento éramos como ciento treinta en aquella casa vigilada por el ejército, hasta con sus helicópteros, llegamos a temer que atacaran la embajada pero no se atrevieron a tanto, se dijo de buena fuente que estuvieron a punto de hacerlo.

Sobre la vida dentro de la embajada nunca he escrito, me han pedido que haga una novela pero no pude, fue algo muy dramático. La mayoría de los que estábamos ahí era del Partido Comunista, a algunos los conocía, a otros no, en fin, fue muy traumático para todos, para los niños más que nada, afortunadamente había médicos, se tomaron medidas sanitarias y de seguridad, nosotros nos encargamos de organizar todo. Era una vida complicada, dormir 16 personas, por citar un ejemplo, en el piso, en una sola habitación… El amor nunca falta, hubo niños engendrados en esas circunstancias, que nacieron después en México.

Pero en general ayudó el nivel cultural y de instrucción de los "asiladotecas", según nos bauticé, aunque a veces la cultura en situaciones extremas no sirve para nada, porque la bestia que está adentro nuestro a veces se impone, el cerebro reptílico le gana a la corteza… De todas maneras esa experiencia, que curiosamente yo la había previsto un tiempo atrás, dado que tenía la certeza de que me iban a echar del país, se lo dije a mi segunda esposa en una conversación muy íntima que tuvimos: "yo no quiero andar de país en país", quizás era lógico dado lo que estaba pasando y el nivel de compromiso que tuve, ya que formaba parte del aparato clandestino del partido en dos niveles: uno, en mi casa se recibía a gente perseguida, se le daba hospitalidad a dirigentes del partido o dirigentes sindicales. Nosotros vivíamos a dos cuadras del Hospital Militar, era un lugar muy seguro, a casa llegaban los dirigentes y se quedaban dos o tres días, les dábamos un sitio para dormir y alimentos sencillos, alguno de ellos dormía vestido… Por la calle pasaban los vehículos militares, por el movimiento del hospital, era muy seguro, como si el enemigo nos protegiera, qué contradicción. Estábamos en la puerta del infierno, por eso ahí nunca pasó nada, salvo cuando vino la delación de aquel canalla y nos detuvieron en casa de mis suegros. La policía nunca sospechó de esa actividad clandestina en nuestra casa. Del segundo nivel de militancia, prefiero no hablar. Recuerdo ahora lo dramático que fue el embarque del grupo con el cual vine a México, en junio de 1976. Dije ya que la dictadura no nos reconocía como ciudadanos comunes que se asilaban, éramos delincuentes, y entonces las gestiones se volvían interminables, tal como el intercambio de documentos entre la Secretaría de Relaciones Exteriores de México y la Embajada mexicana con el Ministro de Relaciones Exteriores del Uruguay, funcionario que después fue preso por violación a los derechos humanos.

Dicho intercambio de documentos ahora lo podemos ver, hay publicaciones sobre ese tema, lo que nos esclarece con respecto a las dificultades de los trámites, porque eran persona por persona, asilado por asilado, o sea, los antecedentes de cada uno, el por qué estaban ahí, por qué se les aceptaba de acuerdo con la Ley de Asilo vigente, que todavía no es perfecta. Asimismo, qué pasaba con los militares asilados, porque hubo cinco militares, uno de ellos era del Partido Comunista, miembro de la fuerza aérea, aún vive acá, se quedó para siempre en México, volvió a Uruguay algunas veces, ahora es brigadier porque le reconocieron todos los años perdidos de su carrera, hizo dos licenciaturas en la UNAM y está casado con Lupita, como corresponde.

Ya hablé del embajador de México, fue una persona ejemplar en muchos sentidos, Vicente Muniz, el supo manejar la situación de asilo sobrepasando sus responsabilidades de diplomático, como ser humano solidario, la manera como nos ayudó. Otros funcionarios también, como el secretario de la Embajada, en una situación límite prácticamente le sacó de las manos a los milicos a un perseguido y lo metió en el Consulado. Se llamaba Gustavo Maza, pero si nos ponemos a contar todas esas anécdotas estaríamos demasiado rato. Nunca dejaremos de reconocer esa alta solidaridad, luego las cosas cambiaron.

El hecho es que cuando nos dan el salvoconducto para salir, al pasaporte le ponían "válido para una sola salida", por lo que quedaba anulado, que era una forma de anularte como persona. El hecho es que, obtenido el permiso, salimos como 45 entre mayores y algunos niños, en diez vehículos que formaban una larga caravana desde la Embajada al aeropuerto de Carrasco, un 24 de junio, fecha muy simbólica porque coincide con la de la muerte de Carlos Gardel. Casi siempre me pasan esas "coincidencias"… Y salimos una noche, nos acompañaban el embajador y varios funcionarios, claro, eran nuestra garantía. Detrás de la caravana había vehículos militares y de la policía, nos hicieron pasar por una puerta lateral del aeropuerto a un avión de Panamerican, el vuelo 516.

Pero al entrar en el aeropuerto aparece entre las sombras una cantidad de gente, familiares, lo cual fue un momento muy difícil, yo tengo bien marcadas las imágenes de las caras pegadas a las ventanillas de los coches. De mi gente no fue nadie, les había enviado indicaciones de que no fueran. El Embajador nos había permitido algunos contactos indirectos con familiares, me acuerdo siempre que mi primera esposa me mandó la máquina de escribir, un abrigo y 16 dólares; a los que no tenían nada, el Embajador le proporcionó ropa adecuada, pero aquellos familiares arriesgaron mucho, allí hubiera podido pasar cualquier cosa, estaban los señores de verde con sus armas largas… Y todo ocurrió así, en la semi oscuridad, aquella desesperada gente mirando, casi trepándose a los coches para ver durante un instante a algún familiar… me acuerdo de una cara contra la ventanilla, unos ojos de alguien buscando a otro alguien… Pudo registrarse un incidente, una agresión, golpes, balazos, sabemos que los milicos eran de gatillo fácil, pudo haber arrestos también. Detenidos los coches, había que bajarse agarrados a los funcionarios porque representaban el territorio mexicano. Hay dos tipos de asilo: está el asilo territorial y el asilo extraterritorial, lo que estábamos cumpliendo en ese momento era el extraterritorial. Mientras, el Embajador llevaba la cuenta uno por uno, la contabilidad de los "asiladotecas", finalmente, ya con todo en orden y la adrenalina al cien por ciento, salió el vuelo. Agrego que incluso minutos antes del despegue, el Embajador reunió a una mamá que estaba asilada, con sus dos hijas, las había traído de casa de la abuela materna, hacía no sé cuánto que no se veían, aquello fue muy emotivo porque hubo momentos de lágrimas, gritos, chillidos, "¡Gracias, Embajador! ¡Viva México!". Cómo se logró eso, no me lo imagino. El asunto es que salimos y fue muy impresionante ver las lejanas luces de Montevideo hundiéndose en la oscuridad. Llegamos a Buenos Aires, no nos permitieron bajar, después partimos hacia Panamá.

No había ningún funcionario de la Embajada mexicana en el aeropuerto panameño, después llegamos a Guatemala, que ahí la cosa estaba peor por la situación interna, tampoco fue gente de la Embajada, debían de haber ido, creo, pero no sabíamos hasta dónde llegaba la protección diplomática. Luego nos cambiaron de avión, llegamos acá el 25 de junio, nos recibieron las autoridades de la Secretaría de Gobernación, la coyuntura fue otra, nos juntaron a todos para la foto completa del equipo, "los titulares y la banca", estábamos todos allí, bajó el nivel de angustia, hubo algunas entrevistas rápidas y después nos llevaron a un hotel en la colonia Juárez, que se cayó con el sismo del 85, después levantaron otro que aún está allí. Nos tuvieron como dos días encerrados en la habitación, pero el mismo día de la llegada varios funcionarios van habitación por habitación, nos ponen contra la puerta, una puerta blanca, del lado de adentro, y nos toman otra foto, una foto por persona… las nuestras, unas caras que ni te digo de estar presos y luego metidos en la Embajada, metidos en los aviones, y en ese momento metidos en la habitación del hotel… Ah, el exilio ¿cuándo empezó? El exilio empieza, hablo del mío, cuando me metieron preso, fue poco tiempo, dos meses y cacho, después estuve suelto unos días en una ciudad brutalmente hostil, y después en la Embajada tres meses casi justos. Por tanto. nuestras caras parecían la de la momia de Ramsés II. También la vida en el hotel se hizo dramática, nos uníamos a los que habían llegado, había unos que habían llegado antes, ya estaban fuera de aquel alojamiento, iban a vernos, ahí empezaron los contactos iniciales, se nos dijo que había que buscar trabajo dentro de un determinado plazo… Había un compañero que ya falleció, el gran pintor Anhelo Hernández, había venido antes a México, pero la mayoría de nuestro grupo poco sabía de México, el cine y la televisión eran sus referentes: Cantinflas, Aceves Mejía, María Félix, Jorge Negrete, el cine nacionalista mexicano, algo de su música, de la literatura… Al menos yo tenía bastante información, pero quien llegaba de la provincia uruguaya, de ciudades pequeñas y cae en este monstruo urbano por supuesto que se desorientaba como sordo en balacera, o sea, no escucha los tiros, la gente cae y no se sabe por qué.

Eso también fue dramático, más allá de las experiencias de cada uno, de haber viajado por Europa o América, pero muchos no habían salido del país. Dentro de la homogeneidad ideológica, pues la mayoría era comunista, cabía también la diversidad personal, digamos, los matices, las experiencias. Había gente del mundo del trabajo, obreros, dirigentes sindicales, asimismo había médicos, dos poetas, algún militante profesional, y en su conjunto, un nivel de instrucción relativamente apreciable, eso ayuda mucho pero también cada uno lleva su propio fantasma, incluso había gente que se había asilado en Uruguay… Una militante brasileña que se había exiliado en Uruguay por la dictadura en Brasil, estaba casada con un uruguayo, ella era un caso de doble exilio… Había también una muchacha venezolana que no estaba asilada en Uruguay, pero al ser de otra nacionalidad, significaba también un problema para aplicar el derecho de asilo, se complicaba muchísimo, entonces eso hacía que la gente se quedara, algunos estuvieron hasta ocho meses en la Embajada.

En la Embajada nos había dicho un hombre joven y sabio llamado Cuitláhuac Arroyo, al que le decíamos "el Cuica" —había aprendido a jugar el truco y todo y se hizo muy amigo—, nos dijo que "Allá van a encontrar trabajo los que tienen cierto nivel de instrucción… en la cultura, en la enseñanza, no van a tener demasiado problema". Sucede que uno sale del país y lo idealiza, pero al volver ves que hay caca en muchos aspectos, y por el contrario, llegas acá y empiezas a encontrar defectos, a comparar con lo que se vivió, hubo mucha incomprensión al principio, después uno se va integrando a ciertos sectores de la sociedad, porque recibimos una enorme solidaridad, eso ni hablar. Además, nos conectamos con las comunidades de países centroamericanos y caribeños, de Argentina, de Chile, que se habían adelantado. Entonces, México fue más que México, México fue una gran reunión latinoamericana con sus asuntos sorprendentes y aun maravillosos y sus aspectos conflictivos y discutibles, pero creo que fue un gran encuentro en función de la integración continental, como una versión circunstancial de Nuestra América de José Martí, la Magna Patria de Enríquez Ureña en vivo y en directo… Recordar también que José Artigas había dicho: "América es mi sistema".

La llegada a México fue muy dramática, insisto, después de los meses de prisión, de los meses en la Embajada mexicana, siempre en medio de gente diversa pero con problemas comunes, nos juntamos acá quienes habíamos estado en la Embajada con los que habían llegado antes… Claro, como la colectividad tenía que estar junta por razones de exilio y de las propias autoridades mexicanas que nos querían tener más o menos controlados, no había manera de escapar de lo colectivo, pues yo siempre gusté de determinada soledad, algo subjetivo… luego sí, de a poco conseguimos espacios más personales, pero fue bastante difícil. Acá, durante el exilio, nunca hubo para mí la soledad necesaria, por las circunstancias de vida y porque el alcohol siempre fue un personaje relevante, yo era un bebedor, o borracho, social… Después nace mi hija Itzel en 1981, ya era más complicado lograr el aislamiento creativo, por el trabajo en el periodismo cultural, la actividad política y social, la inserción en el ámbito literario, los vínculos con Cuba y las colectividades ya mencionadas, a más de angustias permanentes respecto a Uruguay, qué va a pasar y qué pasará con nosotros, la "soledad sonora" era un pendiente, porque no soy tan sabio como para estar solo en medio de la multitud. Porque solos, en verdad no estamos nunca, estamos llenos de presencias y de futuras ausencias, esta inestabilidad originó mucha escritura poética pero también otra necesidad de relación, de otras musas… pero como dijo alguien "eso fue hace tiempo".

Por esa época habíamos empezado a ver cómo se cruzaban las parejas. Con mi segunda esposa estábamos reconstruyendo la vida o haciendo una nueva, y una vez fuimos a un departamento donde nos dijeron que se vendía un refri, fuimos y pudimos ver que en la puerta del aparato había muchos pegotines de diferentes países, pues ahí había vivido una pareja de chilenos, entonces el tipo se va y entra un argentino, se va la chilena y entra una mexicana… El refrigerador era como un monumento invicto, testigo de todo aquello. Eso también reflejaba una extendida inestabilidad emocional. Hubo parejas que llegaron muy unidas y acá se deshicieron, y acá se armaron otras que todavía duran, una inestabilidad emocional que se contradecía con la certeza ideológica de seguir luchando contra los regímenes dictatoriales, pero asimismo cierto desencanto con respecto a la política. No pocas personas se asimilaron a otras actividades, se insertaron mejor en el medio mexicano, como alejándose de las causas que habían determinado el exilio. Pero eso es totalmente normal, nadie se va a asustar, cada uno reacciona como puede, a veces ni siquiera la traición o la abdicación te asustan. Entonces, pienso que en cierto sentido, como persona y aun como escritor, a mí no me fue nada mal, con las angustias lo único malo fue que acentué el alcoholismo, me convertí en un alcohólico desatado pero siempre cumpliendo mis tareas, será porque era más joven, tenía más energía, los genes vascos-catalanes funcionaron bien, podía emborracharme pero igual iba a trabajar o a una actividad pública, que hubo muchas. Creo que solo falté una vez, por llegar a un estado de "homo crudensis"…

Primero estuvimos con el Teatro El Galpón, con mi segunda esposa, Lil, nos integramos al teatro ya estando en la Embajada mexicana, se formó un grupo de once, como un equipo de fútbol. Grupo de teatro El Galpón, exilio en México, 1976.Con algunas conexiones que yo tenia con la destacada poeta mexicana Thelma Nava, vínculos de años atrás, incluso había publicado acá en el año 1967, mi largo "Poema abierto al presidente Johnson" en el sello editorial que ella tenía con su esposo, el poeta Efraín Huerta, a ambos los conocería personalmente a poco de llegar a México. Esa conexión permitió otras conexiones, y el grupo teatral empezó a trabajar, incluso escribí una obra para niños, "Los cuates de Candelita" que se puso durante años en todo México, se dio en Uruguay a nuestro regreso, se dio en Colombia, en Costa Rica. En estos tiempos, a esa misma pieza, al cabo de tantos años, la presentamos en 2007, con una editorial amiga, en un concurso de la Secretaría de Educación Pública y ganamos. ¡Sacaron 76 mil ejemplares destinados a todas las bibliotecas de aula de México! Ese trabajo es un producto del exilio y anda a disposición de miles de ojos infantiles, yo no tengo ni un ejemplar pero está en muchas partes, y fue la primera vez que cobré derechos de autor por esa obra. En fin, lo que son las cosas, esto parece indicar que el exilio no se acaba nunca. (Nota: la pieza teatral se editó luego en 2013 bajo el sello Textofilia, México.)

Durante ese tiempo del destierro estuvimos trabajando con el grupo teatral, luego de un año o algo más, decidimos salir de ahí, había algunos conflictos sin resolver, además de que la vida de teatrista no era lo que yo quería, casi en el momento de renunciar, me ofrecen un trabajo en la revista "Plural" del diario "Excélsior". Se habían registrado serios problemas internos en la cooperativa, que ya no lo es más, ahora es una sociedad anónima, y en ese contexto de pelea por el poder, se habló luego de una especie de "golpe de Estado". El hecho es que Octavio Paz, director de la revista, salió de ella con todos sus colaboradores, igualmente se fueron muchos excelentes periodistas. Eso ocurrió casi al llegar nosotros, en el inicio mismo del exilio, pero nosotros qué sabíamos de eso, no sabíamos nada, estábamos situados en una dramática coyuntura de adaptación, de asimilación de códigos nuevos, y en 1977 me ofrecen ese trabajo en la redacción de la revista. Esta era propiedad de la cooperativa, la que, luego de un costoso lapso con dos directores, ofreció la dirección a Jaime Labastida, el poeta, ensayista y también director de Siglo XXI Ediciones. Ahí estuve trabajando hasta que volví a Uruguay en el año 1984. Esa revista "Plural", segunda época, se fue ampliando en un sentido democrático y progresista hacia el exilio latinoamericano y también hacia América Latina en su conjunto. Dedicamos números especiales a Paraguay, Bolivia, Chile, Argentina, Uruguay, Cuba, Nicaragua, al movimiento chicano. Se cumplió un gran papel, bien distinto del de la "Plural" de Octavio Paz, porque esta tenía otro tipo de orientación, muy elitista, muy discriminatoria y muy conservadora, según la ideología de su director, y por supuesto muy vinculada a altos niveles de gobierno… al igual que el periódico "Excélsior". Nosotros mandábamos al exterior, cada mes, unos mil ejemplares de la revista, nos conectamos con cientos de intelectuales, escritores, artistas plásticos, académicos de más de veinte países, se organizaron concursos de cuento, poesía y ensayo, en buena medida por propuesta del poeta argentino Jorge Boccanera, que luego ampliamos a la lengua portuguesa. Esto lo digo con alegría porque fue parte esencial de mi experiencia durante el exilio, determinados círculos de derecha u oficialistas se han ocupado de borrar o ignorar ese periodo de "Plural" por la orientación progresista que tenía la revista...

En la revista "Vuelta" que fundara Octavio Paz, se decía, absurdamente, que éramos "una sucursal de Casa de las Américas". En el año 1994, ya en tiempos de mi regreso definitivo a México, le dedicamos un número a José Saramago, ¡cuatro años antes de que fuera Premio Nobel! Yo lo había conocido en Cuba, hicimos una buena amistad y estuvimos contactados hasta su fallecimiento, notable escritor, personalidad irrepetible, de luminosa honestidad. Pero a finales de ese año, la cooperativa que era, según de decía, poco menos que una mafia a nivel de dirección, decidió acabar con la revista, y la acabaron, quedamos fuera de ella, desempleados, unas trece personas, solo permanecieron los dos o tres que eran miembros de la cooperativa, aunque ubicados en otras áreas. Hicimos un esfuerzo para reeditar la revista pero no se pudo. Para ese entonces yo ya había empezado a trabajar en la Escuela de Escritores de Sogem, ahí estuve dando clases en el curso de Poesía por diez años y medio, salvo un intervalo, pues me corrieron una primera vez, regresé gracias a la buena voluntad del maestro José Antonio Alcaraz. Me corrieron por segunda y definitiva ocasión, pasando por encima de Hugo Rascón Banda, presidente de Sogem, en función de un "compló" gestionado por un grupo de tres o cuatro pequeños mafiosos e ínfimos escritores, eso fue en 2007. ¿Para qué nombrarlos? Porque me han corrido de esas y otras chambas, no se crea que me han recibido siempre de brazos abiertos, vamos a aclararlo. Porque México, y sucede con otros países, así como recibe, también expulsa, recibió a mucha gente en la época de los exilios, pero también se expulsó a mucha gente. Es país receptor y país expulsor, la prueba está que hay millones de mexicanos y descendientes en Estados Unidos, tal vez la nación más expulsora.

Estando en la escuela de Sogem empecé a trabajar en Ediciones Eón, a la cual continúo vinculado de alguna manera por amistad con su director, Rubén Leyva Montiel, allí publiqué varios libros, además, lo hice en otros sellos amigos, entre los cuales: Editorial Praxis, dirigida por el poeta Carlos López; la Editorial El Ermitaño, cuyo director es Alejandro Zenker; Tinta nueva Ediciones, a cargo del poeta Federico Corral; también publiqué con varias universidades públicas y privadas y con institutos de cultura. Colaboro hasta la fecha en la revista "Archipiélago" —de la que soy fundador junto con Minerva Salado y Carlos Véjar Pérez-Rubio, su director—, colaboré con "Tinta nueva", revista que murió de golpe y sin previo aviso, y con una publicación que ya no aparece, que la sacaron unos amigos urumex, Edgar Paz y su esposa: "El Entrevero", es posible que olvide alguna. En fin, siempre he estado muy activo presentando libros propios y ajenos, dando cursos y talleres, uno es como la mugre, aparece en todas partes... Eso me permitió por supuesto una conexión bastante profunda en algunos aspectos con los sectores de la cultura de México, pero no con los que están arriba sino con los que están de la mitad para abajo, porque yo no sé por qué razón, siempre tiendo a ir hacia la base, hacia donde está la mayor parte de las personas, si es posible donde está el pueblo, ahora ya le llaman gente al pueblo… sin embargo, gente hay de todo tipo, pero el pueblo es otra cosa. Hay gente de la burguesía, gente de las clases medias, gente de la oligarquía, en fin, es un genérico, pero yo creo que dada mi manera de pensar debemos ser más rigurosos en esas definiciones. Por otra parte, señalo que mi relación con el aparato oficial de la cultura (INBA, CONACULTA, etcétera), ha sido positiva, sin duda, he encontrado allí muy buena disposición y realizado actividades productivas: jurado en concursos, talleres, presentaciones, conferencias… .

Entonces, anduve y anduve por ahí, lo que se dice trabajando en las bases culturales, y estoy muy a gusto en esa dimensión menos visible. De vez en cuando uno tiene que ir hacia arriba, en términos de visibilidad, porque te llaman, como el homenaje que me hicieron el año 2010 en Bellas Artes, en la Sala Manuel M. Ponce, un auditorio repleto, personas de pie, no por mí sino porque no había lugares donde sentarse. Antes me habían nombrado Miembro correspondiente de la Academia Nacional de Letras de Uruguay, se hizo el acto en Montevideo, en la Biblioteca Nacional, que es un lugar bastante prestigioso. No hubo medios de comunicación, ni semanarios, ni periódicos, ni radio, ni nada, solamente Notimex, esa noticia después vino acá, hubo gente que se enteró por esa agencia de Notimex en Uruguay. Insisto, porque de los medios de comunicación uruguayos, nada, no hubo ninguno. En verdad, una discriminación con respecto a la misma Academia… Lo dejo así como está.

Claro, que el ser Miembro de la Academia es ser miembro correspondiente, por vivir fuera del país, porque represento obviamente a la Academia, con la que tengo contacto regular, o sea, enviando información, libros, etcétera. Hice mi discurso para aquel evento, había unas decenas de personas, escaso público porque coincidió con otra actividad en el Ministerio de Cultura, por lo que el público se dividió según su interés. Sin embargo, en el homenaje nacional que ya mencioné y que entendí como un reconocimiento más que nada, el día 28 de marzo de 2010, dos días después de mi cumpleaños 80, se presentó muchísima gente, en estas actividades nunca se sabe con certeza qué pasará en cuanto a asistencia. Bien, dos días antes de mi cumpleaños, una camioneta me pisó un pie como para hacer una rima: "la camioneta en la banqueta/ mucho pisó al poeta/ porque subió a la banqueta" dando marcha atrás, yo estaba caminando sobre la banqueta que era muy baja, casi al nivel de la calle, el conductor no me vio y una rueda me pisa el pie derecho, afortunadamente no hubo fractura, porque alguien gritó y el vehículo se detuvo, pero no podía sacar el pie, de verdad que un poeta contra una camioneta pierde. Entonces, el señor se bajó, yo le dije algunas cosas poco amables, me pidió disculpas, y me fui arrastrando la pata, porque tenía que tomar el metro, como a seis cuadras, e ir a casa del poeta Federico Corral, de donde íbamos a salir a no sé dónde, a un encuentro de poetas, de allí salimos hacia una localidad cercana cuyo nombre se me escapa. Allí hay una escuela de veterinaria de la UNAM, es un local muy bonito, el ascensor no funcionaba, entonces yo debía arrastrar la pata por las escaleras. Me revisó un veterinario, lo cual es lógico por las características de la escuela, me dijo que no había fractura, que podía galopar, pero debía tomar ciertas precauciones, me dio un medicamento para caballos que apaciguaba el dolor. Estaba mi hija Itzel en ese momento, me ayudó con alguna pastilla extra. Después de ese accidente o incidente se realizó el homenaje en Bellas Artes, nadie se dio cuenta de que yo tenía ese problema, la verdad que la pata no me dolía mucho, es que uno hace un bloqueo y se distrae con los discursos y las propias palabras. Terminado el evento, se sacaron muchas fotos como ahora se acostumbra, mi hija Itzel levantó la información de "La Jornada" y la envió a la prensa en Montevideo, para mi sorpresa salió en varios medios. Ahí aparezco entre las dos musas que participaron, Rosa Helena Ríos y Francesca Gargallo. El otro participante fue el poeta Sergio Mondragón.

Con esto quiero decir que a veces las relaciones con el país de origen no son del todo fluidas, porque el que se va a Castilla, pierde la silla, yo la perdí hace rato. De todas maneras eso nos llevaría otra vez a alguna reflexión práctica sobre cómo se va dando la relación del exiliado con el país de origen a través del tiempo. Acá hubo una persona que nunca regresó a Uruguay, creo que ya la mencioné pero sin el nombre, y aquí murió. Otros se demoraron 20 años en volver, uno de ellos tuvo allá problemas cardiacos, pero una compañera que fue hace poco después de casi 20 años, volvió contentísima. La relación que se establece muchas veces tiene que ver más con el imaginario personal que con las realidades; porque evidentemente hace 20 años el país estaba bajo gobiernos neoliberales, en verdad un desastre, si se compara con la coyuntura actual, que ha mejorado mucho, más allá de imperfecciones y graves errores, entonces esa compañera hizo la comparación y quedó feliz. Pero yo voy a otra cosa más compleja —al menos para mí— y que es la relación que se ha dado día con día en todos estos años, incluso cuando uno va allá lo percibo todo el tiempo, he ido hasta dos veces en un año, en ocasiones me resulta muy difícil hasta planteármelo a mi mismo, no explicarlo, porque no puedo pero al menos sí planteármelo. Ese día tras día desde acá y el día tras día estando allá, lo que uno se lleva puesto de México estando allá, lo que uno trae en un devenir dialéctico, es un entretejido que espero que mi psicoanalista me ayude a resolver.

Y todo eso es una especie de flujo subterráneo que anda dando vueltas en uno, permanentemente, por lo menos a mí me pasa, se dio por ejemplo, y lo he conversado con algunos urumex, cuando el campeonato de la Copa América, ahí todos los urumex le iban a Uruguay, y cuando llega el campeonato Sub 17 estaban divididos, había urumex que le iban a México y urumex que le iban a Uruguay. Creo que se identifican más con la selección los que son mayores. Es algo cultural, de tono afectivo intraducible.

Cuando el Mundial del 2010 fuimos con mi actual esposa mexicana, Mariluz, a un bar por Coyoacán a ver el partido de Uruguay con Alemania, había muchachos mexicanos hijos de uruguayos, mexuru, serían ¿no? Mariluz con SaúlY el resto una mezcla de mexicanos y uruguayos, también había urumex, la gran mayoría era de mexicanos. Todos por Uruguay, sí, una tremenda gritería, hacía un gol Uruguay y temblaba todo. Perdimos, como siempre con Alemania, perdemos hasta los amistosos. Una vez me preguntaron que si jugaban México y Uruguay a quién yo apoyaría, pues a Uruguay. El caso de los muchachos, los mexuru, eso lo tengo que investigar, en el partido de la Sub 17, la final entre México y Uruguay ¿a quién le irían? Se supone que a México, sería lo más lógico. No creo que signifique una esquizofrenia, depende del grado de asimilación de ciertos valores de la cultura que van mucho más allá del deporte, y también de la significación que tiene el fútbol en Uruguay, la que se tiene en México es distinta, bien diferenciada. No solo porque allá sea una pasión, acá se está convirtiendo en pasión pero en general es más bien entusiasmo nacionalista. Allá es una pasión que está enraizada en la problemática identitaria que ha tenido el Uruguay a lo largo de su historia como Estado-nación, eso parte de la propia fundación de lo que ahora es la República Oriental del Uruguay. Es más, cuando la primera Constitución de julio de 1830, ahí no se sabía todavía cómo se iba a llamar el país, era Estado Oriental o República Oriental del Uruguay, quedó el segundo —pudo haber quedado el otro—, pero siempre oriental, por estar al oriente del río Uruguay. Pero es más que eso todavía, porque hay una indefinición histórica, que recién ahora parece que se está resolviendo, a tal punto de que la nacionalidad era oriental, no era uruguaya, y todavía no está totalmente definido en el imaginario colectivo. Hace poco, un señor uruguayo que tiene un pequeño restaurante en la colonia Portales, señalando a sus hijos, me comentó: "Estos dos también son charrúas." Es curioso, porque en Uruguay no hay indios, solo descendientes de varias etnias, la más conocida es la charrúa.

Recuerdo, por ejemplo, que aparecía en los informativos radiales o en notas de prensa, la noticia de que "Juan Pérez, de 47 años, or., fue atropellado por un camión en calle Soriano", etcétera, or. significaba nacionalidad oriental, no uruguaya. Esa indefinición ¿a qué lleva? A la necesidad de que se resuelva, porque el proyecto de José Artigas de la Liga Federal, que eran cuatro provincias argentinas más las Misiones orientales y la Provincia oriental —lo que ahora es Uruguay—, ese proyecto se acabó con la invasión portuguesa. La Liga Federal existió desde 1813 hasta 1816, José Artigas que nació en nuestra tierra, pero nunca fue uruguayo, porque él se va al exilio en 1820 y nunca más vuelve, muere en el Paraguay treinta años después, él era oriental, por lo que entonces José Artigas es el fundador de la orientalidad, pero no de la uruguayidad. Cuando nace el Uruguay en 1830, Artigas estaba en el exilio, que acaba con su muerte en 1850. De ahí viene todo este problema —creo yo—, es más, hay una distinción entre uruguayo y oriental, que la hacen antropólogos como Daniel Vidart, hace una distinción que yo la hacía sin mayor conocimiento. Desde hace mucho me considero más oriental que uruguayo, el uruguayo es el que está más en la modernidad, es más el hombre de la ciudad, criollo de segunda y tercera generación. El oriental es el que está más vinculado a las tradiciones artiguistas, el que mira hacia todo el país, porque la gente de Montevideo miraba hacia fuera, no miraba hacia adentro, se provocó una fractura ciudad/campo, una fractura falsa. En lo personal he tratado de mirar hacia todo el país y no solamente el país, he mirado hacia el sur de Brasil, hacia Paraguay, hacia Argentina, el litoral argentino. Tú vas a ese litoral argentino, a esas provincias, separadas por el río Uruguay, y es como si estuvieras en Uruguay, no hay diferencia, es lo mismo. No es igual pasar de Montevideo a Buenos Aires, son ciudades similares en algunos puntos pero muy diferentes en otros, 10 porteños por un montevideano... que también es porteño. Esas diferencias históricas, luego de pasar por tres imperios, más la influencia de Inglaterra, Francia y Estados Unidos, nos lleva a preguntar todavía cómo somos, quiénes somos, somos "una provincia o una nación", porque el Uruguay es como un invento inglés, es decir, "colocar un pedazo de algodón entre dos grandes trozos de vidrio", un Estado tapón. Al destruirse el proyecto artiguista se inventa el Uruguay, y el primer presidente, el general Fructuoso Rivera, una de las cosas que hizo en 1832 fue acabar con los indios, con los pocos que quedaban, aplicando el terrorismo de Estado, los sobrevivientes se mezclaron con la población rural. Finalmente, se instaura de a poco en la vida nacional la búsqueda de los elementos que puedan dar cohesión a una comunidad conformada por el aporte de tres raíces. Además, todas las culturas quieren tener sus héroes unificadores, Nicaragua tiene a Rubén Darío y a Augusto Sandino, por ejemplo. Y ¿cuáles son los elementos unitarios para el Uruguay? José Artigas, por supuesto; el tango, que tal vez nació en Buenos Aires, pero es fenómeno rioplatense; Carlos Gardel, que ese sí es uruguayo, y también argentino; el fútbol, por supuesto; el mate amargo, que viene de los indios guaraníes; el carnaval con sus resonancias afro; y lo que se llama la "garra charrúa", que es una ilusión, porque charrúas no hay, cuando dicen "el conjunto charrúa", refiriéndose al seleccionado de fútbol, uno ve que hay blancos y negros, que los apellidos son españoles o italianos, pero queda eso de "charrúa" en el imaginario popular. Cuando los últimos charrúas son expulsados del país a sangre y fuego, el pelotón final de indios, perseguido de modo implacable, voltea y enfrenta al ejército, eran partidas pequeñas, voltea y las enfrenta a pura lanza, las derrota, y agarra prisionero al coronel Bernabé Rivera, sobrino del primer presidente, lo torturan y lo matan. Después desaparecen, se van para Brasil y los que quedan se mezclan con la población del campo. Hay genes charrúas y guaraníes en la población, sobre todo del río Negro para arriba.

Ese era el valor que mostraban los indios charrúas, además, hubo un destacamento que peleó junto a José Artigas por la independencia, entonces queda eso en el imaginario popular, el valor, la fuerza, la entrega, que se transmite ¿a dónde? al fútbol. Entonces, queda "la garra charrúa", que no es ninguna garra de nada, que ni es garra ni es charrúa, esa es una especie de leyenda que perdura a los largo del tiempo, uno desde niño la recibió siempre; ahora vemos a la selección uruguaya que juega de modo tan irregular, vemos lo que hizo en el mundial pasado, en 2010: yo nunca había visto nada parecido, fue como un resucitar, Para los uruguayos GARRA CHARRÚA tiene connotaciones de valor, de fuerza, de fiereza, de orgullo guerrero, de victoria bélica trasladada a gesta deportivael equipo había jugado muy mal, es la verdad, había clasificado casi con las uñas y de pronto aparece eso que no se sabe que es, que tiene que ver hasta con las mentalidades, el director técnico que es muy conservador, un ex maestro de escuela, de la Escuela Valeriana clásica, laica… eso viene de los nódulos de la identidad del país: el laicismo, la escuela pública, la democracia, la ingesta de carne roja, todo se juntó y salió algo que no estaba previsto en ese momento, en el guión de ese Mundial. Jugaron unos partidos que son de película, no sé si tú viste el mundial, unas cosas ahí que no se pueden explicar, es inexplicable y con los árbitros en contra y todo como corresponde, no iban a permitir que Uruguay le ganara a Holanda. Entonces queda como elemento de identificación, es decir, que es una pasión que viene de otro lado, algo medular, que no viene del espectáculo, porque ahora el fútbol es puro espectáculo publicitario. El fútbol se ha convertido en una peste; el neoliberalismo se ha apoderado del futbol y la FIFA es una gran empresa que tiene poder ilimitado sobre cualquier federación o asociación de fútbol en cualquier país. No se puede usar la camiseta de manga larga, mañana da la orden y ya no se usa más, es la industria del deporte, pero de todas maneras es un elemento profundo, emotivo, cultural, de cohesión nacional.

Ahora, cuando uno va al Uruguay se encuentra con cosas muy sorprendentes, pero no asombrosas, sorprenden y uno las acepta porque de alguna manera están previstas, no solamente un cambio de lenguaje o de vocabulario en la política, sino también un vocabulario que enmascara muchas cosas, una contaminación ideológica que ha permitido que vastos sectores de la sociedad sean muy vulnerables a la penetración ideológica. En algunos aspectos tiene que ver con la informática, una cierta enajenación, allá hay cien mil jóvenes o más que viven de actividades que tienen que ver con informática, o sea, es gente preparada en trabajos vinculados con empresas que incluso están fuera del país, con ese asunto de la globalización —que es real en ese aspecto—, están trabajando para una empresa en Canadá o en Europa, entonces tienen que trabajar de noche por la diferencia de horario y yo que sé, es un lío pero hay muchos jóvenes o más que viven de eso. Además, están las famosas redes sociales, que antes la redes sociales eran físicas; ahora se hace política por internet… en muchos aspectos, hay como una especie de enajenación y se nota mucho en los más jóvenes, hay un ablandamiento también que obviamente tiene que ver con el consumismo, a veces es un consumismo de ojo, la gente consume mirando, no siempre va a comprar, consume sin el disfrute material de los objetos. El crédito y el pago en cuotas funcionan a todo vapor.

Eso también tiene que ver con el exilio, es decir, uno vive prolongando el exilio, esa es la verdad, y se prolongará hasta que uno se petatee y se exilie para otro lado, hacia un país llamado "Nada".



                         EL DESENCANTO

Volví a México porque ya no te reconoces allá por todas las diferencias que hay: en uno hubo cambios espirituales, la concepción del mundo también ha cambiado, no te reconoces totalmente, no reconoces lo que está allá, la realidad uruguaya con sus complejidades y sus códigos. Aparte de las cuestiones muy particulares, había un sector del Partido Comunista que me hizo la vida de cuadritos, si bien también uno recupera amistades y genera otras nuevas, pero se produjo una diferencia entre los que volvían y los que se habían quedado, por eso a veces cuando uno va, yo voy todos los años, te preguntan "¿y cuánto tiempo te vas a quedar?" Como diciendo: ta' bien que vuelvas pero no te quedes mucho tiempo.

Con los literatos en verdad hay algunas variantes, en ese momento con algunos de ellos tenía buena relación, pero cuando uno llega allá hay nuevas generaciones, nuevos libros, nuevas propuestas, nuevas revistas, y de eso no estoy muy informado, en parte porque no puedo estar mucho tiempo frente a la pantalla, y en parte porque me produce desgana también, no sé… porque cuando voy busco algunos libros, y trato de establecer nuevas conexiones. Por ejemplo, hay un grupo que se llama Abrace, que dirigen Roberto Bianchi y su esposa, que desde hace años organiza encuentros de escritores y publica libros, de vez en cuando nos vemos. Allá estoy vinculado con la Casa de los Escritores, institución muy abierta y hospitalaria, donde hice lecturas y presentaciones de libros, pues nunca estuve separado espiritualmente de la primera matria, pretendía en algún momento publicar algún libro, y eso lo he hecho, los he presentado, a veces hay una acogida algo displicente y otras con buen apoyo de público. El tema de los medios de comunicación es aparte, son bastante cerrados en ciertos asuntos de la cultura.

En fin, uno a veces se siente como "sapo de otro pozo", lo que ya comentamos, la dificultad que representa sentirme extranjero, un fronterizo, debe ser eso, no es como estar en ninguna parte, esto es de antes… Yo predije mi exilio, lo predije dos veces, por aquello de que no existe la casualidad, de alguna manera yo sabía que eso iba a pasar desde los veinte años, quizá ocultamente uno va haciendo cosas para que eso pase, por aquello de sentir la pequeñez histórica, o más bien geográfica del país. Por ejemplo, voy a Montevideo ahora, una ciudad abierta, pegada al gran río, agradable, muy arbolada, mucho aire y viento, mucho sol, sin embargo, al momento se vuelve pequeña, algo casi oprimente, similar a cierta opresión que a veces me asalta también aquí, en México.

Porque de México uno va a Buenos Aires y le parece chica, aunque tiene 14 millones de habitantes, pero es un problema de uno, porque por otro lado está la necesidad de ensimismarse… Por ejemplo, los fines de semana casi no salgo, ayer domingo creo que fui al súper a comprar algo, después me encerré y no salí para nada, ni a la banqueta, no salí ni a pasear a la perra, eso también siempre ha sido así, de pequeño lo que yo quería era que me dejaran solo y me ponía ahí a jugar con mis cosas.

En cuanto a esta percepción de pequeñez y haciendo una retrospectiva en contraste, allá los campos podían tener fácilmente miles de hectáreas, el latifundio retardatario, pero había y hay pequeños o medianos propietarios, con terrenos de regular área, miles de metros cuadrados en algunos casos, en otros poco más poco menos, terrenos donde la gente tenía una casa, los llamados pequeños y medianos productores, una forma de campesinado. Es decir, se plantan viñedos, árboles frutales, hortalizas, hay asimismo algunos animales: vacas, caballos, ovejas… Sobre todo en zonas suburbanas o semirrurales, tierras separadas a veces por calles de terracería o pedregullo, como le decimos nosotros, y muy arbolado todo aquello, entonces a esos lugares habían llegado los expulsados por las crisis europeas de la preguerra… En verdad, como se dice ahora y creo que está bien, la Primera Guerra Mundial y la Segunda fueron una sola guerra, hubo como un descanso en el medio pero fueron una sola guerra, porque no paró la lucha de las grandes potencias por repartirse el mundo. Como resultado de eso llegaba mucha gente de Italia, España, Europa central y otros lados a Argentina, Brasil, Uruguay, en realidad desde el siglo XIX, eso se fue acentuando. Yo diría que había zonas entre rurales y suburbanas, por ejemplo en Montevideo, la zona de Manga, adonde vivió mi familia por los años 30 y que ahora ya es urbana. Esas modalidades de asentamiento eran muy particulares, a tal punto que entonces cada viaje al centro de la ciudad era muy demorado por el trasporte muy lento, a veces incluso ir a una parte de la ciudad como la Unión, un barrio muy grande, como algo separado de la ciudad, cada viaje, decía, era como ir a otro pueblo. Ese barrio de la Unión al principio estaba separado de la ciudad de Montevideo, fundada en el siglo XVII, una pequeña urbe amurallada asentada sobre el río de la Plata. Fuera de ese recinto, simbolizado por el puerto y la Ciudad vieja, se fueron congregando núcleos poblacionales de actividad agropecuaria, que formarían con el tiempo los barrios… Esa integración se consolida con la demolición de la muralla en 1876. Y la ciudad siguió creciendo.

Pero volvamos a la pequeñez. Lo señalo porque teníamos siempre en la infancia la concepción de que estábamos en una ciudad pequeña de un país pequeño, siempre tuvimos esa sensación de pequeñez por eso yo lo señalo, particularmente al estar insertados entre los dos grandes, eso nos daba una posición que históricamente hizo muy difícil el verse como un Estado-nación, por una parte, y por otra, encontrar elementos que ayudaran a la conformación de una identidad. Aunque creo que un elemento de la conformación de la identidad está en la búsqueda de la identidad misma; eso es un componente de la identidad, por lo que ha se ido conformando como una especie de sistema axiológico, que va a ahondar en algunos referentes. Porque lo peor que puede pasar es cuando se acaban los referentes y ni siquiera funciona la memoria histórica… Es parecido, creo, a lo que le pasó a la gente en Nueva Orleans, que de pronto se quedan sin nada, no pueden probar nada, ni como se llaman, no tienen sus documentos, así como en los países invadidos, como Irak, adonde entran las tropas invasoras imponiéndole a sangre y fuego una nueva propuesta de vida, más allá de lo político y lo ideológico, es una transformación brutal y destructiva de todos los valores culturales, que son lo que en definitiva tal vez pesen más. Pensemos en los ámbitos palestinos destruidos por Israel.

Y esa constante sensación de pequeñez es algo pesado, porque si logramos algo en fútbol, como ser campeones del mundo, entonces se dice "¡ah qué grandes que somos!" y si perdemos, como somos pequeños y los pequeños y débiles generalmente pierden, sacamos el torpe escepticismo a relucir y el desánimo cunde. Somos entonces el mal llamado "paisito", el de la presunta "canción nuevita", el país del diminutivo, donde se percibe una postura de fondo conformista, propia de la mesocracia, que por un lado no arriesga —salvo excepciones— en la búsqueda de nuevos valores de liberación, y que por otro ayuda a conservar lo que había, por eso el ensayista uruguayo Carlos Real de Azúa, en su libro "El impulso y su freno" da la impresión de que resume en ese título lo que ha sido el Uruguay como Estado-nación. O sea, se generan energías sociales que propenden a logros mayores, pero hay algo que frena eso, que lo detiene, un poco lo que pasa en el mundo físico, la conexión que hay entre fuerza centrífuga y centrípeta. El problema es que si gana la fuerza centrípeta un sistema se puede colapsar, en cierto aspecto, creo que el país está en eso, al apostar sobre todo a una desmesurada y veloz expansión de la inversión extranjera, beneficiándola, sin que la sociedad esté preparada ni ideológica ni cultural ni políticamente para esa coyuntura, la cual de pronto puede detenerse o debilitarse, por errores de conducción de la cúpula gobernante progresista, el debilitamiento de la izquierda y también por factores externos. Quizá por eso es que todavía se va gente del país, aunque también hay una tendencia al regreso, con los gobiernos llamados progresistas. Acá no hice distinción entre los periodos de gobiernos neoliberales y progresistas para poder avanzar en otros temas… La pregunta que me formularía es la siguiente: ¿Podrá el país en su conjunto, al no tocar las estructuras capitalistas, avanzar hacia nuevas formas de democracia representativa y, más que nada, participativa? Esto implica que debemos marchar juntos, en lo posible, con las fuerzas y los gobiernos progresistas y avanzados de América Latina y el Caribe.

Actualmente, creo que hay cambios importantes en la estructura social, quizá ya venían de antes de las década de los sesenta y setenta, en parte se debe también al exilio, ese trasiego que empezó también con el exilio español en Uruguay y que continúa con el exilio uruguayo… En verdad, el país es bastante abierto, receptivo, siempre ha sido un país, que aunque no lo parezca muy nítidamente, es bastante cosmopolita ya desde la mitad del siglo XIX, sobre todo la capital. Claro que no es el cosmopolitismo de México, que además tiene un cosmopolitismo interior, me refiero a los pueblos originarios.

Esa sensación de pequeñez se refleja también en la conducta social, en el manejo de la cultura, por un lado el enciclopedismo francés, aunque ahora ha cambiado porque son otras las potencias dominantes en el mundo, y el discurso imperialista es también distinto. El enciclopedismo francés nos abría hacia el mundo europeo, con valores eurocentristas, la meta era París, para mucha gente de América Central y de México la meta es Miami o Nueva York, para nosotros era París. Ahí tenemos ejemplos en nuestra literatura, pero yo creo que ese reduccionismo europeizante, que corresponde a los hechos históricos, es decir, la conformación del país como Estado tapón entre dos enormes países, ese reduccionismo digo, ha sido negativo, por lo que espero que dadas las experiencias pasadas, las dictaduras del siglo XIX y las dos dictaduras del siglo XX, en esta época de globalización capitalista, quizá podamos en acuerdo con otros países, sobre todo de América Latina y el Caribe, lograr una expansión real, liberadora.

En cuanto al exilio, nosotros teníamos referencias previas a la llegada a México. Antes de salir para aquí, ya sabíamos que otros habían venido, incluso despedimos a algunos que venían no solamente a México, o sea, antes de la experiencia de la cárcel, de la Embajada de México, había barcos en viajes especiales a Australia, que iban llenos de uruguayos, que salían del puerto de Montevideo, bajaban por el estrecho de Magallanes y se iban para Australia. Allá se formó una colectividad muy grande de uruguayos, había más de veinte mil, sobre todo de gente especializada en cualquier cosa, menos en literatura o en poesía, los que importaban eran obreros especializados y técnicos para el desarrollo industrial.

Eso pasó un poco también con Venezuela, antes del golpe de Estado ya se estaba dando esa migración, por lo tanto el exilio empezó también de alguna manera con la gente que se iba hacia una mejor vida, es decir, era el exilio propio, personal, una emigración. Claro que en mi familia también hubo algún "exiliado", pero mucho antes; mi tío Samuel se fue siendo un muchacho, fue primero a Estados Unidos, viajó bastante por su trabajo en la YMCA, hasta radicar en Francia durante la Primera Guerra Mundial, volvió a Uruguay solamente una o dos veces. En su último regreso, cuando yo era muy niño, me quiso llevar a vivir a Francia, y eso también queda en el imaginario de uno, se introducen elementos de viajes que son para un niño viajes fantásticos. Si yo hubiera leído el Quijote a los cinco o seis años, lo empecé a leerlo recién a los diez, quizá me habría ido con mi tío… si mi mamá me hubiera dejado. Por eso siempre digo en broma que soy el cuarto poeta que Uruguay pudo haber dado Francia. El primero fue Isidore Ducasse, el falso Conde de Lautrémont; el segundo fue Jules Laforgue y el tercero Jules Supervielle; todos nacidos en Montevideo, figuras esenciales de la literatura francesa del XIX y el XX.

Creo que todo eso tuvo mucho que ver en el imaginario personal, son leyendas, son elementos que después, sopesados a lo largo del tiempo, de una u otra manera se insertan en esa trama de experiencias individuales y colectivas que se llama exilio… y que no acaba nunca.

Además, el solo hecho de que Uruguay —con su característica de país cosmopolita, más allá de las causas de la fundación de Montevideo, 1724 a 1726— mostrara que a la mitad del siglo XIX, en la capital se hablaban varios idiomas: francés inglés, portugués, alemán y otros, particularmente los tres primeros, era una comprobación de cosmopolitismo. Uruguay formó parte, antes de existir como país, del imperio español, luego del Imperio de Portugal y después del Imperio de Brasil… o sea, se hablaba portugués en prácticamente todo el territorio.

Fue un país cosmopolita repito, pese a su escasa población, digamos con relación al tamaño del país, un país como el Uruguay con ciento setenta y seis mil kilómetros cuadrados, en Europa podría tener fácilmente una población de doce millones, trece millones de habitantes, cuatro o cinco veces más de lo que tiene. Todo ese cosmopolitismo, de alguna manera se manifestaba aun en la vida cotidiana. Yo recuerdo que de niño vivimos en un barrio bastante pobretón, un barrio que había sido digamos de la pequeña burguesía y de la burguesía de otros tiempos, y que en ese momento estaba en decadencia, pero quedaban las grandes casas mezcladas con viviendas de clase media baja. Ahí nos fuimos a vivir los cuatro de la familia núcleo: mi mamá, mi papá, mi hermana y yo, el delfín. Para sobrevivir, en una situación económica penosa, se rentaban habitaciones, en este caso era a empleados de un banco oficial que venían de provincia a trabajar en la capital. Era yo muy chico y veía a aquellos funcionarios como ciudadanos de otro país, hoy los pienso como parte de otro exilio, de la provincia a la capital, parte ya de los exilios interiores ¿no? Además, en la misma cuadra vivía, me acuerdo bien, una familia húngara en el sótano de una de esas casas. Eran exiliados, corridos por hambres y conflictos, y los únicos de la cuadra con los que esos niños tenían trato, éramos nosotros, con mi hermana y conmigo, así que aprendí algunas palabras de húngaro. Volví hace años a esa calle Isla de Flores, la casa en que vivimos estaba en pie, muy deteriorada. Por alguna "coincidencia", en otro momento bajo la dictadura, publicamos en Uruguay —en el sello Aquí Poesía— una antología del poeta nacional de Hungría, que es Sandor Petöffi, autor de un poema, "La Canción Nacional" que después se convirtió en el Himno Nacional de su país, él murió peleando en 1848 contra el Imperio Austro-Húngaro, fue la época de las revoluciones en Europa… Resultaron para mí experiencias en esa calle que logré engarzar internamente, es decir, en la imaginación de un niño que iba a ser poeta "pero no lo sabía"… Luego vendrían otras experiencias, otros sucesos, coyunturas sociales y familiares que fueron también agregándose a la trama de lo que yo llamaría, digamos, "el exilio interminable", hasta hoy.

Por lo tanto, quizá había como una preparación previa a México. Al llegar al país, lo hemos hablado, disponíamos de un conocimiento libresco, además del cine y los actores y cantantes de la época, y aquel circo mexicano que iba casi todos los años, eso ya lo conté, el del Gigante Camacho… o sea, son marcas profundas en el imaginario infantil y en la formación de juventud. Esto lo traemos a cuenta justamente porque también se van a hilar, a entretejer, a entramar, es como si unas manos invisibles que llaman "Destino" estuvieran tejiendo todas esa imágenes, para luego darles una manera de cohesión, y cuando uno toma conciencia de eso, que cuesta mucho, se genera una mayor resistencia en la persona profunda. Sucede que uno se reconcilia con todas esas imágenes vinculadas a lo que llamaría "México en mí", y que finalmente llega a formar parte de la propia imagen que uno también hace de sí mismo. Es lo que se llamaría una especie de narrador intradiegético en vivo, o sea, que está comprometido con lo que narra, o que forma o ha formado parte de lo que narra. En ese sentido, se produce, repito, una reconciliación, un reacomodo que siempre es relativo, porque aparecen elementos nuevos y un elemento del pasado puede dislocar un factor del presente, un factor muy actual… O un suceso que puede ocurrir mañana y que yo estoy inventando ahora, puede modificar incluso una coyuntura del pasado. Esto implica casi una metafísica del tiempo ¿no? Pero si el observador modifica lo que observa, ¿no puedo yo modificar lo que inventé para enraizarlo con el pasado? Pregunto, es lo que me parece a mí.

Ahora, hablamos también de los exilios en el propio país de origen, lo que tiene que ver también con las clases sociales, con la ideología, con las relaciones afectivas, porque también alguna novia de pronto nos manda al exilio y uno tiene que retirarse de una relación, eso es como irse al exilio. En ese sentido los exilios se multiplican, y en cuanto al exilio mexicano, como habitualmente se percibe —y ya lo hemos dicho, es una limitante, porque hay muchos exilios referidos a cada persona, es decir, así como hay muchos exilios uruguayos, hay muchos exilios mexicanos. No solamente por haber regresado a Uruguay cuando se acabó la dictadura y estar ahí un tiempo y volver otra vez a México, sino porque los recorridos que he hecho en este país, sobre todo en las varias ciudades que componen la capital, me han llevado a otros territorios disímiles. Dije, y no es novedad, que esta ciudad de México está formada por diversas ciudades, así como México está formado por muchas naciones; en verdad, lo que estamos haciendo permanentemente es traspasar fronteras y por lo tanto inventándolas, porque si las pasamos todas y nos quedamos sin ninguna, se nos enreda el tejido de la propia existencia, habría que buscar puntos de amarre en algún momento dentro de lo azaroso que es el exilio, tanto como los diferentes destinos en los que se mueve la dolida humanidad.

Creo que también hay un factor histórico que siempre se nos plantea a los uruguayos, de una manera reiterativa: es la figura del general José Artigas, que fue nuestro gran exiliado, el exiliado emblemático, quien, diez años antes de que surgiera el Uruguay como Estado-nación, pasó a Paraguay en 1820 para morir allá en 1850; eso es una marca en nuestra historia. JOSÉ ARTIGAS EN PARÍS. Poema de Saúl Ibargoyen. París, septiembre, 1970. (De: Seis escritores, seis artístas gráficos)Yo creo que esa figura y todo lo simbólico que pudo haber tenido en todos estos años, se suman también al drama del destierro. No olvido, claro, la mezcla de otros exilios provenientes de otros países, del Cono Sur y de tantos otros lados, el exilio español en Uruguay ¿no? Conocí a muchos exiliados españoles allá y fue un editor valenciano exiliado en el Cono Sur, Benito Milla, a quien ya me referí, el que me ubicó en el ámbito editorial, y que luego fue el director-fundador de la gran editorial venezolana Monte Ávila. Cuando la dictadura, él estaba en Venezuela y me ofreció trabajo allá pero el Azar dictó otras cosas.

Es decir, siempre aparecen puntos que se van reuniendo, que se van tocando. Quizá haya una lógica en todo eso pero yo no la comprendo. Y si es una lógica, está llena de ilogicidades… de todas maneras, incluso más, poco antes de que cayera preso, por esas semanas sale publicado en Caracas, con ese sello editorial dirigido por Benito Milla, mi primer libro de cuentos, "Fronteras de Joaquim Coluna". Y cuando estaba yo detenido en un local de la policía, Milla manda los paquetes a Uruguay para la distribución, pero el distribuidor destruye los ejemplares por temor a la represión. Meses más tarde, cuando llego a México, después de la prisión y del exilio parcial como refugiado en la Embajada mexicana, a los pocos días estaba recorriendo la Alameda y en una librería que creo era El Sótano, al revisar las mesas me encuentro con seis ejemplares de mi libro, "Oh dios Azar", me dije, y los compré todos.

A veces da la impresión de que hay alguien que está moviendo las piezas. Y entonces, ya conectado con Caracas me mandaban libros, pero fue el mismo leal editor, el recordado Benito Milla. En fin, habría muchas más anécdotas, van apareciendo solas a medida que se remueve el viejo pozo de la memoria.

Ahora, con respecto al destierro en cuanto a verlo desde la postura del que se queda, doy un ejemplo bien concreto: estando allá, bajo la dictadura, me acuerdo que fue a verme una pareja de amigos, ellos pensaban irse a Venezuela, eran también militantes del Partido Comunista donde yo estaba. Fueron a pedirme opinión, no consejo, yo no doy consejos a nadie, hago comentarios. Entonces, qué les podía decir, sobre todo si no eran militantes profesionales o cuadros de la dirección, el que actúa de esa manera tiene un tipo de responsabilidad diferente de la de un simple miembro del partido, pues hay niveles de compromiso. Ellos eran militantes pero no estaban integrados a lo que se llamaba el aparato clandestino, podían cumplir tareas políticas livianas, por decir así, como cualquier militante, pensaba yo que debían quedarse, entonces estuvimos platicando un rato y se fueron. A ella la vería unos tres años más tarde en Cuba, luego en Montevideo, a mitad de los 80. Una excelente cantante, de afinada cultura.

Esa plática me provocó una revoltura muy fuerte, porque el ámbito estaba muy pesado por la represión, pero el sentir que se iban —además, eran amigos de bastante confianza, sobre todo ella—, provocó que en algún momento yo escribiera un poema que se incluyó años después en mi libro "Exilios", y tiene que ver con el destierro, pero desde el punto de vista del que no se va.

Escribí mucho a propósito de la experiencia del exilio, no el exilio como tema, sino lo que le sucede a un exiliado, a un poeta exiliado que no es lo mismo, o sea, no ensayos históricos o sociológicos sobre el exilio, porque eso no es lo mío, no puedo, simplemente. Es decir, se trataba de externar en la escritura lo que le pasa a un exiliado en determinadas circunstancias, y que además es poeta y narrador. Incluso escribí y escribo hoy textos sobre el exilio desde un punto de vista diferente, cuando regreso a Uruguay —que fue como otro exilio, claro, un exilio voluntario, una migración—, encuentro que los textos de allá tenían y tienen también esa connotación. Y luego vengo otra vez a México, que es otro exilio, o una migración, mejor dicho, y entonces ya es escribir de exilio sobre otro exilio. Si alguien se tomara el trabajo de ver todo eso, los puntos de vista son distintos en algunas cosas, y en otras se parecen mucho, hay como un tono, más allá de que ha cambiado la escritura; la escritura se ha hecho mucho más fuerte, más dura, más agresiva, escatológica, digamos, porque muchas veces, incluso en poemas de ahora, percibo como lector crítico que el exiliado está ahí todavía, el exiliado no se fue, por ahí caminan sus sombras, sobre todo cuando aparece esa mezcla, no precisamente buscada de modo premeditado, entre los diferentes espacios culturales y cada cual con su especificidad.

Ahora que estuve revisando un libro, que no sé que voy a hacer con él, pero lo estaba mirando, confirmo como una tendencia a nombrar algo con palabras de aquí y de allá y de otros lados, como por ejemplo, usar para hablarle a una muchacha "chava", "guría", "garota", "chavala", que corresponde a un vocabulario muy amplio, latinoamericanizado, eso viene del habla y se da más que nada en la narrativa. Un comentarista de la novela que se reeditó, que es "Noche de espadas", dijo que como hablan los personajes míos nadie ha hablado en la vida, nunca se habló así, y pone ejemplos entonces, como que para él el territorio de la novela es el propio territorio del lenguaje, la geografía del lenguaje, porque hay una mezcla híbrida de uruguayismos, mexicanismos, cubanismos y brasilerismos, y eso de alguna manera pasó también a la poesía. Quiere decir que el exiliado siempre va a estar ahí, metido entre esas palabras, y es el que en definitiva le va a dar el tono, el color, hasta el ritmo, un ritmo de jadeo, como de desesperado, como de alguien que está llegando, que no se sabe si llega corriendo o se está escapando a toda velocidad.

Y bueno, eso además significó también en la propia escritura como una especie de descarga psíquica y emocional, porque de repente el exiliado —que es bien acogido como lo fuimos nosotros en México y otros en otros lados—, tiende a soltar al principio una agresividad contenida, que al no poder descargarla en el lugar de origen, se descarga en el lugar donde te reciben. Eso los psicólogos lo han estudiado de muchas maneras, en la existencia cotidiana, choques verbales por asuntos nimios, discusiones fuertes sobre cualquier tema, agresiones físicas. Esto en parte porque los códigos lingüísticos al comienzo, no los entendíamos, tampoco los entiendo del todo ahora, por los diferentes niveles del discurso, sobre todo en la parte central de México, además de que hay un discurso silencioso; también está el discurso de la mirada y del gesto, y eso provocaba una agresividad en el sentido de percibir la incomprensión de los otros, pensar en "¿cómo no me van a entender a mí, cómo es posible que no entiendan lo que digo?" Nadie tiene la obligación de entender a nadie, pero al comienzo resultaba muy difícil, a mi no me resultó tanto, pero en otras personas sí se dieron reacciones muy desagradables, y además en muchos casos, hay que decirlo, existía una serie de prejuicios ya internalizados por ignorancia con respecto a lo que era México, incluso con tonos racistas… Como que no pocos exiliados pensaban "no, los inteligentes somos nosotros", somos los más preparados, venimos de un país culto, la "Suiza de América", yo le llamaba en amarga broma "La sucia de América". Eso venía de dos lados: uno, porque fue lo que nos metieron con la educación, un país blanco, sin indios, culto, laico, democrático, libre, sí, ¡pero había una dictadura! Y el país no es blanco, ni siquiera es monolingüe como nos dijeron, ni siquiera es católico, allá la religión católica tiene un peso relativo, están teniendo en los últimos años mucha importancia los cultos umbanda que vienen del Brasil, aunque hay otras religiones mediáticas, adineradas y seudo cristianas que ahora crecen. En fin, somos un país pequeño en habitantes pero de una diversidad bastante grande.

Eso nos lleva por otro lado a una distinción, impuesta en definitiva por la ideología predominante: "como el Uruguay no hay"; somos distintos porque somos superiores, además de la cuestión racista que también existe. Eso luego con el tiempo se supone que se fue atenuando, ahora ya han pasado muchos años, pero salíamos al exilio con esa inyección ideológica que a través de los años nos habían metido en la cabeza, claro yo hacía mucho tiempo que no creía en eso, en primer lugar. Y en segundo lugar, como contrapeso, las formulaciones de fondo realmente democrático, progresista, de ideas avanzadas, de izquierda marxista, que también empapaban de algún modo la sociedad uruguaya, en lo que tiene que ver con la política, el movimiento sindical, la cultura influida sobre todo por Francia, el enciclopedismo francés. Eso permitía en general una postura más amplia para contemplar el mundo, pero una cosa es contemplarlo desde los libros y otra es contemplarlo cuando vas a una sociedad diferente; ahí es donde hay que ver si pones en práctica el universalismo.

Hablando de universalismo tenemos ahí a Joaquín Torres-García, que ese fue el más universal de todos, creador de toda una obra sobre el arte, el constructivismo. El pasó casi toda la vida fuera del Uruguay, volvió para morir en 1949. Escribió una obra de mil páginas con su teoría, aparte de muchas otras cosas más; pero un universalismo no abstracto, es decir, la propuesta estética sí era abstracta, pero la propuesta ideológica era un universalismo que apuntaba a las culturas primitivas, particularmente de América Latina, hasta cuando en cierto momento, allá por los años treinta y luego cuarenta, dibuja el mapa de América del Sur y lo da vuelta. Esa imagen está hasta en las tazas de café. Lo da vuelta y dice: "ahora estamos donde debemos estar". Ésa fue una postura intelectual revolucionaria, ahora que tanto se habla de norte-sur, a nosotros Torres nos puso en el norte. Había entonces una apertura particularmente hacia la cultura francesa: la literatura, la música, la pintura, el cine, que de alguna manera, por un lado. nos comunicaba con el mundo, pero por otro, nos separaba de América Latina.

Luego el país se fue latinoamericanizando, después de la Segunda Guerra Mundial vino el auge, porque el Uruguay exportó y no importaba nada, porque no había que importar, exportaba y exportaba. Hay una acumulación de capital, por lo tanto se formó una industria nacional relativamente desarrollada que trabajaba fundamentalmente con el mercado interno, eso luego cambió y vino la crisis. Se comenta mucho que la guerra de Corea nos favoreció, pues se vendió mucho la lana y el grano, productos agropecuarios, eso vino después de los años cincuenta; a más, el tiempo de la Guerra Fría, primero se pone recaliente pero después se entibia, entonces, hubo un periodo bastante extenso en el cual Uruguay exportaba, tenía una moneda fuerte y entonces se lograron ciertas cosas importantes en lo interno. Aunque no se tocó la estructura de la tierra, hasta ahora, a eso llegamos ya en los comienzos de la crisis, en los años 50 al 70.

Por eso Ángel Rama, en su libro "La generación de la crisis", habla de ese fenómeno nacional negativo. No sé si es una generación de algún modo un poco inventada, y eso va en función también de cómo nos ponemos nosotros dentro de esa generación, por eso hicimos este largo recorrido. Rama marca la generación, le pone fechas, del año '39 al '69, además firma su trabajo, creo que en el '71, que publica en el '72, antes del golpe de Estado, ya se estaba en un régimen autoritario, pregolpe. A esa generación Rama la divide en dos promociones, en la primera promoción arranca como figura importante Juan Carlos Onetti en la narrativa y en la poesía Juan Cunha; luego vendría lo que para nosotros es la generación del '45, pero él dice que es la Generación del '40, y luego vendríamos nosotros, la otra tanda, que de alguna manera continuaríamos lo que hizo la generación del '45, esta generación sería la de Mario Benedetti, como figura más representativa, con incontables lectores, con sus premios en España y otros. De esa generación, la siguiente al ´45, hablo nada más que de literatura, creo que al exilio salimos muy poquitos. Bueno, éramos pocos, hablo más que nada de literatura y dentro de la literatura la poesía, porque esa generación también tuvo historiadores, sociólogos, teatristas, economistas, por ejemplo Enrique Iglesias, que fuera presidente del Banco Interamericano de Desarrollo. Creo que tal vez el único de esa generación que salió al exilio soy yo, hubo otros que salieron también, pero por otros motivos, fueron a trabajar afuera, por contratos y esas cosas.

Eso provocó una dispersión también muy grande, de escritores que salieron y ahí sí eran de edades diversas, y prácticamente todos vinculados a la política, directa o indirectamente, no los corrieron por ser escritores pero unos se fueron antes de que los molestaran, eso obviamente produjo que se generara una producción literaria uruguaya fuera del país. Claro que ya había ejemplos anteriores, incluso una época en que algunos escritores los mandaban a las embajadas, fuera del país como Fernando Pereda, Julio Casal y otra gente que vivía en Europa. El sueño de París se cumplió en algunos, París era la Ciudad Luz, la Ville Lumiére, y algunos de ellos que se fueron después todavía están allá, hubo un ir y venir, pero apuntaban más bien hacia Europa, sobre todo Francia, y ahora hay escritores en muchos países, en Estados Unidos, en Cuba, en Venezuela, en Brasil… que contactaron con colegas de otros países, por ejemplo, argentinos, centroamericanos, eso también forma parte del gran exilio. Más allá de las razones específicas por las que cada uno se fue.

En la tradicional Feria de Libros y Grabados, un diciembre en Montevideo, fui invitado a una lectura, y ahí me encontré con algunos colegas que vivían en otros países. Estaban ahí porque era fin de año o para ver a la familia o lo que sea, estábamos todos allí, una pequeña reunión de exiliados, había algunos otros que habían vuelto también a Uruguay, habían estado en el exilio y ya estaban viviendo allá. Quiere decir que a partir de cierto momento, vayas a donde vayas, siempre el exilio te acompaña, el que llevas tú y el que traen los otros, y creo que eso, por un lado, enriqueció a la literatura uruguaya, como sucedió con la de otros países, el mundo se amplía en términos de realidad, para luego eso ser representado en términos ficticios, artísticos.

Podemos ver —si alguien tiene paciencia—, las compilaciones o listas de escritores y de obras producidas en el exterior, particularmente a partir de la dictadura, aunque ya de antes había algún caso, por ejemplo, Antonio Larreta, un dramaturgo más que nada, director de teatro muy inteligente, sacó el Premio Planeta en España. Por aquellos años que no lo daban a cualquiera, sobre todo a alguien que se nota que no es español, pero en ese caso yo sé que hizo revisar su obra por alguien para que no pareciera nada similar a la escritura de un "sudaca", como le dicen allá a los sudamericanos, un término en verdad despectivo. Y Jorge Musto que ganó el Premio Casa de las Américas, un novelista que está viviendo en Alemania, en fin, hay colegas en Suecia también, entonces se formó toda una literatura del exilio.

El problema es que si queremos analizar esa literatura, no tanto el exilio como tema, se debe reflexionar desde dónde se escribe, desde que topos o lugar real o imaginario o "locus amenus" uno está escribiendo a propósito de eso que se llama exilio. Ahora bien, para mí no significa hablar del exilio sino hablar de lo que me pasa a mí como exiliado, con todas estas connotaciones, escribo siempre desde el exilio, no sobre el exilio, entonces cualquier tema que yo pueda tomar es de alguna manera tocado por esa sombra. El asunto, insisto, es de o desde dónde uno escribe.

Luego también se generó una producción literaria en Uruguay cuando comenzó el regreso, y que ya estaba sugerida o iniciada aun en el marco dictatorial, y de la cual no voy a hablar ahora, porque no nos vamos a meter en una temática un poco complicada. Debo reconocer que no conozco mucho de lo que ha pasado allá, pero agrego que en los cinco años y tanto que duró mi regreso a Uruguay, del '85 al '90, yo escribía allá pero también desde el exilio, pues este es un espacio espiritual y afectivo que, en definitiva, está dentro de uno y, por supuesto, en la relación con diversos entornos siempre cambiantes.

Pondré algunos ejemplos: recuerdo mi poema Basura, es una representación de aspectos chocantes y desagradables de la sociedad uruguaya que yo percibía en ese regreso, visto ahora a la distancia, ya que es un poema que tiene algún tiempo de escrito, cómo se van a simbolizar esos aspectos a través de las imágenes no solamente visuales sino olfativas, de cuando los pepenadores recogían la basura, porque había basura en cantidad y el sistema de recolección estaba mal organizado —ahora está mucho mejor—; y como la basura sabemos que produce dinero, es todo un sistema, estoy hablando de hace veinte años. Estaban los que recogían la basura, basureros que tenían un carrito o un carretón con un caballo, iban ahí dos o tres; la gente dejaba la basura a la puerta y ellos recogían ciertas cosas, eran los burgueses de los pepenadores porque tenían vehículo propio y recogían lo más valioso. Luego venían otros con un carrito a mano, más chico, y recogían otras cosas, y finalmente venían los otros, a lo sumo con alguna bolsa, a buscar comida. Eso yo lo vi, es decir, no había nada nuevo bajo el sol, pero lo estaba viendo en aquel país que era "la tacita de plata", "como el Uruguay no hay", un país que había sido destrozado por la dictadura y que iba a ser también destrozado por los cuatro gobiernos neoliberales siguientes, vamos a ver qué seguirá pasando con estos gobiernos de la coalición Frente Amplio, una especie de centro-izquierda que, a mi juicio, se ha debilitado ideológicamente.

Entonces se dio en mí una agresión simbólica contra ese Uruguay en el cual yo no encontraba lugar, no encontraba reacomodo ni una nueva vida, no quiere decir que todo fuera negativo, porque a fin de cuentas ahí estaba parte de mi familia, pero también había ciertas expresiones del pasado con las cuales uno no quería toparse, entonces mi agresión fue por ese lado, por el lado de descargar lo negativo, o sea, lo que se dice una visión desencantada y las reacciones consiguientes. En particular, mi decepción ante la crisis del Partido Comunista (1989-1992), causada por factores externos e internos: derrumbe del campo socialista, errores de la dirección luego de la dictadura, conspiración de los llamados "renovadores" que trataron de convertir al partido en una tibia socialdemocracia o bien destruirlo, como una apuesta a mediano o largo plazo para neutralizar los aspectos antiimperialistas y antioligárquicos del Frente Amplio. O sea, fundar o sostener un "capitalismo bueno, más moderno", con lo que, si bien más adelante el Frente Amplio gobernante logra avances sociales y económicos importantes, en realidad no cuestiona al sistema capitalista salvaje y mejora relaciones con Estados Unidos, parece que olvidando que Estados Unidos propició y alentó a las dictaduras en el Cono Sur… El Partido Comunista sobrevivió penosamente a sus crisis, era el 87% del Frente Amplio, años después llega apenas al 5%. En 1990, al ser atacado feroz y suciamente por los "renovadores" y sin ser tomado en cuenta por los dirigentes "históricos", renuncié públicamente al partido con carta que salió en varios medios escritos. En diciembre de ese año, regresé a México.

Cuando regreso a mi segunda patria (mejor, matria), me encuentro con un exilio acumulado, me encuentro con ciertas imágenes e impresiones nuevas que se mezclan con las pasadas, todo era, y aún lo es en parte, una gran revoltura. Pero a río revuelto los poetas pueden pescar muchas metáforas. Por eso siempre digo que estos son buenos momentos para la poesía, o para los poetas, porque si ahora no escriben o no escribimos obras que realmente, por un lado, representen lo bueno, lo malo, lo lindo y lo feo, agregándose a lo bueno, lo malo, lo lindo y lo feo que se percibe en el campo social, y si por otro lado, no buscamos un lenguaje nuevo en un sentido profundo, que provoque pequeñas revoluciones en la conciencia estética y en la conciencia ideológica, en un compromiso social ampliado, entonces para qué chingados vamos a escribir, por eso digo que este es el gran momento.

Es decir, se acabaron las florcitas, se acabó la poesía de los buenos modales. Todavía se sigue haciendo porque hay que ganar becas, concursos, aparecer en las antologías de editoriales prestigiosas, pero creo que el asunto va más bien por este último camino, lo cual no quiere decir que yo establezca ninguna ley o esté reglamentando ley estética alguna, simplemente es lo que hago o lo que quiero y pretendo hacer.



                         PUENTE DE PALABRAS

Ahora estoy dispuesto a hablar de la parte amorosa. Es un tema que siempre ha quedado ahí y que no se puede seguir tapando. Como dice un tango cantado por Carlos Gardel: "siempre se vuelve al primer amor".

Como tengo que empezar por el principio, me acuerdo de cuando iba a pasar las vacaciones en Colonia de Sacramento —esta es la primera ciudad de lo que sería Uruguay, fundada en 1680 por los portugueses—, cuyo pequeño centro histórico es patrimonio cultural de la humanidad por la UNESCO. Ahí iba yo con mi hermana Ruth, en la época de la escuela primaria, pasábamos tres o cuatro meses de vacaciones, era muy saludable, porque había playas de agua dulce, de arena muy blanca, uno recuerda muchas cosas, era una zona muy arbolada, había muchos pájaros, había un puerto fluvial, con sus ferryboat, barcos pequeños que conectaban con Buenos Aires. Recuerdo que en las noches de verano, cuando el río estaba bajo, se veía el resplandor de las luces de Buenos Aires. En esos años empecé a aprender a ver el cielo de otra manera, porque un vecino de mi tía Noema, en cuya casa nos alojábamos, tenía una carpintería —era un español republicano, gente del exilio… el exilio otra vez…—, que estaba casado con doña Esperanza, señora nacida en aquella ciudad; tenían una única hija y digamos que fue mi primer amor. Él me enseñaba los nombres de las estrellas, sobre todo me quedan aún las imágenes de la Cruz del Sur y de las Tres Marías, como partes de un cielo personal… Recuerdo que una vez la hija del señor Mata iba regresando a su casa, había ido a hacer la compra, a traer alimentos, allá las puertas nunca se cerraban del todo, quedaban así como emparejaditas, solo le ponían un gancho, porque nunca pasaba nada… Ella, como tenía las manos ocupadas, no podía quitar el gancho para entrar en la casa, yo aproveché y le di un beso, el primer beso del primer amor. Pero como no existe la casualidad, muchos años después pasé por ahí de viaje a Buenos Aires y tomé un taxi, pues como tenía poco tiempo, quería dar solo un paseo por la ciudad, de tan escasos habitantes (hoy, tal vez 25 mil), no lejos del centro hay una plaza de toros, que está abandonada desde hace muchísimos años, pues las corridas se suspendieron del todo en 1912. Bueno, como observé que el taxista era una persona de cierta edad, tenía el pelo muy blanco, le pregunté si conocía a la familia Mata, si recordaba algo, porque al buscar su vieja casa, vi que no estaba, había otro edificio, casi pegado a la gran casa adonde había vivido mi tía. Esa amplia vivienda ahora es una escuela pública, entonces le pregunto al taxista y me dice: "ah, la señora Esperanza Mata, sí, ahí está mire, enfrente", el coche pasaba frente a otra casa, vimos a una anciana asomada a una ventana semiabierta, ¡era ella, estaba ahí en ese momento! Podía haber ido a saludarla pero me pareció que iba a interrumpirla, la vi tan viejita: me pareció que interrumpiría una especie de descanso sagrado. De mi primera novia había tenido noticias imprecisas desde mucho antes, gracias a gente de mi familia que viviera en Colonia… supe que se había casado joven y después había enviudado, pero nunca más la volví a ver después de las últimas vacaciones de la infancia. Entonces, surgió un recuerdo algo fluctuante, un deseo de no olvidar, porque toda historia pasada es siempre presente. Y más allá ya de que ha pasado tantísimo tiempo, queda una especie de imaginario vinculado con la memorización sabrosa y nostálgica, propicia para la poesía, aunque las palabras son siempre insuficientes. He escrito algún cuento que roza esas memorizaciones.

Por eso se inventan palabras, no tenemos ni siquiera una palabra para cada poro de la piel, ni tenemos una palabra para cada uno de los cabellos, cuando los vamos a nombrar ya se cayeron, se nos van pero al menos conservaríamos sus nombres. Observemos que en la lengua guaraní hay cinco palabras para designar cinco momentos del amanecer, no recuerdo más que una, Koeyú; es un solo momento del amanecer, nosotros decimos el amanecer, pero ¿cuántos momentos tiene?, no tenemos una palabra para cada una de esas instancias… tampoco tenemos para cada una de nuestras instancias meramente existenciales, por eso se trabaja siempre sobre la base de la limitación, y no hemos llegado aún a lo que yo llamo el verbo creativo. ¿Cuándo ese verbo podrá identificarse con el objeto nombrado, para nombrar cada cosa como lo que es totalmente, no nada más que su apariencia?

También en esos años infantiles, hasta los doce, en Colonia, había una familia conocida porque ahí se conocían todos, habría unos ocho mil habitantes, dije que hoy tiene unos 25 mil… esa familia pequeñoburguesa tenía varios hijos, entre ellos dos mellizas, muy bonitas las chavas, a mí me gustaba una de ellas, pero hubo un gran problema, que me a veces las confundía, se daba una confusión visual y sentimental que evidentemente produjo que no me hiciera novio de ninguna. No hubo nada con ninguna, esa situación me enseñó que la realidad es más compleja de lo que parece. Más adelante, cuando las hormonas empezaron a funcionar de una manera más activa, uno insistía en mirar las piernas de las muchachitas, pues estaban los muchachos mayores que indicaban, sugerían y enseñaban las cosas que de ninguna manera eran permitidas, porque en aquellas épocas la educación sexual era algo inexistente, eran tópicos prohibidos. Era el terreno de lo innombrable, era asimismo resultado de la herencia cultural recibida por mis propios padres, transmitida por el conjunto de la sociedad y reiterada por la cultura familiar. Eso provoca muchos problemas, muchas angustias, uno experimenta el deseo y eso se multiplica, porque uno empieza a inventar, empieza a ver cosas bonitas donde no las hay, y se empieza apenas a sospechar, como dicen los psicólogos, que el objeto del deseo es inalcanzable… uno nada sabía de eso, lleva su tiempo, por lo tanto, empiezan las manifestaciones de angustia, de desconcierto, pues uno no conoce lo que le está pasando. Quedan huellas muy marcadas de estas etapas, que suelen reactualizarse y pasan a la escritura.

Y luego surgieron algunas novias, más o menos como a los quince años, aunque antes tuve las primeras experiencia sexuales en circunstancias quizá no buscadas, pero eso tampoco es recomendable, porque la cabeza debe estar bien preparada, no solo físicamente dispuesto, porque uno no sabe qué hacer, bueno, tampoco ahora lo sabría a cabalidad, pues en verdad cuando digo esto es porque no hay tampoco una educación erótica, se opera con base en experiencias propias y ajenas, etcétera. En cuanto al erotismo, entiendo que es el sexo a través de la cultura, y asimismo se expresa como vínculo con lo total del cosmos.

Hay que aprenderlo como uno puede, entonces, algunas aventurillas o relaciones sueltas casi siempre dejaban sensaciones de incompletud, de insatisfacción… además, uno pensaba que tocaría el cielo, aunque en verdad no tocaba nada, ni el techo, con aquellas idealizaciones de lo desconocido, y luego la situación con las prostitutas, que eso hace mucho daño en la adolescencia, finalmente, una relación de noviazgo más o menos duradera. Era otra época, con no pocas restricciones, de muchos prejuicios, y también una especie de machismo que buscaba la compensación sexual de acuerdo con lo que los muchachos más grandes nos "enseñaban", la mujer estaba vista como una hembra, como un objeto de deseo que debía ser alcanzado y que uno no alcanza nunca… creo que la cultura del tango influyó bastante, pues lleva infiltrada una resonancia judeo-cristiana. En aquellos momentos el tener tratos serios con una dama significaba, desde lo social clasemediero, un cierto modo de compromiso. Luego vinieron los años de matrimonios y de diversas relaciones de tono circunstancial, estas en parte por el ámbito literario en que me movía.

Ahora, vinculando eso con la cultura, qué significaría en la interpretación simbólica de las damas que han pasado por la vida del que habla… se trata de una búsqueda interminable de la musa, esa musa que según Robert Graves, al ser invocada, conduce a la vocación o al destino fundamental del poeta, una invocación sagrada. Esto tiene un gran simbolismo, otros dicen que uno se lo pasa buscando a la mamá en un montón de mujeres, pero, dada la variedad del paisaje en el cual estuve incluido, no sé hasta donde esto pudiera ser, si bien uno más o menos ejerce una especie de prototipo, una idealización previa de la que parece enamorarse, significa una idealización a partir del afecto o de la mera atracción. En cuanto a la búsqueda genérica de eso que se llama amor, el que afortunadamente no está definido, la idealización previa puede conducir a zonas no conocidas, puede empujarnos a las decepciones, entonces, la consigna es no idealizar, no enamorarse. El asunto es amarquerer (verbo inventado) pero no enamorarse, porque también a veces hacemos la proyección de uno mismo en el otro; hay una definición de un poeta árabe, Al-Mahad, muy interesante pero que no la recuerdo bien, en la que se afirma que la concreción del amor no tiene que ver con la felicidad, tiene que ver con el acto espiritual superior y con una dimensión abarcadora que pretende incluir la totalidad, no solamente las variadas instancias que componen un vínculo. Eso nos lleva otra vez a la metafísica, no tiene nada de nuevo, el asunto es que en ese aspecto, y también en cuanto a la utilización de la lengua poética, quizá ese amor, digamos místico-ateo, es algo indefinido, pues así como uno quiere juntar la palabra con el sujeto nombrado en medio de un vínculo amoroso, aspira también a identificarse con el universo, pese a conocerlo muy limitadamente. Las relaciones más fuertes que he tenido como vínculo erótico-amoroso, sin duda fueron aquellas en las que yo me acercaba a esa situación, a esa especie de acto de trascendencia… Esos vínculos personales se parecen a millones de vínculos que hubo, habrá y hay ahora mismo, pero tampoco que tal vez no han tenido ni tienen la posibilidad de ubicarse también en una zona mucho más alta, reiterando sucesos que son propios de la especie humana, producidos por el legado cultural, bajo determinadas concepciones de género y que limitan o impiden la realización de lo erótico-amoroso. Yo pienso que el amor en la poesía tiene que luchar contra las palabras, vencer al placer, al deseo, al dolor, a la soledad, al abandono. Claro, con un pensamiento de este tipo se generan muchos problemas en cuanto a los vínculos, porque nadie tiene por qué pensar como uno. Pero todo eso está vinculado con la búsqueda de la musa, la musa que se supone que "inspira" al poeta, la que le sopla al oído las palabras que debe utilizar… también podemos decir frívolamente que el amor es la combinación de hormonas con metáforas, en ese sentido quien ama o desea, promueve la remoción de hormonas y el poeta coloca las metáforas, puede darse un estímulo para la creatividad, el problema es que el papel de las musas, al menos teóricamente, ha cambiado, pues la musa, en un sentido amplio, está simbolizada en la modernidad por las misses Universo, las actrices, las modelos, las princesas del jet-set… Esa clase de musa, ¿a qué poeta puede "inspirar"?, si se mantiene alejada, imágenes en revistas, cine y tevé, de ahí no sale; pero el papel histórico de pronto ha cambiado, muchos poetas, los que no cantan, se han olvidado de las musas, la invocación sagrada ha cambiado de algún modo, porque ya no se puede pensar en una situación de dependencia del poeta con respecto a la musa, esta se puede esconder en una mujer idealizada, se puede esconder bajo la propia mamá… Ahora yo pienso en la musa participativa, es decir, la musa democratizada, ya no es la diosa, eso va a impedir la dependencia, uno quiere a la musa en calzones, no a la musa idealizada, abstracta. Porque entonces ahí se establece una vinculación distinta, una postura diferente con respecto a la propia creatividad.

Atahualpa Yupanqui el poeta, compositor y cantor popular-campesino, decía que sólo podía hablar de las cosas que él tocaba, que él veía, con las cuales tenía una relación sensorial, y esto de la musa democratizada, con o sin calzones, explica también algo de eso, explica la forja de un discurso que no vaya paralelo a la llamada "realidad objetiva", sino que busca insertarse en esa realidad. Así se puede seguir el ritmo del discurso social y también el de los ámbitos de la naturaleza, porque en definitiva el discurso poético es un discurso que se opone al oficial, que no coincide o que no está de acuerdo con él: en general, es un discurso en desacuerdo con el mundo. Y ese desacuerdo empuja entonces al poeta a la realización de un discurso estrictamente personal, aunque se apele a los valores que manejan todos los demás. La ventaja del discurso poético, es que puede incorporar el discurso social, puede asimilarlo, puede representarlo verbalmente, en cambio el discurso social no puede hacer lo mismo con el discurso poético, aunque le agregue metáforas… la metáfora no nace de la poesía, la metáfora es un giro del habla general, basada en la analogía, porque metáforas cambalacheras emiten los políticos, los comentaristas deportivos y otras personas… entonces, la nueva relación con la musa implica la elaboración de un discurso distinto, porque la musa está en la Historia, participa del discurso, como una avenida en doble dirección. Claro, que encontrar una musa con esas condiciones es muy complicado, pero uno tiene la esperanza de que aparezca, porque también hay que estar predispuesto a aceptar toda una añeja tradición, para modificarla según el tono espiritual de la época en que se vive y según el propio subjetivismo. Porque a veces la musa no surge dado que el poeta teme desatar fuerzas que después no pueda controlar… claro, estamos hablando en términos simbólicos, porque en vez de la musa yo apelo al inconsciente, donde está la clave de la creatividad, ese es el estímulo interno, la acumulación de experiencia que está conjuntada en el inconsciente. Este es un gran depósito pero curiosamente es un depósito que no tiene grosor, es profundo y no tiene profundidad, es extenso y no está expandido, y eso que llamamos encuentro con el inconsciente exige que tengamos con él un diálogo correcto; o sea, el inconsciente nos sirve como estímulo interior pero la musa es un estímulo que viene de afuera, en realidad la estamos esperando desde antes de nacer.

Yo me apego a esta postura, dentro del marco del mundo "accidental" y cristiano —porque todas las culturas son accidentales—, ya que forma parte del propio discurso genérico de la cultura, es una parte tan fundamental como cualquier otro procedimiento formal en la poesía, que puede ser el paralelismo, la reiteración, la repetición, la rima, el ritmo; es decir, la sustancia llamada musa está inserta en todo el discurso que nos llega desde hace miles de años, en eso que se llama la poesía de Occidente, aunque casi toda ha venido de Oriente… Por lo tanto, es una sustancia que sostiene, que tal vez sea el andamiaje central de la cultura, pues cuando no hay musas, se produce algo similar a aquel mito en el cual, si muere el rey o desaparecen los dioses, la tierra se empobrece, se secan los ríos, mueren plantas y animales, cuando reaparecen todo se renueva. Si no hay musa, el mundo es un erial, no hay creatividad, reaparece la musa y vuelve la primavera, Shakespeare escribió: "la primavera nació contigo" y Rilke dijo: "la primavera te necesita". Claro, la musa también tiene sus mañas y suele ser engreída, infiel, caprichosa, decía un amigo mío "la musa favorita siempre está con otro". Bien, los términos clásicos se modernizan, pero cuál es el problema de la musa como un cierto dios, una figura tradicional en la que ahora pocos creen… pero le temen. Es un personaje simbólico, en el que hay un pensamiento de fondo religioso que se refiere a un dios impersonal, el dios de Sócrates, por eso no debemos convertir a la musa en una especie de canasta en donde todo el mundo mete la mano… y a veces el poeta se desmusa, queda libre entonces de la divinidad personal, y viene la época del erial, hablamos del campo yermo, ahí no crece nada. Claro, uno también tiene que estar contra las musas, si hay un abandono o una pérdida, lo que va a estimular la creatividad es la parte contraria de la alegría, la angustia de lo perdido, es que la luz provoca la escritura y la negrura también. Aquí entonces recurro a lo que decían los místicos, que "la luz es la sombra de Dios", así como las palabras son las sombras del pensamiento. Es proyectar una sombra que normalmente no tiene importancia, y que nosotros desesperadamente tratamos de agarrar y traducirla e insertarla en lo que llamamos la escritura… Quizá por eso tal proceso está lleno siempre de imperfecciones, porque estamos traduciendo y verbalizando sustancias que son inaprehensibles, que no definimos, hay sustancias que son informes y lo que tratamos de hacer es darle forma a esa sustancia. Y la musa ayuda o no ayuda, puede ayudarte en presencia o puede ayudarte en ausencia, pero necesitamos que la musa sea consciente, que acepte su misión y su poder, y eso no siempre pasa.

En definitiva, este mismo discurso poético en general puede ser incomprensible, inusual, imprevisto, entonces la musa queda sacada de onda, porque tiene que asumir su función, que se puede asumir de forma espontánea o de forma consciente. Hace muchos años le propuse a una dama joven si quería ser "la musa", porque me pareció que había condiciones; no entendió nada, sin embargo, desde el punto de vista de la creatividad fue muy importante, más allá de ella misma, pues no estuvo consciente de esto, nunca lo entendió bien, pensaba que era como una especie de juego, que también lo es en parte, porque creo que debemos escribir con alegría, aunque tratemos de asuntos muy tristes, subjetivos o colectivos, es la alegría de la creatividad. No es la alegría de la carcajada. Y hubo también una musa en alguna oportunidad, que asumió su papel brevemente, creo que se acercó bastante a esta idea que tengo yo larga e imperfectamente desarrollada. Pero hasta ahí, porque además estos asuntos se confunden a veces con otras cosas. Porque la presencia de una musa no implica una relación de carácter amoroso, sexual, erótico; en ocasiones puede ocurrir, pero no es forzoso, no está incluido de una manera fatalista en ese tipo de relación, además de que resulta obvio que todo esto puede ser fácilmente refutado… Voy a citar otra vez a Robert Graves: "el poeta debe tener su verdad, sostener su verdad, sostenerse con ella, eso no se vende". Se trata de vivir y de trabajar sin concesiones ni conciliaciones, y menos con uno mismo. Muchas veces he comentado esto con mis alumnos.

Y agrego yo: el poeta debe asumir también su fracaso. Porque toda escritura es un fracaso, como dice el viejo adagio latino "vivir no es necesario, navegar es necesario", pero ¿cómo enfrentamos el fracaso? Lo que tiene que ver con las utopías, en el sentido negativo, es algo que no se puede conseguir, a lo que no se puede llegar pero, aunque que sepamos que no vamos a llegar nunca, igual viajamos. La prueba contraria de ese fracaso es precisamente el esfuerzo que se hace en la poesía por estructurar todo ese discurso, además de que no es un discurso que esté acabado, son innumerables los discursos inacabados que ha habido a lo largo de la historia, y los que van a venir…

En ese sentido, vale tanto un verso malo como la "Divina Comedia". Además, quién tiene el criterio de verdad, quién dice esto sí y esto no; claro, que a la luz de la crítica científica, la filología, la lingüística, la hermenéutica y todas esas disciplinas, podemos llegar a una especie de consenso, pero los malos versos también forman parte del gran discurso de la poesía.

También están la poesía de la oralidad, los distintos niveles de la llamada poesía culta y de la llamada poesía popular, todo conforma un gran discurso en el cual hay zonas donde ese discurso cuestiona y se opone al discurso social predominante, aunque de alguna manera forme parte de él.CON SILVIO RODRIGUEZ, MEXICO, C. 1978

Este asunto de la musa creo que merecería una reactualización entre los poetas en general, una atención mucho mayor. Obviamente, las poetas hablarán del muso, no de las musas, no hay nada demostrado en este asunto de los géneros, esto obviamente tiene que ver con una conclusión más amplia, para mí relacionada con la indefinición de la poesía.

Creo que Borges decía que todos los hombres son un solo hombre y todas las mujeres son una sola mujer. Eso tiene una connotación sin duda metafísica. Es decir, imagina a la especie humana como un solo animal. Así como vemos también las grandes bandadas de pájaros, que se mueven pareciendo que está instrumentado su vuelo, o cómo van siguiendo un determinado movimiento en determinada dirección, es un cuerpo vivo pero no sería cuerpo sin ese movimiento. Yo no sé si la especie humana es tan así, porque está la cultura, se puede decir que en ese montón de pájaros todos son iguales, no hay diferencias de clase, pero la especie humana se diferencia por la cultura, por el desarrollo material y espiritual. Somos casi más de 7,000 millones de seres humanos, todo un gran cuerpo si lo vemos así… tenemos zonas de alto desarrollo, de alta tecnología pero también de una espantosa miseria, de hondas discriminaciones y exclusiones, es muy difícil ver eso como un cuerpo vivo y homogéneo, como un rebaño de ñus o de cebras, cuyos miembros están indiferenciados, pero la cultura lo que ha hecho es diferenciarnos, dividirnos en clases. A la vez la cultura de masas tiende a unificar y aun a imponer un pensamiento único… es un piélago de contradicciones, o sea, el sistema trata de imponer su pensamiento único en todas las clases sociales y aun en comunidades de otros componentes étnicos. Dicha opresión ideológica se puede lograr a través de la debilidad del imaginario social, a través de la educación, a través de los medios de comunicación, pero la realidad es distinta, la situación de la vida concreta, material y cotidiana de cada persona… supongamos que un montón de gente cree en un mismo Dios en el que creen las grandes mayorías, o sea, los pobres, los cuales perciben a su dios de modo distinto de las elites o los sectores medios, la imagen divina puede ser la misma, aunque las enseñanzas o mandatos de ese dios son interpretadas de acuerdo con la situación social del creyente. Cuando todo mundo piense y sienta igual, será la alienación completa y la muerte de la libertad espiritual.

Otro gran tema es el amor. Es un tema delicado, yo en general no hablo de esas cosas, si alguien quiere enterarse que lea mis poemas y relatos, también están los chismes. Una vez me dijo la escritora Marcela Zulay Fuentes que si alguien se tomaba el trabajo de ordenar cronológicamente mis escritos, tendría toda una autobiografía.

Pero, ¿qué pasa con la escritura? Como desde un punto de vista temático tú puedes tomar hoy un asunto de la infancia, piensas cómo y dónde lo vas a ubicar, pues sucede una serie de saltos en el tiempo, es muy difícil ordenar esos saltos, porque el tiempo de la poesía es otro, dijimos. Es decir, el tiempo lineal no existe, ni como medida humana ni como hecho físico, el tiempo de la poesía quizá sea el menos lineal de todos, ya que puedes vivir simultáneamente diversos tiempos, porque de pronto el hombre adulto de hoy escribe con lenguaje adolescente sobre lo que le pasó en la infancia, entonces estás manejando varios tiempos al mismo tiempo, cada uno con sus variantes.

Por eso, en tal tema, es mejor que lean mis libros. Pero siempre es importante ese aspecto, dado que promueve y remueve la totalidad de la persona, aun en vínculos que solo son circunstanciales —se puede decir que todos los son—, las circunstancias pueden tener diez años, pueden tener cien, pueden tener una noche, pero todas son circunstancias… Hablaba de un sentido removedor, revolucionador, creo que es muy importante, estoy ahora en la duda de si las musas deben ser atendidas a fuerza o hay que mandarlas a prueba, a un propedéutico, eso no lo sé todavía bien, es un tema sobre el cual estoy meditando.

Es obvio que en todo esto nos apoyamos en la tradición, que nos viene desde mucho que antes los griegos, citaré los famosos diálogos del amor platónico, donde se habla más bien de la divinidad, o desde las musas que invocaba Virgilio en "La Eneida", hasta el "Martín Fierro": "pido a los santos del Cielo/ vengan todos en mi ayuda/ que la lengua se me añuda/ y se me nubla la vista,/ pido a mi Dios que me asista/ en esta ocasión tan ruda", es decir, la invocación a la musa, en este caso son los dioses. Para los árabes hay un genio que es el que cuida al poeta, así parece que siempre es algo de afuera que le cae al poeta, y nadie sabe por qué. Es un elegido, no sabe por qué chingados le ocurre eso, y entonces tiene que convertirse en un héroe, porque el héroe es elegido, nadie nace héroe, lo eligen para que cumpla ciertas hazañas y él no sabe por qué. Debe tener la suficiente capacidad para comprender que es un héroe o para sospecharlo, entonces se lanza a la aventura, para finalmente compartir sus grandes hechos con su pueblo, de lo contrario sería solo "un héroe en sí" y no "un héroe para otros", y siempre debe de cumplir diversas pruebas iniciáticas. Además, siempre alguien lo ayudará, alguien que lo alimenta o le indica un camino, como la musa al poeta.

El poeta nace y se hace, dicen. Alguien una vez me dijo: "usté es poeta", me alegré, aunque pensando "¿y ahora yo qué hago?" A mí me costó varios años asumir esa responsabilidad. En algún momento aparece la musa y el poeta, cuando cree que esa es "la" musa, ella se desvanece pero queda su resonancia, aun su aroma, en los poemas —si es que los hubo—, de pronto ni hay poemas… Luego aparece otra musa… Pero yo no estoy seguro de que sea así todavía, porque es como una necesidad; la musa es una necesidad. Otros le llaman inspiración. Creo que la inspiración no existe, y en cuanto a la musa, tendría que encarnarse, uno cree que la musa, como factor motivador, dinamizador, estimulante y todo lo demás, debe encarnarse, es decir: no existen las musas abstractas. En cierto momento la musa se identifica con una dama… bueno, para las mujeres poetas sería el muso que se identifica con un hombre, pero a estas alturas quién sabe qué con quién o quién con qué.

Es como aquel poema de Constantino Cavafis, que era un homosexual muy fino, quien escribió un poema a propósito de un encuentro de dos muchachos, de dos hombres; un encuentro clandestino. Cada cual se va por su lado como sintiéndose hasta culpables por eso, el poema termina diciendo que todo eso ha sido necesario para que alguien, después de mucho tiempo, escribiera esos fuertes versos, porque también la separación, y tal vez la nostalgia, había producido sufrimiento, y todo bajo la conciencia del artista. Entonces, la musa tiene el papel histórico de promover la creatividad. Eso permite ciertas instancias de exaltación, de sentir la fuerza, la potencia creativa, no digo creadora, sino creativa, el "vuelo de la imaginación", desata lo que está quieto lo que no quiere moverse cotidianamente; el encuentro con la musa es toda una aventura, ese encuentro puede originar situaciones inesperadas, tanto en lo que tiene que ver con la poesía misma como con una relación donde la musa se confunde o identifica con una persona. Cierta vez yo decía en broma que hay ocasiones en que los poetas hasta se casan con las musas, pero sucede que de pronto tú ves a la musa en calzones, o la ves de tubos y de bata sacando la basura, o cocinando entre humos y vapores, y eso ya es otra cosa, pues la musa siempre está vista, por prejuicio y tradición, como un ser transfigurado en lo alto. Sin embargo, una musa históricamente adecuada a las circunstancias actuales tendrá que estar metida en la vida de todos los días, en la mera Historia. Pero este es un tema que queda pendiente, como tantos otros asuntos.

En cuanto a la concepción del tiempo, ya he mencionado que para mí no fluye de manera lineal y los ejemplos son innumerables, no se trata solo de aquello de que estás pensando en una persona y de súbito aparece, sino que en el momento de la escritura creativa, tengo la impresión de que eso ya lo escribí, como que me estoy copiando, que eso ya lo he escrito, y por tanto le entro con mucha certeza. Me digo: "total ya lo escribí", es como si estuvieras haciendo un palimpsesto, o sea, es lo que se escribe sobre lo que estaba antes, como sucede con los antiguos pergaminos, se borraba lo que estaba escrito y le escribían encima, y como me sucede eso, en cierto momento puedo escribir con mucha seguridad. No es una ley, eso pasa, simplemente. De todas maneras y tomando en cuenta lo distintos procesos que los diferentes estilos generan internamente, y sin olvidar que todo esto es azaroso, surgen notas en esa confusa melodía que se repiten o que se parecen, no solamente y siempre referido a la escritura, no solamente en cierta apelación a determinado vocabulario, particularmente al de connotaciones feístas. Se puede decir que yo practico bastante la estética de lo feo, y esa elección, porque uno elige las palabras tanto como las palabras lo eligen a uno, no se sabe bien por qué es algo oscura, eliges, eso ocurre, externando siempre una sensación de inestabilidad, es decir, la certeza de la escritura en ese momento no significa que lo que tu manejes pretenda ser fijado. O sea, que la certeza del acto escriturario, de una manera quizá contradictoria, lo que hace es manifestar la inestabilidad del propio producto poético, por un lado, y por otro, de cierto desequilibrio en la propia personalidad del que escribe. Agréguese a esto el asunto de los hablantes líricos, etcétera.

Además, de acuerdo con ciertas tendencias —que ya son más personales y que posiblemente vengan de mucho antes de todo este proceso—, en el sentido de que yo me siento parte de un componente comprometido con la estructura de la sociedad y con la estructura del universo, he dicho que hay un entretejido espacio-tiempo que forma como la carne y los huesos del cosmos, y yo me siento parte de ese entretejido. Lamentablemente, no de modo constante, porque si algo atenta contra eso son ciertos aspectos de la vida cotidiana, de la vida social, ciertas rutinas, el trabajo, las preocupaciones que te alejan de esa tendencia; por eso digo, a veces en serio, a veces en broma, que yo escribo mucho en cuanto a escritura interior, aunque aparentemente puedo estar ahí dormido como un lagarto: el sentir el calor del sol provoca como una especie de disolución física, es nada más que una vuelta al origen, no es nada nuevo, echado sobre la arena o el pasto o una toalla, uno no es una novedad bajo la Madre Sol… es aceptar más o menos de dónde venimos, si es que lo podremos saber algún día, como dijo alguien "quizá en tu cuerpo se mueve un protón originado unos segundos después del Big Bang".

Eso tiene que ver tal vez con algo personal y de mi vida en la infancia, que estuvo muy mezclada con la naturaleza, creo que viene por ahí, el fuego (el sol), el agua, la tierra y el aire, los cuatro elementos de Empédocles. El sol que para mí se simbolizaba en las naranjas, de niño me subía a los naranjos a buscar fruta, yo estaba recogiendo al sol, moléculas de sol, claro que no me daba cuenta. O en verano cuando llovía, pues mojarme expresamente, cosa que a mi mamá no le gustaba, era como recibir un baño lustral. El agua sagrada, la tierra… a mí me gustan mucho los animales terrestres, los que están más pegados al suelo, en particular algunos reptiles: tortugas y lagartijas, ligera fauna que está vinculada al mundo de la infancia, más bien son animales de lo terrestre profundo. Y los bichos del aire, claro, mi padre siempre tenía pajaritos enjaulados, hasta los ayudaba a cantar, y yo le decía que por qué no los soltaba, el respondía: "bueno, si los suelto se mueren", yo no entendía eso, uno cree que los pájaros son libres y no, no son libres, están atados a sus migraciones, a los lugares de alimentación, de procreación, ellos participan de alguna manera de una libertad ilusoria dado que la libertad absoluta es inalcanzable… Tal vez sea innecesaria, porque si llegamos a la libertad absoluta, ¿qué hacemos con ella?, ¿podemos siquiera imaginarla? Eso es, obviamente, relativo, y al manejar un término absoluto… está difícil. Además, la expansión de esa libertad, no es solamente una expansión hacia fuera, es una expansión también interna, y nosotros somos como la frontera entre esas dos expansiones, que una tira hacia adentro con una fuerza centrípeta y otra hacia fuera con fuerza centrífuga. Nosotros estamos ahí, en esa frontera, claro que no nos damos cuenta, casi nadie se da cuenta, porque siempre estamos en ese vaivén, que puede ser más o menos amplio, más o menos fuerte, más o menos débil… Estamos naciendo, saliendo, regresando, agonizando permanentemente, y según el vaivén es también la frontera, porque el vaivén cambia los territorios que señala, por lo tanto, la frontera resulta ser cambiante y siempre volvemos a lo mismo, pero transformados también...

A veces es muy costoso que haya, digamos, una rima completa, perfecta, o sea, el fruto de rimar la actividad social con la actividad creativa, que es fundamentalmente espiritual, lo que llamaría el Quijote "las impurezas de la realidad"… esas molestias cotidianas como la piedra en el zapato o en el huarache. Así se dan esas molestias, sin embargo, si tú puedes lograr una reconciliación con toda la actividad social cumplida, que de alguna manera sigues haciendo, eso permite integrar las meras labores cotidianas en lo social, en lo político, en lo cultural, en lo familiar y otras. Integrarlas a esa bandera personal de la espiritualidad, con la que uno está, digamos, haciendo señales para que otros levanten las suyas, hablando en términos más o menos metafóricos. Obviamente, aquí tienen que ver otros aspectos, los más familiares: los hijos, los nietos, las parejas, los amigos, compañeros circunstanciales, coincidencias de momento que pueden ser muy importantes, pero no sé si será que uno ha forjado una verba diferente, algo que te distancia un poco de los otros, lo que no significa que sea superior al habla de los demás, solo un verbo distinto. Me ha pasado, por ejemplo, no hace mucho en Montevideo, que me reencontré con una muchacha que ahora tiene unos 30 años, un tiempal sin verla, ella de niña también había estado en México en las épocas del exilio, había regresado con su familia y nunca más la había visto, ella nunca más había vuelto a México. Una vez me había mandado un email, solo eso, hasta que nos encontramos en el aeropuerto de Montevideo, una reunión común familiar y amical, en la que uno está despidiendo y recibiendo gente al mismo tiempo, estaba ella y me abrazó y lloraba, "tenía que verte" me dijo, yo no pregunté por qué, agregó "me acuerdo de que, en México, cuando te quedabas a cuidarnos me hacías unos cuentos del mono loco".

A veces sucede que te encuentras así con alguien, y puede ser en cualquier país. Alguien que anda dando vueltas y te dice "te acuerdas de aquella cosa que me dijiste", pero que tiene que ver con algo referido a circunstancias profundas de la vida, incluso alguien me comentó que había sido alumno mío no sé en qué año y que había utilizado algo que dije —no me acuerdo qué era—, hasta para hacer una tesis en sus estudios universitarios. Algo pasa con la palabra poética. Supongo que a otros poetas les sucede lo mismo; no me pongo como excepción pero algo pasa. Es la poesía verbalizada en una comunicación cotidiana que no llega a ser escrita. Entonces, en ese sentido, uno lo que hace simplemente es ajustarse a la vieja tradición de la oralidad, es curioso que dichas personas se acuerden de determinadas frases, o tejido oral, en un mundo que está saturado de imágenes y de información banal. Me dijo alguien con respecto a la propaganda política: "vale más una imagen que mil palabras", entonces eso me da un poco de fe o de confianza en el poder del Verbo, hasta lo pongo con mayúscula, que sigue siendo el mayor invento de la humanidad, aunque en el principio fue la materia...

Pero podría poner otros ejemplos, y no por autopublicidad, pero me ha pasado muchas veces, de años atrás, frases completas que las recuerdan, como aquel muchacho en La Habana, me dijo: "oye chico, ¿te acuerdas cuando me dijiste aquello sobre los intelectuales revolucionarios, empezando por Fidel?", en fin. Ah, hace dos o tres semanas me presentaron a un uruguayo que está acá circunstancialmente, por una beca, dijo; "¿Sos fulanito de tal? Mirá, hace veinte años publicamos un poema tuyo en una revista que sacábamos allá" y hasta se acordaba del poema.

Esto no lo trato como una cuestión narcicista o de influencia en los demás, lo toco como el tema de que así como hablamos del universo en cuanto una estructura de espacio-tiempo, nosotros estamos viviendo en el mundo de las estructuras verbales, de la verbalización oral o escrita, es un cruce permanente de infinidad de discursos, que vaya a saber si quedan por ahí, si alguien los recoge, si se pierden, no lo sé. Somos como una gran masa verbal, la masa verbal de mucho más de siete mil millones, porque en eso incluimos a todos los verbalizadores que han muerto, ¿cuánta gente habrá muerto desde que empezó la especie humana? Bueno, todo es un conjunto, desde los gruñidos, los aullidos, los sonidos, la lengua articulada… hasta ahora yo creo que es una estructura verbal que de alguna u otra manera nos permite una interacción, ni siquiera digo una comunicación, porque en esos casos no hay un emisor definido, ni tampoco un receptor definido, ni tampoco tú entiendes los mensajes. Pero ahí hay una interacción que se produce, y de pronto los propios mensajes verbales que has enunciado ya sea por la oralidad o la escritura, después de muchas vueltas hasta pueden regresar a ti también; o sea, tú vas a beber de tus propias aguas, como aquel que fabrica su vino, él no inventó el vino, fabrica el vino y se lo bebe, se trata entonces de un tremendo y multitudinario discurso compartido por innumerables emisores y receptores. Por eso digo que cuando estoy escribiendo, tengo la impresión de que eso ya lo escribí y que me estoy copiando, por tanto, me hace gracia cuando dicen de alguien que va a publicar sus obras completas, eso es imposible, tendrías que agregar todo lo que desechaste, para escribir un poema de veinte líneas de pronto desechaste cientos de palabras, eso que desechaste también forma parte de las obras (o sobras) completas, una fértil basura; tu estás cocinando, estás pelando papas, la cáscara que tiras también forma parte de la comida de una forma u otra, entonces es como una especie de dialéctica entre la ausencia y la presencia, eso también es el amor, un tema delicado siempre.

Porque desde el punto de vista de la física parece que las cosas no se tocan, lo que se tocan son los campos electromagnéticos, porque por más que le metas mano a la musa, son los campos electromagnéticos de la piel o de la palabra los que se interponen, debo investigar eso. En ese sentido la musa es intocable, claro que si el campo es muy fuerte, Documento manuscrito. Poema inédito. Méx. 8/14puede pasar que entonces uno quede calcinado como Juana de Arco. Entonces, uno sigue caminando por ahí y va dejando su estela de cenizas, le preguntan: "¿de dónde vienes?", solo habrá que decir: "estuve con la musa". ¿Quién lo creerá? En fin, así se producen los variados eventos del muserío inmortal.

Claro que en todo esto del exilio que ya hemos mencionado, la memoria elige, te ayuda para no recordar ciertas cosas. Como todos sabemos, la memoria trabaja por selección, entonces lo que hay que hacer es agarrarla descuidada para que confiese, porque también el exilio —para el caso personal—, estuvo vinculado con el alcohol, es decir, yo era un alcohólico discreto al llegar a México y acá me alcoholicé del todo, y también al regresar por unos cinco años a Uruguay. Estaba perfeccionando la adicción, y cuando volví a México, ya por mi voluntad, vine "limpio", pues había estado unos meses sin tomar nada, cada tanto dejaba de tomar, con la intención de desintoxicarme para luego seguir bebiendo, y esa táctica de ebrio fue lo que me ayudó mucho, porque mi hígado está muy bien, a pesar de tantas y terribles ingestas alcohólicas. Suelo decir en broma o en serio que yo bebía como afirmó Rubén Darío, "poco pero severamente", y a veces uno caía en eso que yo llamo "tempestades alcohólicas", es que está muy enganchado el exilio con el alcohol, algunos conocidos empezaron a beber en el exilio, y otros seguimos bebiendo, como buscando una patria, y elegimos la peor.

Eso tiene mucho que ver también con la escritura, con la concepción de muchas cosas, no solamente el alcohol para combatir la depresión y que acaba aumentándola, pues luego del momento de euforia o agresividad viene el momento de la tristeza. Por ejemplo, la hora peor solía ser el momento de la caída del sol, el sol se iba y la depresión ya se instalaba, esto tiene que ver también con los viejos ciclos biológicos de la especie. Llegaba la oscuridad y había que esconderse en algún lado para que no te comiera alguien, la amenaza nocturna, eso ya está dentro del cerebro reptílico, sede del miedo genético, el miedo que se transmite genéticamente, los otros son miedos adquiridos.

Entonces, esa pelea contra la depresión está perdida, vinculando entonces el alcohol al exilio y también a la creatividad, al trabajo creativo, yo como buen alcohólico decía "si dejo de tomar, dejo de escribir", son los pretextos que uno racionaliza para no dejar el trago… sin embargo, desde el punto de vista tanto de la poesía como de la narrativa, la ingesta alcohólica me ayudó mucho a comprender el bajo fondo de cada uno, como andaba entre borrachos de diverso tipo, allá en Uruguay los borrachos son prolijos o desprolijos, un borracho prolijo es aquel que no se despeina, la corbata siempre; el desprolijo hace cualquier cosa, en cualquier lugar, se pelea, vomita en público, hace todas esas cosas, lo tienen que llevar arrastrando, ese es un borracho desprolijo… bueno, yo tenía prolijidades y desprolijidades.

Uno lo puede dominar, por eso esta novela que escribí y publiqué, "La última copa", agrega también incontables sucesos relacionados con el licor, borracheras en México, en España, en Uruguay, en Cuba. A veces, de ocioso nomás, releo alguna página y vuelvo a sorprenderme todo lo que aparece ahí, sobre todo cuando hablo de bichos, lo que yo llamaba cucarachas pero no sé qué eran, de hormigas rojas y ratas gigantes, y lo que veía con ojos cerrados, en medio de una borrachera muy grande. Me acostaba y muchas veces no podía dormir, cerraba los ojos pero empezaban a aparecer imágenes de todo tipo, monstruos, que no eran los monstruos de la razón, que decía Goya. Una avispa de cabeza roja con ojos dorados, una belleza indescriptible, todavía tengo su imagen que a veces me acosa, y caras humanas que se iban deformando y convirtiendo en otras caras como aparece a veces en la televisión o en la películas, un rostro de mujer muy blanco que se tornaba en el rostro de un hombre con barba, luego en el de un niño, luego en el de un viejo, así, caras, caras, caras, caras, y yo abría los ojos porque no podía soportar aquello. Hasta cierto punto lo aguantaba, al abrir los ojos no me podía dormir, al cerrar los ojos aparecían otra vez los mismos rostros, eso me llevó a ciertos bajos fondos de la personalidad que no me gustaron nada, pero que formaban parte de uno… y la "sombra" estudiada por Carl Jung nunca me ayudó. Afortunadamente, el poeta le ganó al borracho, porque de a poco, ya más directamente en el asunto de este relato, dejé de tomar hace más de quince años, me dio por escribir la novela, de a poco y a través de un personaje yo fui soltando eso, las experiencias alcohólicas… inventaba algún personaje que tenía visiones, era un traslado de la experiencia personal que me ayudó muchísimo, es decir, me ayudó porque lo aproveché como material para la literatura, lo cual también me ayudó por otra parte a abandonar finalmente el consumo alcohólico, si no estaría muerto. Además, yo vi morir a un amigo, Alejandro, terriblemente alcoholizado, eso para mí fue muy importante, porque de alguna u otra manera, por lo menos en lo personal, los impulsos de la vida fueron más fuertes. Esa extraña vitalidad que tenemos los vascos, por un lado, aunque por otro lado somos depresivos, fue lo que quizás me salvó. Y el apoyo de varios amigos. Y más allá de los intentos de suicidio que tuve también, que fueron dos, estando en la frontera.

Finalmente, toda esta acumulación de sustancias respiradas, de experiencias de vida, fue acumulando y diseñando los cauces creativos que me ayudaron tanto a expresar y comunicar, incluso en esa pugna entre los estados depresivos y la vitalidad. Hasta ahora, va ganando la vitalidad. Espero que en los próximos años el equilibrio se mantenga, hay mucho para realizar y compartir, tal vez lleguemos a contemplar el inicio del derrumbe del capitalismo salvaje, pues "otro mundo es posible", dijera Fidel Castro. Pero no basta solo la contemplación: unamos la acción poética con la acción social. Que las musas guerreras me ayuden y que a ti, paciente lector, no te abandonen.



                         NOTA

Saúl Ibargoyen Islas es un uruguayo del mundo gracias a su obra y a las coyunturas históricas vividas, porque luego de ser borrado del mapa, la vida lo reescribió convirtiéndolo en un regalo del Uruguay para las letras del mundo, pero al mismo tiempo, lo dejó convertido en un híbrido; en un fronterizo porque ahí es donde quedó después de todo lo vivido, fue arrojado a la frontera de varios mundos, de varias realidades, de varios lenguajes entre los que no deja de transitar permanentemente, en un no dejar de irse ni de estar llegando. La historia le hizo una marca indeleble lanzándolo a un exilio interminable, cuyo único asidero han sido sus propias letras, las que a la vez han convertido ese exilio interno y personal, en una presencia que lo consagra en las letras y la cultura latinoamericana contemporánea con un valor incalculable.

Partiendo de una intención inicial de investigar y mostrar el segmento de vida de Saúl Ibargoyen que tuvo que ver con su participación política en el Uruguay previo al Golpe de Estado de 1973, luego de la primera conversación que tuvimos sobre este tema, resultó evidente que acotar la narración personal que él hacía tratando de ceñirse al tema, implicaría el enorme desperdicio de todo aquello que eventualmente pudiera ser parte de una narración más amplia, entonces se pensó en esto como una posible historia de vida.

Pero una vez más, al escucharlo, resultaba que someter la narración a los criterios metodológicos que esto requiere, hubiera significado sujetar el discurso a fechas precisas, a un orden cronológico determinado, a una lógica discursiva que hubiese requerido en primer término, interrumpir la emergencia y la verbalización de la memoria y perderse de algo que cuando uno lo escucha hablar es innegable: él habla como si estuviera escribiendo.

Su discurso es tan perfecto en cuanto a la riqueza de imágenes que genera, en cuanto al flujo de los relatos dentro de su relato, en cuanto al orden narrativo de las vivencias —sin duda diferente al orden narrativo de la historia—, que interrumpir esa sutil ingeniería de la memoria para precisar una fecha o siquiera para preguntar algo, hubiera resultado una impertinencia innecesaria. A Saúl Ibargoyen hay que dejarlo hablar, con esa libertad con la que ha escrito toda su vida.

Y es por eso que finalmente esto terminó convirtiéndose en varias historias, y es que a esta historia en el camino, se le atravesó la literatura, lo que Saúl Ibargoyen está contando es verdadero, es histórico, pero no deja de tener algo de poético y en ese tono puede hacer desde las citas históricas más puntuales o los análisis sociopolíticos más agudos, al tiempo que nos eleva a la sutileza de lo subjetivo, de la memoria objetivada con las palabras, y por si fuera poco, todo ello como si estuviera escribiendo un poema, una novela o un relato.

Saúl Ibargoyen no tiene un único discurso sobre sus vivencias, su memoria está compuesta de múltiples discursos propios y ajenos pero finalmente suyos; de múltiples temporalidades que muchas veces se traslapan y nada resulta ser una repetición, porque aunque aparezcan cosas que ya había mencionado anteriormente, las está diciendo de una forma nueva, diferente, y eso no se puede recortar del texto.

Con él nada sobra. Está ubicado en un centro del que parten numerosas rutas y cada una de ellas es un sendero rico y diferente, es un paseo, una exploración, un cuento nuevo. Transita entre sus obras y su vida con un movimiento pendular imperceptible. Entre algunas de sus obras y este texto hay conexiones sorprendentes y estas últimas pudieran ser simplemente algunas humildes claves para leer sus obras.

Aquí cada palabra escrita es suya, en sus narraciones sólo hubo un escucha silente, que únicamente transcribió su voz a la letra y que le cede su asiento al lector para que escuche. Lo que dijo y como lo dijo fue transcrito cuidadosamente, aunque desafortunadamente no se puede transcribir el tono de su voz, pocas veces su acento y sí en muchos momentos —y solo para darle un cierto formalismo al discurso—, se tuvo que omitir su risa, su luminosa alegría espontánea riéndose de sí mismo y de sus palabras, lo que sin duda enriquece la intención de lo que estaba diciendo.

Agradezco infinitamente su generosa paciencia por aceptar mostrar todas estas historias que son suyas y que él así las contó. Quien escribe estas breves líneas, tuvo el enorme privilegio de escucharle y transcribir sus palabras, haciendo pasar todas esas imágenes verbales por los anillos de la audiocinta, por los vericuetos de las palabras, por la hoja virtual y los caracteres electrónicos, para luego volver a proyectarse a través de los ojos del lector, en un caudal nuevo de imágenes sobre su vida.




Magdalena Ferreiro Giardina



                         OTRA NOTA

Esta historia de vida existe en virtud de la iniciativa y el trabajo sin límites de nuestra querida amiga Magdalena Ferreiro Giardina, hija de uruguayos nacida en México y, por tanto doble compatriota de quien esto escribe.

Varios años son testigos de su esfuerzo, de su insólita capacidad de dar orden y concierto a un cúmulo de verbalizaciones emitido en función de estímulos intelectuales y afectivos sabiamente utilizados. Magdalena me entregó el disco que contenía estas extensas parrafadas, que había desgrabado con inimaginable rigor y paciencia.

¿Qué hacer con este resultado?, me pregunté más de una vez, asediado por el peso del superyo. Finalmente, comencé a rescribir el texto para limpiarlo de repeticiones e indecisiones propias del habla, así como de errores míos de información o por mala memoria. Los cambios no han sido pocos pero creo haber respetado el plan original, para que el texto pueda ser leído sin que pierda los tonos coloquiales indispensables. Espero que el posible lector encuentre aquí provechosas sustancias espirituales e históricas, las simples historias de una vida entre miles de millones de miles de millones de historias de vida.

Dije que la fantástica labor de Magdalena no tuvo límites, mi agradecimiento tampoco los tiene.




Saúl Ibargoyen

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